jueves, 20 de diciembre de 2018

Crítica de la especulación laclausiana

La plenitud del significante vacío

(sobre el “objeto oclusor” en el relato de la razón populista)
por Alberto Farías Gramegna

“La construcción del ´pueblo´ va a ser el intento de dar un nombre a esa plenitud ausente (la del significante vacío)” - Ernesto Laclau

“El Institucionalismo es algo que no toleramos, nosotros amamos el populismo, esa vertiginosa aventura que nos permite levantarnos todas las mañanas sin imaginar siquiera lo que ocurrirá ese día. Nuestras políticas de Estado están pensadas con varios minutos de antelación y rigen a lo largo del día. (…) Soñar con el Institucionalismo está permitido, pero con sueños no se construye poder ni realidades en el corto plazo. Todo será populismo hasta tanto aprendamos de qué se trata la República Democrática” - Ramón D. Peralta  

“Laclau no inventa el populismo, lo explica con una curiosa teoría sincrética, e intenta justificarlo como una necesidad socio-política de las sociedades periféricas no desarrolladas…”- Alberto Farías Gramegna


Introducción
Las siguientes consideraciones  y citas se ensamblan en torno a un concepto central: el de “significante vacío” (Lacan-Laclau) y su relación con la noción psico-socio-política de  “razón populista”, y si  bien tiene formato de “ensayo breve”, no pretende serlo genuinamente, en tanto no agota ni mucho menos el examen del “estado del arte” sobre la temática, ni analiza punto a punto todos los demás conceptos nodales del marco teórico en el que se apoyan los constructos y propuestas  pragmáticas de Ernesto Laclau y de su asociada Chantal Mouffe sobre lo que se ha dado en llamar “la lógica de la razón populista”.
Un trabajo ensayístico tal, excede mis actuales posibilidades y disponibilidad de análisis, así como las características restringidas específicas solicitadas para este informe.
Un emprendimiento que agregue aún más examen crítico al discurso de Laclau -sobre el que  han escrito ya muchos autores- exigiría bucear durante largo tiempo en la obra de estos y otros colindantes, en los que aquellos abrevan para  fundamentar sus postulados más o menos críticos.
Dado que Laclau utiliza muchos conceptos del “estructuralismo psicológico” desarrollados por Jacques Lacan  -en una curiosa versión libre de la semiología estructural de Ferdinand de Saussure (1995)  para releer (sic) heurísticamente la obra de Sigmund Freud, desde una óptica más emparentada con el análisis del discurso desde la lingüística que con la semiótica y el análisis del contenido del inconsciente- hemos tomado lo que consideramos el concepto nuclear de la “teoría” de este autor: el de “significante vacío”.
Este concepto se deriva de la noción estructuralista lacaniana que piensa al inconsciente como cadena de significantes que se independizan del significado término a término para jugar entre sí como sistema discursivo con validación por la estructura misma, más allá de las connotaciones sociales. En otras palabras, un significante no solo refiere a un significado fijo, sino que tiene validez con relación a otro significante.  Es lo que Freud “descubrió” en el discurso de sus pacientes mediante la libre asociación de ideas de la vigilia y del sueño. La diferencia con Lacan reside en que el vienés buscaba descubrir lo que llamaba la “escena primaria”, la situación traumática, debajo de aquella asociación, aunque promediando su obra -que cambió fuertemente a partir de su trabajo “Más allá del principio de placer” (1920)-  abre su camino hacia la “realidad psíquica”, es decir que se aleja un poco más de la idea de trauma real, para investigar las fantasías que se expresan en una escena construida por el interjuego entre deseo y represión.  A Lacan no le interesa ninguna escena subyacente, sino que piensa al inconsciente como un sistema lingüístico con formato discursivo autónomo y de esa manera importa más la estructura del discurso que el contenido del mismo, que podríamos llamar “relato”.
Y aquí acudo al término que aparece en el subtítulo de este trabajo: “relato”.  El discurso implica una estructura (forma) y un relato (contenido). Laclau, toma el “significante vacío” y sostiene la idea de que puede ser “llenado” por las “demandas del pueblo” (implícitamente) con una variedad de contenidos, -los que se equiparan justamente por tener formato de demandas populares, que resultarán equivalentes entre sí- y cuyo sentido único final (significado) será otorgado desde fuera del actor pueblo por un sujeto (líder) que interpreta heurísticamente esas demandas en forma de relato populista. Termina así en una fórmula sincrética entre Lacan y Freud, donde un significante vacío es llenado por un objeto que ocluye la cadena de significantes con un relato mítico: el populista.
Aquí la realidad social compleja, diversa y multideterminada por factores económicos, sociales, psicológicos, culturales y religiosos, etc. es reinterpretada desde un modelo simplista en clave dilemática y maniquea: pueblo-antipueblo/  bueno-malo. Y así el discurso -cuya esencia es mutar libremente de siginificante en significante y donde a la manera lacaniana los significados son también nuevos significantes- se transforma por arte de la magia del líder, en “relato”, donde hay una sola manera de leer la realidad: la que le da el caudillo que congela todos los significantes en torno a un solo significado que los resignifica con formato de dogma. Por gracia del líder el significante vacío es llenado por la plenitud de la epifanía mitológica populista.

El “relato” como “objeto oclusor”

Intentaré explicar ahora el concepto de “objeto oclusor” (Farías, 1985) como “ocupante inercial” de un significante que termina deteniendo la cadena de asociaciones libres (discurso) para congelarse en un “relato” (discurso ocluido). Hemos desarrollado esta idea desde hace muchos años, en ocasión de analizar  metapsicológicamente el fenómeno de la “adicción”  (Farías, 1985). Recordábamos en aquella oportunidad que “adicto” es literal y etimológicamente, “falta de palabra” (del latín a-dictum) y eso es lo que le pasa al adicto sensu lato: reemplaza la palabra como significante asociativo, por una compulsión a la acción relacionada con una sola representación: la idea fija, el “pensamiento único”, que lo lleva a una repetición compulsiva en el marco de un relato que lo contiene en su identidad adicta. Esto es, actúa una ficción antes que pensar una realidad. En la teoría laclaudiana finalmente el pueblo queda fijado adictivamente, sin palabra propia a la “imagen auditiva” oclusiva del líder que se apropia de la cadena significante de cada uno, ahora disuelto en masa de fanáticos que, por paradoja, grita-silente,  porque cada cual es hablado por la palabra-imagen del Guía, Jefe, Líder, Dirigente, Adalid, Caudillo, etc. Así el sujeto muda en objeto, pasa de ser ciudadano (individuo) a  ser alienado en el  significante “pueblo”, (negado en su subjetividad para ser disuelto en la figura del adicto prosélito)
Las ideologías fundamentalistas extremas, totalitarias de izquierdas y derechas, los populismos, las creencias metafísicas y las compulsiones a las ingestas de objetos reales o virtuales, son comportamientos adictivos que intentan compensar un déficit de la identidad social madura y eutímica (eu-timos: sentimiento de bienestar interno, aceptación de sí mismo y adaptación crítica y creativa con el entorno). Freud ya lo teorizó con el concepto de “compulsión a la repetición” que vinculó metapsicológicamente con la noción de “pulsión de muerte”.  También en Psicología de la Masas y Análisis del Yo” (1921), el padre del psicoanálisis analizó el complejo proceso de deconstrucción del Yo en relación a las “proyecciones” de los aspectos ideales e idealizados de la identidad (Ideal del Yo) en la figura del líder, una supra-estructura simbólica con la que los sujetos se identifican verticalmente, para integrarse horizontalmente con sus pares (compañeros “fraternos”).
Lacan retomará este tema para diferenciar y secuenciar este proceso de idealización en el nivel psico-evolutivo individual, e introduce una etapa inicial que va de la vivencia de fragmentación corporal a un autoreconocimiento de la unidad corporal  que llamó “estadio del espejo”, (una metáfora donde el “espejo” es la mirada del otro). Esto da lugar a la instancia de lo que en Freud pareciera no estar del todo diferenciado: el Yo ideal de características imaginarias (por ser producto de una imagen). Este Yo Ideal es fundamentalmente omnipotente y se sostiene en el amor de la “madre” (el “otro” de Lacan).
Más tarde aparece el nivel simbólico, cuando el Yo Ideal muda en Ideal del Yo: el sujeto normal se reconoce incompleto y por acción de los valores morales y sociales de la cultura trasmitido por la educación recibida de los padres (el Súper Yo) construye un Ideal (que se relaciona con la sociedad en función de la Ley y la cultura en general) que perseguirá por el resto de su vida tratando de alcanzar esa perfección deseada: “ser como…”. Este es en nuestra opinión el motor de la identidad y sus avatares.
Esta diferencia entre “Ideal del Yo” y “Yo Ideal” es de nuestro interés central. Porque, como intentaremos mostrar en las siguientes líneas, la relación entre “el pueblo” (así definido como entidad indiferenciada) y el líder populista,  
-“relato” de por medio- se establece en torno al “Yo Ideal” (nivel imaginario-omnipotente) antes que con el “Ideal del Yo” (nivel simbólico-potente).
Por eso decimos que el sujeto del populismo es en verdad un “sujeto de no-palabra”, de sólo imagen, un sujeto adicto que -al negarse en su identidad simbólica- ocupa el lugar del objeto de amor de una madre omnipotente, fantasmalmente encarnada en la figura real del líder. De tal suerte, el significante vacío del que habla Laclau es llenado por “el relato” que obtura la libre circulación de significantes, reemplazando la dimensión simbólico-cultural (el gran “Otro” socializador del Ideal del Yo, en términos de Lacan) por la dimensión imaginaria-narcisista (el pequeño “otro” del Yo Ideal que aliena en la ilusión de fusión omnipotente). Enseguida veremos en detalle este punto de la teoría lacaniana, que es el nodo del presente trabajo.

El “Otro” y el “uno” en Lacan. El objeto “a” como “objeto oclusor”  y  la acción de “forclusión”. Del símbolo a lo imaginario.

