Relatos desde el bar I
La cafetería de Pepe
(un lugar para volver)
por Alberto Farías Gramegna
"Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVII, las etimologías y el sabor del café." – Jorge Luis Borges
L |
legué
esa tarde en el tren desde Zaragoza. El andén de la estación de Sabiñánigo
estaba vacío. De pronto alguien que supuse era el jefe, salió y desde lejos, luego
de mirarme, agitó el paño verde para indicar que la formación podía continuar
viaje. Entonces vi alejarse hacia Canfranc a lo que cariñosamente solía llamar
“el trencito del Pirineo”.
La crisis socioeconómica del 2001 agotó su
espíritu innovador y harto de la cultura política populista que imperaba en la
sociedad vernácula, decidió en solitario probar suerte en la provincia de
Huesca, Aragón, de donde, a fines de la década del 40 del siglo pasado, habían
emigrado a Sudamérica sus abuelos maternos. Ahora él hacía el camino de regreso
con la misma ilusión: encontrar un lugar en el mundo donde crecer, progresar y
ser feliz, tres cosas que ahora mismo, yo, un italiano viviendo en Roma, no supe,
no quise o no pude encontrar.
Al llegar al frente de su edificio, presioné
el botón del timbre del 2 B, esperé un rato, pero nadie respondió. Repetí el
llamado tres veces, sin éxito. Alex, según me dijo, debía estar allí, pero
aparentemente no estaba. Como naturalmente ocurre en estos casos, enseguida
cogí mi móvil y le envié un audio: “Alex, estoy en la puerta… ¿estás
durmiendo?”.
Había hablado con él al subir al tren cuando
salí de Zaragoza. “Dale, te espero en mi departamento, ya tienes la
dirección y la manera de llegar andando, son 600 metros de la Estación, hacia
la derecha.”.
Esperé ansioso la respuesta, pero los dos
tildes a la derecha del mensaje seguían grises y no azules como yo deseaba.
¿Habría desactivado esa función del “visto”?
Todo era muy raro. Empecé a preocuparme y de
pronto reaccioné con la más elemental de las lógicas: lo llamé al whatsapp.
Sonó y sonó la señal de llamada, pero Alex no respondía.
En un impulso autónomo de mis piernas, crucé
la calle y me senté en un banco frente a la vidriera de una tienda. Miré el
móvil y busqué el número de teléfono de Alex. Entonces lo llamé. Diez veces
sonó el tono de llamada, hasta que apareció la voz automática de la mensajería.
Frustrado, corté la llamada sin dejar lo que me pareció un potencial mensaje
inútil. Entonces caminé sin proponérmelo desandando mis pasos.
De pronto, me invadió una duda terrible… ¿Vivía realmente allí Alex?, ¿Había hablado con él o me lo había imaginado? Creí recordar que tiempo atrás Alex me había dicho que se iría de Sabiñánigo, que quizás fuera a Barcelona. Volvía a mirar el móvil y todo seguía igual. Una angustia muy desagradable me invadió y todo a mi alrededor comenzó a girar. Entonces me senté en el primer banco que encontré junto a la Estación y ya no recuerdo que pasó. Desperté gritando y la pieza del hotel pareció caer sobre mí…
Escribía entusiasmado mientras iba imaginando
posibles finales para esa historia. En una mesa de "La cafetería de Pepe", Alberto ya había tomado su tercer cortado. Siempre que visitaba Sabiñánigo, iba
a escribir allí. Se había acostumbrado a escribir en los bares, porque en la
casa, decía, no se le ocurrían historias. Miró el reloj y recordó una cita
concertada. Tendría que retomar el final otro día. Entonces mientras cerraba la
notebook, sonó una llamada en su móvil. Mientras saludaba y ganaba la calle, se
le ocurrió un posible final interesante y un título para ese final -siempre
pensaba los títulos al rematar la historia-: “Un lugar para volver”, tal
como lo era para él la cafetería. Sonrió satisfecho y se alejó a paso decidido.
Un amigo lo esperaría en la Estación.
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