sábado, 23 de diciembre de 2023

ANIMARSE...

 Breves relatos desde la mesa del bar...


Animarse
(reflexiones en una tarde de lluvia)


“El miedo a la soledad engendra la soledad del miedo. Solo el vacío permite el oficio de las alas” - Elio Aprile

 Animarse: darse vida interior (Diccionario Real Academia)

S

oy el que soy, una cuestión de identidad refleja. El calor de la zarza ardiente que se revela divina en el profundo misterio de cada uno. Necesidad, identidad y creencia: un tríptico contundente que muda lo gregario en ánimo de reunión. Reunión de lo que tiende a dispersarse.
Re-ligare: religión. Enajenarse gozoso en el otro de la imagen…para encontrarse así mismo.
El tipo hablaba enfundado en su traje negro, cruzado, un tanto demodé. Hablaba engolado, tirando de cada frase, cerrada en la cómoda y estúpida lógica de la sentencia. “El valor por sobre la estructura”, pensé hermético cuando en el comienzo, el tipo, manejando histriónico el micrófono soltó sin introitos que lo más importante era “la verdad ínsita en la Palabra”.

Al rato, nomás, me fui del lugar olfateando la humedad del sahumerio, que remedaba el incienso capaz de conjurar al mismo diablo.
Estaba solo y mi cruz no era de plata. En todo caso mis flacos bolsillos clamaban el hambre de mi disimulo, más por miedo que por dignidad personal. Caminé un rato sin rumbo decidido, por entre la llovizna suave de la tarde agridulce del invierno. El barrio, desierto y en silencio, reposaba una inquietante certidumbre de rutina.
Siempre me molestó la quietud de la siesta. El caserío de mi infancia vino a mi recuerdo. Con el vuelo zumbón de los insectos alados de la tarde verde y frutal de la quinta del abuelo, rodeada por montañas cordobesas…allá lejos y hace tiempo, como quería el mítico escritor en su novela.


Caminé después buscando una avenida con algo de civilización comercial que me ofreciera refugio, una mesa y un café.
La música nostálgica saliendo de un piano de estudiante, justo detrás de los postigos, me hizo huir de ese lugar impío que parecía querer atacar mi integridad alienada en el común sentido del gesto recurrente y sostenido, tan útil en la lucha por la sobreviva cotidiana.
Estaba solo y ahí mismo, frente a mis ojos, la avenida. Sentí alivio y olvidé por un instante la lluvia pertinaz que aumentaba con insidia.
“El pionero” café-bar-picadas, rezaba el inevitable cliché pintado en el vidrio con letras de firulete.
Instalado en la mejor mesa que encontré borroneaba un poema forzado en la servilleta.
 “El monaguillo, café”, mirándome desde el costado de la taza, me envió otra vez al tipo ese del traje negro.
¿Seguiría hablando? Miré el reloj: faltaban minutos para las cuatro de la tarde. Arrugué la servilleta antes de consumar obsesivamente la quinta estrofa. No podía escribir, no podía pensar, no podía sentir…estaba solo en medio del limbo oscuro de la duda y sabía que me alejaba de la clave interior capaz de fecundar un cambio.
Insensato pretendía entender el fino límite que hace la diferencia entre la banquina y el camino.
Suspendido en el disparo, sorprendido en la torpeza de quien cree que basta con soñar, levitaba en ese bar patético, mientras aquel despachante dormitaba apoyado en el mostrador de una puñetera vida sin milagros.
La pantalla del televisor encajaba perfecto en aquella escena desbordada por el rictus de una boca acorde a la fealdad de un lugar que era al tiempo todos los lugares de mi vida. Firme junto al pueblo, informaba en rojo y blanco acerca de cómo aniquilar la inteligencia.
Tomé un café, revolviendo el final borroso de la taza. Las monedas en la mesa anunciaron la partida y caminé, otra vez caminé, en un intento de animarme, sin saber bien adonde iría. Estaba solo y había dejado de llover.

 URL de la imagen: https://img.freepik.com/fotos-premium/pintura-hombre-sentado-mesa-lluvia_777739-47.jpg

 

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