miércoles, 8 de noviembre de 2023

SIN ILUSION NO HAY QUIEN VIVA

 Psicología social: de la ilusión al cambio

Sin ilusión no hay quien viva

(acerca de las vicisitudes de la identidad grupal)

Por Alberto Farías Gramegna

textosconvergentes@gmail.com

De ilusión también se vive” - (dicho popular)

“Es difícil liberar a los necios de las cadenas que veneran”- Voltaire

N

o hay poder capaz de unir más fuertemente a las personas que la ilusión grupal como sostén de una “identidad de pertenencia”. La psicología social nos muestra la importancia del “Ideal” como convocante colectivo que uniforma al conjunto detrás de la vivencia de ser parte de un todo trascendente y poderoso. El “nosotros” de la tribu ante el “ellos”, el otro “diferente”, extraño a mi divisa endogámica, por razones ideológicas, religiosas, deportivas, artística, territoriales, sexuales, étnicas o simplemente por casualidad histórica.

En los grupos sociales, sean pequeños o grandes, los líderes -más allá de sus personalidades y estilos- suelen ser depositarios de esa idea “maravillosa” que representa el “ser parte de…”. Ese Ideal es mucho más intenso y mágico -además de refractario a cualquier reflexión crítica- durante el periodo fundacional (llamado “fase instituyente”) de un grupo, partido, club, etc.

Y más aún será esta actividad acrítica del “fan”, de auto convencimiento y “verdad ostensible”, si se establece un "enemigo" externo (el otro diferente) contra el que -supuestamente- hay que luchar para defenderse. ¿Pero, defenderse de qué...? Pues, de que los otros diferentes cuestionen mi certeza y hagan trastabillar mi ilusión. Es esta una etapa en la que los grupos, buscando seguridad y pertenencia, pueden producir o ser seducidos por los liderazgos de estilos autoritarios y demagógicos, que entran dentro del calificativo general de "paternalistas" cuando se refieren a una micro organización y de “populistas” si se agrega una acción de carácter macro-político-social-, porque funcionan reforzando la idea de padres protectores e hijos protegidos.

El líder, en esos casos, es fuerte, decidido, todo lo sabe, es poco afecto a discutir ideas, porque hay una sola manera de hacer las cosas: la de él. Protege y da seguridad a cambio de que no se cuestione su autoridad. Lo potente muda en promesa de omnipotencia.

Así, el grupo delega su facultad crítica a cambio de tranquilidad y seguridad. La fuerte ilusión que los reúne refuerza los mecanismos de acatamiento, fascinación, ingenuidad y negación. Por su parte este tipo de liderazgo suele manipular con un doble discurso: llama a participar mientras decide autonómicamente. El mensaje de fondo es "participen…pero de mi idea". Algo muy diferente de la dinámica que se establece en el verdadero protagonismo grupal.

Nada es para siempre

Con el paso del tiempo y por distintas razones contextuales (pérdida de poder, pragmatismo, engaño, cambio de convicciones, renuncia al rol, enfermedad, promesas incumplidas, etc.) este tipo de liderazgo omnipotente se desgasta, pierde influencia y el líder comienza a alejarse de ser el soporte de aquel Ideal que encarnaba. Si esto ocurre, la Ilusión entra en crisis y con ella su portador, el líder, que iniciará una relación conflictiva y agónica con el grupo. La sucesión entonces da lugar al conflicto entre quienes pretendan sucederlo y heredar la ilusión de encarnar el Ideal del grupo.

El cambio de las circunstancias externas, la modificación eventual de la imagen del “enemigo” o su cambio por otro destinatario, puede favorecer esta crisis y tal vez, si es intensa, el cuestionamiento del antiguo Ideal. De ser así, suele acontecer una gran desazón y desvalimiento grupal, porque cada integrante depositaba una parte importante de su identidad personal en ese Ideal. En uno de sus textos paradigmáticos - “Psicología de las masas y análisis del Yo”- Sigmund Freud precisamente sostiene esta explicación anclada en el mecanismo típico de la dinámica inconsciente “proyección-introyección”. El sujeto “proyecta” parte de su Yo en la figura del Ideal y con ello se hermana al identificarse con su semejante inmediato que lo transforma en “fan” del líder y por eso muda de ser ajeno a ser “uno de los nuestros”, parte de la tribu que lo contiene en su nueva identidad de pertenencia. La expresión “soy…” tal o cual, muestra la pertenencia expresada como el mismo ser-en-el-mundo. El fanatismo de los adoradores de ídolos de toda especie o las sectas son ejemplos extremos de la enajenación de la identidad personal, disuelta en la identidad tribal.

