lunes, 7 de febrero de 2022

LA VUELTA A LA TRIBU...


El retorno de la tribu
(“comunidad” y “sociedad” en tiempos de crisis)


por Alberto Farías Gramegna


“La lucha entre la libertad y la autoridad es el rasgo más 
saliente de las épocas históricas…”- J. Stuart Mills.

“Nuestra vida cotidiana está atravesada por un doble sentimiento de identidad que podríamos calificar, en un primer momento, de paradójico. En ese sentido necesitamos identificarnos con los otros para saber quiénes somos (…) pero al mismo tiempo necesitamos diferenciarnos de ellos para sentirnos nosotros mismos y no confundirnos con los otros…” - Tomás Ibáñez Gracia

En su reciente libro “La llamada de la tribu”, (título que recuerda una expresión acuñada por Karl Popper, el genial autor de “La sociedad abierta y sus enemigos”), Mario Vargas Llosa pone en valor las ideas realmente progresistas del pensamiento liberal, que acompañó a la sociedad occidental en su lucha por la libertad, la racionalidad y la sociedad abierta al progreso de las instituciones que garantizaron la democracia y el republicanismo, contra todo absolutismo y despotismo basado en el pensamiento dogmático de los fundamentalismos medievales.
¿Pero qué significado tiene el aserto de un retorno de “la tribu”, en el marco de una crisis política y social? Apunta al intento de comprender y explicar el comportamiento personal ante la reiterada tensión entre el racionalismo institucional, que sostiene al sujeto individual como ciudadano de libre conciencia autónoma y la tendencia contraria que lo reclama desde dentro como parte indiscriminada de la horda, el grupo primario al que pertenece y que lo subsume en la identidad del “nosotros” por oposición a los “otros”.
Al respecto dice Vargas Llosa que esa poderosa “llamada” tribal reside en el “irracionalismo del ser humano primitivo, que anida en el fondo más secreto de todos los civilizados, quienes nunca hemos superado del todo la añoranza de aquel mundo tradicional  -la tribu- cuando el hombre era aún una parte inseparable de la colectividad, subordinado al brujo, el cacique o el sacerdote, que tomaban por él todas las decisiones vitales, en la que se sentía seguro, liberado de responsabilidades, sometido, igual que el animal en la manada… adormecido entre quienes hablaban la misma lengua, adoraban los mismos dioses y practicaban las mismas costumbres, y odiando al otro, al ser diferente, a quien podía responsabilizar de todas las calamidades que sobrevenían a la tribu. El ‘espíritu tribal’, fuente del nacionalismo, ha sido el causante, con el fanatismo religioso, de las mayores matanzas en la historia de la humanidad”

Comunidad y Sociedad: el efecto “tribalizador” de la anomia.

El sociólogo Ferdinand Tönnies  ya a fines del siglo XIX, diferenció y caracterizó  los conceptos de “comunidad” (Gemeinschaft) y “sociedad” (Gesellschaft). Observó los diferentes tipos de relaciones sociales que determinan y son determinadas en cada caso, y las relacionó en parte por el tamaño del grupo de sujetos involucrados en esas relaciones, la formalidad o informalidad de las mismas y la división social del trabajo. Agregaría los procesos directos de identificación con el “prójimo” (semejante próximo, el vecino, el par) y la distribución de los roles sociales.

