jueves, 7 de septiembre de 2023

PENSAMIENTO DOGMATICO E IDENTIDAD TRIBAL


        El pensamiento dogmático 
y la identidad de pertenencia tribal


por Alberto Farías Gramegna



“Cuando nuestra identidad social con el grupo es fuerte, aparece el tribalismo. En esta situación, generamos un comportamiento tribal a partir de nuestra pertenencia a uno u otro grupo, que se manifiesta de diversos modos protegiendo nuestra pertenencia.” -Guadalupe Nogues


Lo hemos dicho en el título de este libro: entre el árbol y el bosque, dos caras de una misma moneda, hay una relación compleja de condicionamiento mutuo, una dialéctica inextricable, que se suele ignorar cuando una de las dimensiones intenta explicar la “innecesaria” presencia de la otra. Los prejuicios personales vinculados con situaciones contingentes, intereses inmediatos y de autoestima, suelen impedir una lectura amplia de la complejidad del bosque, que tiende a ser multicausal y relativa, casi nunca absoluta. En cambio, cuando el prejuicio deviene de las creencias generales acerca de “cómo es el mundo” y de “cómo debiera ser” (sic), se instala en el sujeto una lógica maniquea, donde el bosque ideológico disuelve la materialidad concreta e inmediata del árbol cotidiano de mis necesidades y prejuicios y derechos de libertad como persona indivisa.


El ejemplo paradigmático de la estructura lógica del dogma es el pensamiento “místico-religioso”, y en particular sus variantes fundamentalistas extremas, que involucran a la totalidad de la vida privada del sujeto. Todo el comportamiento público y privado queda regulado por los estrictos rituales del dogma que regulan cada gesto, costumbre y pensamiento íntimo del creyente.


Similar proceso se observa en los fanatismos derivados de los credos ideológicos dogmáticos en sus expresiones sociopolíticas y culturales. Discursos de moralidad normativa sobre sociedad, ecología, sexualidad, género, política, educación, nacionalismo, moral y conducta, etc. Así la Idea del Todo y de la Comunidad que envuelve la identidad individual, anula la realidad de la parte y del individuo real, único centro posible de la dignidad de libre consciencia del ser y el existir.


Sigmund Freud, en su clásico “Psicología de las masas y análisis del Yo”, había desarrollado un esbozo del mecanismo grupal de identidad de pertenencia. Esta mirada teórica con arreglo a las categorías conceptuales del psicoanálisis sostiene que el sujeto transfiere parte de su Yo a un Ideal que lo trasciende (un líder, una idea) y unifica con los otros “fans” y así se iguala con su semejante de tribu de pertenencia. Lo vemos claramente en los seguidores de un club deportivo, un partido político, etc.


Volviendo al pensamiento dogmático, en política por ejemplo,  suele ceder a la tentación de sumarse a colectivos imaginarios, en los que prevalece un reduccionismo conceptual inmediatista, y en los que la cercanía agobiante de la interpretación unicausal de los hechos hace que el bosque del discurso ideológico tape la complejidad del árbol personal, tal como por ejemplo en los relatos de populismos de izquierdas y derechas, que predican consignas mesiánicas y demagógicas sobre las personas y las cosas en nombre de premisas supuestamente altruistas de justicia y/o de orden, que lucen bien a los nobles ideales o a las buenas intenciones de quienes andan por la vida buscando una causa que les ayude a encontrarse a sí mismos a partir de una identidad ideológica, y más allá de la legitimidad ético-moral de algunos ideales.


Fruto de insomnios extemporáneos, aquellas consignas suelen terminar a menudo en siniestras noches de lamentables pesadillas sociales. Sin embargo, un segmento de muchas sociedades -y la nuestra no escapa a ello- parece no querer enterarse de aquello y resulta protagonista recurrente de una curiosa y dramática contradicción: es a la vez dogmática-populista y escéptica-agnóstica, sin que parezca notar ese extraño sincretismo que por definición debiera ser incompatible, ya que el dogmático es por fuerza, un creyente en la letra, mientras que el escéptico duda y desconfía de los textos formales y las recetas morales. El uno es rígido, el otro flexible; el primero absoluto, el segundo relativo.


Pero en los colectivos de opinión señalados convergen en simultáneo estas dos actitudes ante una diversidad de temas sociales y políticos, aunque hilvanados siempre por la creencia implícita en un fuerte asistencialismo omnipresente.

La esencia resultante de esa curiosa porción sociocultural es un oportunismo de matriz populista y humor social inestable, ambiguo y rara vez éticamente asertivo. Tal es esa singular variante mágica que constituye lo que se conoce en psicosociología como un sesgo del “carácter nacional”, fruto de la historia de reemplazar la cruda realidad adulta, en donde todo tiene su precio en trabajo productivo y esfuerzo personal, por la fantasía de la eterna gratuidad estatal propia de un naturalismo edénico.


Al igual que el ciudadano de la antigua Roma, -Tito Livio dixit- el de nuestro ejemplo no puede soportar “los vicios que critica, ni sus remedios” cuando alguien sensato por fin pretende aplicarlos.  Es que tal vez solo al tomar debida distancia a veces del omnipresente árbol narcisista de la “opinión personal” (sic) y otras del agobiante y discursivo bosque ideológico, pueda percibir la complejidad variopinta de una realidad compleja a veces complementaria y otras veces excluyente.

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