Nos habíamos amado tanto: la caída de la ilusión

Cuando un sistema de ideas no se transforma críticamente por maduración racional de las ideas -por ejemplo, cambio real de las condiciones materiales, cambio de circunstancias de época, etc. y con el protagonismo maduro y realista del conjunto- se derrumba bruscamente en dramática desilusión.

Por lo contrario, esto no suele ocurrir con liderazgos racionales y no manipuladores, es decir donde prima la razón, la juridicidad y la pluralidad de identidades, por sobre la magia ilusoria.

Pero volvamos al ejemplo freudiano. Al principio, aquella “des-ilusión” ante la defección del Ideal, es también refractaria a la crítica y tiende a dispersar y deprimir, apareciendo la vivencia de miedo y confusión que puede llegar hasta el “pánico”, palabra derivada de la mitología, y que está ligada a la idea de un grupo que se dispersa ante la desaparición de su líder. Lo que en el inicio de la ilusión fue “bueno” cambia y aparece ahora como asociado a lo “malo”, una tabla rasa donde puede ser depositada toda la bronca por la frustración.

Las etapas del proceso “des-ilusorio”

La desilusión en una primera etapa viene acompañada de escepticismo, parálisis, necedad, depresión, desvalorización de las propias virtudes, egoísmo, y solo después aparecerá la bronca hacia el afuera y reproches hacia el líder caído, por lo que “no quiso, no pudo o no supo” y que mudará en “chivo expiatorio” de todas las frustraciones, tenga o no culpa real por sus aptitudes o convicciones.

El grupo desilusionado, con dudas hacia el valor de aquel Ideal, tiende a debilitar su ética e inicia una huida, unos hacia el refugio del individualismo y el aislamiento y otros hacia la búsqueda de una nueva Ilusión corporativa, en un intento (no siempre consciente) de “defenderse de la indefensión” en que lo dejó aquel caído paternalismo demagógico. Hace ya muchos años, al respecto escribía el recordado periodista José María Pasquini Durán: "Cuando la sociedad abandona las normas que la constituyen en comunidad, tiende a reorganizarse en tribus reunidas alrededor de las herencias culturales y los grupos de pertenencia. En esas tribus vuelven a reproducirse los racismos, las intolerancias, las guerras absurdas, las violencias estériles revanchistas o vengativas. No importa si las tribus se definen por la etnia, la religión o la pertenencia al country, en todas ellas el primer paso habrá sido el desprecio por el orden político, al que conciben como burocracia autoritaria y corrupta".

Un camino mucho más difícil pero edificante y saludable es intentar sostener lo que he dado en llamar "ilusión racional transformadora", basada en el dialogo, la diversidad y el pluralismo que, va de suyo, no exime del conflicto en la confrontación de miradas e intereses, pero situada lejos de las deletéreas características filosóficas del Ideal absoluto que confunde dramáticamente a la figura misma del líder con la escala axiomática de valores propios del dogma.

La racionalidad de los roles de dirigentes y dirigidos, algo poco frecuente -sea en una empresa o en una comunidad- si se logra, permite una comunicación propositiva de ida y vuelta facilitando a largo plazo la consolidación institucional de liderazgos racionales y democráticos, que alientan el protagonismo responsable y la creatividad en el marco de la libertad personal y del respeto a las leyes. Porque finalmente sin ilusión (y sin Ley) no hay quien viva.

URL de la imagen:  https://www.consumer.es/app/uploads/2019/07/img_ilusion-espanoles-hd.jpg

 

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