sábado, 4 de junio de 2022

CREO, LUEGO EXISTO

Psicología y Sociedad

 Creo, luego existo

(acerca de la interpretación ideológica de la realidad)

Por Alberto Farías Gramegna

textosconvergentes@gmail.com

“Temo al hombre de un solo libro” -Tomás de Aquino

“Pienso, luego existo” - René Descartes

“La duda es la escuela de la verdad” - Francis Bacon 


No cualquier creencia aislada tiene el estatus de “ideología”. Estrictamente una “ideología” es un sistema de pensamiento coherente y congruente en torno a una escala única de percepción axiológica sociocultural que genera creencias ético-morales. Las hay políticas, sociales, religiosas, ecológicas, vitalistas, etc.

Las ideologías de cualquier orden, como sistemas omniabarcativos proponen tácitamente “cómo debe ser la realidad” (sic), más allá de cómo presuntamente “es” según la interpreta la misma ideología que construye el perfil propuesto. Por tanto, la ideología es implícitamente propositiva a partir de una “descripción” subjetiva interpretativa-axiológica de la realidad, que se realimenta en una dinámica de creencias ilusorias en el marco sesgado de la dialéctica disponibilidad – confirmación. La ideología finalmente es un sistema de ideas complementarias que se autojustifican tautológicamente y que operan como un pre-juicio generalizado sobre los hechos, las cosas y las conductas, con una lógica de presuntas causas y efectos “necesarios” que se aplican sobre un tema o temática universal cualquiera. 

En “El hombre de un solo libro: creo luego existo”, texto de reciente edición, he desarrollado en profundidad el tema del pensamiento ideológico en relación con determinadas estructuras de personalidad.

Identidad y creencia

La identidad de una persona puede ser definida como lo que permanece idéntico a lo largo de sus años de crecimiento y consecuentes cambios evolutivos psicofísicos y cultural-experienciales. Es decir, lo que subsiste luego de atravesar todos esos los cambios. Estos presuponen conservar un “nicho” básico de representaciones de uno mismo y del lugar que ocupamos en el mundo, un punto de referencia que precisamente permite reconocer (re-conocer es al mismo tiempo re-conocer-se) que uno es quien es siendo sin embargo distinto al que era. Estamos diciendo que mantener una identidad normal es cambiar. El adulto normal conserva algo de su adolescencia para reconocerse crecido. No hay cambio sin conservación. Es una ley de la dialéctica. Al decir de Einstein “es de sabio cambiar de opinión cuando las cosas cambian a nuestro alrededor”. Pero ese cambio es de diagnóstico no necesariamente de principios éticos o morales. La identidad reside en el “Yo” (conciencia de uno mismo) que a su vez existe fenomenológicamente como tal en tanto se confronte con los otros “yoes”. Su origen evolutivo es una mezcla de lo que traigo y lo incorporo, y su marca es la sociabilidad. Siempre hay algo de los otros en mi individualidad.

Sigmund Freud decía que en sentido amplio toda psicología era social. El psiquiatra y psicólogo social Enrique Pichón Reviere (1985) lo enmendó: “El sentido estricto toda psicología es social”. Es la parte de la identidad de pertenencia: algo de nuestra identidad se construyen torno a la familia, al barrio, al trabajo, a nuestra profesión, a nuestra nacionalidad, etc. Pero nada en particular nos define totalmente; la pertenencia es solo una parte de nuestra mirada. El hombre normal (promedio estadístico) no se percibe exclusivamente en función de un rol o de una preferencia. Es muchas cosas al mismo tiempo y ante todo tiene libertad para pensar diferencialmente evaluando semejanzas y diferencias con el pensamiento del otro, y por tanto la pertenencia no lo aliena.

Pero hay otras personas que por complejas razones evolutivas de su historia van más allá y necesitan de la pertenencia exclusiva a una entidad trascendente que los contenga y en la cual alienarse; son aquellas de identidad sectaria, que necesitan creer en “verdades trascendentes” y cuya expresión social es el fenómeno del

pensamiento único corporativo. No soy la totalidad de mí, soy un elemento ejecutor, un brazo de un cuerpo trascendente al que acepto someterme y subsumirme. De tal suerte queda abierto el camino para mutar a una condición psicosocial muy intensa y complicada: el fanatismo.   

La identidad sectaria: el fanático

“Fan”, deriva indirectamente del latín “fanaticus”, alguien “divinamente inspirado”. El término alude a “fanum”: templo o espacio sagrado. Winston Churchill dijo alguna vez que “un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema”. He leído en algún lugar un metafórico aserto advirtiendo que la creencia de tenerlo todo perfectamente aclarado es peligrosa, porque la excesiva claridad es cegadora.

