Los efectos grupales de los liderazgos paternalistas
De ilusión
también se vive
Por Alberto
Farías Gramegna
N |
o hay poder capaz de unir mas
fuertemente a un grupo que la ilusión.
La psicología científica confirmó hace mucho tiempo la importancia del “Ideal”
como entidad convocante que homogeneiza al conjunto detrás de la vivencia
gregaria de ser parte de un todo omnipotente: el líder y su función, el
liderazgo, son tributarios y depositarios de esa idea.
Ese ideal es mucho más intenso, mágico y maravilloso, además de refractario a cualquier reflexión crítica, durante el periodo fundacional (que los sociólogos llaman fase "instituyente") de un grupo (laboral o no: agrupación, entidad, partido, sociedad, club, etc.). Y más aún será esta actividad acrítica de autoconvencimiento y verdad, si se establece un "enemigo" externo (el otro diferente) contra el que hay que luchar para defenderse. Pero vale aquí una pregunta: ¿Defenderse de qué?
De ilusión también se vive
Defenderse de los otros distintos que
pueden cuestionar mi certeza y hacer trastabillar mi ilusión. Ese es el motor
que aglutina la identidad del grupo.
Es esta una etapa en la que los
grupos -grandes o pequeños- que buscan seguridad y pertenencia, pueden producir
o ser seducidos por los liderazgos de estilos autoritarios, demagógicos que en
más o en menos entran dentro del calificativo de "paternalistas",
porque funcionan reforzando la idea de padres protectores e hijos protegidos:
el líder es fuerte y decidido, todo lo sabe, es poco afecto a discutir ideas, porque hay una sola manera de
hacer las cosas. Protege y da seguridad a cambio de que no se cuestione su
autoridad asertiva. En la macro-sociedad, por ejemplo, el paternalismo suele
ser el estilo frecuente y “natural” de las gestiones que los politólogos
definen como “populistas”. En la empresa el equivalente sería la organización
“tutorial” del trabajo
El grupo delega su facultad crítica
y es complaciente a cambio de tranquilidad y seguridad. La fuerte ilusión que
los reúne refuerza los mecanismos de acatamiento, fascinación, ingenuidad y
negación. Por su parte el líder de este tipo de grupos suele manipular a sus
seguidores con un doble discurso: llama a participar mientras decide
autonómicamente. El mensaje de fondo es: "participen…de mi idea", que
es algo muy distinto de la dinámica que se establece en el protagonismo grupal.
Con el paso del tiempo y por
distintas razones que no pueden ser desarrolladas en este espacio (poder,
pragmatismo, engaño, cambio de convicciones, promesas no cumplidas, etc.) el
liderazgo se desgasta y el líder comienza a alejarse del Ideal.
Si esto ocurre la ilusión entra en
crisis y con ella su portador, el líder, que iniciará una relación conflictiva
con el grupo. El cambio de las circunstancias externas o la modificación de la
imagen del “enemigo” (que deja de serlo), pueden favorecer esta crisis y tal
vez el cuestionamiento del antigüo ideal, lo que produce en estas condiciones
una gran desazón y desvalimiento.
Y esto porque el grupo depositaba
una parte importante de su identidad en ese “Ideal” que resumía todo lo que el
integrante del conjunto era. El fanatismo de los adoradores de ídolos, las
sectas y los grupos de ideologías fundamentalistas, son ejemplos extremos de la
enajenación de la identidad personal.
A diferencia de lo que es propio de los agrupamientos con liderazgos democráticos o "racionales", es decir donde prima la razón jurídica por sobre la mística, cuando un “Ideal” no se transforma críticamente con el protagonismo real del conjunto -por maduración y contrastación de las ideas con la “realidad objetiva”-, ante los cambios de las condiciones iniciales mudará bruscamente en dramática desilusión.
Nos habíamos amado tanto
Esta des-ilusión por la caída del “Ideal”
tiende a dispersar y deprimir a los integrantes del grupo, apareciendo la
vivencia de miedo y confusión. El sentimiento de des-ilusión -que puede llegar
hasta el pánico- es también refractario a la crítica, como lo era la ilusión en
el “Ideal”. Lo que fue bueno se trastoca bruscamente en malo y peligroso. La
desilusión en una primera etapa viene acompañada de escepticismo, parálisis,
necedad, depresión, desvalorización de las propias virtudes, egoísmo, y solo
después aparece la bronca hacia el afuera.
El grupo desilusionado con la
consiguiente duda hacia el valor o la vigencia del “Ideal”, tiende a perder o
poner en duda los principios sobre los que se asentaba aquel y sus miembros
comienzan una huida hacia el refugio del individualismo y el aislamiento, en el
intento -no siempre consciente- de “defenderse de la indefensión” en que los
dejo el derrumbe del liderazgo paternalista.
Mutatis mutandis, en el nivel
macrosocial, nos recordaba hace años JM Pasquini Durán: “Cuando la sociedad
abandona las normas que la constituyen en comunidad, tiende a reorganizarse en
tribus reunidas alrededor de las herencias culturales y los grupos de
pertenencia. En esas tribus vuelven a reproducirse los racismos, las
intolerancias, las guerras absurdas, las violencias estériles revanchistas o
vengativas. No importa si las tribus se definen por la etnia, la religión o la
pertenencia al country, en todas ellas
el primer paso habrá sido el desprecio por el orden político, al que conciben
como burocracia autoritaria y corrupta".
Un
camino mucho más difícil para los grupos de nuestro ejemplo requeriría un gran
equilibrio de las personalidades que los integran y un reaprendizaje orientado
a cambiar la dependencia emocional que confundía a la persona del líder con el
“Ideal”, buscando consolidar ideales que reposen en “relaciones racionales”, en
el marco de consensos instituidos. Esto permitiría aceptar las “similitudes en
las diferencias”, principio básico de los grupos abiertos. En próximas notas
intentaremos pensar el porvenir de esta nueva ilusión.
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