Dejemos ahora el aspecto socio-político y cultural para volver a la metapsicología del “laclau-populismo”. El Otro u “Otro constitutivo” (también conocido como alteridad) en la filosofía en general constituye un concepto clave. Es una idea opuesta a la identidad  individual  (aunque la co-instituye a través de la cultura y del súper-yo de los padres, según el psicoanálisis) y se refiere, o se intenta referir, a aquello que es «otro diferente» frente a la idea de ser considerado solo algo como cosa. El Otro, considerado siempre como algo diferente, alude a otro individuo más que a uno mismo y normalmente se escribe en mayúsculas. Pero para el psicoanálisis en general y la versión lacaniana del mismo (teorías que fascinaba a Laclau junto con el marxismo y el postmarxismo existencialista sartreano, discursos teóricos todos que creativamente  intentó mezclar buscando un sincretismo estructural con pretensiones de ensayo político del poder populista y obteniendo en nuestra opinión un  resultado similar al obtiene quien deja caer gotas de aceite en una vasija con agua), el concepto de “Otro” y de “otro” tienen significados diferentes, en tanto surgen de corpus metapsicológicos. Veamos el tema del “otro” en este texto recuperado de la web:

Jacques Lacan hace una consideración del Otro (Autre: A máyúscula) influido en gran medida por Sartre y por Merleau-Ponty; en la polémica "Sartre versus Merleau-Ponty", Lacan (debido a sus investigaciones y experimentaciones -como aquella del estadio del espejo-) se aproxima a la opinión de Merleau-Ponty. Sin embargo existiendo una muda y mutua rivalidad entre Lacan y Sartre ninguno de los dos reconoció los puntos en común que tenían en su conceptualización del Otro.
En Lacan el Otro es al mismo tiempo el prójimo  (de la cultura y la Ley) (cada otro sujeto por separado) y todo el conjunto de sujetos que constituyen a la cultura y la sociedad desde el origen de la humanidad.
En esa segunda consideración es que Lacan usa la palabra siempre con mayúscula inicial, y en sus notaciones es representado mediante una A (inicial de la palabra francesa Autre=Otro). El Otro en cuanto conjunto de sujetos que constituyen a la cultura y a la sociedad es calificado por Lacan de Tesoro de los significantes, es decir, es de tal entidad que cada sujeto por separado recibe el lenguaje; por esto se entiende la frase lacaniana El sujeto es hablado por el Otro y su variación el sujeto es pensado por el Otro. Desde el Otro es que el sujeto posee un lenguaje y es desde el Otro que el sujeto piensa (en esto hace Lacan una modificación al cogito cartesiano, al cogito ergo sum -pienso ergo existo-: nadie piensa inicialmente desde su ego o desde su sí mismo, sino que lo hace a partir de lo que recibe por tradición desde el Otro).
Sin embargo -opina Lacan- el sujeto cae en una falacia si cree que por recibir los significantes desde el Otro, el Otro le va a poder satisfacer en todo, le va a dar respuestas para todo, el Otro da significantes -considera Lacan- pero da pocos significados (vulgarmente hablando: da pocas "explicaciones"), es por esto que a tal aspecto del Otro, Lacan, lo representa con una A tachada (tachada con una barra diagonal).
Por lo demás al constituirse el ego de cada sujeto a partir del Otro, también resulta ser el deseo instalado en cada sujeto un deseo proveniente del Otro y dirigido hacia el Otro, esto se resume en el apotegma: el deseo es el deseo del Otro.
El primer sujeto vicario o representante del Otro para todo sujeto es su madre (Lacan suele representarla con una "a" minúscula -de autre-, que coincide con el objeto del deseo nunca satisfecho y que puede ocluirse cuando se cristaliza en el marco del Yo Ideal), en las notaciones y matemas lacanianos debe evitarse confundir esta "a" que representa a la madre del sujeto con el llamado objeto aLa madre en cuanto prójimo (próximo) primero de cualquier sujeto le da su noción de ego hecho que se plasma durante el estadio del espejo, sin embargo la madre es un otro que -sin saberlo- sólo transmite parte de la información del Otro (es decir de todo el conjunto que es la sociedad y la cultura), más aún, la madre sólo será eficaz si media entre ella y el infante la función paterna. Lacan hace un juego de palabras con las palabras francesas parofónicas autre (otro) y être (ser). (Recuperado 15/1/16: “El otro y el Otro”  en  http://es.wikipedia.org/wiki/Otro) (La negrita es nuestra)

Y bien… ¿qué tenemos aquí? Vamos a traducirlo al buen idioma  de la calle: la relación del niño con la madre, es una relación segada parcial porque es una díada especular (el niño en tanto deseo de la madre construye su deseo inalcanzable  -objeto  de  “a”- : la de ser el deseo de deseo de la madre y por tanto hace de su objeto de amor el único destino de su libido,  negándose a sí mismo como sujeto. El “relato materno”  -en tanto “a”-  no puede trasmitir “toda” la dimensión de la cultura al niño y por tanto no puede introducir la Ley del Gran Otro (“Autre” en Lacan) y solo introduce una seudo otredad (la A “tachada” de Lacan o el “Otro barrado”) .Cuando la madre “introduce” la terceridad del Padre (objeto “A” vinculado al Ideal del Yo) recién corta este vínculo imaginario para permitir el acceso a la dimensión simbólica que porta el discurso de multiplicidad  de significantes y terminar con el Yo Ideal, refugio del significante único, coincidente con el cuerpo de la madre “fálica”, omnipotente que con su palabra llena y obtura el significante vacío. No sabemos si esta explicación ha aclarado u oscurecido más la compleja  -que no confusa-  jerga lacaniana.
Resumiendo: Al objeto “a”, denominado también “objeto metonímico”, se lo considera el "objeto causa del deseo". Al tiempo que  el objeto “A”  -mayúscula  o “Gran Otro” (La Ley y la Cultura)- se diferencia del “pequeño otro”, el semejante. Aclaramos más arriba que las letras a y A derivan de la palabra Autre, que en francés es el modo de decir Otro; y de la misma forma el objeto “a” es una derivación de esta misma alteridad pero en un nivel drásticamente diferente. Se trata pues de matemas y nada tienen que ver con el tamaño de una cosa material.

La ideología como caja de resonancia de la identidad

Es interesante la relación que existe entre identidad individual, identidad colectiva e ideología de grupos (o permítasenos hablar de “seudo-ideologías” como en el caso del populismo, ya que éste no se instituye como un discurso axiológico complejo sino como un relato de poder cuya única “razón” insostenible y difusa  radica en la oposición imaginaria pueblo-antipueblo).
En su injustamente olvidada obra “Identidad y cambio”, los psicoanalistas León y Rebeca Grinberg, (1971) al ocuparse de la compleja construcción de la visión del mundo a partir del análisis de la función del “Yo”, el “Ideal del Yo” y el “Súper Yo” (constructos virtuales del psicoanálisis) observan  “que cada ideología está enraizada con los cimientos de la identidad. Todos los integrantes de una comunidad ideológica se sienten hermanados, no solo por compartir idénticas aspiraciones y luchar solidariamente por concretarlas, sino por ser depositarios de un objeto idealizado común, que para cada uno representa su objeto primario amado. Es por ello que toda ideología está tan cargada emocionalmente. En otras palabras, la ideología representa a objetos internos incorporados al núcleo del Yo y ´a través de cuyos ojos´ (según la expresión de Wisdom) el sujeto ve el mundo”.
Aquí vale una observación, a nuestro juicio importante: la afirmación de los Grinberg acerca de quienes “son depositarios de un objeto idealizado”, nos convoca a preguntarnos ¿cuál es exactamente ese objeto? ¿responde al Ideal del Yo  (aspectos sociales prospectivos acerca de los valores ideales a conseguir, estilo de vida, solidaridad, justicia, etc.), a ser parte fragmentarias del Yo Ideal con que miran al líder (plenitud de quien se siente amado por aquel), o al Súper Yo (aspectos controladores de índole normativa: que está bien permitir y que se debe prohibir, etc.)? Si los sujetos acaso son los depositarios ideológicos… ¿quiénes son entonces el o los depositantes? ¿o es que ellos mismos eligen serlo? etc. Preguntas que pueden ser valoradas como entretenimiento sofístico, pero que sin embargo, como se verá enseguida tienen relevancia para nuestro análisis del objeto oclusor.
Desde la perspectiva de la citada “Psicología de las masas y análisis del Yo” , -coincidente con el análisis de Grinberg y Grinberg- el objeto idealizado es el corpus del discurso ideológico (la suma de la representación más el valor que se le atribuye) y es a partir de ese objeto ideal e idealizado compartido que los “hermanos en la fe”,  como sujetos de  pensamiento y autodepositarios del discurso, pueden luego depositar ese objeto en la figura de un líder (o mejor dicho en el rol de liderazgo encarnado en tal persona) que lo es en tanto ahora funciona como el nuevo depositario del Ideal del Yo (más abajo volveremos sobre este concepto para señalar su  diferencia esencial con el Yo Ideal) de cada sujeto. Esta dinámica reconoce en cada ideólogo un sujeto activo de creencia que “elige” construir un líder, que es co-investido libidinalmente por sus creadores para ser liderados.

La versión libre de Laclau: similitudes y diferencias.

