Sensatez y sentimiento…
(función de las creencias en la razón y la emoción)
Por Alberto Farías Gramegna
“En
este mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del
cristal con que se mira”- Ramón
de Campoamor y Campoosorio.
E
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n gran medida sentimos y vivimos como pensamos. Con frecuencia me impresionaba (y me sigue impresionando) observar
cómo personas inteligentes se adherían (y se adhieren) a todo tipo de creencias
sin mediar evidencia o siquiera pedir alguna razón para creer en ellas. Es que insistir en un comportamiento a partir
de una creencia errónea y nunca plantearse si aquella pudiera ser errónea o
aludir a un inexistente, es propio de lo humano. Años después de haber
sobrevivido a una educación académica institucional más centrada en fundamentos
ideológico-voluntaristas y filosóficos que científicos, leo con placer a
Violaine Guéritault: “La psicología moderna comprendió por fin que el psiquismo
no era un parque de diversiones en el cual uno puede permitirse enunciar
seudoverdades sin tener pruebas tangibles de lo que se postula”.
Sin duda, como enfatiza López Rosetti, “el corazón decide,
la razón justifica”, (lo que la Psicología clínica llama mecanismo de
“racionalización”) ya que somos seres emocionales, con capacidad de razonar (a
veces). Un ejemplo es la trama psicosocial de la novela de Jane Austen “Sense
and Sensibility” (Sensatez y Sentimiento), llevada al cine magistralmente por
Emma Thompson.
Pero aquí vale preguntarse: ¿Cómo y a partir de qué decide
el corazón? Y la respuesta apunta a las creencias que modelan valores. Si creo,
por ejemplo, que la institucionalidad del Estado de Derecho es garantía de
convivencia en libertad, el respeto a la Ley será para mí un valor positivo, y
su transgresión generará culpa o indignación, que son dos componentes
emocionales. El corazón finalmente es sujeto de la razón normativa, es decir
parte de un sistema de ideas congruentes asociadas con coherencia interna, lo
que no garantiza que siempre sean ciertas o comprobables, (a pesar del
relativismo subjetivista y escéptico expresado por Campoamor), deseables y
constructivas o indeseables y destructivas para propios y terceros. Ya se sabe
que “el hombre ideológico” no habla, es hablado por el texto sagrado.
Pensamiento y
acción
El significado de las concepciones se debe
buscar en sus repercusiones prácticas. La función del pensamiento es guiar la
acción. Para W. James y C.S Peirce, padres del Pragmatismo, la verdad se debe
examinar preeminentemente por medio de las consecuencias prácticas de una
creencia. Sabemos que basta con un enlace
emocional empático a un sistema ideológico, una causa, discurso, relato,
doctrina o mito, para transformar pasión en verdad y verdad en cosmovisión
excluyente. Para el psicólogo Albert Ellis, creador de la TCRE (Terapia
Conductual Racional Emotiva), en algún aspecto antecedente de la actual PNL (Programación
Neurolingüística): “Las creencias irracionales se cambian mediante un esfuerzo
activo y persistente para reconocerlas, retarlas y modificarlas”, porque ya lo
sabía Einstein cuando sentenció que resulta más fácil desintegrar un átomo que un
prejuicio. Mi natural desconfianza ante los
discursos dogmáticos y totalizantes, sean estos políticos, sociales, religiosos
o seudocientíficos, me llevó durante mi etapa inicial de formación profesional,
a estudiar muchos modelos teóricos en
boga por aquellas épocas; sin embargo, nunca milité en ninguna escuela, ni me
puse la camiseta de algún club identitario, porque creo que la mejor
pertenencia intelectual es tributaria de cierto eclecticismo que, sin disimular
un razonable pragmatismo, se siente incómodo con los “ismos”, paradigmas
omnicomprensivos de la realidad.
Creencias, emociones
y los cambios
El
comportamiento, objeto de estudio de la Psicología científica, implica pensamientos,
sentimientos y acciones, aspectos inextricablemente interrelacionados. Así los
cambios en uno producirán cambios en el otro. Si las personas modifican el modo
en que piensan acerca de sí mismas, de las cosas y del mundo, sentirán,
vivenciarán, de modo diferente y se comportarán por tanto de diferente forma.
Los
seis principios del pensamiento vistos desde la mirada racional-emotiva son: 1)
El pensamiento es el determinante principal de las emociones. 2) El pensamiento
“disfuncional” es la causa central del malestar emocional. 3) Sentimos en función de lo que pensamos.
Para entender un problema emocional hay que plantear el análisis de nuestros
pensamientos. 4) Factores multideterminados,
y determinantes, sociales, ideológicos, ambientales y a veces genéticos, como
cierto tipo de personalidades, están en el origen del pensamiento irracional y
la patología psicológica. 5) Sin ignorar la
influencia del pasado en la conducta disfuncional, este enfoque acentúa las
influencias presentes y 6) Las creencias puedan ser cambiadas, pero ese cambio
suele llevar tiempo y esfuerzo. Estos principios enfatizan la importancia del
factor creencial, del sesgo valorativo que el pensamiento da a una situación, del
presente sobre la actividad pasada y de lo emocional como función primordial
dependiente de la previa valoración interpretativa del pensamiento. Por ejemplo,
un pensamiento “irracional” o “disfuncional” suele generar emociones poco confortables,
desmesuradas y negativas o impulsar a actitudes antisociales y transgresoras de
normas y convenciones, validadas por las “certezas” que dan las creencias sobre
las que se apoyan esas actitudes. Tengo para mí que la actitud socrática de
interrogar con discernimiento lo presuntamente “verdadero” nos ayuda a desandar
críticamente las emociones negativas y pesimistas. Aprender a pensar distinto,
evitando dogmatismos fundamentalistas e ideologismos que nos condicionen con
prejuicios la percepción cotidiana, resulta en un sentir diferente, sin que
ello implique necio escepticismo, ni negación de lo malo o lo bueno, lo justo o
lo injusto del mundo que nos toca vivir.
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