Ni poco ni demasiado
(reflexiones sobre la desmesura social)
por
Alberto Farías Gramegna
“Si muchos son los
derechos, muchos también los deberes. A veces lo más deseado es una fruta
podrida.
Ni poco ni demasiado, todo es cuestión de medida.”- Alberto Cortez (“Ni poco ni demasiado”).
“El ser humano, lamentablemente. siempre ha ejercido la violencia para conseguir cosas (…)”-Arturo Pérez Reverte.
“Ninguna
utopía social se siente jamás refutada por su fracaso”. - Max Weber
L |
a
historia de la Humanidad se caracterizó siempre más por sus excesos que por su
moderación. Las creencias, las doctrinas, las ideologías, la cultura en general
y la pertenencia del hombre a su tribu, suelen generar fundamentalismos,
irracionalidades y desmesuras, generalmente violentas, más que tolerancia, pluralismo,
racionalidad y moderación. Al decir de Cárdenas Ortega, comentando el libro de Vargas
Llosa “El llamado de la tribu”, “(…) es la libertad, la
racionalidad, el espíritu crítico encerrado en su esencia misma, la que ha
permitido superar el estadio de la vieja sociedad tribal, del imperio de las
fuerzas naturales, y pasar de la sociedad cerrada a la sociedad abierta”
tal como la llama Popper. Así, -leemos al
propio autor- el paso de una sociedad a la otra, ha colocado al hombre en la
necesidad de “tener que decidir por sí mismo qué le conviene y qué le
perjudica, cómo hacer frente a los innumerables retos de la existencia, si la
sociedad funciona como debería ser o si es preciso transformarla”.
Si ponemos al Amor junto a la Guerra, lamentablemente, esta última aparece muy por encima del primero. Es cierto que el simio humano es capaz de las cosas más hermosas junto a las más horribles. Y esta época no es diferente a las anteriores - ¿¡por qué tendría que serlo!?-: grietas, dilemas, nacionalismos xenófobos, extremismos, tribalismo político, populismos autocráticos, cancelaciones mediáticas, violaciones, sometimiento y atrocidades hasta la muerte a las mujeres y minorías sexuales y otras “delicias alucinadas” muy humanas, que muchas “almas bellas” consideran una expresión de “pluralismo cultural”. Los extremos suelen ser más aceptados por la progresía ideológica que los matices. Los moderados son tachados de “tibios” y se los confunde con hacer el juego al “enemigo” (así se suele llamar a los que no piensan como uno) o se los acusa de no tener principios firmes e innegociables. Pero no se debe confundir moderación con anomia o amoralidad o indiferencia. El moderado, tiende a matizar la realidad, sin desconocer la diferencia entre el bien y el mal. El moderado, tiene sus principios éticos y morales muy claros, solo que desconfía de ciertos dogmatismos extremos, más afines a las religiones que al pensamiento libre. El moderado, no es un timorato ideológico ni un pragmático moral, sino un inteligente emocional que comprende y analiza críticamente, aunque no necesariamente comparta. Y si es necesario rechaza claramente o repudia gestos, ideas o actitudes indeseables que atentan contra la dignidad humana.
Esa desmesura tan temida
El
recordado Alberto Cortez nos decía que “no
siempre gana distancia el hombre que más camina. A veces, por ignorancia, andar
se vuelve rutina. No por gastar los zapatos se sabe más de la vida.”
Y
así es, la mayoría de la gente repite sus rutinas acríticamente. Se naturalizan
comportamientos que en verdad son culturales y optativos, es decir que si se
quiere se pueden cambiar. Ya lo dice otro refrán popular: “El hombre es un
animal de costumbre”. Pero hay costumbres y costumbres, algunas muy sanas y
constructivas y otras más bien dudosas en cuanto a su capacidad de ser
saludables. Y la desmesura no lo es. Enseguida vendrá a la cabeza del lector
ejemplos vinculados con el consumo o la ingesta de tal o cual cosa. Pero no se agota
aquí la desmesura. Estoy hablando de la desmesura de las ideas acerca de “como
debiera ser la sociedad”, por ejemplo. Una vez más recurro al poeta: “No
siempre está satisfecho el hombre con lo que tiene. Si muchos son los derechos,
muchos también los deberes. A veces lo más deseado es una fruta podrida.” Y
la Historia (con mayúscula) demostró que las grandes y omnipotentes ideas propuestas
como maravillosas Utopías de justicia social y vida estupenda, terminaron (y
terminan) en pesadillas de sufrimiento y totalitarismos brutales. Es la paradoja
de “Un mundo feliz” que plantea Aldous Huxley en su clásica novela y que
caracteriza a todas las “ingenierías sociales”, porque el Hombre (con
mayúscula) no es una máquina y por tanto es -por suerte- imprevisible a largo
plazo. Freud lo llamaba “Deseo”.