Diferente en nuestra opinión es el planteo desde el modelo de la particular versión de  “significante vacío” de Laclau: los sujetos de las demandas no son inicialmente “sujetos ideológicos” per se, sino objetos recipientes de las injusticias sociales varias que puede propinarles el sistema. Las necesidades que surgen de aquellas injusticias son expresadas a partir de las demandas sociales variopintas, planteadas como discursos no ideológicos sino reivindicativos socio-economicistas.  Es el discurso preclaro del líder el que decide darle un sentido a esas demandas y las unifica mutando todos los discursos parciales en un relato totalizador que sintetiza “ad infinitum” resumiendo todos los problemas parciales en un  problema total presentado con forma de dilema excluyente: por ejemplo “liberación o dependencia”.
Así él, el sujeto del liderazgo autoinvestido, se hace depositario inicial por iniciativa propia, de las virtudes de la palabra llenando el significante vacío con ese mismo relato que ocluye cualquier otra interpretación y haciendo a los sujetos de la necesidad depositarios no del objeto idealizado como en el ejemplo de los Grinberg , sino  -al alienar la palabra singular de las demandas subsumiéndola en un pensamiento único encarnado en la figura del líder con palabra excluyente- cosificando las individualidades y haciendo de los sujetos objetos intercambiables mudas piezas del relato des-ideologizado.
En otras palabras, el rol de depositario activo no reside en el “sujeto ideológico” -como en los movimientos ideológicos clasistas (por ejemplo los socialismos marxistas)- sino en el ser mismo del líder populista. Intérprete original  de la causalidad de todos los males que aquejan al pueblo.
El líder, como persona con nombre y apellido más que como rol de liderazgo , se hace depositario autoreferente del Ideal, convirtiéndolo en lo que Freud llamó el “Yo Ideal”, al mismo tiempo que acciona sobre los liderados como depositante de un objeto que obtura (ocluye) la cadena de significantes libres en el discurso no-ideológico de cada sujeto, que desaparece disuelto  en la figura difusa de “el pueblo”, cuya única misión será de ahí en más, agradecer las dádivas del líder que lo cuida y piensa por él.
Al ser privado de palabra plena y por tanto creadora, el sujeto del populismo -ya negado de inicio como parlante, porque su lugar es el relleno del significante vacío como parte indivisa del pueblo-  se transforma en adicto, es decir pasa de sujeto a objeto.
Y como tal, solo repetidor enajenado de un relato-acción en el orden de lo imaginario antes que lo simbólico, porque a la manera de un muñeco de ventriloquía es hablado desde la palabra plena del líder. El “relato” es un cuento cuya esencia es desmentir la realidad, porque ella amenaza con restaurar el orden simbólico de la cadena de significantes libres  y con ello reponer la palabra discursiva en cada sujeto, dejando de ser objeto de ese relato.
Si esto sucediera, el poder volvería al sujeto en la existencia nuevamente del Ideal del Yo (ideología) por sobre el Yo Ideal (relato), -volveremos enseguida profundizando estos términos psicoanalíticos- es decir retornaría la conciencia crítica que caracteriza al sujeto discursivo y lo diferencia del adictum, y eso es el drama, la “espada de Damocles” de cualquier populismo más inclinado a las izquierdas o a la derechas (la historia muestra que es más temprano que tarde una tragedia anunciada, valga la redundancia).
Umberto Eco en su trabajo “El fascismo eterno” (2006) que denomina “ur-fascismo”, mostró como desde Julio César hasta Chávez y los Kirchner, todos los populismos comparten la misma estructura del relato cuyo único objetivo es la perpetuación demagógica en el poder partiendo de accederlo a través de los canales institucionales para destruirlos desde dentro. Dice Eco:

El término ‘fascismo’ se adapta a todo porque es posible eliminar de un régimen fascista uno o más aspectos, y siempre podemos reconocerlo como fascista. Quítenle al fascismo el imperialismo y obtendrán a Franco o Salazar; quítenle el colonialismo y obtendrán el fascismo balcánico. Añádanle al fascismo italiano un anticapitalismo radical (que nunca fascinó a Mussolini) y obtendrán a Ezra Pound. Añádanle el culto a la mitología celta y al misticismo del Grial (completamente ajeno al fascismo oficial) y obtendrán uno de los gurús fascistas más respetados, Julius Evola. (op.cit.pag 47)

Y seguidamente apunta algunas características generales de los fascismos “sui géneris” que podemos observar explícitas o encubiertas, algunas o todas, en los llamados “populismos”:

1. Culto de la tradición. El saber y el 'razonamiento' suponen eminentemente la recuperación o la "repetición" del legado pasado, no avance o descubrimiento.
2. Rechazo del modernismo. “Repulsa del espíritu de 1789 (o del 1776, obviamente)”. A veces supone la suscripción del irracionalismo.
3. Culto de la acción por la acción. Sospecha de la academia sumergida en la “abstracción”, que ha abandonado los valores tradicionales.
4. Sospecha del pensamiento crítico y culto de la autoridad tradicional. “El desacuerdo es traición”.
5. Miedo de la diferencia. Rechazo de las políticas interculturales, del pluralismo religioso y del espíritu laico. Racismo explícito o encubierto.
6. Llamamiento de individuos y colectividades frustrados a causa de una crisis económica o política.
7. Nacionalismo. Identidad contradistintiva. “Obsesión por el complot”.
8. Sentimiento de humillación por la riqueza o la fuerza del “enemigo”.
9. “Vida para la lucha”. “El pacifismo es colusión con el enemigo”. Vindicación manifiesta o sutil de la violencia. Talante apocalíptico.
10. Elitismo aristocrático o militarista. “Desprecio por los débiles”.
11. Culto del heroísmo y de la muerte.
12. Discriminación en materia sexual (machismo y homofobia) en nombre de valores tradicionales.
13. “Populismo cualitativo”. El pueblo es una entidad monolítica que marcha guiada por el Líder, su portavoz privilegiado.
14. Cultivo de la “Neolengua” (el término lo toma prestado de George Orwell). Léxico y sintaxis elemental para las “masas” - las "élites" se consideran "sutiles" y "sofisticadas" -, para limitar el pensamiento y la crítica.

La combinación compleja de estas características produce ideologías inquietantes con mil máscaras políticas  camufladas en sellos y banderas de diferentes nominaciones. Cualquier semejanza con experiencias cotidianas  es pura causalidad.
Por eso cualquier cuestionamiento al “relato” -que reiteramos debe diferenciarse del “discurso” encarnado en la figura misma del líder, hasta el grado en que ambos se confunden, ya que sin éste no subsiste aquel- es considerado una “traición” si proviene de la filas populistas o simplemente una expresión destituyente del antipueblo enancado en  “las corporaciones” y otros lugares comunes de la jerga demagógica populista. 

En palabras de Ramón Peralta (2015)
El populismo no está definido naturalmente como de derecha o izquierda, y de hecho el fascismo italiano, el nazismo alemán y el peronismo argentino son los mejores ejemplos de que el populismo no es un emergente del marxismo propiamente dicho. Porque tal como se señaló no estamos ante la presencia de una ideología política determinada, sino ante un estilo de construir, acumular y perpetuar poder partiendo del aprovechamiento de las demandas heterogéneas de los sectores más desprotegidos y demandantes.

Pero mejor aún -nobleza obliga- escuchemos a Laclau (2009), el padre de la teoría de la legitimidad (y necesidad) de los populismos:

(…) Se deben diferenciar dos aspectos: el rol ontológico de la construcción discursiva de la división social y el contenido óntico, que en ciertas circunstancias juega ese rol (…) Dada la indeterminación de la relación entre contenido óntico y función ontológica- la función puede ser desempeñada por significantes de signo político completamente opuesto. Esa es la razón por la cual entre el populismo de izquierda y el de derecha existe una nebulosa tierra de nadie que puede ser cruzada -y ha sido cruzada- en muchas direcciones.  (op.cit pp.114-115)  (La bastardilla y la negrita son nuestras)

Sea de “izquierdas” o de “derechas” , o un poco de ambas, el populismo no tolera la divergencia, el cuestionamiento, la pregunta inquisitiva y busca eliminar la pluralidad reemplazándola  por el pensamiento único con arreglo al relato que pretende ser  “la voz del pueblo”, la totalidad desde una parcialidad. Al respecto Laclau apela al análisis del todo y la parte: el “pueblo” funciona como una sinécdoque, la parte representa al todo…y el líder representa a la parte “popular”, por carácter transitivo el líder representa al todo menos al antipueblo. Un extraño silogismo que no resiste el menor análisis sociológico.
El profesor de la Universidad de Essex afirma que: “En el caso del populismo (…) una frontera de exclusión divide a la sociedad en dos campos. El ´pueblo´ en este caso, es algo menos que la totalidad, es un componente parcial, que aspira, sin embargo, a ser concebido como la única totalidad legítima (sic).” “…Si este no es el pueblo... ¿el pueblo dónde está?”.

Laclau refunda el significante de pueblo, -nos dice Ramón Peralta- para ubicarlo en la hiancia o hiato que se produce en el significante vacío de esos reclamos que solo habrán de evolucionar y ratificarse si logran asirse de un liderazgo que aúne y defina esas representaciones dentro del orden simbólico del "pueblo" en cuanto estructura del lenguaje (Lacan). Con seguridad el punto más álgido y conflictivo de la teoría laclauciana, radica en su inversión del representativismo secular y el tipo de "forclusión" colectivo que plantea. Es decir que, en lugar de aceptar que es el pueblo quién elige al representante de sus reclamos, será el representante (líder o caudillo) quien aclare las nociones de negación, regresión, angustias y deseos de esas equivalencias hasta momentos antes, caóticas y desarticuladas. El representante (líder) es quién demarca la representación de las demandas del pueblo y no el pueblo en sí mismo. (op.cit.ant)

Antes de ir al análisis prometido de la relación entre las nociones freudianas de  “Ideal del Yo” y “Yo ideal”, vamos  -nobleza obliga nuevamente- a darle la palabra a Laclau para que nos ponga en autos sobre como aborda el tema del Yo Ideal a partir de su examen del texto freudiano, en relación de la cuestión de la representatividad entre delegado (el líder) y delegadores (el pueblo), es decir representantes y representados.

