Psicología y sociedad (breve ensayo)
El otro necesario
(acerca de la alteridad social identitaria:
soy en tanto el otro)
por Alberto Farías Gramegna
“Con el prójimo todo es
más difícil, sin embargo, sin él la existencia pierde su sabor”
JR Moreno Miranda
“El infierno son los otros” - Jean Paul Sartre
“Si no somos el deseo del otro no
somos nada”- Xavier Xilo Salinas
“La mirada del otro nos constituye” - Jacques
Lacan
“Cuando me miras, me matas. Y si no me miras más, pues
son puñales que me clavas y los vuelves a sacar”
- Manuel Machado Ruiz
“La mirada del otro, para Jean-Paul Sartre, nos
obliga a tener en cuenta su presencia. La mirada del otro es un juez
omnipresente que nos transforma en sujetos que pueden ser juzgados en cualquier
instante, en cualquier lugar, aquí y ahora” - JR Moreno Miranda
V |
amos a iniciar este artículo vinculando a la
identidad personal (quién creo-siento que soy) con la percepción, el prejuicio
y la mirada del “otro significativo” (¿cómo me ves? ¿me ves como yo me veo? ¿me
ves como yo quisiera que me veas? ¿soy el que creo que soy o soy en realidad
como tú me ves?)
La percepción puede ser vista como un pre-juicio. Estrictamente, “percibir” es el resultado de una “sensación” (nivel bio-sensorial) más la decodificación-interpretación (nivel neuro-psicológico). Así, toda percepción está condicionada por los límites bio-fisiológicos y psico-sociales. Afectos, inteligencia, hábitos, cultura, ideología y situación coadyuvan para establecer el sentido y el valor que enmarca y define lo percibido, más allá (o más acá) de sus características “fuertes” y unívocas (la cosa objetiva). Por lo tanto, toda percepción “normal” (es decir, dentro de la “norma” estadística, y equiparada por defecto como “no patológica”) será “percepción objetiva-objetivada”, de tal suerte que la subjetividad del “percipiente” objetivará particularmente al “objeto real”. Siguiendo el esquema de la dialéctica hegeliana, diremos que lo objetivo “universal” (real), al ser subjetivado por una persona en “particular”, resulta en un objeto “nuevo” (ideal), que llamaremos “singular”, y que es tomado por el sujeto como “verdadero” en su valor y sentido. Al percibir subjetivamos axiológicamente (valoramos) y por tanto significamos la realidad exterior. Ahora bien, en este proceso dialéctico e inconsciente, la mirada del otro “significativo” (el otro recortado por nuestros afectos: familiares, amigos, figuras sociales admiradas con atribuciones positivas, etc.) tiene un papel determinante fundamental. Vemos y nos vemos en gran medida a través de lo que el otro significativo para nosotros, nos muestra como “contexto deseable”.
Es decir, el otro, con su aprobación o rechazo, nos condiciona sesgando la percepción que tenemos de quienes somos. Así podemos sentir que el otro nos aprueba o nos desaprueba, y así desde la más temprana edad nos adentramos en un dilema identitario: ser o no ser como el otro. Puedo esforzarme en mantenerme en una zona de confort siendo como “el otro quiere que sea” y verme a través del deseo de ese otro o decir no (por acción u omisión) y esforzarme (en ocasiones neuróticamente, aunque no necesariamente) en construirme una identidad opuesta a la del deseo de ese otro. Pero la paradoja es que esa construcción no es libre, sino un efecto de la necesidad afectiva de oponerme. Y esa oposición al deseo del otro, no es gratuita, porque me obliga a actuar un papel condicionado por mi afecto en el marco de una conflictividad relacional. Aquí se cumple en parte lo que la letra de un tango expresa con profundidad psicológica: “Rencor, mi viejo rencor…rencor tengo miedo de que seas amor”. Y señalo el tema del miedo. La construcción de la identidad personal no está exenta del temor a ser parecido o diferente al modelo de la mirada del otro. Esta ambigüedad constitutiva es sintetizada por el poeta: si me miras me matas, pero cuando no me miras me muero. Soy inevitablemente dependiente de tu mirada o de la ausencia de ella. Aquí aparece lo que la clínica bien conoce como la “desestima”, la ausencia de la mirada del otro es letal para el sujeto, literalmente lo mata en su autoestima. La mirada del deseo que le pide al sujeto “ser como quiero que seas” (los padres narcisistas), produce un conflicto, pero no anula la autoestima, porque el sujeto (el niño, por ejemplo) percibe que no es afectivamente indiferente para sus padres, aunque resista el deseo de un modelo que necesita objetar, para llegar a ser “el mismo”. Pero la “desestima”, esto es la ausencia del deseo del otro sobre su persona, lo deja vacío ya que percibe que no es nada para nadie, y -para bien o para mal, según las circunstancias- si no somos el deseo del otro no somos nada.
