lunes, 22 de febrero de 2016

Ideología, política y sociedad...


Ideología, política  y sociedad
(creo, luego existo)
por Alberto Farías Gramegna


La única verdad es que no hay una verdad  única, que se pretenda indiferenciada con la realidad”-A.Relmú

“Nada se parece más al pensamiento mítico que la ideología política”-Claude Lévi Strauss

Esencia misma de la vida, las mudanzas de los paradigmas socio-culturales y políticos son el claro indicio de la evolución de las ideas y los sistemas sociales. 
Cambiantes los significados cotidianos mutan con el devenir de las costumbres y la reformulación de los valores que acontece en cada época y cultura. Nada en el mundo real permanece igual a sí mismo a lo largo del tiempo. Paradójicamente nuestro ser-en-el-mundo debe cambiar para seguir siendo el mismo en su identidad personal. 

Cambiar la percepción de los hechos que bajo un ropaje en apariencia similar sin embargo son diferentes en su esencia a los que los antecedieron históricamente. Decíamos en otro lugar: “para conservar los valores éticos básicos, por ejemplo, la justicia, la libertad o la verdad, las personas deben cambiar las creencias sobre las que aquellos valores se asentaron en otras épocas”. Parafraseando a Juan de Mairena, el personaje literario de Antonio Machado:
“-¡Que época gloriosa aquella de las viejas consignas!...
-¿Pero, qué época era esa?...
-Una época en que precisamente esas consignas no eran viejas”.

El discreto encanto de las ideologías

Una ideología es un sistema de pensamiento coherente y congruente en torno a una escala única de percepción axiológica socio-cultural que genera creencias ético-morales. Las hay políticas, sociales, religiosas, ecológicas, estilo vitalistas, etc. Cuando estas creencias se cristalizan a pesar del cambio de los contextos y los sistemas, es  la negación de la realidad concreta la que toma el comando del ser, dando paso a los “fundamentalismos ideológicos” o ideologismos, que no se sostienen en el cambio de las señales exteriores sino en un dogma sacro abonado por la fe, en cualquier nivel de la actividad humana.

Quien acaso antes podía mostrar intelección flexible y racional, silenciosamente irá alienándose en el sistema de creencias que ahora tiene al ser como rehén y lo aleja de la libertad de cambiar de pensamiento. Como dice Jean Cottraux: “Cuanto más una creencia es puesta en duda por la realidad, el grupo que la sostiene más considera que está en lo cierto”. Pero a diferencia de las seudo-ideologías como el “populismo”, que distorsiona intencionalmente la realidad con un “relato” incoherente carente de “discurso”, y cuyo único valor es el poder mismo, los fundamentalismos genuinos se caracterizan por un “discurso único de creencias apriorísticas”, que forman parte de un “núcleo duro” coherente. Sin embargo en ambos casos la percepción del entorno desconoce, niega o distorsiona el claroscuro de la realidad cambiante.

Antes como objeto poseído que como sujeto poseedor, el “hombre ideologista” no habla, es hablado por el texto sagrado. Cuestionarlo pondría en entredicho ciertas columnas donde se asienta la identidad del sujeto.
El ser de la persona se amalgama en una nueva identidad construida sobre un discurso que dará cuenta del mundo a partir de la emergencia de un personaje interior que se apodera del sujeto, constriñendo incluso aspectos de su personalidad: el de “militante doctrinal”, que establece consigo mismo una relación de auto-convencimiento que no le permite dudar acerca de sus certezas respecto de “como es” (sic) el mundo y la sociedad.

La paradoja del ideologismo y sus dilemas

La paradoja del dogma ideologista es que se constituye como un sistema cerrado que no puede percibirse a sí mismo como tal, por lo que carece de la posibilidad de autocrítica, y solo en este sentido se asemeja por algunos mecanismos a la lógica de la paranoia.
No admite relativismo porque el ser funciona ahora con la lógica binaria del “todo o nada” y la percepción de la realidad  responde a una mirada totalizadora y de intención totalizante, donde lo que no entra en la doctrina es ubicado fuera como amenaza peligrosa: es la lógica del fanático. Para el ser cristalizado en el prejuicio ideologista, las cosas son siempre antinómicas, siendo el máximo exponente la dualidad “amigo-enemigo”: el dilema del “o estás conmigo o estás en mi contra”, porque el ser se consagra al credo que se ha adoptado y la alteridad del “discurso” ajeno muda al semejante en diferente, y de adversario ocasional pasará a potencial “enemigo” que por decir distinto amenaza una verdad única y totalizante que lo edifica.

La lógica binaria del mundo tiene necesidad de etiquetar los hechos y los comportamientos para identificarlos con arreglo a mi sistema y clasificarlos para saber “de qué lado están”
Así, las personas serán, para el ser doctrinal, políticamente “progresistas” o “reaccionarias”, de “derecha” o de “izquierda”, moralmente “buenas” o ”malas”, socialmente “egoístas” o “generosas”, culturalmente “cultas” o “ignorantes”, etc. Este proceso de constante etiquetado y partición dilemática, se da con una lógica clasificatoria de inclusiones secundarias por indicadores; vestir de determinada manera o escuchar determinada música, leer determinado diario, etc. fija al otro en una posición sectorial y lo deja incluido en una de las dos categorías fundamentales ordenadoras de un mundo percibido como una dualidad antagónica en lucha. El triunfo de un extremo significa la derrota del otro.
Es la historia recurrente de “la grieta del ustedes y nosotros”, la ilusión protectiva de pertenencia grupal. Mi ser incluido en una totalidad imaginaria me trasciende, me sostiene y me completa, ya que nada soy sin los que piensan y sienten como yo. Sin la fe en la doctrina que me abraza con la emocionalidad del oso no puedo sostener la angustia de la duda, el vacío de la incertidumbre, la frialdad de lo relativo, la insobornable neutralidad de la razón.
Enajenado en el empeño de dar lo que no se tiene a lo que tampoco es lo que parece, el ser del fanático sucumbe necio al dilema de hierro que define su existencia: creer o no existir.



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