ES HERMOSO PARTIR SIN DECIR ADIOS...
por Alberto Farías
“No
me siento extranjero en ningún lugar, donde haya lumbre y vino tengo mi hogar” - J.M
Serrat (Mediterráneo)
Mi abuela decía "partir es morir un poco"
Dicho así como así, no lo creo. Tengo para mí que partir, por partir de mi mano, es crecer por dentro, encontrarme devenido, siempre que se busque agrandar la mirada estrecha que ahoga y que se agota a poco desandar el cotidiano horizonte del pueblo en que nacemos. Porque vamos y venimos calle abajo y calle arriba y creyendo estamos en que el mundo entero entra en nuestra cabeza y de ingenua estocada con espada de cartón desmentimos cualquier duda, la más mínima incertidumbre, todo cae redondo, rendido a nuestra tozuda y estéril certeza. Quizá mi abuela al hablar de refranes de viajes y de muertes se refería al exilio forzado (el suyo como tantos) de quienes huyeron del espanto de la Europa fascista, que eso es cosa diferente.
Arrastro
circular -en primera persona en este caso- la conciencia de una infancia de
aviones y barcos peronistas, de sables y cañones de museo. De Córdoba serrana y
veranos estirados por no volver al peligro de la polio. De padre cuartelero con
legado de mezquita y de David. De madre soñadora, envuelta en una dulce y
orgullosa foto, que aún está sobre el dressoir
aunque nadie la recuerde. Una madre a la que todos llamaban luego abuela. Crecida
de padres inmigrantes con recuerdos de oscuras bodegas de vapores hundidos por
una guerra que vendría a la vuelta de los años. Arrastro años de niebla fría y
de ríspidas horas de tristeza y de
temores. Y más tarde, ya crecido, un país que me engañaba, diciéndome al oído
que le diera mi esperanza y mi certeza, que me arrojara al fuego de verdades
absolutas. Un país que me llevó la vida descifrarlo, y aún hoy me resulta
oscuro su entrecejo. Que lo sufrí y lo amé adolescente reflejado en sus ideas y
su mitos, en su locura destructiva y su mediocre expectativa al saberse
malogrado.
En
el medio los hijos que nos dieron mucho más de lo que dimos. Los espejos y los
muros, las hadas y los cuentos que un día se gastaron de tanto leer y releer
sus peripecias.
Más
allá de las puertas y jardines, todos fuimos creyentes en mentiras, y todos –algunos
más que otros- supimos de la farsa. Pero de algo hay que vivir cuando se teme
tanto a la vida.
Arrastro
entonces la frustrada identidad del dinosaurio que se sabe no extinguido porque
su era no termina de morir, sigue empecinada en el relato absurdo que alguna
vez se tragó lo poco que aún quedaba de grandeza, de Nación, heredada de cuando
pensábamos más en el futuro que en el trauma de un pasado vil y lleno de
fantasmas de caudillos que terminaban amargando nuestros días.
A partir de
mañana
Los años se llevan puestas las creencias a
pesar de todos y de todo. Por suerte el tiempo todo lo cura y lo que no, lo
sepulta porque nada es para siempre. Y como también decía mi abuela “Mientras hay vida hay esperanzas”. Aquí
también la enmiendo, pobre abuela: con la esperanza no alcanza, hace falta un
proyecto que llevar a cabo. “A las cosas”, dijo alguna vez Ortega. La finitud
nos hace sabios y una manera sabia de reinventar el tiempo propio es buscando
aquel lugar donde nace el arco iris. Es seguro que eso nos hará caminar caminos
que nunca creímos recorrer, descubrir ideas y formas de vivir más simples o más
complejas, no importa con tal que nos sean neuróticas. Dejar a un lado
prejuicios de ignorancia, de estúpidas y caducas ideologías o de necia
inteligencia de bellaco.
Moverse,
por dentro y por fuera. Mover el cuerpo y agitar las ideas estancadas por tanta
estéril y patológica mirada desconfiada de los unos a los otros. Salir de la
zona de confort, se dice ahora. Pues bien, que así sea. ¡Allá vamos...! No es
bueno que el hombre se ate a su montura porque ya no podrá bajarse del caballo
cuando termine el simulacro. Caminar buscando la sorpresa, la maravilla de lo
diferente, lo nuevo, lo distinto…y sin dramas ni actos que remeden
ceremonias…porque estamos convencidos que es hermoso partir sin decir adiós.
…
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