Psicología social: la ilusión entre el deseo y realidad
Con la esperanza no alcanza…
Por Alberto Farías Gramegna
“Toda ideología triunfalista termina por toparse con la realidad, que un
día pone fin a sus ilusiones” - Jean Cottraux
“Sé lo difícil que es evitar las
ilusiones, y es muy posible que las esperanzas por mí confesadas antes sean
también de naturaleza ilusoria” - Sigmund Freud
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La opinión aristotélica de que la suciedad engendra los
parásitos, (…) es un error”. A renglón seguido comenta que sería abusivo
calificar este ejemplo de ilusión: “En cambio, fue una ilusión de Cristóbal
Colón creer que había descubierto una nueva ruta para llegar a las Indias. La participación
de su deseo en este error resulta fácilmente visible. También podemos calificar
de ilusión la afirmación de ciertos nacionalistas de que los indogermanos son
la única raza susceptible de cultura” (…) “Así, pues, calificamos de ilusión
una creencia cuando aparece engendrada por el impulso a la satisfacción de un
deseo, prescindiendo de su relación con la realidad, del mismo modo que la
ilusión prescinde de toda garantía real”. Coincidimos en este punto clave y
casi perogrullesco, que remarco con negritas: para que haya ilusión ha de haber un deseo de ocurrencia. Por eso la
ilusión no tiene por fuerza que ser falsa, irrealizable o contraria a la
realidad posible, en todo caso diremos que nada garantiza que realmente acontecerá
en el futuro.
Con la esperanza no
alcanza…
Pero
aquí se hace necesario establecer una nueva diferencia que en el citado trabajo
aparece reiterada a manera de un “va de suyo”: la que hay entre la naturaleza
de la "ilusión" y la actitud específica
que llamamos "esperanza". De tal suerte: “Hallándonos dispuestos a renunciar a buena parte de
nuestros deseos infantiles, podemos soportar muy bien que algunas de nuestras
esperanzas demuestren no ser sino ilusiones”.
La
ilusión se co-instituye integrada al pensamiento
mágico (como el de los niños) y avanza en la dirección al cumplimiento de
los deseos con el sólo hecho de pensar en ellos. La omnipotencia del pensamiento fuerza la
realidad pretendiendo que esta no
interfiera con el final deseado. La ilusión desde luego no es privativa de los
niños: como adultos más de una vez quedamos enajenados en la fascinación a la espera del
acontecimiento maravilloso que sucederá porque así lo queremos.
Pero
a diferencia de la ilusión, la esperanza se relaciona comprensivamente con la
posibilidad estadística de que un hecho tenga una razonable posibilidad de suceder de acuerdo con nuestros proyectos y desde
luego también con nuestros deseos. Tener
la esperanza de ver llover cuanto antes para favorecer mi cosecha es muy distinto
a tener la ilusión de que esa lluvia natural contenga “per se” fertilizantes y pesticidas que me eviten el trabajo de
aplicarlos surco por surco. La ilusión
nos mantiene pasivos, ingenuos, dependientes de “ver qué pasa”, en la inacción
y el desamparo infantil. La esperanza por el contrario nos motiva para seguir
construyendo los sueños de nuestras cabezas. Pero con la esperanza no
alcanza…hay que agregarle la acción de nuestras manos, acompasadas al ritmo de
lo probable o azaroso.
Ilusión, voluntarismo y esperanza
Al mismo tiempo el
voluntarismo como forma de alcanzar logros se sostiene en última instancia en
otra ilusión: la que piensa que “querer es poder”. La voluntad es sin dudas
condición necesaria para iniciar una acción orientada a un logro, pero no es
suficiente porque la voluntad como motor del deseo debe crear luego las
condiciones de factibilidad de ese logro. El éxito es el resultado de una
construcción que se inicia en la esperanza de la efectividad de un
emprendimiento, y no el precipitado causal de una ilusión. Si así pareciera
derivada en el tiempo, sería más bien por orden de una casualidad. Una
esperanza que reposa en la ilusión es una “seudo-esperanza”.
El voluntarismo exacerbado
como propuesta única de interacción con el mundo, por ejemplo en política, es
una seudo-ideología que supone la creencia en la omnipotencia de las ideas. El
triunfo de la voluntad por sobre los límites materiales y las leyes que regulan
los sistemas sociales, económicos, políticos o culturales. El resultado suele
ser siempre el mismo: cuando acaba la fiesta fantástica, nos damos cuenta que
nada es lo que creíamos y las ropas de oro no están porque nunca fueron reales:
el rey estaba desnudo. Y se ha dicho que nunca es
triste la verdad, lo que no tiene es remedio.
Por eso los
argentinos somos afectos a refugiarnos en la lógica de aquel viejo tema folklórico
donde se alentaba al “sapo cancionero” para que siga cantando su deseo, porque
“la vida es triste si no la vivimos con una ilusión”. Y si de sapos de trata,
nos hemos tragado mucho en estos últimos años. La esperanza en un porvenir venturoso
de nuestras hoy agonizantes instituciones republicanas a partir del
advenimiento de un nuevo gobierno en diciembre próximo, no alcanza para alejar
el riesgo de otra frustación que sería indigerible. Es necesario descubrir a
tiempo que los sueños se construyen con las manos y solo se hacen realidad
cambiando críticamente las actitudes y las ideas que se han revelado hace ya
mucho tiempo dramáticamente anticuadas, necias, oportunistas y obsecuentes,
porque detrás de sus seductoras y omnipotentes apariencias solo habitaba una insistente
e infame ilusión nostálgica. Y hay ilusiones, que como algunos amores, matan.
http://afcrrhh.blogspot.com.es/
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