sábado, 24 de enero de 2015

La cultura del malestar...

 
La cultura del malestar
por Alberto Farias Gramegna

“Curiosamente, los votantes no se sienten responsables de los fracasos del gobierno que han votado - Alberto Moravia

Das Unbehagen in der Kultur  (“El malestar en la cultura”, 1930) es un ensayo clásico  de Sigmund Freud. Junto con “Psicología de las masas y análisis del yo (1921), forma parte de los artículos freudianos  más relevantes e influyentes en el desarrollo incipiente de la psicología social occidental. 


El texto aborda el malestar producto del irremediable antagonismo entre las exigencias “pulsionales” (impulsos psicobiológicos expresados en deseos que buscan su satisfacción inmediata sin contemplar postergación alguna) y las restricciones a los mismos que junto a los mandatos morales impone la cultura de una sociedad , cualquiera sea. La conclusión es que sin restricción e inhibición parcial a las pulsiones vitales (“libidinales”) y desde luego a las destructivas (“tanáticas”), no hay cultura, solo barbarie animal.

De lo nuestro lo mejor…

Digamos para empezar que por “cultura” entendemos el conjunto de conocimientos, ideas, tradiciones, costumbres y los productos generados que caracterizan a un pueblo, a un país, a una clase social, a una época, etc. Cuando se dice, por ejemplo, remembrando al Cambalache discepoliano, que entre nosotros se ha perdido la cultura del trabajo para reemplazarla por la cultura del subsidio, o la del clientelismo político, la del facilismo, etc. se apunta a un aspecto importante de aquella definición: La cultura implica ante todo una visión práctica y filosófica de la vida cotidiana y del mundo cercano y lejano. También una concepción de lo interpersonal, en relación a la libertad, la ley, el poder y las jerarquías. Y algo no menos importante: una idea más lejana o más cercana del pensamiento mágico, de la causalidad y la casualidad, una representación más racional o más irracional de la interacción de la naturaleza de las cosas y de las cosas de la naturaleza. Así los miembros de una comunidad nacional son generadores y al tiempo receptores de su propia cultura. Benefactores y beneficiados o victimarios y víctimas de ellos mismos.

Un tango de cada cosa…

Si aceptamos la hipótesis freudiana, toda cultura lleva implícita  la existencia de un cierto malestar en su seno, producto de aquella contradicción. Discépolo dixit: “No pienses más; sentate a un lao, que a nadie importa si naciste honrao.” Y surge enseguida el sentimiento de culpabilidad ante la tentación de trasgredir las restricciones impuestas: “¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón! Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón”. Hay que distinguir “malestar en la cultura” en general del específico “malestar de una cultura” particular. El primero refiere genéricamente a la condición del sujeto civilizado, el precio saludable que paga el hombre normal para socializarse. El segundo “malestar” en cambio refiere a un producto no deseado surgido de un conflicto cultural puntual generalmente explícito: “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso o estafador”. O por ejemplo, el racismo, la xenofobia, la violencia de género, etc.

Y la cultura del malestar…

Finalmente llegamos a un tercer tipo de malestar  -muy tanguero- aludido en el título de esta nota y vinculado a cierta clase de cultura comunitaria de carácter nacional cuyo sello de identidad explícita es precisamente ¡el malestar en sí mismo! Se expresa en la queja neurótica, es decir recurrente porque conlleva un regodeo en el sufrimiento y una extraña falta de conciencia en la responsabilidad individual que le cabe a cada uno como gestores de los males culturales que luego padecerán  como víctimas. En este caso el malestar no emerge de una tensión esencial, ni surge contingente por algún desencuentro de intereses económicos, ideológicos o discriminatorios, -que desde luego también los hay- sino que pareciera resultar de su identidad misma, la razón del ser nacional y popular, su folklore excluyente, la forma y el fondo amalgamados en una unidad inseparable que paradojalmente se ha naturalizado: es la “cultura del malestar”, una marca de agua argentina.

Tal como somos…

Suponiendo que aceptemos la hipótesis de la existencia de una tal cultura del malestar esencial, ¿cuál sería su origen y su motivación? La respuesta a estos interrogantes no es sencilla y seguramente el lector las encontraría simplistas, prejuiciosas o amañadas. Me excuso de intentar darlas aquí por una cómoda razón de espacio editorial. En cambio para finalizar acudiré en mi auxilio a la poética pintura del argentino medio que hace Eladia Blázquez en su tango “Somos como somos”: “(…) Sensibleros, bonachones, compradores de buzones por creer en el amor. ¡Como somos!...con tendencia al melodrama y a enredarnos en la trama por vivir en la ficción. ¡Tal como somos!...como un niño acobardado con el andador gastado por temor a echarse a andar. Chantas... y en el fondo solidarios, más al fondo muy otarios y muy piolas más acá. ¡Vamos...! aprendamos pronto el tomo de asumirnos como somos o no somos nunca más. ¡Nos gusta hacer las leyes, después crear la trampa tirando por la ´rampa´ las tangas a rendir, cargar a voz en cuello, y protestar bajito prefabricando mitos para poder vivir! Nos gusta sobre todo comer a dos carrillos rociando con tintillo la gris preocupación, y así mancomunados hacemos con unción el culto más sagrado...a la manducación.”.

Es poco lo que se puede agregar a este crudo y honesto “striptease” de ser nacional. Solo me queda arriesgar que la influencia del populismo fascistoide derramado a partir de los años treinta y nunca del todo desaparecido de la cultura vernácula , vive en el “locus profundis” del carácter popular.
Por eso, hoy más que nunca, luego de la última década  -que será recordada más por su infame legado antes que por sus arbitrarios logros- vemos que “es lo mismo el que labura noche y día como un buey, que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura, o está fuera de la ley...”. Lo dicho, la cultura del malestar.

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