domingo, 18 de marzo de 2018

Nada es para siempre...


Sociedad y pensamiento

Nada es para siempre
(acerca de la naturaleza del cambio)
por Alberto Farías Gramegna

“Sic transit gloria mundis”- (Efímera es la gloria del mundo)
“Cambia, todo cambia…”(Canción de JulioNumhauser)

Las teorías, las creencias, las costumbres, las ideologías, la política, las utopías redentoras, en fin la sociedades, tal como las conocí cuando estudiaba en la Facultad en los sesenta y setenta, ya son historia: el mundo ha cambiado y nosotros con él. “Volevamo cambiare il mondo e il mondo ci ha cambiato noi”, dice Antonio en el film de Scola “Nos habíamos amado tanto”. Sin embargo hay quienes aún no se han dado cuenta.
Siempre me ha sorprendido la ilusión humana de la eternidad. Los hombres parecen hacer y pensar sus obras y sus actos como si fuesen a durar para siempre, y en ese proceder terminan alienándose ellos mismos en la fantasía de la atemporalidad, que no otra cosa es la ambición de retener algún tipo de poder sobre los otros. La propia idea de “inmortalidad” (aunque tentación imaginaria de los primeros años de vida) resulta para cualquier adulto sano una fantasía agobiante. “El tiempo todo lo puede”, “Esto también pasará” son dichos populares que muestran el alivio de saber que “todo tiene su mármol y su día”, al decir del gran Machado.

Es hermoso partir sin decir adiós

Aclaro al lector que lejos de mi intención están las alegorías necrológicas o las apologías funerarias. Me encanta estar vivo y como cualquier mortal trato de prolongar lo más posible los momentos amables y felices de la vida: un brillante amanecer, el nacimiento de un hijo, la caricia del ser amado, una majestuosa melodía, el triunfo de un empeño “por prepotencia de trabajo”, diría Roberto Arlt,  la belleza adorable de una mujer (es mi opción ontológica), el placer de una lectura profunda, son entre tantas otras cosas, alegrías que agradecemos a la suerte (por azar) de estar vivos, (guardo prudente distancia agnóstica de todas las religiones) de ser, ante la posibilidad de no haber sido.
Pero lo cierto -por alivio- es que los hombres y las cosas son como el río de Heráclito, pasajeros, hijos fugaces del cambio y el reemplazo.
Vuelvo a Machado: “Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo camino, como estelas en la mar”.
Y el pasar implica cambiar, dejar de ser lo mismo para dar lugar a otra cosa. Por eso el cambio no es una opción voluntaria, es inevitable y depende de cada uno acompañarlo y enriquecerlo o resistirlo y sufrirlo dolorosamente. Alguna vez un colega me dijo “las organizaciones que no cambian a tiempo perecen”

El cambio no es opción…es inevitable

Resulta que (más para mal que para bien) las organizaciones (políticas, empresariales, educativas, etc.), al igual que los organismos vivos (que los son por estar aquellas integradas por hombres) tienden a auto preservarse por encima de sus objetivos primigenios para las que fueron creadas. Es decir, la tendencia biológica a sobrevivir “para” reproducirse en este caso toma un curioso formato: crean sus propias condiciones de reproducción de sus intercambios y prácticas que desde las rutinas instituidas resisten las propuestas de cambio.
De tal manera se inicia una “esclerotización institucional” que toma los medios como fines en sí mismos. Cuando lo instituido no acepta su temporalidad, su condición de perecedero, y pretende asumir un “ser para siempre” se transforma en un efector de reacción, en un ente reaccionario, no importa que aluda en su declaración de principios ideológicos.
Así, el cambio ya no irá adviniendo en el juego de recambio instituido-instituyente, sino que se dará al final de un desgaste total, de un proceso de deterioro agónico con formato de “catástrofe”, palabra que significa “caída del discurso”. Ya no sirven las palabras ante lo siniestro de lo real (Lacan) Cuando la realidad fuerza desmintiendo la percepción del que se pretende eterno, la negación se refugia en el discurso: “no soy viejo”, “soy imprescindible”, etc. La verdad aquí se presenta como realidad que todo lo arrastra ante la negación empecinada de seguir siendo lo que ya no se es, lo que ya no existe sino solo en la cabeza del que se aferra a la permanencia imposible.

Cambiar para preservar

No se trata de la paradoja lampeduziana tan bien puesta al descubierto en “Il Gattopardo”, donde se alertaba sobre que algo cambie para que nada cambie, sino de algo muy diferente: cambiar es aceptar la finitud del hombre y sus ideas del mundo, es adecuar las tácticas a la estrategia. Cambiar es adaptarse críticamente a los tiempos que nos toca vivir. No hay “mi época” como anterior al presente, ésta es mi época, el presente que estoy viviendo. Por eso sirve aquello de “preservo mis tradiciones, pero cambiando mis formas”. En otras palabras, mantengo mi moral, mi ética y mis valores, aunque cambie mis costumbres. La reina de Inglaterra twitea, el vaticano tiene sitio web.
Las organizaciones sabias han adoptado sistemas institucionales que prevén -como los gobiernos demorepublicanos- que los ciclos son finitos para que el recambio de los hombres preserven la continuidad del sistema que han elegido y que justifica sus roles para garantizar su libertad.
Confundir el “rol institucional” con la “persona y su personalidad” suele ser un error terrible de consecuencias dramáticas, que a la larga termina muy mal. Tal vez si los hombres aceptaran su finitud serían mejores, más buenos y racionales (sé que es una ilusión reduccionista ingenua). Tal vez si vivieran cada día como si fuera el último de sus vidas serían más honestos y espontáneos, más cordiales y respetuosos de la existencia del otro. Tal vez sea solo un comentario liviano, fruto de mi ingenuidad de “eterno idealista”, un poco niño esperanzado. Aunque para ser coherente con lo que he venido diciendo, es posible que ese idealismo se niegue a sí mismo cada vez más ante mi también frecuente escepticismo experiencial, porque, claro…“nada es para siempre”.



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