Pensamiento y Sociedad
La insoportable levedad de las ideologías
Por Alberto Farías Gramegna
“Debería existir el partido de los que no están seguros de tener razón. Sería el mío” -Albert Camus
"Intento comprender la verdad, aunque esto comprometa mi ideología." - Graham Greene
"Nada se parece más al pensamiento mítico que la ideología política" - Claude Lévi Strauss
F |
rancis Fukuyama
anunció años atrás el fin de las ideologías, que disueltas en la globalización
del postmodernismo expresaban una metáfora: el fin de la Historia, la
homogeneidad de los pensamientos nacionales y la neutralización de sus
deformidades: los nacionalismos.
En lo fundamental se equivocó sin duda. Para infortunio de las sociedades las tendencias a la ideologización y el pensamiento ideológico como sistema cerrado no parece dispuesto a desaparecer fácilmente porque forma parte de las restricciones adaptativas de lo humano, por lo menos en esta etapa evolutiva de la especie.
En sentido amplio la ideología como sistema abierto está naturalmente implicada en los procesos normales de pensamiento.
Es parte de la red
de representaciones ideativas articuladas necesariamente con las emociones y
los sentimientos. Los pensamientos, las creencias y los afectos abastecidos por
la información del entorno, forman una unidad que podemos llamar precisamente
ideológica, y se suele expresar en lo que se conoce como “opinión personal”.
Pero esta unidad -en
principio- es dinámica y plástica en las personalidades flexibles, cuando entra
en contacto con otras opiniones y es permeable a las contrastaciones
racionales.
Por el contrario cuando hablamos de las “ideologías” en sentido estricto, caracterizadas como sistemas cerrados y apoyados en creencias fundamentales, mudan en una estructura autoalimentada que puede ser llamada “ideologista”. Las personalidades más rígidas o inestables son afines a este tipo de pensamiento. Por otro lado, la creencia muy extendida en el pensamiento intelectual “progresista” en que “todo comportamiento humano es ideológico” (sic), se inscribe en una ideología más: el “pan-ideologismo”.
Psicología del hombre ideológico
El “hombre
ideológico” -definido como de estructura ideologista y cualquiera sea su
adhesión normativa- construye un filtro perceptivo con el que mira y piensa el
mundo, cuyo funcionamiento, en su íntima creencia, responde con precisión de
relojería a sus parámetros conceptuales. Los acontecimientos y los datos de la
realidad material objetiva (¡que aunque no parezca existe!) son así recortados
con arreglo al lecho de Procusto que gobierna su pensamiento.
El pensamiento ideologista como sistema cerrado puede aparecer en cualquier nivel de la actividad humana: política, social, religiosa, cultural, filosófica o deportiva. Es un sistema consistente y monolítico de creencias “a priori” que forman parte de un “núcleo duro” incuestionable. Su cuestionamiento pondría en entredicho ciertas columnas donde se asienta la identidad del sujeto. El hombre ideológico es dogmático por antonomasia. Sus dichos son frases del dogma que profesa. La verdad no se encuentra con-el-otro y en la pertinencia de la duda, (que el dogmático critica como una jactancia innecesaria) sino que existe como punto de partida. La verdad del hombre ideológico está en la doctrina que lo funda como ser corporativo, parte de una dimensión trascendente que lo incluye y lo sostiene. Por eso el hombre ideológico no dialoga (“dia-logo” es alcanzar la verdad por la palabra compartida), sino que monologa con el fin de refutar al otro, porque él “sabe” que el otro está equivocado. No valora el decir del prójimo por la calidad de la sustancia y el análisis de su justo contenido, sino que vale solo por quien lo diga. La mentira o el disparate en boca del secuaz revisten calidad de verdad solo por compartir la ideología. El más brillante juicio en boca de un diferente, en cambio, es descalificado de inmediato porque nada bueno puede venir desde fuera de mi sistema ideológico.
Creo, luego soy
El hombre ideológico
necesita creer para ser. Su percepción es ante todo discursiva. Las cosas no
son más o menos en sí mismas, sino que su verdad o falsedad se relata desde los
valores que proyecta sobre ellas la ideología a la que es adicto. Por eso es
afecto a los discursos sin fisuras, a las imágenes simples, a los clichés, a
las anécdotas contundentes y a los símbolos omnipotentes. Es por esencia de su
sistema pre-juicioso: no importa examinar los juicios, sino afirmar los
pre-juicios. Nada hay que demostrar porque ya todo está demostrado en su fe
ideológica. Es adicto a los remoquetes y las denominaciones descalificatorias
de los que profesan todo lo que él rechaza o ironiza. Son caricaturas que
alimentan su necesidad de etiquetar y dibujar personajes inmutables. Las
“categorías” definen el alcance de la aceptación del otro. El hombre ideológico
no pregunta qué cosa se dijo sino quien lo dijo. Su mundo crítico se termina en
los estrechos límites del territorio que marca su ideología. No discute ideas
del interlocutor ocasional para sopesar su certidumbre y arriesgar las propias
exponiéndolas al examen ante otras realidades perceptuales, sino que piensa de
antemano como refutarlas mejor. El máximo logro contemporizador del ideólogo es
aceptar que la existencia de otros “puntos de vista” es una indeseable
realidad. Al hombre ideológico no le agrada la diversidad, las diferencias, por
eso siempre tiende a pensar uniformidades y
desearía unanimidad totalitaria de creencias. ¿Cómo es posible que los
demás no vean lo que para él es clarísimo? La paradoja de la ideología como
sistema cerrado es que no puede percibirse a sí misma como tal: el único que
desconoce vivir en el agua es el pez, porque solo se puede conceptualizar
tomando distancia de las apariencias, solo se puede rondar el borde de la
verdad desde la mirada del otro, que me saca de la fascinación de mi imagen en
el espejo. La madurez del ser y el desarrollo de la razón desapasionada resultan,
en cambio, valiosos antídotos ante los síntomas de fundamentos acríticos. La
ideología, -en su variante ideologista y tal como la describimos aquí- , es
hija de la intemperie del ser que vive angustiado ante la incertidumbre, la
angustia del no saber, la desnudez de la pregunta, la omnipotencia del
gregario, en fin la “insoportable
levedad del ser”.
Imagen: https://diariocronicas2.cdn.net.ar/st2i1700/2023/04/diariocronica/images/45/02/450280_a492c8317c1766cc6ce0c48376700d6a85e1b8bbda1bd1ec3465c9728f7d7d2e/lg.webp
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