Ideología, política y sociedad
(creo, luego existo)
por
Alberto Farías Gramegna
“La única verdad es que no hay una verdad única, que se pretenda indiferenciada con la realidad”-A.Relmú
“Nada se parece más al
pensamiento mítico que la ideología política”-Claude
Lévi Strauss
Esencia misma de la
vida, las mudanzas de los paradigmas socio-culturales y políticos son el claro
indicio de la evolución de las ideas y los sistemas sociales.
Cambiantes los
significados cotidianos mutan con el devenir de las costumbres y la
reformulación de los valores que acontece en cada época y cultura. Nada en el
mundo real permanece igual a sí mismo a lo largo del tiempo. Paradójicamente
nuestro ser-en-el-mundo debe cambiar para seguir siendo el mismo en su
identidad personal.
Cambiar la percepción de los hechos que bajo un ropaje en
apariencia similar sin embargo son diferentes en su esencia a los que los
antecedieron históricamente. Decíamos en otro lugar: “para conservar los valores
éticos básicos, por ejemplo, la justicia, la libertad o la verdad, las personas
deben cambiar las creencias sobre las que aquellos valores se asentaron en
otras épocas”. Parafraseando a Juan de Mairena, el personaje literario de
Antonio Machado:
“-¡Que época
gloriosa aquella de las viejas consignas!...
-¿Pero, qué época
era esa?...
-Una época en que
precisamente esas consignas no eran viejas”.
El discreto encanto de las
ideologías
Una ideología es un
sistema de pensamiento coherente y congruente en torno a una escala única de
percepción axiológica socio-cultural que genera creencias ético-morales. Las
hay políticas, sociales, religiosas, ecológicas, estilo vitalistas, etc. Cuando
estas creencias se cristalizan a pesar del cambio de los contextos y los
sistemas, es la negación de la realidad
concreta la que toma el comando del ser, dando paso a los “fundamentalismos ideológicos”
o ideologismos, que no se sostienen en el cambio de las señales exteriores sino
en un dogma sacro abonado por la fe, en cualquier nivel de la actividad humana.
Quien acaso antes
podía mostrar intelección flexible y racional, silenciosamente irá alienándose
en el sistema de creencias que ahora tiene al ser como rehén y lo aleja de la
libertad de cambiar de pensamiento. Como dice Jean Cottraux: “Cuanto más una creencia es
puesta en duda por la realidad, el grupo que la sostiene más considera que está
en lo cierto”. Pero a diferencia de las seudo-ideologías
como el “populismo”, que distorsiona intencionalmente la realidad con un “relato”
incoherente carente de “discurso”, y cuyo único valor es el poder mismo, los
fundamentalismos genuinos se caracterizan por un “discurso único de creencias
apriorísticas”, que forman parte de un “núcleo duro” coherente. Sin embargo en
ambos casos la percepción del entorno desconoce, niega o distorsiona el
claroscuro de la realidad cambiante.
Antes como objeto
poseído que como sujeto poseedor, el “hombre ideologista” no habla, es hablado
por el texto sagrado. Cuestionarlo pondría en entredicho ciertas columnas donde
se asienta la identidad del sujeto.
El ser de la
persona se amalgama en una nueva identidad construida sobre un discurso que
dará cuenta del mundo a partir de la emergencia de un personaje interior que se
apodera del sujeto, constriñendo incluso aspectos de su personalidad: el de “militante
doctrinal”, que establece consigo mismo una relación de auto-convencimiento que
no le permite dudar acerca de sus certezas respecto de “como es” (sic) el mundo
y la sociedad.
La paradoja del ideologismo y sus
dilemas
La paradoja del
dogma ideologista es que se constituye como un sistema cerrado que no puede
percibirse a sí mismo como tal, por lo que carece de la posibilidad de
autocrítica, y solo en este sentido se asemeja por algunos mecanismos a la
lógica de la paranoia.
No admite
relativismo porque el ser funciona ahora con la lógica binaria del “todo o
nada” y la percepción de la realidad
responde a una mirada totalizadora y de intención totalizante, donde lo
que no entra en la doctrina es ubicado fuera como amenaza peligrosa: es la
lógica del fanático. Para el ser cristalizado en el prejuicio ideologista, las
cosas son siempre antinómicas, siendo el máximo exponente la dualidad
“amigo-enemigo”: el dilema del “o estás conmigo o estás en mi contra”, porque el
ser se consagra al credo que se ha adoptado y la alteridad del “discurso” ajeno
muda al semejante en diferente, y de adversario ocasional pasará a potencial
“enemigo” que por decir distinto amenaza una verdad única y totalizante que lo
edifica.
La lógica binaria
del mundo tiene necesidad de etiquetar los hechos y los comportamientos para
identificarlos con arreglo a mi sistema y clasificarlos para saber “de qué lado
están”
Así, las personas
serán, para el ser doctrinal, políticamente “progresistas” o “reaccionarias”,
de “derecha” o de “izquierda”, moralmente “buenas” o ”malas”, socialmente
“egoístas” o “generosas”, culturalmente “cultas” o “ignorantes”, etc. Este
proceso de constante etiquetado y partición dilemática, se da con una lógica
clasificatoria de inclusiones secundarias por indicadores; vestir de
determinada manera o escuchar determinada música, leer determinado diario, etc.
fija al otro en una posición sectorial y lo deja incluido en una de las dos
categorías fundamentales ordenadoras de un mundo percibido como una dualidad
antagónica en lucha. El triunfo de un extremo significa la derrota del otro.
Es la historia
recurrente de “la grieta del ustedes y nosotros”, la ilusión protectiva de
pertenencia grupal. Mi ser incluido en una totalidad imaginaria me trasciende, me
sostiene y me completa, ya que nada soy sin los que piensan y sienten como yo.
Sin la fe en la doctrina que me abraza con la emocionalidad del oso no puedo
sostener la angustia de la duda, el vacío de la incertidumbre, la frialdad de
lo relativo, la insobornable neutralidad de la razón.
Enajenado en el
empeño de dar lo que no se tiene a lo que tampoco es lo que parece, el ser del
fanático sucumbe necio al dilema de hierro que define su existencia: creer o no
existir.
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