La
libertad y sus beneficios,
sus miedos y fantasmas
por Alberto Farías Gramegna
“(…) Promover el bienestar
general, y asegurar los beneficios de la libertad (…)”- Fragmento del Preámbulo de la Constitución de la
Nación Argentina.
“La libertad, cuando se le teme, muda en fantasma” - Albert Relmu
“Nos encontramos tantas veces en complicados cruces que nos llevan a
otros cruces, siempre a laberintos más fantásticos. De alguna manera tenemos
que escoger un camino.”- Luis Buñuel
En “El Fantasma de Canterville”, Oscar Wilde, nos
muestra cómo la manera de neutralizar e incluso ridiculizar a un fantasma es dejar de temerle. Años después Luis Buñuel en “Le fantôme de la liberté”,
plantea una hermenéutica de la libertad partiendo “del azar que todo lo gobierna; la necesidad, que
lejos está de tener la misma pureza, sólo viene más tarde”.
La cuestión es qué hacemos -por acción u
omisión- con la libertad a la que “estamos condenados”, diría Jean Paul Sartre.
Si dejamos de pensar la cotidiana realidad de males como el mero discurrir azaroso
de hechos anecdóticos inconexos y sin causalidad (el lugar común “es lo que
hay” expresa una resignación determinista), para entender que la libertad es la
capacidad que tenemos de ordenar las prioridades de nuestras necesidades,
descubriremos que la primera es la libertad misma para decidir aquel orden. Ante los recurrentes laberintos
que nos ofrece nuestra cotidiana realidad nacional, “de alguna manera tenemos
que elegir un camino”, y aquí aparece una cuestión relevante: la que alude a la
manera de elegir el camino que nos aleje primero de los laberintos mentales para
encontrar luego la salida de los físicos.
El miedo a la libertad
En “El
miedo a la libertad” (1941), Erich Fromm nos
recuerda que “el hombre, cuanto más gana en libertad, -en el sentido de su
emergencia de la primitiva unidad indistinta con los demás y la naturaleza-
para transformarse en individuo, tanto más se ve en la disyuntiva de unirse al
mundo en la espontaneidad del amor y del trabajo creador, o bien de buscar
alguna forma de seguridad que acuda a vínculos tales que destruirán su libertad
y la integridad de su yo individual."
En su “Historia de la civilización en Europa” (1928), François Guizot pregunta: “¿La sociedad está hecha para servir al
individuo, o el individuo para servir a la sociedad?” Enseguida afirma que “de
la respuesta a esta pregunta depende inevitablemente la de saber si el destino
del hombre es puramente social, si la sociedad agota y absorbe al hombre
entero", o -agregamos nosotros- si
el hombre y su derecho a la libertad y la felicidad está por encima de esa generalidad
inasible que llamamos “sociedad”, representada jurídica e institucionalmente por
el Estado. En su “Filosofía del
derecho” (1831), Eugéne Lerminier parece
responderle al afirmar que "la libertad social concierne a la vez al
hombre y al ciudadano, a la individualidad y a la asociación: debe ser a la vez
individual y general, no concentrarse ni en el egoísmo de las garantías
particulares, ni en el poder absoluto de la voluntad colectiva.” En 1859 John
Stuart Mill publica “On Liberty”. Allí dice que
“la única libertad que merece ese nombre es la de buscar nuestro
propio bien a nuestra propia manera, en tanto que no intentemos privar de sus
bienes a otros, o frenar sus esfuerzos para obtenerla. (…) La especie humana -enfatiza-
ganará más en dejar a cada uno que viva como le guste más, que en obligarle a
vivir como guste al resto de sus semejantes.”. Los autoritarios de todo color
-va de suyo- nunca compartieron esa
opinión.
Senderos,
laberintos y jardines
En “El jardín de los senderos que se bifurcan”,
Jorge Luis Borges, atribuye a un antepasado de uno de los personajes, el creer “en infinitas series de
tiempos, una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y
paralelos”. Por tanto todas las historias pueden contener finales diferentes, a
la manera de aquellos libros de cuentos infantiles en que se podía elegir el camino a la propia aventura. La cuestión -siguiendo
con la ficción borgeana- radica en si esos caminos nos son impuestos por
mezquinos intereses de sector y/o por desquiciadas ideologías autoritarias o, por
lo contrario, emergen de la sumatoria de las libertades individuales para
sopesar racionalmente valores cívicos esenciales que hacen a la búsqueda de la
propia felicidad en un marco cultural plural y culturalmente diverso de una
sociedad abierta
Tenemos
que elegir un camino, nos dice Buñuel, ante los enigmáticos laberintos que nos
desafían.
Y
los de una porción de ciudadanos de nuestra sociedad son aún principalmente laberintos
psico-socio-culturales que alimentan mitos alienantes. Sin saber salir -y acaso
sin querer-, caminan en círculo en un jardín absurdo
de insistentes dilemas tributarios de ideologías autoritarias y populistas, fracasadas
y opacas que el tiempo se llevó, y que la historia contemporánea condenó por
sus efectos desastrosos y corruptos en todos los planos, desde la ética
humanística y el respeto a los derechos humanos hasta la economía, la cultura y
la libertad de decidir la propia vida.
Sin embargo, para muchos otros la idealización del pasado y
el temor a lo nuevo, a otra manera de pensar la vida en comunidad, parece estar
terminando. El desafío sociopolítico
estratégico para los próximos años deberá apuntar no sólo a la recuperación
económica e institucional hoy incipiente, sino -lo que es fundamental- al cambio cultural del hombre subsidiado, haciendo
lo que hay que hacer para que la sociedad productiva pierda el miedo a la
libertad, planteando contextos sostenidos en la ética del trabajo emprendedor y
la competencia honesta, capaces de impulsar proyectos colectivos realistas y sublimados
en futuro de progreso y sin la neurótica queja de un puro presente. Para que la
libertad y sus beneficios dejen de ser un temido fantasma.
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