Si nuestra lectura de su texto (el de Freud) es correcta  -nos dice Laclau en “La razón populista” - todo gira en torno a la noción calve de identificación, y el punto de partida para explicar una pluralidad de alternativas sociopolíticas debe hallarse en el grado de distancia entre el Yo y el Yo ideal. Si esa distancia aumenta (…) encontraremos la situación centralmente descripta por Freud: la identificación entre los pares como miembros del grupo y la transferencia del rol del Yo Ideal al líder. En ese caso el principio fundamental del orden comunitario trascendería a éste último y con respecto a ese principio, la identificación de equivalencia entre los miembros del grupo se incrementaría. (es el caso del populismo y otros regímenes demagógicos de características cesaristas y bonapartistas, etc.). Si por el contrario la distancia entre el Yo y el Yo Ideal es menor (…), el líder será el objeto elegido por los miembros del grupo, pero también será parte de estos últimos, participando en el proceso general de identificación mutua. (Es aproximadamente el caso de la relación entre ciudadanos y ciudadanos y el presidente en un sistema democrático republicano y en general en las organizaciones participativas de trabajo en equipo). En ese caso habría una inmanentización parcial en la base del orden comunitario. Finalmente en el caso imaginario (de reducción al absurdo) en el que la brecha entre el Yo y el Yo Ideal estuviese totalmente cerrada  (distancia mula), estaríamos frente a una situación también contemplada por la teoría de Freud como un caso límite: la transferencia total  -mediante la organización- de las funciones del individuo a la comunidad. Los diversos mitos de la sociedad totalmente reconciliada  -que presupone invariablemente la ausencia de liderazgo, es decir el desvanecimiento de lo político- comparten este último tipo de enfoque. (La bastardilla y la negrita son nuestras). (op.cit p.87).

Como se ve  -y en cierta medida tiene razón- Laclau no concibe una organización totalmente horizontalizada, sin liderazgos. Pero aquí habría que diferenciar liderazgos formales (roles institucionalizados explícitos) de liderazgos informales (roles cambiantes implícitos con arreglo a situación y personalidad de los actores), temática que nos introduce en la psicología y la dinámica de los grupos, que por razones de extensión y pertinencia no podemos ahondar en este trabajo.

La temporalidad regresiva populista: del “Ideal del Yo” al  “Yo Ideal”. De lo simbólico a lo imaginario en el país de los espejos.

Vamos a intentar adentrarnos en la comprensión de dos conceptos  nucleares para nuestra intención de mostrar cómo el relato populista se convierte en objeto oclusor del significante vacío al llenarlo con la figura misma del líder que se instala no como mero receptor de las proyecciones de los ideales del yo de los seguidores, sino como reificación omnipotente del Ideal del Yo primitivo que el niño construye  a partir de unificar su cuerpo fragmentado en una imagen integrada frente al espejo.  Lacan desarrolló esta diferencia puntualmente en la clase 11 del  Seminario 1 retomando algunas cuestiones del artículo de Freud  “Introducción  del narcisismo”.  Intenta aquí clarificar la cuestión de la diferencia entre los conceptos del  “Yo-ideal” e  “Ideal del yo” que habían quedado bastante ambiguos en el texto original de Freud.
Al respecto en un conciso trabajo presentado en el Seminario de Fundamentos del Curso 2008-2009  de  Inés Hormaechea Azkuenaga (2015) leemos:

Una de las cosas que Freud se pregunta en este artículo (Introducción del narcisismo)  es qué ha ocurrido con los rasgos megalómanos, con el narcisismo primario infantil  en los adultos. ¿A dónde ha ido a parar esa libido del yo en los adultos?
Freud resuelve esta cuestión desde la teoría de la represión y plantea que el sujeto ha construido un ideal en función de las exigencias éticas y culturales con el cual compara su yo. Dice entonces que el cumplimiento con este ideal será la condición para reprimir todo lo que entre en conflicto con él. Freud plantea que a este yo-ideal se consagra el amor ególatra de la niñez, desplazándose sobre él el narcisismo. El hombre no queriendo renunciar a la perfección de la niñez la intentará reconquistar de nuevo bajo la forma de este ideal del yo.
Aquí Freud introduce una contradicción conceptual que genera gran confusión ya que utiliza indistintamente términos de distinto significado.
Lacan en el Seminario 1 retoma esta brecha para intentar esclarecer estos conceptos.
El plantea que mientras uno opera a nivel del plano imaginario, el otro lo hace en el plano simbólico, tratándose por lo tanto de conceptos bien diferenciados.
El yo-ideal, constituiría para él, un ideal de omnipotencia narcisista forjado sobre el narcisismo infantil, el cual opera en el plano imaginario. Se trata de una formación esencialmente narcisista que tiene su origen en el estadio del espejo y que pertenece al registro imaginario.
El Ideal del yo designa por otro lado una instancia regida por las exigencias éticas y culturales, en función de las cuales aumentaría la exigencia al yo de cara a cumplir con ese ideal, favoreciendo la represión. Se trataría de una instancia que opera a nivel simbólico regulando la estructura imaginaria del yo.
Partiendo de la teoría del Estadio del espejo, se entiende que el yo ideal se constituye cuando el niño el cual constitutivamente por su impotencia motriz, su desarrollo inacabado… tiene una vivencia de sí mismo como cuerpo fragmentado, ve en el espejo su imagen como un todo, percibe la completud de su cuerpo a través de esa imagen. El niño, frente a su vivencia de fragmentación corporal, se encuentra con una imagen que presenta un cuerpo unificado, esta le fascina, y se identifica con ella. La identificación con esta imagen unificada y completa velará entonces la vivencia de fragmentación. Esta imagen unificada constituirá el yo-ideal, que permanecerá como exigencia inalcanzable de perfección narcisista para el yo. Esta identificación con esa imagen es alienante para el sujeto, ya que se equipara con una imagen, con un “otro” (con minúscula); por lo tanto, posteriormente cualquier semejante, cualquier “otro” ocupará el lugar de esa imagen dando el lugar a todas las identificaciones imaginarias del sujeto. (en nuestro caso es el nombre del Líder el que refuerza lo imaginario)
Por otro lado, plantea Lacan que en el Estadio del espejo, la matriz simbólica estaría ejemplificada por la mirada de aquel que sostiene al niño frente al espejo, aquel “Otro” simbólico, que da al niño un lugar en su deseo, sosteniendo esa imagen narcisista formadora del yo.
Este lugar exterior, este Otro  (“A” máyúscula) simbólico, desde donde el sujeto es mirado, es necesario para regular las relaciones con los semejantes, con aquellos que pueden ocupar el lugar de la imagen. Lacan, en la clase 11 del Seminario 1, muestra, a través del experimento de los espejos, lo difícil que resulta en el hombre la acomodación del registro imaginario, y plantea por lo tanto la necesidad de una guía que se encuentre más allá de lo imaginario a nivel del registro simbólico. Esta guía será el ideal del yo. Este ideal del yo, para ser operativo debe permanecer como punto exterior y no degradarse a lo imaginario. (op.cit .ant)  (La negrita y la bastardilla son nuestras.)

Y nosotros sostenemos que  ese Otro simbólico, (la cultura y la Ley)  “desde donde el sujeto es mirado” y se mira para identificarse con el Ideal, (valores instituidos de una ideología, un estilo de vida, etc.)  no ocurre finalmente con el populismo, ya que por efecto de la dinámica singular de los procesos identificatorios que propone este modelo político-cultural, se da una situación inversa de estancamiento que refuerza la regresión al estadio imaginario infantil  del Yo Ideal. Por eso el fans populista “depende” del Líder para preservar su identidad adicta (a su imagen narcisista del espejo en que se mira. La imagen del líder lo integra, lo sostiene, y si no hay líder él desaparece en la fragmentación de su no ser). Veamos esto en detalle para intentar clarificar este intrincado aserto, que pudiera resultar confuso para el lector no especializado.
En el populismo “el pueblo” está encapsulado en el  “significante vacío” sin poder salir del mismo. A tal punto que el propio Laclau lo dice prístinamente: “la construcción del ´pueblo´ va a ser el intento de dar un nombre a esa plenitud ausente” (la del significante vacío) Laclau, (2009; pág. 113).
En “La razón populista” Laclau afirma respecto al concepto freudiano de Yo Ideal y su relación especial con el significante vacío, que existe la posibilidad de “(…) que el significante tendencialmente vacío se vuelva completamente vacío; en ese caso,  los eslabones de la cadena equivalencial no necesitan para nada coincidir entre sí: los contenidos más contradictorios pueden ser reunidos en tanto se mantenga la subordinación de todos ellos al significante vacío.” El líder tiene la libertad de decir una cosa y la contraria un rato después que no implica contradicción a los oídos de sus seguidores porque cualquier significante tiene explicación en tanto está contenido por un único significado: el relato. Por eso podemos ver a conocidos intelectuales justificar cualquier enunciado dicho por el líder, dándole un sentido siempre positivo en dirección al “proyecto nacional y popular”. ¿Pero cuál es la relación entre esta plena vacuidad del significante y el Yo Ideal?. Dejemos que el propio padre de la teoría de la legitimidad del poder populista, nos lo responda: “De acuerdo con Freud esta sería la situación extrema (la del significante totalmente vacío)  en la cual el amor por el padre es el único lazo entre los hermanos” (la negrita es nuestra, bastardilla en el original).
Más arriba aludíamos a que el vínculo fraterno entre pares ideológicos se daba a partir de proyectar los “ideales del yo” (la idea como parte del universo de valores) de cada uno en la figura de un líder que representaba simbólicamente (esto es muy importante para ver la diferencia entre el liderazgo ideológico puro y el liderazgo populista).
En el caso que comenta Laclau, no hay proyección genuina de ideales sino que el único significante equivalente es el amor hacia la figura omnipotente, que emerge como Yo ideal, a la vuelta del proceso en que el líder (madre-líder o padre-líder omnipotente o ambos como sería el caso que plantea Bión con su concepto de “supuesto básico” de la “pareja mesiánica”) con su interpretación de la carencia especular de los hijos, los convierte en objeto con la consigna del deber de amarlo. El amor por el padre los une como objetos libidinales y los niega como sujetos de palabra. Una vez más: los convierte en adictos (a-dictum: sin palabra), títeres de los hilos siniestros el Relato (con mayúscula)
Reiterando conceptos para entenderlos mejor, volvamos una vez más al Yo ideal y su diferencia con el Ideal del Yo. Rodrigo Córdoba Sanz (2011) lo explica con simpleza mejor que nosotros:

Para dar una idea de que es el “Yo ideal” pensemos cómo ve el enamorado a su objeto de amor, lo ve como la imagen de la perfección, es tan hermoso/a, todo lo que hace está bien, es ingenioso/a, etc. 
Lo interesante es que estas cosas, el objeto de amor es para el enamorado una imagen de perfección, como que una persona en sí misma englobaría la perfección, como se suele decir es la representación de la completud, (el significante vacío como objeto ocluido y oclusor) como si no le faltara nada; el enamorado no dice “me gusta físicamente, pero intelectualmente no”, etc. o al revés, es decir, cuando alguien está enamorado -como dice Freud-, se suspende el juicio crítico y la totalidad de la persona es perfecta. El yo ideal no es una única determinada representación que se tiene de la persona, sino el conjunto de representaciones que se va haciendo respecto a alguien que el discurso va construyendo impulsado por la idealización. Entonces la característica esencial del yo ideal, es que resulta de un discurso pasional, de una necesidad afectiva, o sea de una necesidad narcisista, que se constituye  en  yo ideal recuperando un narcisismo perdido.
(Rec.2016. http://www.psicoletra.com/2011/12/yo-ideal-e-ideal-del-yo.html ) (la bastardilla  entre paréntesis es nuestra).

