miércoles, 17 de julio de 2019

Vicisitudes del hombre de a pie...

Serie Homo urbanus...

Vicisitudes del hombre de a pie…
Por Alberto Farías Gramegna


“Los lugares contingentes nos determinan, pero los  permanentes nos sobredeterminan” Heriberto Murel
E

l “hombre de a pie” es tal en tanto civil que transita anónimo con la libertad que le da su derecho ciudadano. La calle es el espacio comunitario donde se realizan las transacciones sociales cotidianas, por lo que  resulta el paradigma del espacio público.
Los entornos materiales y las situaciones de rol en el plano socio-laboral son en gran medida los codeterminantes de la conducta humana normatizada. La gente responde en los espacios públicos (más allá del espacio personal y familiar) con arreglo al “personaje de rol” que se asigna y le es atribuida y esta calidad lo determina en su acción. De tal suerte, por ejemplo, el peatón criticará al conductor y éste a su vez difamará al peatón. De igual manera el transeúnte libre se quejará del manifestante que lo detiene en su circulación, y éste verá al primero como un ser individualista que reacciona poco solidario, aunque al mismo tiempo quisiera conquistar su adhesión en apoyo de su causa.
En los últimos años ese espacio civil con frecuencia suele verse interferido por una dimensión que le es ajena: la corporativa, devenida en protesta callejera. Así, el transeúnte se fastidia frente al “hombre corporativo” que, a la sazón, se constituye en un ámbito que por definición es anónimo y libre.

Sucede que la comunidad -huérfana de un Estado que regule con eficacia por vía del derecho los conflictos sectoriales- procede a sacar sus demandas a la calle, bajo la forma de “acción de protesta”.
Día a día vemos marchas de las parcialidades más diversas que acuden ante edificios estatales a reclamar lo que consideran sus derechos, intentando de tal suerte hacer valer y difundir sus reivindicaciones.
Para “el hombre de la calle” el “otro corporativo” aparece en el escenario público no como individuo, sino como parte de una masa amorfa (“hombre-masa”) , entidad gregaria con identidad grupal encarnada en siglas, banderas y pancartas que hablan de una pertenencia excluyente para el que mira, ubicándolo como espectador extrañado, excéntrico a la significación del evento. Parado en una esquina, impedido de circular o simplemente curioso, soy ajeno aunque entienda los motivos.
El hombre de la calle vivenciará la protesta con extrañamiento afectivo: no es problema mío, yo no soy ese que declama, ni lo seré, se convence a modo de defensa contra la perturbación de la neutralidad de la calle. Por eso se enajena en el obstáculo que los marchantes ponen en su camino habitual hacia lo cotidiano de su vida, y expresa luego distancia, enojo o quizá indiferencia en el marco de la anécdota que por su recurrencia parece mudar a la norma.
Cuando el conflicto laboral o sociocultural  deja de serlo a intramuros de la organización que lo generó produce un segundo malestar, el del hombre de la calle, que se suma al malestar primario de aquellos que protestan. Dijimos que la calle es el territorio natural del ciudadano en su faceta de persona civil y es aquí donde aparece el clásico y simplista dilema acerca del derecho de “los unos y los otros”, que todos los medios reflejan. El hombre de la calle mira pasar al  hombre de la corporación de turno y -aún reconociendo la justeza de sus derechos y reclamos- pide que no se limiten o alteren los suyos. El fondo de esta confrontación añadida, es -en opinión de H. Murel en su texto “El orden de las cosas”- el síntoma de una “intrusión territorial”, un desajuste de pertinencias habituales, una alteración del ordenamiento público que trastoca la presunción de normalidad, (que no es otra cosa que la percepción de las rutinas).
Desde otro ángulo de análisis, es cierto que el derrame virulento de lo corporativo en lo público resulta del avance protagónico de la comunidad (compuesta básicamente por sectores de intereses) sobre las huellas de la carencias de la sociedad (el Estado). Seguramente la mayoría de estos problemas no se desarrollarían hasta “salirse de madre” si las instituciones públicas y privadas funcionaran con arreglo al respeto de las leyes y en consecuencia premios y sanciones hicieran real la manida idea de justicia. Pero esto es ya otra cuestión que excede el objetivo de esta nota. Así de complicado.  Vicisitudes del hombre de la calle.

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