domingo, 10 de septiembre de 2023

EL VALOR DE LAS PALABRAS

 

El valor de las palabras

por Alberto Farías Gramegna

textosconvergentes@gmail.com

“Las palabras significan exactamente lo que yo quiero que signifiquen (…) La cuestión -remató Humpey Dumphy- es quien manda aquí.” - Alicia en el país de los espejos.

“Si las palabras no son cosas, ni los mapas el territorio mismo, entonces, obviamente, el único vínculo posible entre el mundo objetivo y el mundo lingüístico debe hallarse en la estructura, y solamente en la estructura” - Alfred Korzybski

Cuando Antoine de Saint-Exupéry le hace decir al mágico niño protagonista de “El Principito” “Si le pido a un general que vuele y el general no vuela…¿de quién es la culpa, del general o mía?”, el gran escritor, aviador y humanista francés, desaparecido en una misión de combate durante la Segunda Guerra Mundial, nos alerta sobre la cuestión de lo arbitrario de la comunicación humana, y de paso, sobre la necedad y el absurdo de los liderazgos autoritarios.

Las cosas son como son, más allá de los deseos imaginarios de las ideologías y de las insensatas idolatrías enajenadas de ocasión. Aceptando el principio polisémico del lenguaje y el valor significativo del contexto en el que “algo es dicho por alguien”, lo innegable es que la sintaxis gramatical, la semántica y la pragmática tienen en el análisis semiótico una importancia propia especial que denota y connota el límite de una interpretación contextual.

Por ejemplo: “fascismo” no es cualquier expresión autoritaria, discriminatoria o reaccionaria; “oligarca” no alude a una persona cualquiera que tenga una importante renta y una buena calidad de vida; “cipayo” no refiere a un ciudadano que valore o alabe buenas costumbres de otros países; “enemigo” no denota a un congénere sólo por tener ideas diferentes sobre cómo organizar la sociedad, etc. Así podríamos seguir mucho tiempo, porque hoy, en nuestra sociedad globalizada, aquí o allá, todo aparece mezclado, como en el tango “Cambalache” hasta lograr que las palabras nada expresen y que finalmente signifiquen como quería Humpty Dumpty lo que quiere el que manda”. 

La “posverdad”

A esto habría que sumar el epifenómeno relativista de la “posverdad”. La RAE la define como una distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. A partir de una creencia, un deseo o simplemente una intencionalidad interesada, se avanza en la creación de una corriente de opinión orientada a la manipulación mediática, que empatiza en determinados colectivos sociales con lo que se conoce como “sesgo de confirmación”: sobre lo que suele aparecer como una “media verdad” se construye la seudo certeza que confirma lo que Miguel Wiñazki llamó “la noticia deseada”. Hoy -como en la guerra- la primera víctima es la verdad. La clave para salir de la encrucijada que muestra a la verdad sesgada tantas veces como personas pretendan poseerla, y por tanto a la misma realidad partida en otras tantas interpretaciones, reside precisamente en este último concepto: la interpretación que está en el medio del relato de los hechos objetivamente acaecidos. Y es el orden secuencial en la interpretación de ese “relato” el que nos habla del posicionamiento axiológico e ideológico del relator.

La verdad como la mujer del César

Ya hace mucho tiempo que la teoría de la Programación Neurolingüística, (PNL) sostiene que cada uno de nosotros tiene una experiencia del todo personal y subjetiva de la realidad, a partir, de su propia estructura del “mapa del mundo” que confunde con “el territorio”, tal como explicó creativamente en “Sciencie and Sanity”, (1933) Alfred Korzybski, el fundador de la Semántica General.

Si yo digo, por ejemplo: “Esas personas se manifiestan en mi contra porque me rechazan y por eso quieren difamarme”, es muy distinto a si dijera “Hice cosas que me difaman ante esas personas, por lo que me rechazan...”. Pareciera lo mismo, pero no lo es. Y aquí, recíprocamente con el célebre reproche de César a su mujer Pompeya Sila, no basta con parecer, sino que también hay que ser.

Ser y parecer

Ser y parecer, ¿Qué va primero? André Guide plantea la cuestión tan enraizada en nuestra comunidad vernácula de si hay que ser para luego parecer o se debe parecer primero para poder ser lo que se parece. Creo que en el nodo de esta aparente trivialidad esta la presencia del “Otro” y su mirada judicativa, el semejante-diferente en el conjunto genérico de la cultura. Como dijo Jean Paul Sartre “El infierno es la mirada del otro”.

En nuestro ejemplo, ¿dónde reside la diferencia? Respondo que en la secuencia causa-efecto y su interpretación valorativa. Causalidad y axiología (valores-moral-ética) determinan al unísono un proceso interpretativo en función de cómo se ubican en la cadena sintáctica y la connotación cognitiva que producen, así como su correlato emotivo placentero o displacen tero, provocando en cada uno un reforzamiento de las convicciones, que por fuerza de congruencia tienden a autojustificarse como “naturales”. De tal suerte -exceptuando la “mala fe” del que miente o distorsiona intencionalmente- el sujeto que percibe un hecho interpreta con una dosis mayor o menor de alienación a su propia situación interesada que lo limita en su libertad para descentrarse en la secuencia del otro diferente.

Dime como piensas…y te diré que mundo te cabe.

El modelo mental de organización social previo, actuando como referente práctico o como sistema ideológico refrenda y legitima luego aquel proceso interpretativo. Por eso vemos “cosas” distintas al mirar los mismos objetos interactuar, y así sacamos seguidamente diferentes conclusiones causales y valorativas de esos procesos que, aunque ocurren con una dinámica propia objetiva -es decir espaciotemporalmente por fuera de nuestra subjetividad- sin embargo, los ordenamos en secuencias disímiles a la hora de evaluarlos. Los sesgamos con arreglo a nuestras preferencias “lógicas” consecuencia no de una evidencia trascendente sino de nuestra escala valorativa y necesidad emocional “ad hoc”.

Cuando esta dialéctica resulta extrema se hace irreductible a la contrastación alternativa y surge la “polémica” (confrontación de posiciones imaginarias opuestas por sobre el análisis de la tensión suplementaria o complementaria de intereses legítimos). En tanto que un camino diferente hacia el esfuerzo por descentralizar las ideas por parte de los protagonistas los llevaría a un “debate” de fundamentaciones capaz de flexibilizar posiciones y explicitar intereses, lo que muda el dilema insoluble y lo transforma en problema soluble. La etapa final de este segundo camino es el acercamiento de intereses comunes y la negociación de aquellos particulares. El común denominador lleva de lo abstracto a lo concreto, del dilema al problema y de éste a encontrar la solución, potenciando el valor de las palabras.

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