Con
un ejemplo más sencillo y cercano a lo que podríamos llamar una charla política
de café: imaginemos tres amigos discutiendo el mejor modelo social. Uno (el “fundamentalista
del Estado”), dirá que todo debe controlarlo el Estado y que la iniciativa
privada debe ceder a los “intereses superiores del bien común” y, por tanto, se
debe legislar en esa dirección, etc. El otro (el “fundamentalista del Mercado”)
dirá que eso conduce a la dictadura de una “elite de burócratas” y propondrá sin
más que todo sea libre de la tutela estatal, y que casi todo vale en nombre de
la “iniciativa privada”.
El tercero, silente hasta ese momento, al ser preguntado, comentará que está parcialmente en desacuerdo con lo dicho por uno y por otro. Que no hay sociedad libre sin Ley y sin Estado y que no hay sociedad libre que crezca y progrese sin la iniciativa privada del ciudadano emprendedor y por tanto lo que mueve a una comunidad sana es el interés particular que juega en el marco de las reglas que garantizan las Constituciones democráticas y liberales (en el sentido más profundamente filosófico del término). “Eso es pura filosofía”, parecen decir ahora los gestos apurados en contradecir al amigo “mesurado”. Tanto la primera propuesta como la segunda lucen como posturas un tanto “desmesuradas”. Y aquí parece que una vez más las palabras del poeta casan perfectamente: “No siempre gasta su tiempo aquel que más tiempo gasta. No hay que pujar a destiempo para ganar la subasta. Las horas del apurado, siempre son horas perdidas.”
La duda como sostén de la mesura
Con
fina ironía y en marco de las discusiones políticas con el polémico Jean Paul Sartre,
decía palabras más o menos Albert Camus: “Debiera existir el partido de los
que no están absolutamente seguros de tener siempre la plena razón…ese sería el
mío”. Y sí, también sería el mío, pero quizá mejor aún es no tener ningún
partido al que alinearse compulsivamente, que finalmente es -usando un juego de
palabras- una forma de “alienarse”. Y aquí aparece nuevamente el tema de la
pertenencia tribal del simio humano. Y uso esta denominación para reafirmar la
esencia de animal gregario al endogrupo de pertenencia, que en general termina
siendo también de referencia ideológica-cultural, humana. Mi tribu me
condiciona y sesga mi visión del mundo. Define dos dimensiones: ellos (los
otros) y nosotros. Pero es que nosotros somos los otros de los otros. De allí a
la antinomia “amigo-enemigo” hay un solo paso y ese paso es la guerra. Tal la
manada, la masa que mata o degrada.
La
“barra brava” que parece creer que un deporte debe existir con un solo equipo y
al rival “ni justicia”. A veces las diferentes tribus enfrentadas se unen fugazmente
ante una ilusión común, como por ejemplo en las lidias deportivas (o bélicas)
de los diferentes nacionalismos. Alguna vez creo haber escuchado una definición
seguramente polémica de los nacionalismos cerriles: son la patología de la
identidad sociocultural de una sociedad. La visión de la tribu (en tanto
endogrupo excluyente) es siempre dogmática, totalitaria y maniquea. Lo mío es
bueno y justo. Lo tuyo es malo e injusto. Y claramente, a veces esto es así. Basta
con recordar las barbaries sectarias en nombre de las ideologías más horribles.
Es cierto que los intereses más elementales y el pragmatismo moral, sumado al egoísmo insensato y la ignorancia de la necesaria cooperación como equilibrador de la sana competencia, juegan un papel determinante en la mayoría de los conflictos humanos. A veces, cuando las sociedades se apartan crónicamente de las instituciones que regulan y limitan dentro de la libertad y con arreglo a la Ley, aquellos intereses, se crean las condiciones para la aparición de lo que Émile Durkheim ha llamado “anomia social”, esto es ausencia de normas, un caldo de cultivo para lo que -en lenguaje coloquial- se expresa como “la ley de la selva”. El prejuicio como factor de distanciamiento es otra de las lacras culturales que inciden en la incomprensión de la alteridad social. En tanto que la moderación, la prudencia y la duda, si es razonable en función de no contar con la suficiente razón de certeza o factibilidad de una idea, son actitudes favorables a la comprensión del otro, en tanto que diferente dentro de las semejanzas con nosotros mismos. Pero el hombre moderado no es en modo alguno “neutro” en su moral o su ética, no está “en el medio” de la indiferencia respecto de lo bueno o lo malo, no está más allá de los principios, sino que los defiende sin dogmatismos y a través del análisis crítico. Lo diferente -en tanto no pretenda destruir al otro o someterlo a la disolución de su ser esclavizándolo o conculcando su dignidad humana- no asusta al mesurado porque parte de ver antes las semejanzas. Sabe que los facilismos y las promesas demagógicas de la ilusión de alcanzar el Paraíso en la Tierra, son solo eso: ilusiones que prometen inmediatez mágica como presunta alternativa al trabajo lento y sistemático para alcanzar con el tiempo generacional metas de progreso real y crecimiento ciudadano. Una vez más el poeta viene a nuestra ayuda: “No siempre es la barba blanda la que mejor se rasura. Para una buena navaja no importa la barba dura, depende si el afilado lo sabe hacer el que afila. Ni poco ni demasiado, todo es cuestión de medida.”
Imagen: http://www.uco.es/hbarra/Blog/medida.jpg
* * *
No hay comentarios:
Publicar un comentario