viernes, 8 de septiembre de 2023

Ilusión grupal; creencia y disonancia



 Ilusión grupal: creencia y disonancia 

(Nos habíamos amado tanto)


El presente artículo está incluido en el libro "El árbol y el bosque" , de próxima edición en España


 "Íbamos a cambiar el mundo, pero el mundo nos cambió a nosotros" - Gianni, en el film “C'eravamo tanto amati” (Nos habíamos amado tanto)

Lo que la Psicología Social denomina “ilusión grupal” es un fenómeno psico-sociocultural muy contagioso, (como también se observa en el comportamiento del “hombre-masa”) especialmente presente en los grupos cerrados y sectarios, integrados por sujetos reunidos en torno a creencias megalómanas de trascendencia sociopolítica o de misticismo cuasi religioso.

De formidable poder cohesionarte del colectivo de prosélitos, esta ilusión se apoya en cuatro pilares: a) la fantasía de una idea maravillosa y omnipotente de bienaventuranza popular eterna a la que hay que alcanzar con lucha y sacrificio; b) un relato seudoideológico perfecto y totalizador que justifica la fidelidad a la causa militante y nivela a los seguidores al indiscriminarlos entre sí, etiquetados como compañeros de una fe; c) un enemigo que se supone poderoso y conspirador, de mil caras diferentes, pero que compartirían un pensamiento similar de oposición crítica a las ideas redentoras del grupo y d) un mesías corporizado en la figura divinizada de un amado líder carismático, cuya palabra impoluta reemplaza a la de todos los demás. No otra cosa es, por ejemplo, la esencia psicosocial del paternalismo populista sea del signo que se pretenda a sí mismo.

La estructura psicológica común de estos colectivos aglutinados por los clichés en los que se realimenta el relato de la realidad es rígida, dogmática y no tolera la incómoda incertidumbre que deviene de las cogniciones disonantes del “nosotros somos”, que no debe confundirse con el “ellos son”. Es por tanto no otra cosa que lo que sociológicamente llamamos “la lógica de la tribu”, sea macro o micro social: nacional, territorial, vecinal, política, religiosa, étnica, cultural, sexual, en fin ideológica y corporativa en general.

Ilusión, creencia y disonancia. La “ilusión negadora”

La “disonancia cognitivo-emocional” investigada experimentalmente en 1959 por León Festinger y Merril Carlsmith, hace referencia a la falta de armonía interior en un sujeto al tener que mantener simultáneamente dos pensamientos que se hallan en conflicto entre sí, lo que genera un importante e incómodo nivel de tensión en la red sistémica de cogniciones (ideas, creencias y emociones). Al surgir una percepción que implique incompatibilidad entre una creencia y una cognición evidente que la contradice. Las investigaciones demostraron que para disminuir o neutralizar esa molesta disonancia, el sujeto se autoengaña, construyendo una “ilusión negadora” que distorsiona lo que se percibe como contradictorio, para que coincida con lo que cree o debe expresar ante una presión externa, y así conformarse refugiándose en una mentira frente a esa tensión que no tolera. En otras palabras, una cosa es lo que desea que ocurra y otra muy diferente es lo que ocurre ante sus ojos: entonces si no existe lo inventa recreando la realidad real y reemplazándola por una realidad ficticia, a la que se allana para terminar creyendo su propia mentira.

Ante la evidencia de un hecho disonante, la percepción del prosélito buscará una explicación sencilla en línea con la base ideativa del paradigma endogámico en el que vive alienado: “todo es producto de la acción intencionada del enemigo de nuestra Causa”. No es lo que parece, porque la Verdad está escondida detrás de lo aparente, a la espera de ser desvelada. Dudar sería aceptar el peligro del derrumbe de la certeza en la “Idea” y disolverse como sujeto-parte en medio del pánico por la pérdida de la identidad transformado en sujeto-individuo, a merced de inteligirse a sí mismo en soledad. Algo que exigiría un Yo fuerte y autosuficiente como para aceptar la incertidumbre por la falta del mito de un Destino. Al igual que los sujetos del experimento de Festinger, el proselitista -a la vez que elitista como integrante de una minoría iluminada- intentará disminuir la disonancia entre lo que cree y lo que ve, reforzando sus convicciones cada vez más renuentes a aceptar lo que percibe y acomodando de manera reaccionaria esa percepción de lo real. El proceso de distorsión de la realidad se realizará en tres pasos, desde luego no conscientes: a) deconstrucción de los hechos objetivos b) reacomodamiento causal de los mismos y c) interpretación de los “nuevos” hechos construidos en dirección del reforzamiento de la ilusión original.

La ilusión de un porvenir y sus vicisitudes: nos habíamos amado tanto.

Cuando en 1927 Sigmund Freud escribía “El porvenir de una ilusión”, en referencia a las creencias religiosas y sus representaciones, señalaba la condición ilusoria y su característica inherente vinculada inconscientemente al deseo humano. Con arreglo a esta teoría, esa condición podría aplicarse a cualquier creencia vinculada a la identidad del sujeto y por tanto a la relación entre un creyente de cualquier doctrina o dogma (político, social, artísticos, místico, etc.) y su representación en una idea-fuerza inherente a un Ideal o personificada en un líder que la encarne.

Ahora bien, ante la eventual caída catastrófica, por ejemplo, de un liderazgo hipnótico y demagógico, envuelto en el peor de los descréditos, supongamos el de la estafa moral, genera en sus “fans”, auténticos seguidores “creyentes” -para diferenciarlos de los seguidores “cínicos”, que los hay en todo colectivo de intereses- primero un sentimiento de negación y luego de desamparo, frustración y depresión por un tiempo. Estos sentimientos suelen mudar al cabo de un lapso en un malestar expresado en desconfianza y rivalidad entre los pares, pero no aún para con la figura del líder que se intenta preservar: protegiendo al líder cada prosélito se autoprotege, ya que no se queda sin la última ratio de la ilusión colectiva.

En esta etapa, ninguna autocrítica de los pares será bien tolerada porque es vista como irreverente y peligrosa. Surge así un creciente nivel de reproches mutuos y una sensación de tristeza nostálgica por el tiempo idílico en que tanto se habían amado bajo la manta protectora de la figura fascinante y todopoderosa, que protegía y arropaba, premiando la sumisión y la fidelidad incondicional y castigando con mano firme y despiadada a los díscolos e infieles. Este comportamiento es estadísticamente normal durante los meses del “período de duelo” por los efectos reales de las pérdidas y la conmoción de la identidad personal, que, al quedar sin el referente colectivo, se vuelve hacia el sujeto para interrogarlo en su mismidad, ya que en su endeble individualidad crítica no atina a mirar el escenario desde fuera de su lógica sincrética.

Pero si se prolonga indefinidamente estaremos ante una esclerotización de la cultura endogrupal, a modo de resistencia patológica melancólica a aceptar el duelo por la pérdida de la ilusión primigenia y que ahora amenaza al ser que se sostenía sobre la identificación ideológica del “todos nosotros” contra el “todos ustedes”, ya que la lucha y la confrontación con los diferentes proporcionaba identidad-en-la-acción militante. Antes, en la endogamia sin palabra propia, era hablado por el líder exitoso; ahora, en el destierro del duelo melancólico acefálico aún escucha los ecos de aquella voz, que en la oquedad de la pérdida añora los tiempos idealizados en que se habían amado tanto. 

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