por Alberto Farías
Gramegna
“Si la
realidad no coincide con mis palabras, peor para la realidad” - ironía de John Locke
“Nos parecemos al lugar donde vivimos y éste se dibuja
con arreglo a la manera en que la gente ve el mundo” - Alberto Relmú
N
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ecio (lat. nescius, de nescire,
ignorar) es el que ignora e ignora que ignora, por lo que no puede escapar a su
pre-juicio que se muestra absurdo y refractario a la mirada de terceros que no
tienen esa limitación perceptiva. Cuando la cultura de una comunidad está
atravesada por esa doble ignorancia, esa cultura esta en problemas, porque -va
de suyo- nada se puede conocer de algo cuya existencia se ignora. Los necios son
personas tozudas que reniegan del
análisis de la causalidad y la contingencia y esperan resultados diferentes
haciendo siempre las mismas cosas. Su curiosa lógica procede de una mirada
caprichosa y obcecada del mundo basada sólo en la creencia. Así las actitudes
necias facilitan una y otra vez el “retorno de lo perimido”, parafraseando el
crucial apotegma freudiano para explicar el síntoma.
La necedad se parece bastante al
ideologismo de cerril espíritu despótico. Los necios se conjuran contra el
sentido común más por omisión defensiva que por acción intencionada: frente a
la necesidad de sensatez y mesura, el necio responde con el sentimiento insensato
de la fe que solo da el egotismo. Un exceso social de necedad suele derivar en una
visión determinista de la realidad, mezcla de fatalidad, extravío y
resignación.
La
sociedad de los necios
Las sociedades que padecen el mal
crónico de la “necedad cultural” manifiestan una constelación de síntomas tóxicos
recurrentes, que un psicoanalista llamaría “compulsión neurótica a la
repetición”: incapacidad para el trabajo colaborativo, individualismo
autodestructivo, prejuicios de lesa ignorancia, permanente antinomia y discordia
entre los unos y los otros, dualidad cultural amigo-enemigo con espíritu
sectario, discrecionalidad institucional , simulación social (conducta “como
sí”), autoengaño, obsesión por ideologizar todo, espíritu de facción
corporativa, obsecuencia rayana en el servilismo mental al líder demagógico de
turno, imprevisión permanente, pensamiento
mágico infantil de la espera del mesías salvador, omnipotencia de las ideas, dependencia
mental exclusiva de la acción del Estado, abandono de la cultura del trabajo,
indiferencia cómplice frente a la corrupción, falta de iniciativa emprendedora
y elogio insensato de la misma necedad, factor causante de aquellos males. Es que “nos
parecemos al lugar donde vivimos y este se dibuja con arreglo a la manera en
que la gente ve el mundo”.
Cuando esas lacras
actitudinales sintomáticas crecen en el comportamiento colectivo a la sombra de
una “sociedad de la eterna pelea”, (antinómica, antagónica, esencialmente
ambigua en sus códigos morales y alentada por diferentes escenarios históricos
y desiguales discursos ideológicos), emerge el intento recurrente del control y
dominio del pensamiento del otro con fines oportunistas tanto económicos como
culturales. En este aspecto, “los daños que resultan de la violencia individual
-nos advierte A. Kloester- son insignificantes en relación con las orgías de
destrucción resultantes de la adhesión y el abandono a las ideologías
colectivas que trascienden al individuo”.
Pienso, luego soy
Existir es insistir en sostener al
mundo percibido con la posibilidad de nombrarlo con las propias palabras, tal
como quería el existencialismo sartreano, y no con las ajenas. Para Sartre la existencia humana se concibe como existencia consciente. El ser del hombre se
distingue del no ser de la cosa porque el ser es consciente. Entonces “existir”
(del latín “exsistere”, prefijo “ex”:
hacia fuera y el verbo “sistere”: tomar
posición, estar fijo) es salirse de las cosas para no ser una más y
poder dejar de ser objeto hablado desde el otro del discurso del poder o la
doctrina, para ser sujeto parlante de conciencia propia.
Ser “para sí” antes que “en si” adicto
a la masa, a la secta o al dogma. La célebre expresión idealista cartesiana “ego cogito
ergo sun” (pienso, luego soy) tenía por
objeto romper la lógica medieval donde imperaba la certeza del poder de la
tradición y el determinismo. Descartes no renunciaba a Dios, -a su manera
retomaba difusa e implícitamente el mito original del libre albedrío humano
sujeto a la mirada trascendente del Creador- pero invertía la lógica de la razón feudal
privilegiando la autoconciencia del sujeto sobre la acción refleja de quien
hasta entonces existía como siervo pensado desde el poder del señor de la
gleba. Y esto en el marco histórico del advenimiento de la pujante burguesía , impulsora del renacentismo
iluminista, sostenido en la racionalidad de un método que abrió el camino a la
lógica de la objeción, la causalidad, la pluralidad y la racionalidad alejada del
dogma del poder religioso terrenal. Racionalidad trasgresora con la que suelen
entrar en conflicto las personalidades de creencias dogmáticas, que abrazan
algún ideologismo integrista con la pretensión de modelar “la vida de los
otros”, en nombre de alguna “causa”.
De tal suerte Descartes proponía una
idea revulsiva: de todo era posible dudar, menos del propio pensamiento que
dudaba. Lo real, lo seguro era ahora el sujeto pensante y racional por
oposición al paradigma de la sociedad medieval, expresión del orden feudal
vinculado a la tierra y al dogma religioso, donde no se concebía al individuo
como tal, hombre libre para pensar y
pensarse a sí mismo como centro del universo humano.
La mirada relativista de Descartes
abrió las puertas al pensamiento de la sociedad abierta moderna en pos de la razón, la consciencia individual -que no elude
la pertenencia al colectivo ni la solidaridad ciudadana- y la libertad de la
existencia como sujeto responsable, un desafío colosal al determinismo ciego propio
de la visión indiscriminada y acrítica de la cultura de la necedad.
http://afcrrhh.blogspot.com.es/
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