El fanatismo es una actitud de vida que responde a una identidad sectaria; es decir que se reconoce sólo en referencia a un “Ideal del Yo” imaginario (especular) que se inscribe en una axiología maniquea extrema.

La “identidad sectaria” surge cuando la identidad del sujeto no solo se identifica con algunos aspectos de los otros, sino que se “disuelve” en el grupo cerrado (de los idénticos y no solo semejantes). Su identidad está limitada al endogrupo (espectro de la familia idealizada) de pertenencia-referencia y no al exogrupo de referencia (la sociedad plural) que garantiza el pase socializador de la cosmovisión “endogámica” a la “exogámica”. Es normalmente el tránsito del grupo primario a los grupos secundarios. Pero para el sectario su grupo cerrado es una fantasmagoría, una reconstrucción imaginaria de su grupo primario que nunca pudo superar. Soy en tanto pertenezco a un colectivo de unidad y completud imaginaria que me define como “uno de nosotros”, donde mi pensamiento resulta clonado. Cualquier desvío será percibido como traición al grupo y por tanto mi identidad estará en riesgo. El espacio sectario, (una parte del todo que se vende sin embargo como el todo mismo) es un “club” que se apropia de todo mi ser. Nada soy sin el cuerpo sectario que me incluye y le pertenezco difusamente. Pienso con arreglo al “manual” de estilo del dogma al que adhiero. La realidad es la que previamente ha definido el corpus de creencias de la secta a la que pertenezco, es decir de un endogrupo cerrado a la influencia de terceros con miradas alternativas.

Enamoramiento, “identificación proyectiva” e indiscriminación Yo-Tu.

La “identificación proyectiva” es un mecanismo psicológico inconsciente que consiste en “proyectar” aspectos propios en la figura de otra persona (o de una imagen icónica o idea omnipotente que la persona represente) y luego identificarse con ellos como si fueran realmente parte de ese otro. El resultado es una actitud egocéntrica de indiscriminación entre lo mío y lo tuyo, entre el Yo y el otro.

Los enamorados (sic) y los fanáticos sectarios (enamorados de los fundamentos de un relato cosmogónico) comparten ese mismo fenómeno de indiscriminación, solo que por suerte el enamoramiento del sujeto normal, al igual que la adolescencia, pasa con solo esperar un tiempo prudencial y queda lo mejor del vínculo: la mesurada afectividad. Cabe aclarar que cuando decimos “normal” aludimos a la “norma”, una medida estadística que solo indirectamente puede ser valorada positiva o negativamente según sus efectos en la salud o patología de una población. No ocurre lo mismo con las personas que por las vicisitudes de sus personalidades necesitan incorporar la “droga” de la pertenencia excluyente al grupo sectario. Y uso esta palabra metafóricamente porque el sectario es psicológicamente un “adicto” (a-dictum, sin palabra propia, una de las acepciones posibles del latinismo), adicto a la “Idea” suprema, la imagen, el culto al ícono, a la adoración totémica del líder, a con-fundirse con el Dogma que justifica y es razón necesaria y suficiente de existencia.

El sectario no pertenece a una corriente de opinión, “es” la corriente misma. Por eso se define a partir de una exterioridad que lo co-instituye: el “ismo”. Así mudará en “…ista”, precedida su presentación por la expresión “Soy (tal cosa) ...ista”. Aquella presentación es una autopreservación, un reaseguro de que “es” alguien por ser parte de algo más grande que él, donde se asienta una ideología de pertenencia, sostén de identidad. Ese es un aspecto explicativo del curioso comportamiento de la acrítica pleitesía y la obediencia ciega automática.

Los cuerpos fanatizados (piénsese en el concepto de grupo “corporativo”) en la historia de la Humanidad enfatizaban siempre el término “obedecer” emparentado a la idea de “lucha” y de “vencer”. El tríptico “Credere, obbedire e combattere per vincere, por ejemplo, era el lema del fascismo italiano de entreguerras.

Vemos pues como “el simio humano” (que eso somos) se debate desde la noche de los tiempos entre la objetividad y la interpretación subjetiva de las cosas. Es que el Hombre es un “animal teleológico” (buscar causas finales y dar sentido trascendente y metafísico al mundo real), por eso mismo necesita, unos menos, otros más y otros mucho más, creer para existir.

 

Imagen 1 : Tapa de "El hombre de un solo libro"  de Alberto Farías Gramegna (Presentación en la Univ. de Murcia, España)

Imagen 2 : https://i.blogs.es/2efba0/zombies-fanatismo-cine/1366_2000.jpg

                                                                      


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