De tal manera: el Yo ideal es retrospectivo y del orden de lo imaginario, en tanto que el Ideal del Yo es prospectivo y del orden de lo simbólico.

Lo que se opone al yo ideal  es el pensamiento conceptual y así ha sido trabajado en la teoría psicoanalítica, a partir de los trabajos de Lagache y después del psicoanálisis francés, bajo la noción de  “Ideal del yo” (la búsqueda de un ideario). Mientras que el yo ideal es una imagen global, total, de perfección, el Ideal del yo es una condición que una persona debe cumplir, que debe satisfacer para ser considerada valiosa, o sea.
Por ejemplo supongamos que uno quiere decir que una persona es buena, hay alguien que tiene el ideal de la bondad, significa que se examinará la conducta de la persona viendo si cumple o no con el ideal de la bondad.
De igual manera un cierto ideal, puede ser un ideal de tipo estético, cierto nivel de belleza, cualquiera sea, pero entonces el ideal es una norma, el término es impreciso, ya lo voy a corregir, pero para dar una idea, es una unidad de medida, un estándar con el cual se compara a la persona y en esa comparación la persona podrá ajustarse o no a ese ideal. (y por eso es crítico en el marco de un discurso ideológico valorativo-axiomático). Si se ajusta a ese ideal, la persona podrá ser valorizada. El ideal del yo es una condición que la persona debe cumplir, es un atributo externo a la persona, es una abstracción, a diferencia del yo ideal que es la persona en sí misma, que es hermosa, que es perfecta, etc. (op.cit.ant) (la bastardilla entre paréntesis es nuestra)  

En el primer caso el Yo es libre y discriminado  respondiendo a una idea y un valor moral, en el segundo caso, el Yo es esclavo (“adictum” en la Roma latina refería -mutatis mutandis- al esclavo que no tenía derecho a la palabra en el Agora) e indiscriminado  -pertenece y es hablado por la palabra del amo-, y no responde a una idea sino a la fascinación libidinal especular que lo une a la figura del líder, por eso es amoral, por carecer de valores críticos propios. Lo que es bueno para el líder lo es para él.
Pero volvamos a las palabras del gurú de la razón populista que analiza ahora al significante totalmente vacío pero desde una perspectiva un tanto más materialista del mundo de los hechos sociopolíticos de la vida real.

La consecuencia política es que la unidad de un “pueblo” constituida de esta manera (a partir del la relación pueblo-líder a través de un puro Yo Ideal) es extremadamente frágil. Por un lado el potencial antagonismo entre demandas contradictorias puede estallar en cualquier momento; por otro lado, un amor por el líder que no cristaliza en ninguna forma de regularidad institucional -en términos psicoanalíticos: un Yo Ideal que no es internalizado parcialmente por los yoes corrientes- solo puede resultar en identidades populares efímeras. (Laclau op.cit .p...270)

Aquí Laclau advierte la importancia del “factor institucional”, pero con un sentido muy diferente  al  que le damos nosotros cuando aludimos al orden simbólico-republicano.  Si lo leemos bien , el párrafo apunta en dirección a profundizar la pregnancia del Yo ideal, “institucionalizando” definitivamente los diferentes discursos de necesidades equivalentes sometiéndolos a un significado cristalizado institucionalmente en una etapa superior a la que alude resueltamente y sin más análisis parafraseando a Juan Perón  como “revolución peronista” (sic).

Cuando más avanzamos en la década de 1960, más percibimos que el peronismo estaba lindando peligrosamente con esta posibilidad. (La de no cristalizar en un fuerte Yo Ideal que mude en un poder  popular instituido en el “liderazgo revolucionario”) La reflexión de Perón (acerca de la demanda por la vuelta de Líder a la Argentina se había convertido -según Laclau-  en el significante unificador del campo popular) (…) sobre la necesidad de que la revolución peronista pasara a la tercera etapa. (1ra etapa: preparación “ideológica”, 2da etapa: toma el poder y 3ra.etapa: institucionalización revolucionaria, Perón dixit.  Tomado del comentario de la carta a una organización de izquierda a la que -según dice él mismo- pertenecía también Laclau, pág 267, op.citEsto muestra que él no era completamente ignorante de esa amenaza potencial. (Laclau, p.270; op.cit) (Toda la bastardilla es nuestra).

Diacronía versus acronía: el “proyecto” populista como oxímoron sincrónico: “La organización vence al tiempo”.

Esta preocupación respecto a  “un Yo Ideal que no es internalizado parcialmente por los yoes corrientes, solo puede resultar en identidades populares efímeras.” dice Laclau, argumentando en términos en una versión libre de las teorías freudo-lacanianas  (las que por otra parte tienen poco que ver entre sí).
Al mismo tiempo  atribuye a Juan D. Perón, retrospectivamente y en términos más sociopolíticos, la preocupación por consolidar una etapa inestable y pasar a otra de institucionalización del “movimiento” (lo que haría que paradojalmente al instituirse deje de serlo). Esto refería, a la sazón, a la presunta inestabilidad de los vínculos libidinales de los seguidores peronistas dispersos de la primera época, entre un Yo Ideal débil  y la consolidación posterior del movimiento peronista.  
Para Perón  -comenta Laclau-  el peronismo partiendo de una etapa  “revolucionaria”, debía moverse en dirección a institucionalizarse como tercera fase de un proceso socio-político iniciado con la “ideologización” (sic), como antesala de la toma fáctica del poder. Toda esta descripción léxica pareciera más vinculada a consolidar un régimen populista estable que a uno donde impere la regulación simbólica de las instituciones excéntricas a un partido o parcialidad.
De hecho la historia del peronismo lo muestra siempre construyendo poder a partir del poder mismo, de arriba hacia abajo y nunca al revés. La noción de “movimiento” con la que Perón pensaba a su facción era una idea derivada del corporativismo fascista transclasista, -muy emparentado con la cultura social mussoliniana- aunada al concepto de una  “tercera posición” que resulta por su vacuidad sustancial seudo-ideológica, más allá del manual de las  “20 verdades”. La “ideologización” a la que refiere la “primera fase”, no fue otra cosa que la acción de propaganda desde la cumbre del poder para alinear a esos “yoes ideales” parciales en dirección a consolidar el vínculo libidinal con la figura omnipotente del líder. La “institucionalización del movimiento” a partir de una organización estable como reemplazo o sobreimpresión a la organización del Estado, en parte tiende a congelar un escenario de relación de fuerzas, donde se haga realidad aquella expresión del caudillo a su regreso del exilio: “Peronista somos todos”, dijo el viejo caudillo a su regreso del exilio, aunque luego trató de complementarla y suavizarla: “Para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”. (Hoy se diría que intentaba terminar con “la grieta”). Al definir que no dejaba herederos individuales  (un líderazgo populista nunca los deja: hoy lo vemos con la dispersión kirchnerista y las peleas internas luego de “la caída” del Yo Ideal de la ex - presidente Cristina Fernández) Perón, agregaba que su único heredero era “el pueblo”. ¿Pero cuál pueblo? Ya no el del populismo, porque sin relato, se disuelve el “significante vacío” y retorna el discurso político propiamente dicho, es decir se reactiva saludablemente la cadena significante en torno a los múltiples “ideales del Yo”: la libertad de ideas igualmente válidas en la pluralidad de pensamientos concordantes y discordantes, propio de la sociedad abierta. Aquella meta de institucionalizar “el movimiento”, fracaso una vez muerto Perón; la de “peronizar”  a la sociedad argentina empero, resulta por ahora creíble, ya que es obvia la cultura populista que anida en el inconsciente (y en la conciencia política) de gran parte del  “ser nacional”, más acá de la intención y las preferencias al momento de elegir gobernantes. Aunque ya pareciera comenzar a cambiar, la argentina ha sido una sociedad que  como se atribuye a  Tito Livio haber sentenciado  “no soporta ni sus vicios ni sus remedios”, y sin embargo el saber popular reza que “a grandes males corresponden grandes remedios”. Quizá estén llegando sin que aún nadie lo sospeche.
Pero volvamos  una vez más al “relato” que  incluye una idea extraordinaria porque lleva en sí un oxímoron, que dada la ausencia de pensamiento crítico en la masa, no se revela como tal: y ese concepto paradojal es “el proyecto”, que se supone intenta desarrollar “el modelo” nacional y popular que subtiende a todo populismo. En el caso de Argentina de la autoproclamada “década ganada”, el régimen populista apoyarse en un “modelo productivo nacional y popular de matriz diversificada” (sic). No cabe aquí analizar el destino real que tuvo tal propuesta vacía de medidas coherentes con el enunciado,  en el marco de lo que fue el final grotesco de un proceso con la destrucción casi total de la economía global y la agonía resultante de las economías regionales, el vilipendio de la institucionalidad republicana, la más el crecimiento exponencial de la pobreza, la alentada confrontación del cuerpo social como política de Estado y la marginalidad subsidiada para que funcione como masa anómica clientelar adicta por acción u omisión. Ya se sabe que “el populismo quiere tanto a los pobres que termina multiplicándolos, pero sin los panes y los peces”.
Pero, ¿qué es un “proyecto”?. Un proyecto es una ida desplegada hacia adelante en su concreción, una meta a alcanzar a través del desarrollo de un plan. Sucede que en boca del populismo el proyecto es nada más que significante presente que no muta en ninguna diacronía porque no hay tal meta a alcanzar, sino que se deben mantener idénticas las condiciones presentes de poder discrecional para que se preserve ese mismo poder absoluto. Es una ilusión, un espejismo en el desierto de arena del relato, donde nunca hay oasis. Ese significante, como tantos otros, juega entrando y saliendo del gran significante vacío llenado por la palabra obturadora del líder.
La paradoja del proyecto es que opera como acrónico negado en sí mismo en la especularidad como la ilusión del arco iris: se cree que se camina hacia tocarlo, pero siempre estará allí distante y “se corre” con el caminante. El relato dirá que esto ocurre porque los poderes “reales” están en las corporaciones que intentan destituirlo, cuando la oligarquía real con todo el poder del Estado y gran parte de los negocios públicos está en el gobierno populista. Por eso cuaja la consigna mítica “el presente es de lucha, el futuro es nuestro”. En verdad el presente es de los dirigentes populistas que se enriquecen y no hay futuro ninguno para el amado “pueblo”.
El populismo destruye el significado de las palabras porque cualquiera que forme parte del relato abandona el discurso para formar parte de lo que Freud llamó en un artículo el “doble sentido antitético de las palabras primitivas”. Un ejemplo es que cuando más se habla de democratizar, más se restringe la expresión libre de los opositores. Erradicar la pobreza es mantenerla, porque la carencia extrema y la ignorancia son condición necesaria para mantener el control a través del clientelismo. El populismo no puede sobrevivir sin los pobres, reproduciendo la ignorancia y alejándolos de toda ciudadanía, ya lo hemos dicho. Mantener el “statu quo” es la lógica consecuencia de un significante vacío que especularmente está condenado a repetirse con los clichés de siempre: “pueblo”, “liberación”, “lucha”, “antipueblo”, “oligarquía”, “gorila”, “imperialismo”, etc.
La concentración de todos los “yoes ideales” en la figura del líder y su fusión en el nombre de la persona es  -como hemos visto- otro curioso fenómeno del sistema populista. El líder no habla desde el rol institucional que le corresponde (por ejemplo el de Presidente) como personaje que facilita con su discurso la identificación del Ideal del Yo, sino que relata desde su persona intimidades autoreferentes para sostener al Yo Ideal de sus seguidores. Para aventar cualquier objeción del lector, mejor le cedemos la palabra a Laclau que lo dirá de manera escandalosa pero honestamente clara:

