Psicología de la vida cotidiana
(función de las creencias
y las ilusiones colectivas
en el equilibrio entre
razón y emoción)
Por Alberto Farías
Gramegna
“Se acabó. El sol nos dice que
llegó el final. Por una noche se olvidó que cada uno es cada cual.
Vamos bajando la cuesta que
arriba en mi calle se acabó la fiesta…” - Joan Manuel Serrat
(Fiesta)
“El corazón decide, la razón justifica” - Daniel López Rosetti
“El amor está muy bien, pero el corazón no siempre puede guiarnos en la dirección más apropiada.”- Del filme “Sensatez y sentimientos” (1995)
“En este
mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal
con que se mira”- Ramón de Campoamor y Campoosorio.
E |
n gran medida sentimos y
vivimos como pensamos. Cuando el lector -desde cualquier sitio del planeta- tome
contacto con esta nota, ya el omnipresente “Mundial de fútbol” ha mucho tiempo
ya habrá terminado y seguramente, si es amante de aquel juego, se verá ahora embargado
por sentimientos de alegría o tristeza según haya sido el resultado final de la
lidia deportiva y su adhesión emocional a uno u otro equipo competidor. De tal
suerte que tal como dice el refrán popular “de ilusión también se vive”,
a lo que mi abuela sabiamente complementada: “pero de ilusión también se
muere”. De niño solía escuchar un clásico folklórico argentino que muchos
en la adolescencia hemos cantado en el marco de una asignatura escolar llamada
“Educación musical”; se trataba de “Sapo cancionero”, cuyo estribillo decía “que
la vida es triste si no la vivimos con una ilusión”.
Tanto Ortega y Gasset como
Sigmund Freud se ocuparon del tema de las muchedumbres y sus ilusiones
colectivas. En “La rebelión de las masas”, Ortega y Gasset
desarrolla su idea del "hombre-masa", incluido en la muchedumbre y en
su visión “ad hoc” cuando forma parte de esa muchedumbre alienada mutada
en “masa”. Para
Sigmund Freud, por su parte, la ilusión colectiva es una creencia cuasi
religiosa, que aparece engendrada por el impulso a la realización de un deseo,
prescindiendo de su relación previa con la realidad fáctica. Es decir que el
suceso ilusorio puede ser posible o no, independiente del deseo en sí mismo.
Pero
toda ilusión, si se extralimita en sus alcances -por ejemplo, extender el
resultado de una justa deportiva a la realidad social de un país y pensar que
su derrotero puede ser modificado por aquella- corre el riesgo de mudar en una
des-ilusión ante la realidad del día después, y ya se sabe que la caída del
Ideal ilusorio promueve la emergencia de la depresión anómica o su complemento
reactivo: el malestar agresivo por los efectos de la frustración.
Cuando la fiesta termina, reaparece la rutina cotidiana con sus luces y sus sombras, nunca mejor expresada poéticamente por Serrat: “Y con la resaca a cuestas vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas. Se despertó el bien y el mal, la zorra pobre al portal, la zorra rica al rosal y el avaro a las divisas”. Ni poco, ni demasiado, -diría el recordado cantautor Alberto Cortez- todo es cuestión de medida.
El sentimiento en el sujeto y la masa
Freud, en su clásico texto “Psicología
de las masas y análisis del Yo”, y en relación con la masa y la ilusión de sus
miembros con un Ideal, señalaba que aquellas están
gobernadas por dos tipos de lazos afectivos: uno, la unión con el Ideal que
suele encarnar el líder, y otro, por la unión imaginaria de los individuos
entre sí. Sostenía que todo sentimiento en un contexto masivo es contagioso, y por eso
el sujeto masificado “ad hoc” sacrifica el interés personal mediato
al interés colectivo inmediato. Y sabido es que en el marco del sentimiento y
la ilusión se han cometido más atrocidades en nombre de la obediencia que de la
rebelión, tal como reflexiona Charles Percy Snow.
Sin duda, como enfatiza
López Rosetti, “el corazón decide y la razón justifica”, (lo que la Psicología
clínica llama mecanismo de “racionalización”) ya que somos ante todo seres
emocionales, con capacidad de razonar (a veces…). Un ejemplo de la complejidad
de la emoción en las personas es la trama psicosocial de la novela de Jane
Austen “Sense and Sensibility” (Sensatez y Sentimiento), llevada al cine
magistralmente por Emma Thompson.