En fin el grado de proximidad territorial, la identidad de pertenencia (el mismo club, el mismo barrio, la misma escuela, etc.) y la pertenencia define la pertinencia, por ejemplo del protocolo y el trato con el otro. También los usos y costumbres compartidas y las relaciones de confianza dada por la cotidianeidad.
Esto es la dimensión “comunidad” no necesita de las normas con arreglo al Derecho para orientar sus relaciones. En cambio la dimensión “societaria”, se asienta básicamente en aquellas normas institucionales formales y anónimas: no es Juan o Pedro, el que acude a mi negocio, es un “cliente” en el marco de un contrato comercial. No importa su identidad personal, ni su historia de vida. La “comunidad” se caracteriza por su afectividad y personalización de los vínculos, son relaciones de tipo “familiar” y donde se verifica un “espíritu de cuerpo”, es decir, otra vez la tribu. Las relaciones impersonales, formalizadas e instrumentales son, en cambio, lo propio de la “sociedad”. Un contrato escrito, el respeto a las leyes, etc. Pero cuando una sociedad -como la nuestra- se desliza hacia la “anomia” (ausencia, deterioro o perversión de las normas legales, tal la famosa noción acuñada por Durkheim), surge una regresión al nivel comunitario y de allí a la referencia tribal y a la construcción del otro como parte de una rivalidad tribal, que suele mudar en muchos casos como “tribu enemiga” a destruir. El comportamiento “tribal”, es típico de las concepciones racistas, etnocéntricas, místico-religiosas, nacionalistas xenófobas, ideológicas fundamentalistas, clasistas, sexistas, etc. Los populismos caudillistas modernos, de izquierdas y derechas, -concepto muy bien definido por la ciencia sociopolítica y que por razones de espacio no podemos desarrollar aquí- apelan siempre a la emocionalidad tribal, la irracionalidad y la contestación por sobre la racionalidad y el apego a la Ley
Apelan a la noción emocional de “Pueblo” como entidad amorfa, por sobre el concepto de “Ciudadano”, individuo de libre consciencia y no de seudoconciencia de interés corporativo. Es el “todo” que anula la “parte”. Así el sujeto es devorado y desaparece en la masa que adora al líder demagogo.

La sociedad abierta…

Hoy como ayer, la contradicción sociopolítica esencial y dramática es liberalismo republicano vs. corporativismo populista. El pensamiento liberal clásico (los prejuiciosos e ignorantes desinformados antepondrán el prefijo “neo”) que nace en el siglo XVII ha sido el avance más formidable de la lucha de la humanidad por sacudirse el yugo del totalitarismo, la ignorancia, la demagogia, el dogmatismo de los fundamentalismos y la sumisión a la religión opresiva.
Como dice Joaquín Abellán: las ideas liberales lucharon “en contra del poder absoluto del Estado y de la autoridad excluyente de las iglesias y en contra de los privilegios político-sociales existentes, con el fin de que el  individuo pudiera desarrollar sus capacidades personales, su libertad, en el ámbito  religioso, económico y político. La reivindicación de la libertad y de la autonomía del individuo apuntaba hacia la creación de un orden político que las reconociera y las garantizara”.
Fueron mucho más que una doctrina socioeconómica, una concepción filosófica del hombre libre y sus derechos personalísimos.
Adam Smith, David Ricardo, John Stuart Mills y otros, influidos por los fisiócratas franceses, retomaron lo mejor de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, desmarcándose claramente de la barbarie del Terror robespierano.
Revulsivas para el conservadurismo, con las ideas liberales nacen los estados laicos y las sociedades abiertas, modernas y seculares que caracterizaron el progreso y la libertad de occidente.
La sociedad abierta se caracteriza por un equilibrio dinámico y creativo entre Estado y Mercado jugando libremente dentro del estado de derecho de los tres poderes republicanos.
La sociedad abierta lo es a la inclusión social, al pluralismo, a la libertad de ideas y de expresión, a la ciencia, a la prensa libre, a los derechos de las minorías, al diálogo, al estado de derecho, a la propiedad privada, a la seguridad, al progreso, a la razón, a la alternancia política.
Las sociedades abiertas están construidas sobre los grandes valores del liberalismo. En ellas la democracia es condición necesaria pero no suficiente sino se articula con el orden republicano. Por lo contrario las sociedades cerradas son subsidiarias de las ideas corporativas. La ausencia de República lleva a un corporativismo tribal que finalmente también destruye  la democracia legítima que la validó en su inicio. Regímenes despóticos y dictadores sangrientos surgieron de elecciones democráticas. Estas garantizan  voluntades de  mayorías contingentes, pero solo la República garantiza los derechos de las minorías y protege al ciudadano de los abusos del Estado. Nuestros padres fundadores y los constituyentes de 1856 imaginaron un país creciendo a partir de una sociedad abierta. ¿Qué sociedad imaginarán sus descendientes contemporáneos, hijos del mundo globalizado del Tercer Milenio, si dramáticamente retorna y se impone la Tribu por sobre la República?

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