Si -dada la heterogeneidad radical de los vínculos que intervienen en la cadena equivalencial- la única fuente de articulación coherente es la cadena como tal, y si la cadena solo existe en tanto uno de sus vínculos juega un rol de condensación de todos los otros, en ese caso la unidad de la formación discursiva es transferida desde el orden conceptual (lógica de la diferencia) hacia el orden nominal (el nombre del objeto condensador, es decir el nombre del líder). Esto obviamente ocurre con más frecuencia en aquellas situaciones en las cuales se produce una ruptura o una retirada de la lógica diferencial/institucional. En esos casos el nombre se convierte en el fundamento de la cosa. Un conjunto de elementos heterogéneos mantenidos equivalencialmente unidos solo mediante un nombre es, sin embargo, necesariamente una singularidad. Una sociedad cuando menos se mantiene unida por mecanismos diferenciales inmanentes, más depende para su coherencia de este momento trascendente singular. Pero la forma extrema de singularidad es una individualidad.  De esta manera casi imperceptible la lógica de la equivalencia conduce a la singularidad, y esta a la identificación de la unidad del grupo con el nombre del líder. Estamos hasta cierto punto en una situación comparable a la del soberano de Hobbes: en principio no hay ninguna razón por la cual un cuerpo colectivo no pueda desempeñar las funciones del Leviatan, pero su misma pluralidad muestra que está reñido con la naturaleza indivisible de la soberanía. Por lo que el único soberano natural, según Hobbes, solo podría ser un individuo. La diferencia entre esa situación y la que estamos discutiendo es que Hobbes está hablando de un gobierno efectivo, mientras que nosotros estamos hablando de la constitución de una totalidad significante, y esta no conduce mecánicamente a aquel. (…). Sin embargo la unificación simbólica del grupo en torno a una individualidad -y aquí estamos de acuerdo con Freud- es inherente a la formación de un pueblo. (Laclau, op.cit, pág. 130) (La bastardilla y la negrita son nuestras)

Queda claro que la equivalencialidad de la cadena de significantes cuando se subsume en una significante vacío (“pueblo” por ejemplo), y es interpretado por el líder, éste se fusiona a partir de un nombre propio que es, ni más ni menos, que el propio nombre del líder, que puede reemplazar al Leviatán mismo (el Estado). Como habría dicho Luis XIV: “El Estado soy yo”. Ma se non è vero...è ben trovato.
Una vez más: la concepción populista del poder es básicamente “acrónica”. Poder perpetuo sostenido en la no-ideologización de la sociedad a partir de un no-pensamiento, sino cristalizado en el significante vacío pero siempre lleno por el relato eterno, que  -como un “transformer” muta pudiendo significar cualquier cosa. La ambigüedad es una marca de agua del relato populista. En este sentido Laclau refiere un interesante comentario anecdótico del propio Perón al referirse a una carta que el líder en exilio le escribe a su representante en la Argentina, el intelectual John William Cooke: “Sigo siempre la regla de saludar a todos porque, y no debes olvidarlo, ahora soy algo así como un Papa. Tomando en cuenta este concepto, no puedo negar nada a causa de mi infalibilidad , que como ocurre en el caso de toda infalibilidad, se basa precisamente en no decir o hacer nada , que es la única manera de asegurar tal infalibilidad”. Como se muestra en el fabuloso diálogo que sostenía Alicia con Humpty Dumpty en “Alicia a través del espejo” de Lewis Caroll, la ambigüedad en el discurso, que lo convierte en relato, es solidaria con la estrategia del Poder: “Cuando yo uso una palabra -insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso- quiere decir lo que yo quiero que diga...ni más ni menos”
-La cuestión –insistió Alicia- es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
-La cuestión -zanjó Humpty Dumpty- es saber quién es el que manda…eso es todo”

La “razón” populista en la lógica del poder absoluto

Para detallar más aún y mejor el concepto nodal de “significante vacío” que venimos analizando desde muchos ángulos, como operador teórico y noción “justificadora” de la viabilidad pragmática de los regímenes socio-político-culturales populistas que Laclau y sus discípulos  -entre ellos la principal, su mujer Chantall Mouffé- elogian como una vía legítima a partir de las realidades sociológicas de sociedades como las latinoamericanas y otras del llamado Tercer Mundo, vamos a contextualizarlo en la descripción de esos mismos escenarios sociales que describe Laclau, citando nuevamente un texto del analista Ramón Peralta (2015)

Laclau describe un populismo donde las personas se agrupan casi naturalmente detrás de reclamos comunes. Por ejemplo los empleados de una fábrica que demandan aumentos salariales, los estudiantes de una universidad que solicitan la baja en los aranceles y/o un boleto de transporte estudiantil subsidiado, los desempleados agrupados más o menos espontáneamente en una agrupación social o "piquetera" que piden por fuentes de trabajo y/o viviendas sociales, etc. Cuando esos reclamos sociales tienden a generalizarse en las masas, se crea un sentimiento de pertenencia comunitaria que empuja hacia una contingente unificación de esas angustias y disconformidades para con el Poder.
Cuando esos "olvidos" en las acciones del gobierno de turno se transforman en acuciantes, se crea una secuencia enajenante de pedidos reivindicativos que se convierten en algún punto, en equivalenciales y políticos (se “politizan”). Llegada la instancia donde la necesidad de los ciudadanos se eleva por encima de la concentración de poder del Ejecutivo, las protestas sociales se vuelven más importantes que el mismo modelo político y socioeconómico imperante. (Peralta, op.cit.) (La bastardilla entre paréntesis es nuestra).

Nótese que se presume que en “algún momento” esas protestas diversas “se convierten en equivalentes y se politizan”. Pero esto no ocurre espontáneamente  sino a través de la lectura precisamente “política” que hace alguien desde fuera de esas protestas y ese alguien es el hermeneuta populista, es decir el líder (o Laclau desde su teoría) que por arte de magia unifica los discursos parciales en uno único discurso obturante  por medio de la construcción de un relato que “explica” el malestar de las demandas.
Siempre ese relato parte de una dualidad irreconciliable. Como hemos dicho antes, la causa de todos los males que explican el malestar en la cultura social y las injusticias sería una entidad externa al conflicto puntual mismo, enfrentada al pueblo que recibe diferentes nombres: antipueblo, oligarquía, imperialismo, etc.

Los derechos de los demandantes más allá del significante

En algún punto la observación anterior de Peralta: “cuando esos ´olvidos´ en las acciones del gobierno de turno se transforman en acuciantes, se crea una secuencia enajenante de pedidos reivindicativos que se convierten en algún punto, en equivalenciales y políticos”, nos recuerda -por libre y lógica asociación-  los conceptos opuestos y complementarios a la vez, de “comunidad” y “sociedad” que examino muchas décadas atrás Ferdinand Tönnies (…).
Decíamos en el libro “Recursos muy humanos” (Farías, 2012) respecto de las demandas por las necesidades y los derechos invocados.