La
persona y su personaje
Nuestro
comportamiento es el resultado de la articulación sincrónica de seis variables,
que constituyen lo que hemos denominado “ecuación comportamental”: en el
numerador: persona (de necesidad), personalidad (estructura y estilo),
personaje (de rol y género), y factor creencial ideológico; en el denominador:
contexto-situación (objetiva y subjetivada) y factor temporal (contingencia o
cronicidad). La identidad está contenida esencialmente en la personalidad, el
personaje y la ideología. La identidad del sujeto se compone a su vez en
identidad de género, de rol e histórica. El rol, tanto el sociofamiliar como el
laboral, se expresa en el papel que asumimos y actuamos en el teatro social.
Somos personajes que actuamos con arreglo a los diferentes escenarios
cotidianos, pero a diferencia del actor de teatro, cuyo personaje no se
confunde con su identidad personal, en el actor social que somos, el personaje
se articula y se imbrica con nuestra identidad.
Al
respecto del papel del personaje social, Moreno miranda (op.cit. infra) nos
recuerda que “(…) Nos pasamos toda nuestra vida representando un papel
(nuestro personaje público) como si estuviéramos en el escenario de un teatro,
donde los otros son los espectadores.” Y a propósito de la incidencia de la
“mirada del otro” como regulador de nuestro comportamiento, concluye que:
Las relaciones con los demás descifra las actitudes
(disposición a actuar) y aptitudes (habilidades y recursos) de cada uno de
nosotros para corresponder a la imagen social que queremos dar de nosotros
mismos. Así pues, las interacciones con los otros (interacciones sociales) se
someten al juego evaluativo de la mirada de los demás, de la mirada de los
otros, juego cuyo objetivo final es la aprobación de los demás. Necesitamos al
prójimo en la construcción de nuestra identidad individual, ya que gracias al otro
aprendemos a realizarnos completamente. Con el prójimo
todo es más difícil, sin embargo, sin él la existencia pierde su sabor (…)”
(11-11-23 https://www.recursosyhabilidades.com/blog/ )
El infierno son los otros
Somos
-es una obviedad- “seres sociales” y solidariamente a esta característica somos
seres “tribales”, es decir que desde un principio nuestra “identidad social”
(una redundancia) se construye en el contexto de pertenencia a la tribu. Y la
primera de pertenencia y referencia, claro, es la “tribu familiar”, la familia.
Luego vendrán, los amigos, el territorio y las instituciones de formación y
pertenencia: las escuelas y universidades, los sindicatos, los trabajos, los
clubes, los partidos políticos, etc.
Así
el sujeto se referencia y se inscribe por defecto en varias tribus
complementarias.
Por
decisión u obligación, por acción u omisión, finalmente, su identidad será la
resultante de la interacción de esas diferentes tribus que lo incluyen y delinean
sus rasgos de pertenencia, que explican sus sesgos de interpretación de la
realidad objetiva.
Sin
embargo, las cosas no son tan sencillas, porque esa interacción no es
unidireccional entre un sujeto receptivo pasivo y su entorno de influencia.
Esas interacciones tribales son en verdad dialécticas y con frecuencia
conflictivas entre el deseo “natural” del animal humano y las normativas lego-culturales
en las que se sostiene la sociedad. El comportamiento resultante en el marco
condicionante de esas normativas dará lugar a una serie de perfiles de acción
del personaje por sobre la persona. Y aquella interacción dialéctica que
conlleva -va de suyo- afirmación, negación y finalmente negación de la
negación, hace que el sujeto perciba al “otro de la negación” (la palabra
representante de la ley institucional) como un otro ajeno y obstaculizador del
deseo propio, por consiguiente, el otro es parte del infierno en el que no
quiero estar, pero del que no puedo escapar en mi condición de ser de necesidad
al tiempo que racional a partir de cierta edad. Pero también es la razón del
llanto del niño frustrado por el “no” del adulto, al que odiará sin dejar de
amarlo. “Lo hago por tu bien”, dirá el adulto. “Déjame hacer lo que
me dé la gana”, sintetizará el niño con su llanto y bronca. Así la
construcción de la identidad será una lucha entre el deseo de libertad absoluta
(el narcisismo con la negación del otro) y la necesidad de restricción y
control sobre aquel deseo narcisista, que la tribu necesita mantener para
asimilar la individualidad del sujeto de manera indiscriminada a la corporación
que representa. En otras palabras: eres en tanto perteneces y fuera de la
corporación tribal no eres porque careces de la mirada que te reconoce. Por eso
el “soy” del fan o del adepto, y no solo, ya que todos en menor o mayor medida “somos
en tanto el otro nos mira y nos reconoce”. La desestima y la indiferencia vacía
la autoestima del sujeto, pero la asimilación indiscriminada al grupo lo
enajena como individuo. Cuando este “ser de pertenencia” se instala como
custodio de la identidad y la somete a los estrechos márgenes obtusos y
totalitarios de la tribu, los otros, mudan de diversos o adversarios a enemigos
o extraños. El mismo infierno entonces serán los otros, indeseables, pero inevitablemente
necesarios.
©
by afc 2023.
URL imagen; https://amadag.com/wp-content/uploads/2019/11/DJmCvZ2XUAAJQQm-1080x555.jpg
* * *
No hay comentarios:
Publicar un comentario