Pero aquí vale preguntarse: ¿cómo y a partir de qué decide “el corazón”? Obviamente esta expresión poética es una metáfora que alude a la taquicardia que generan las emociones. Y la respuesta apunta a las creencias que modelan valores. Si creo, por ejemplo, que la institucionalidad del Estado de Derecho es garantía de convivencia en libertad, el respeto a la Ley será para mí un valor positivo y su transgresión generará culpa o indignación, que son dos componentes emocionales. El “corazón” finalmente es sujeto de la razón normativa, es decir parte de un sistema de ideas congruentes asociadas con coherencia interna, lo que no garantiza que siempre sean ciertas o comprobables, (a pesar del relativismo subjetivista, escéptico y metafísico expresado poéticamente por Campoamor), deseables y constructivas o indeseables y destructivas para propios y terceros. Ya se sabe que “el hombre ideológico” no habla, es hablado por el texto sagrado al que adhiere.
Pensamiento y acción
El significado de las concepciones se debe buscar en sus repercusiones prácticas porque la función del pensamiento es guiar la acción. Para W. James y C.S Peirce, padres del Pragmatismo, la verdad se debe examinar preeminentemente por medio de las consecuencias prácticas de una creencia. Sabemos que basta con un enlace emocional empático a un sistema ideológico, una causa, discurso, relato, doctrina o mito, para transformar pasión en verdad y verdad en cosmovisión excluyente. Para el psicólogo Albert Ellis -creador de la TCRE (Terapia Conductual Racional Emotiva), en algún aspecto antecedente de la actual PNL (Programación Neurolingüística)- “las creencias irracionales se cambian mediante un esfuerzo activo y persistente para reconocerlas, retarlas y modificarlas”, porque ya lo sabía Einstein cuando sentenció que resulta más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. Mi natural desconfianza ante los discursos dogmáticos y totalizantes, sean estos políticos, sociales, religiosos o seudocientíficos, me llevó durante mi etapa inicial de formación profesional, a estudiar muchos modelos teóricos en boga por aquellas épocas; sin embargo nunca milité en ninguna Escuela, ni me puse la camiseta de algún club identitario, porque creo que la mejor pertenencia intelectual es tributaria de cierto eclecticismo que, sin disimular un razonable pragmatismo, se siente incómodo con los “ismos”, paradigmas omnicomprensivos de la realidad.
Los seis principios del pensamiento y su relación con la emocionalidad
El comportamiento
humano en general, objeto de estudio de la Psicología científica, implica pensamientos,
sentimientos y acciones, aspectos inextricablemente interrelacionados en el contexto
de una determinada situación condicionante. Así los cambios en uno producirán
cambios en el otro. Si las personas modifican el modo en que piensan acerca de
sí mismas, de las cosas y del mundo, sentirán, vivenciarán, de modo diferente y
se comportarán por tanto de diferente forma.
Los
seis principios del pensamiento vistos desde la perspectiva “racional-emotiva”
son: 1) El pensamiento es el determinante principal de las emociones. 2) El
pensamiento “disfuncional” es la causa central del malestar emocional. 3) Sentimos
en función de lo que pensamos. Para entender un problema emocional hay que
plantear el análisis de nuestros pensamientos. 4) Factores multideterminados, y
determinantes, sociales, ideológicos, ambientales y a veces genéticos, como
cierto tipo de personalidades, están en el origen del pensamiento irracional y
la patología psicológica.
5) Sin ignorar la influencia del pasado en la conducta disfuncional, este
enfoque acentúa las influencias presentes y 6) Las creencias puedan ser
cambiadas, pero ese cambio suele llevar tiempo y esfuerzo.
Estos
principios enfatizan la importancia del factor creencial, del sesgo valorativo
que el pensamiento da a una situación, del presente sobre la actividad pasada y
de lo emocional como función primordial dependiente de la previa valoración
interpretativa del pensamiento.
Por ejemplo, un pensamiento “irracional” o “disfuncional” suele generar emociones poco confortables, desmesuradas y negativas o impulsar a actitudes antisociales y transgresoras de normas y convenciones, validadas por las “certezas” que dan las creencias sobre las que se apoyan esas actitudes. Tengo para mí que la actitud socrática de interrogar con discernimiento lo presuntamente “verdadero” nos ayuda a desandar críticamente las emociones negativas y pesimistas. Aprender a pensar distinto, evitando dogmatismos fundamentalistas e ideologismos colectivos que nos condicionen con prejuicios la percepción cotidiana, al tiempo que preservar una individualidad razonable, resulta en un sentir diferente, menos alienado especularmente en la masa, sin que ello implique necio escepticismo egoísta o insolidario, ni negación de lo malo o lo bueno, lo justo o lo injusto del mundo que nos toca vivir. Un saludable equilibrio entre sensatez y sentimiento que -nobleza obliga- es una expresión de deseo, pero no precisamente lo que caracteriza desde la noche de los tiempos a la mayor parte de la Humanidad.
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