Cultura y sociedad en tiempos de pandemia
Sociedades antagónicas
(la polémica de los unos y los otros)
Por Alberto Farías Gramegna (*)
"La guerra no es el enfrentamiento de seres que se odian sino la separación de seres que se aman..."-Del film “Les unes et les autres” de Claude Lelouch
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La pandemia que hoy azota al mundo, con sus efectos socio-sanitarios, culturales y económicos, parece haber intensificado las “certezas ideológicas” y exacerbado la ancestral tendencia humana a refugiarse sectorialmente en la identidad de la tribu. En múltiples lugares del planeta se observa una polarización confrontativa y polémica entre fracciones sociales en torno a cómo lidiar con aquellos efectos y a las medidas -muchas veces improvisadas- que al respecto van adoptando los gobernantes. Más allá de lo acertado o erróneo de las distintas posturas en cada momento, lo verificable es el antagonismo explícito que generan en unos y otros protagonistas.
De palabras y visiones encontradas
Toda polémica (del griego “polemos”:
guerra, lucha) se inicia por la mera confrontación de opiniones, sin un
acuerdo-marco de inicio. La polémica es hija dilecta del “dilema”, porque opone
de arranque, juicios de valor no racionales (es decir pre-juicios) como insumos
protagónicos casi excluyentes. No se busca compartir una descripción
consensuada de los hechos, porque se teme que ésta afecte la posición
ideológica que se pretende imponer. Y he aquí la cuestión nodal: la polémica
implica el objetivo de triunfar sobre el otro argumento, (y sobre el
interlocutor) y no de intercambiar evidencias para llegar a una posición
tercera que resulte de la transformación de los contenidos de lo uno y de lo
otro. No interesa al polemista exponer dudas sobre su posición, sino
presentarla como verdadero, íntegro, total y no perfectible. El polemista
defiende un sentimiento producto de una creencia íntima o de un interés
pragmático que desconsidera a los intereses o deseos del otro bajo el maquiavélico
conocido apotegma: “El fin justifica los medios”. El extremo de esta lógica
confrontativa irracional es la actitud encarnada por Pirro de Epiro, aquel rey
y general griego que logró ganar la batalla contra los romanos al costo del
exterminio casi total de su propio ejército. "Con otra victoria como
ésta, estaré perdido", habría exclamado al final de la lucha. Aquí la relación costo-beneficio aparece muy
alejada al sentido común y la razón de medianía.
El pensamiento maniqueo y la lógica de las “sociedades antagónicas”
El pensamiento “maniqueo” (propio de la doctrina universalista del persa
Mani o Manes, del siglo III DC, que postulaba dos principios contrarios y
eternos, que luchan entre sí: el bien y el mal) es por tanto dualista,
segregacionista de lo diferente y milita ilusoriamente para lograr la
uniformidad; detesta el pluralismo y la diversidad, a la que presume como la
causa de todos las desgracias sociales. El hombre maniqueo es un fanático de su
verdad que cree que si todos pensaran y actuaran como él, se terminarían los
problemas. Autoritario, aunque no lo sepa, en lo sociopolítico se incomoda con
la vida democrática. Se podría reducir el basamento de su cultura a la visión
de un mundo dicotómico, de fantasmas que envuelven antónimos connotantes de
antinomias. Cuando esta manera de ver el mundo se extiende a grandes colectivos
socionacionales, tenemos el germen de un sociedad que he propuesto llamar
“antagónica”.
En aquellas sociedades que propongo definir como históricamente “antagónicas” (escindidas crónicamente en grupos y subgrupos de intereses disonantes enfrentados con un sesgo tribal) en todos los ámbitos (intelectuales, culturales, religiosos, morales, recreativos, deportivos, económicos, políticos, etc.) se constata la opción confrontativa-dilemática, antes que la colaborativa-problemática, y un afán de triunfo rotundo sobre el otro, donde se piensa que siempre uno debe ganarlo todo a toda costa y el otro ser derrotado en todo a cualquier precio. Vencer sobre las ruinas de la dignidad del otro.
De Sócrates a Pirro y del problema al dilema
Las “sociedades antagónicas”, se acercan más a la filosofía del general griego que al discurso socrático mesurado, inquisidor y reflexivo. La historia de los autoritarismos y convicciones dogmáticas y corporativas atraviesan a estas sociedades en sus mitos fundacionales. La cultura del habitante medio que caracteriza a estas sociedades, todo lo ha dividido en una constante práctica de diferenciación de presuntas “esencias” antagónicas inmóviles, inmersas en el bien o el mal absoluto, más allá de la diversidad de usos, costumbres e intereses conflictivos propios de cualquier colectivo social. Para unos y otros, desde la subjetividad de cada sector es una opción de hierro entre el “ellos o nosotros”. El escenario resultante es, por fuerza, dilemático. Y un “dilema” es una planteo cognitivo que rechaza el gris de la terceridad propia de la lógica de un “problema”: es por naturaleza dual, blanco o negro, por lo que no admite la lógica sumatoria de la conjunción “y”, sino que funciona a partir de la disyunción “o”. Así, las organizaciones sociales antagónicas -a diferencia de las “concertadas”- son incapaces de dialogar sintetizando diferencias, para trabajar colaborativamente y de manera “adulta”, responsablemente en equipo con propios y ajenos, para prescindir de la adolescente conducta de formar clanes para desautorizar y desestimar al otro, por lo que nunca progresan; son paulatinamente decadentes y la causa en general, no es económica, ni de recursos humanos o naturales: es netamente cultural. Suelen sostener dilemas basados en ideas icónicas o totémicas y fundamentos ideológicos-doctrinarios rígidos, aunque débiles ante la prueba de realidades materiales evidentes y más aún en las épocas de la “posverdad” (mote de moda para designar a la mentira). Esto lleva a la desconfianza de todos contra todos, resultando así una doble lectura especulativa de todo y todo entonces se torna conspirativo. Encontramos una especial inclinación por la “cultura del club y la bandería”, que deriva dramáticamente en el nefasto credo amigo-enemigo y la construcción de mitos que dan sentido a la pertenencia. En este escenario planetario, si las nuevas generaciones no logran mudar hacia una identidad cultural de pluralismo cooperante y consenso estratégico de políticas “de Estado”, se exponen a dos riesgos frecuentes: la decadencia tribal de corporaciones aisladas irreconciliables, o el sometimiento a algún sistema hegemónico de sesgo autoritario, finalmente allende a los unos y a los otros, para escarnio de ambos y privilegio de pocos.
(*)
Psicólogo social
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