En occidente durante el siglo XX la “razón progresista”, -heredera del espíritu renacentista y de la Ilustración, que veía al hombre bueno pervertido por el entorno- ha identificado con simpatía al “derecho natural” surgido de las necesidades básicas del humano-en-sociedad: libertad, salud, educación, protección, vivienda. Y ha señalado el derecho a trabajar para satisfacer la mayor parte de esas necesidades, así como la responsabilidad del Estado moderno de defender esos derechos y ser representativo del interés general y el bien común. En una sociedad moderna de derecho, estas necesidades se satisfacen en el marco de las Instituciones del Estado, es decir en el marco del “derecho positivo”, que se expresa por la vigencia de leyes que expresan el espíritu de una Constitución. La nuestra es de matriz democrática, republicana y liberal (en el sentido filosófico histórico, libertario y antitotalitario que este término tiene, y que tan claramente describió Frederick Hayek en su obra clásica “Caminos de servidumbre”, que retomaremos más abajo).
Sintetiza Adrian Ventura: “El Estado de Derecho es la definición civilizada del poder, y si algo distingue al poder democrático del poder totalitario, es precisamente la obligación de todos, tanto ciudadanos como autoridades, de sujetarse a las leyes”. Pero la ley positiva no necesariamente siempre y en cada contingencia resulta “justa” para todos, porque el derecho positivo trata de regular y satisfacer necesidades del derecho natural a través de las normativas sancionadas y promulgadas en un marco constitucional dado, por tanto trasciende el hecho circunstancial y puntual. Por eso es importante diferenciar los conceptos de “ley” y “derecho”.
Para Norberto Bobbio, importa el “derecho real” frente al “derecho ideal”, el derecho como hecho en contraposición al derecho como valor, el derecho “que es” por sobre el derecho que “debe ser”.  El “debe ser” nos envía a tantas necesidades distintas como personas hay en una sociedad. Como se ve, no puede haber “leyes a medida” de cada sujeto o sector corporativo. La Ley siempre está más allá y por encima de los intereses sectoriales o corporativos del momento. Estos intereses (legítimos en la mayoría de los casos) siempre están más acá y por debajo del “interés general” del universo social, es decir de la sociedad contractual (Gesellschaft). Son intereses parciales, de acuerdo con la compleja y multifacética vida cotidiana de los grupos, en la inmediatez de la comunidad (Gemeinschaft), como postulaba el sociólogo  Ferdinand Tönnies. Por su parte la “razón populista” (propia de los regímenes demagógicos y autoritarios) al equiparar toda necesidad humana con un “derecho” (a secas, lo que nos lleva a confundir y asimilar “natural” y “positivo”), impulsa el silogismo “necesidad-derecho-obligación de inmediata satisfacción”. Esta trilogía desemboca a poco andar en el deterioro o la ausencia normas (anomia social) y de allí a la acción directa. (Farías, op.cit)

Como se ve la respuesta a esas diversas demandas de intereses corporativos en el Estado de Derecho republicano democrático es el cuerpo de leyes constitucionales en el marco de la división de poderes. La Ley en general da respuesta a la demanda en particular, acomodando ese interés con arreglo al interés común.  En el caso de la teoría populista a esas demandas particulares unificadas en “la Gran y Unica Demanda” se le da respuesta a través del relato demagógico que pretende reemplazar a aquellas Instituciones. A todas las demandas diferenciadas se le responde no con la Ley sino con la arbitrariedad de las dádivas clientelísticas, se subsidia la necesidad en lugar de regular y solucionar las condiciones que han generado el conflicto que motiva la demanda insatisfecha.

Para Laclau -nos dice ahora Peralta- esas equivalencias entre reclamos en tanto esos circunstanciales grupos sociales, van gradualmente cobrando jerarquía hasta llegar a socavar profusamente los pilares del gobierno de turno. Advirtiendo que esas equivalencias tienden a consagrarse en hegemónicas (Gramsci) con el devenir de la organización, alianza, unidad y eventual representatividad. Laclau refunda el significante de pueblo, para ubicarlo en la hiancia o hiato que se produce en el significante vacío de esos reclamos que solo habrán de evolucionar y ratificarse si logran asirse de un liderazgo que aúne y defina esas representaciones dentro del orden simbólico del "pueblo" en cuanto estructura del lenguaje (Lacan). Por ende, la más importante función y misión del líder auténticamente populista, es la de, una vez interpretada la sinergia equivalencial; proceder a unificarlas, nominarlas y empoderarlas detrás de un único discurso político y doctrinario.(…) La división de poderes es un escándalo para el populismo, cosa que niegan en simultáneo. (…). El método Laclau necesita de un liderazgo ya activo, ergo de una billetera y fondos públicos que le permitan fidelizar pasiones y militantes. Por sobretodo, se necesita de un fuerte aparato de propaganda estatal o paratestatal a disposición plena, pues como ya vimos el discurso o propaganda populistas son una de las bases de sustento del mecanismo productor de poder. (Peralta, op.cit.ant...)

Queda claro que la función del líder populista según la mirada laclausiana es ir debilitando y distorsionando hasta destruir la función de las instituciones republicanas, en particular avanzando en el control del Poder Judicial y reemplazándolas por la arbitrariedad de un relato épico, donde se invierte paradojalmente el escenario de los hechos: el gobierno que realmente tiene el poder se victimiza diciendo que los males son producto de la constante acción destituyente de las corporaciones del antipueblo  y la antipatria (sic), en la lógica eterna “amigo-enemigo”, regada por la visión del filosofo del derecho nacionalsocialista  Carl Schmitt, personaje en quien Laclau y Mouffé  abrevaron y adaptaron luego su teoría del conflicto como motor de la política en lugar de la idea del consenso y la negociación. Se ha querido ver en el populismo de izquierda (maquillado de tal) la antítesis democrática de las políticas extremas de mercado lindantes con el “capitalismo salvaje”. Una tal oposición es inadecuada porque sería como comparar peras con vacas. El populismo no es una ideología economicista, ni estatista, ni culturalista, en particular, es una modalidad de poder incompatible con las formas político-jurídicas del Estado republicano, tal como lo conocemos en la mayor parte del mundo occidental contemporáneo de post-guerra, definido como “sociedades abiertas” (Popper, 2010) donde impera el Estado de Derecho liberal, tal como predomina en el espíritu de la Constitución Argentina con raíces dogmáticas en el Preámbulo de  1853. Dice Peralta:

A pesar de la confusión en que muchos han incurrido, el Populismo no tiene como misión natural oponerse al neoliberalismo, sino el de anular al Institucionalismo (…) Las instituciones repúblicanas son el primer obstáculo a "reacondicionar" por los movimientos populistas, pues tal lo indicado por Laclau o Mouffe impiden la consecución de las equivalencias "hegemónicas"(…) Para el populismo democratizar significa avanzar sobre el único poder no político concebido en tiempos de la Revolución Francesa para la Nueva República, me refiero obviamente al Poder Judicial. (Peralta, op.cit.ant.)

La acción posterior respecto del trato con las Instituciones en las que se apoyaron los gobernantes populistas para acceder al poder, es lejos de respetarlas, una función sostenida de desprecio y “ninguneo”, que en términos de política militante podría ser definida como “entrismo” destituyente que busca subvertir el orden constitucional, a través de “socavar profusamente los pilares del gobierno de turno” (ref. vb. supra). Otra obsesión del populismo es el control de los mass media no adictos a su relato y la compra de a través de testaferros o de manera directa de la mayor cantidad de medios para instrumentar la acción desembozada de propaganda militante (que no es lo mismo que la publicidad oficial de los actos de gobierno que señala la Constitución) con arreglo a las tácticas del mejor estilo goebbeliano: “Miente, miente que algo quedará”.
Entre tantas confusiones léxicas que introduce el populismo en el intento de ganar la “batalla cultural”, -siguiendo los postulados gramscianos de la revolución cultural y el papel de las palabras “que son balas”, según Stalin. Recuérdese que Antonio Gramsci decía que la reforma para lograr el éxito de la revolución debe ser primero intelectual y moral, comenzar por la superestructura, lograr cambiar el sentido común (las ideas) de la mayoría de la población-  una confusión popular que es paradigmática es la distorsión y devaluación de la palabra “liberal”. En tal sentido Frederick Hayek (1978) nos advierte.

Utilizo el término "liberal" en el sentido original del siglo XIX que todavía es habitual en Inglaterra. Sin embargo, con frecuencia su uso habitual en Estados Unidos viene a significar casi exactamente lo contrario. Ha sido parte del camuflaje del movimiento izquierdista de ese país, ayudado por la confusión de muchos que realmente creen en la libertad, que "liberal" haya venido a significa la defensa de casi todo tipo de control gubernamental. Todavía me resulta enigmático por qué los que verdaderamente creen en la libertad en Estados Unidos no sólo permitieron que se apoderara de este término, prácticamente indispensable, sino que casi la ayudaron al comenzar ellos mismos a utilizarlo como término de oprobio. Esto parece particularmente lamentable dado la consiguiente tendencia de los verdaderos liberales a describirse a sí mismos como conservadores. Es cierto, por supuesto, algunas veces, en la lucha contra los que creen en el estado todopoderoso, los verdaderos liberales tienen que hacer causa común con los conservadores y, en algunas circunstancias, como en la Gran Bretaña contemporánea, difícilmente tengan otra forma de trabajar activamente por sus ideales. Pero el verdadero liberalismo sigue siendo muy distinto del conservadurismo, y el conservadurismo, aunque un elemento necesario en cualquier sociedad estable, no es un programa social; en sus tendencias paternalistas, nacionalistas y adoradoras del poder frecuentemente está más cerca del socialismo que el verdadero liberalismo; y con sus propensiones tradicionalistas, anti-intelectuales y frecuentemente místicas, nunca, excepto en cortos períodos de desilusión, resultará atractivo para los jóvenes y para todos los que creen que algunos cambios son deseables si este mundo ha de convertirse en un lugar mejor. Un movimiento conservador, por su propia naturaleza, está obligado a defender los privilegios establecidos y apoyarse en el poder del gobierno para la protección de esos privilegios. Sin embargo, lo esencial de la posición liberal es la negación de todo privilegio, si por privilegio se entiende, en su sentido propio y original, un estado que garantiza y protege derechos disponibles para algunos y no para otros. (Hayek, p. 5 op.cit)

