Vicisitudes del hombre de a pie…
Por
Alberto Farías Gramegna
“Los lugares
contingentes nos determinan, pero los permanentes nos sobredeterminan” Heriberto
Murel
E
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l “hombre de a pie” es tal en
tanto civil que transita anónimo con la libertad que le da su derecho
ciudadano. La calle es el espacio comunitario donde se realizan las
transacciones sociales cotidianas, por lo que
resulta el paradigma del espacio público.
Los entornos materiales y las
situaciones de rol en el plano socio-laboral son en gran medida los
codeterminantes de la conducta humana normatizada. La gente responde en los
espacios públicos (más allá del espacio personal y familiar) con arreglo al
“personaje de rol” que se asigna y le es atribuida y esta calidad lo determina
en su acción. De tal suerte, por ejemplo, el peatón criticará al conductor y
éste a su vez difamará al peatón. De igual manera el transeúnte libre se quejará
del manifestante que lo detiene en su circulación, y éste verá al primero como
un ser individualista que reacciona poco solidario, aunque al mismo tiempo
quisiera conquistar su adhesión en apoyo de su causa.
En los últimos años ese espacio
civil con frecuencia suele verse interferido por una dimensión que le es ajena:
la corporativa, devenida en protesta callejera. Así, el transeúnte se fastidia
frente al “hombre corporativo” que, a la sazón, se constituye en un ámbito que
por definición es anónimo y libre.
Sucede que la comunidad -huérfana
de un Estado que regule con eficacia por vía del derecho los conflictos sectoriales-
procede a sacar sus demandas a la calle, bajo la forma de “acción de protesta”.
Día a día vemos marchas de las
parcialidades más diversas que acuden ante edificios estatales a reclamar lo
que consideran sus derechos, intentando de tal suerte hacer valer y difundir sus
reivindicaciones.
Para “el hombre de la calle” el
“otro corporativo” aparece en el escenario público no como individuo, sino como
parte de una masa amorfa (“hombre-masa”) , entidad gregaria con identidad
grupal encarnada en siglas, banderas y pancartas que hablan de una pertenencia
excluyente para el que mira, ubicándolo como espectador extrañado, excéntrico a
la significación del evento. Parado en una esquina, impedido de circular o
simplemente curioso, soy ajeno aunque entienda los motivos.
El hombre de la calle vivenciará
la protesta con extrañamiento afectivo: no es problema mío, yo no soy ese que
declama, ni lo seré, se convence a modo de defensa contra la perturbación de la
neutralidad de la calle. Por eso se enajena en el obstáculo que los marchantes
ponen en su camino habitual hacia lo cotidiano de su vida, y expresa luego distancia,
enojo o quizá indiferencia en el marco de la anécdota que por su recurrencia
parece mudar a la norma.
Cuando el conflicto laboral o
sociocultural deja de serlo a intramuros
de la organización que lo generó produce un segundo malestar, el del hombre de
la calle, que se suma al malestar primario de aquellos que protestan. Dijimos
que la calle es el territorio natural del ciudadano en su faceta de persona
civil y es aquí donde aparece el clásico y simplista dilema acerca del derecho
de “los unos y los otros”, que todos los medios reflejan. El hombre de la calle
mira pasar al hombre de la corporación
de turno y -aún reconociendo la justeza de sus derechos y reclamos- pide que no
se limiten o alteren los suyos. El fondo de esta confrontación añadida, es -en
opinión de H. Murel en su texto “El orden de las cosas”- el síntoma de una
“intrusión territorial”, un desajuste de pertinencias habituales, una
alteración del ordenamiento público que trastoca la presunción de normalidad,
(que no es otra cosa que la percepción de las rutinas).
Desde otro ángulo de análisis,
es cierto que el derrame virulento de lo corporativo en lo público resulta del
avance protagónico de la comunidad
(compuesta básicamente por sectores de intereses) sobre las huellas de la
carencias de la sociedad (el
Estado). Seguramente la mayoría de estos problemas no se desarrollarían hasta
“salirse de madre” si las instituciones públicas y privadas funcionaran con
arreglo al respeto de las leyes y en consecuencia premios y sanciones hicieran
real la manida idea de justicia. Pero esto es ya otra cuestión que excede el
objetivo de esta nota. Así de complicado. Vicisitudes del hombre de la calle.
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