Síntesis y conclusiones
Ernesto Laclau, -va de suyo- no inventa el populismo, lo explica y pretende justificarlo con una curiosa teoría sincrética, como necesidad política del subdesarrollo en las sociedades periféricas que durante los sesenta y setenta se denominaban  tercer y cuarto mundo, es decir antes de la globalización y el surgimiento del influyente bloque socioeconómico y político de los BRICS. (acrónimo de  las iniciales de Brasil, Rusia, China, India y Sudáfrica) y otras curiosidades del post-modernismo en la era del comercio electrónico del tercer milenio. En las líneas anteriores hemos querido mostrar las falencias e inconsistencia de aquella teoría y las consecuencias indeseables éticas, políticas, sociales y psicológicas de tal propuesta justificadora que no llega a poder considerarse como una legítima ideología, más allá de los juicios de valor que cualquier sistema de ideas pueda generar en el lector.
Para nuestro autor protagónico -al que le hemos dedicado la totalidad del presente análisis-, el “significante vacío” era inercialmente neutro e impotente para controlar aquello que “se organiza” en su nombre. Al mismo tiempo, cuando adquiere  -¡y podríamos decir a su pesar!- una significación recurrente central, cualquier serie de demandas sociales y necesidades reconocidas, se “pegarán” a él, se fusionarán bajo su hegemonía significante con formato estructurante que en cualquier punto subyace al relato del líder populista.
El togado de Essex sostenía que las masas necesitan de un liderazgo fuerte que “interprete” y resuma las diversas y variopintas demandas, caóticas y dispersas que surgen de las necesidades insatisfechas populares, reemplazando así de facto el rol de las instituciones en un Estado de Derecho. Si al inicio de este proceso “el pueblo” ocupa el lugar del significante vacío, luego será el mismo líder populista quien se instale con su nombre en ese lugar. Así “pueblo” será un semema intercambiable con el nombre del líder. El líder “es” el pueblo encarnado y su palabra sintetiza la de aquel en la lucha eterna contra el “antipueblo”. Así la teoría de Laclau sostendrá -escribe Peralta- que “el significante vacío pasa a ser llenado por la sinergia de demandas ahora transformadas en un único ideal modelizado, el que debe comunicar mediante un discurso único que adquiera jerarquía de ´relato ideológico´”(…) Así luego,“cuando el antagonismo y el discurso han llegado a instaurarse en formato de dogma político, poco importará qué tan malos sean los resultados o qué tan angustiante sea la realidad, porque de hecho el dogmático no percibe hechos, sino interpretaciones, toda su vida se vuelve una realidad prediscursiva”.
Por su parte Chantal Mouffé, -la co-equiper y pareja de Laclau- revisa la idea de Hanna Arendt  sobre la dimensión política como dimensión plural, criticando su idea de consenso en la sociedad democrática, para enfatizar por lo contario que la esencia inmodificable de la política es el conflicto, ya que las posturas de los diferentes sectores de intereses de la sociedad son irreconciliables, y por lo tanto hay que enfatizar el agonismo como motor de la lidia democrática. Así la lógica adherente-adversario, pasará a ser la de la beligerencia por la hegemonía, donde la lógica será amigo-enemigo: “Nosotros (el pueblo) contar Ellos (el antipueblo). Además el pueblo “es” la Patria y el antipueblo por defecto la anti-Patria.
Toda la teoría de Laclau-Mouffe lleva el tufo impresentable de las recetas oscuras de las tácticas propagandistas goebbelianas y del jurista del nazismo Carl Schmitt, para quien efectivamente era menester buscar un enemigo para hacer política que llevara al “partido elegido” al poder permanente y así garantizar el dominio sobre todos los demás.
La filosofía y el corpus teórico de Laclau no llegaron finalmente a consagrarse con la jerarquía y la difusión que él imaginaba. Fue una alambicada exégesis socio-política que pareció prender con cierta fuerza por un tiempo de vacas gordas para extinguirse al cabo de algunos años y solo en países con problemas  de identidad cultural, moral y espiritual  -nos dice Peralta- “quedando confinado a Latinoamérica, en manos de los caudillos de la región para alzarse con excesivas dosis de poder y dineros públicos (…).
Una última cita para redondear nuestra perspectiva del ciclo populista que habiendo iniciado la primera década del Tercer Milenio, parece estar llegando a su fin. Le dejamos a Peralta el cierre de este análisis, con una síntesis que no nos atrevemos a mejorar.

Luego de 70 años de populismo aprendimos a convivir con el pétreo e inmortal sentimiento "autovictimizante". Los méritos por lo bien hecho pertenece al líder, los errores y destrozos pertenecen a fuerzas oscuras y adventicias.”
La filosofía de Ernesto Laclau, es muy meritoria pues pasará a la historia como la más ajustada descripción de lo que fue y es el ejercicio del poder en gran parte de Latinoamérica durante la segunda mitad del siglo XX y gran parte del siglo XXI
Y aunque el término populismo sigue siendo algo vago y ambiguo, el Populismo que concibe Laclau se torna diáfano y detectable para la ciencia política, ya que más que una ideología o doctrina política, se eleva como el más eficiente método de gestión para consolidar y acumular poder ante los recurrentes cambios de paradigmas que suelen presentarnos los impiadosos y puntuales "ciclos económicos".
Tampoco creo que haya dilemas entre opinólogos a la hora de insinuar que lo más destacable de la Razón Populista sea el rol que le asignan al líder o caudillo, encargado de unificar las demandas equivalenciales, para luego enseñarle a las masas qué es lo que realmente quieren y deben usar para lograr identidad y hegemonía.
Este tipo de loable guía es útil tanto para caudillos civiles como militares con aspiraciones eternizantes y de norte totalitario, con la suficiente ductibilidad como para adaptarse a modelos económicos neoliberales, desarrollistas, progresistas, neokeynesianos, como también eslabones perdidos. (Peralta, op.cit web site).

Es lo que hubo en estas últimas décadas en muchos lugares del mundo subdesarrollado y los resultados fueron atroces. El cambio parece estar llegando.
No sabemos si los próximos años serán de real progreso para los sufridos habitantes de esos países. Lo que sí hemos aprendido y sí sabemos ahora por experiencia es que la organización política y social edificada en el pleno Estado de Derecho constitucional que garantiza la ecuación Democracia más República, propia de las sociedades libres y abiertas, es el camino arduo, indicado y asintótico en la sempiterna búsqueda de la paz y la justicia , es decir en la utópica búsqueda humana de la felicidad, que nunca es colectiva sino que es esencialmente personal, aunque requiere de un ambiente social concreto saludablemente fértil y predecible para desarrollarse y crecer  haciendo de cada persona un ciudadano y no una pieza alienada en una masa amorfa sin palabra, víctima de la demagogia. Y ese requerimiento excluye seguramente la fantasmal vacuidad de ningún significante.


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Bibliografía citada
-Córdoba Sanz, R - (2011) El Yo y el Ideal en la Teoría Psicoanalítica Blog Rec.15/01/2016 http://psicoletra.blogspot.com.ar/2011/12/yo-ideal-e-ideal-del-yo.html
-Eco, U. (2006) -“El fascismo eterno” en: Cinco escritos morales -Barcelona. (pp. 33-58)
-Farías, A & Anghileri, A (1985) -Adicciones, Institución y Clínica; Buenos Aires -ABAL
-Farías, A (2012)  Recursos muy humanos - Mar del Plata-Martín Edit.
-Farías, A (2012) La persona y su personaje - Mar del Plata-Martín Edit.
-Freud, S (1975)  - “Más allá del principio del placer” en OC, Madrid – Biblioteca Nueva
-Freud, S (1975) - “Introducción del narcisismo”; en OC, Madrid -Biblioteca Nueva
-Freud, S (1975) - “Psicología de las masas y análisis del yo”; en OC, Madrid- Bibl.Nueva
-Grinber, L & Grinber, R - (1971) Identidad y Cambio  - Buenos Aires, Ed.Kargieman
-Hayek, F (1978) - Camino de servidumbre, Barcelona, Ed. Alianza

-Homaechea Azkuenaga, I  - (2015)  - “Seminario de Fundamentos del Curso 2008-2009” en  comentario de "Psicología de las masas y análisis del yo de S. Freud” -

-Lacan, J  (1981)- Seminario 1. Los escritos técnicos de Freud;  Barcelona- Paidos Ibérica
-Laclau, E (2009) - La razón populista; Buenos Aires; FCE
-Peralta, R  (2015) – “Populismo de Laclau: el significante vacío “en http://www.letrasopacas.org/2015/10/populismo-de-laclau-el-significante.html  (rec.5/1/16)
-Popper, K (2010) - La sociedad abierta y sus enemigos, Barcelona, Paidós Ibérica
-Saussure de, F (1995) - Curso de lingüística general, París, Ed. Payot,

Bibliografía de referencia
- Alban G, E (2012)  - “Los significantes vacíos en la construcción del populismo y su relación con la política”
-Giarraca, N comp. (2001) La protesta social en la Argentina  Buenos Aires, Alianza Edit.
-Gómez, M  (2014) “Radiografía de los movilizados contra el kirchnerismo. Resultados de una encuesta a la concurrencia del 8N”  en  Sudamérica | Nº3 – 2014
-James, D (2010) Resistencia e integración (el peronismo y la clase trabajadora argentina 1946-1976) Buenos Aires; Siglo XXI
- Revista Movilizaciones, protestas e identidades políticas en la Arg.del bicentenario (2015)
-Varela, P (2014) “Pobres trabajadores: contradicciones de las clases populares en la  ´década disputada´”

© by Alberto Farías Gramegna  2016-01-19

UNMDP - Argentina

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