martes, 6 de octubre de 2020

UNA TORMENTA PERFECTA


Psicología social y política: de la pandemia a la anomia (4-10-20)  


Una tormenta perfecta


“Pánico: Miedo muy intenso y manifiesto, especialmente el que sobrecoge repentinamente a un colectivo en situación de peligro”- Diccionario RAE

“El miedo a la muerte puede no dejarnos vivir”- Sigmund Freud

El hombre es ante todo un ser motivado antes que un ser causado” - Xavier Orozco

En varias oportunidades he abordado desde una perspectiva psico-socio-cultural el tema de los miedos: “Miedos y fantasmas de los beneficios de la libertad”(2020) ;Miedo: del sentimiento a la sensatez”(2020) ;Los miedos y nosotros”(2012) ; La sociedad de los miedos”(2016)  “Los miedos y los cambios” (2016); Los miedos del silencio”(2018).

En 1982 se estrenaba en la televisión argentina una serie de episodios de enorme éxito de audiencia, y de gran interés psicosocial: “Nosotros y los miedos”. Creada y dirigida por Diana Álvarez y protagonizados por un reconocido elenco actoral, los unitarios abordaban temas de la vida cotidiana capaces de generar miedos ante la necesidad de enfrentarlos con determinación y lugar de huir de ellos. El miedo al cáncer, a la traición, a la paz, al tomar decisiones, miedo a los cambios, al volver a empezar, miedo a cumplir con el deber, a la infidelidad, miedo a los demás, al compartir, sin duda el miedo a enfermar y morir, etc. eran algunos de las temáticas abordadas. Si el programa se grabara aún en estos tiempos, sin duda incluiría el miedo a las pandemias, y un capítulo especial habría que dedicarlo al miedo a contagiarse de coronavirus.

El miedo, sus circunstancias y sus traductores

El miedo es ante todo un sentimiento atávico, que puede paralizar o, por el contrario, inducir de manera irreflexiva a la acción arrebatada;es decir, puede expresarse con inquieto apocamiento o con formato de emoción violenta. La razón, en cambio, nos propone llana sensatez.

Sigmund Freud dijo alguna vez que “el miedo a la muerte puede no dejarnos vivir”, y eso mismo es lo que estamos viendo después de tantos meses de confinada incertidumbre abrazada a nuestros miedos, mezclados con dudas, mentiras y prejuicios; hijos frecuentes de la ignorancia, otras veces de  extravíos ideológicos y otras más de la vileza de los pillos y amorales de siempre que fomentan el pánico de las masas ante las cifras diarias de muertes que difunden los medios junto a los resultados del último torneo de fútbol o el último escándalo de la farándula,  mezclando y confundiendo por omisión implícita el “por” con el “con”, en relación a la causalidad del coronavirus como factor del  fatal desenlace. El marco de agobio e incertidumbre del paisano de a pie, se potencia aún más cuando aparece la consabida  “segunda ola” o el siempre temido “pico de la curva” estadística, que “ya está llegando…” pero parece que aún no…aunque ahora parece que sí…pero todavía no. 

Así que con arreglo al nivel de la fase que aplicaba a cada territorio, se insistía -con las variantes propias de cada país y cultura- en el “quédate en casa, que te estamos cuidando”, (sic) hasta que llegue la vacuna. El mensaje implica obviamente no trabajar, no enviar a los niños a la escuela, no pasear ni hacer actividades recreativas o deportivas. Esa parece ser la extraña distopía de la “nueva normalidad” (sic) que desespera y angustia en lo económico a la mayoría de la gente en el mundo que depende de un trabajo privado. La situación de los que reciben un sueldo seguro del Estado, respecto a este punto crítico esencial, por defecto los ubica en una expectación muy diferente.

Lo cierto es que la pandemia del Covid-19 lo habilita todo: desde el idealismo “buenista” de las almas bellas, que repite que “de esta saldremos mejores”, hasta la impronta autoritaria de los que aman la uniformidad y el sometimiento al pensamiento único como tributo al poder del amo. También los delirios de las sectas de todo pelaje, que ve en la pandemia el indudable signo de la decadencia humana; sin olvidar el “castigo divino” que nos manda el Demiurgo para recordarnos lo que le pasó a Sodoma y Gomorra por sus excesos.

Luego están los fundamentalistas que infaltablemente relacionan a la viral pandemia con la vida disipada del consumo inagotable de una sociedad hedónica, hija injusta y alienada del denostado “sistema capitalista” (sic) Al respecto, y abriendo un paréntesis, me pregunto: ¿existe hoy día alguna sociedad moderna integrada al mundo global que -más allá de la naturaleza de sus instituciones democráticas o dictatoriales- esté realmente exenta de alguna relación con aquel sistema? ¿Acaso el intercambio comercial universalmente no se asienta en la circulación de la moneda como articuladora de la relación  valor-precio y como sostén de la vida cotidiana de las sociedades?. Cierro paréntesis.

Así, aquellos “antisistemas” proponen -acompañados de los fundamentalismos ecologistas extremos-que la gente haga menos turismo. Que se quede en sus países, alabando las delicias de los nacionalismos y alentando -desde las izquierdas o derechas, da lo mismo- las xenofobias y prejuicios racistas de todo color y cultura. En lugar de alentar la pluralidad y los contactos internacionales para que las sociedades se conozcan más y pierdan sus prejuicios, promoviendo las mezclas culturales, estos extraños “progresistas” alientan las retracciones tribales, bajo las consignas de la “identidad nacional” que consolida la grieta entre el “ellos y nosotros”.

Finalmente vemos en la margen ideológica opuesta, a los presuntos defensores del “libre mercado”, pero desde un fundamentalismo salvaje, cuasi religioso que excluye toda presencia de Estado en cuestiones constitucionales como la salud, la educación o la seguridad pública. Aludidos con la cantinela  de “neoliberales” por los “progres”, -que raramente leen economía política y ni siquiera algunas hojas de “El Capital”- aprovechan discrecionalmente a la pandemia para especular en beneficios contingentes que satisfagan sus insanables apetencias discrecionales. A estos se le suman los mediocres advenedizos inescrupulosos, que desde algún lugar de poder obtenido, cumplimentan aquellas apetencias.

A río revuelto…


De tal manera que tanto aquí como en diferentes sociedades del planeta, al ritmo del caos social incipiente, se toman medidas objetables y las más de las veces sanitariamente ineficaces que se llevan puesto los derechos constitucionales y las libertades básicas de los ciudadanos. ¿Hace falta recordar que ninguna pandemia justifica la discrecionalidad o inconstitucionalidad en los actos de cualquier gobierno, sea cual fuere su orientación político doctrinaria? El “gen” autoritario dormido, despierta entonces en aquellos que lo llevan en sí mismos, por personalidad y/o cosmovisión del mundo. Como un virus aletargado que la crisis activa, surge la actitud del control demagógico de la gente. Para otros, los deshonestos, la crisis -como reza el conocido refrán-  es una oportunidad para llevar adelante intenciones “non santas” o persecuciones ilícitas de tufillo fascistoide. Todo en nombre del miedo.   No hace falta dar ejemplos de estas iniquidades, porque el lector los puede encontrar fácilmente cada día leyendo el periódico o activando la radio, la TV o la pantalla del ordenador accediendo a las redes sociales de internet.

Y en todo esto explícita o implícitamente, con más o menos razonabilidad -para no entrar en la necedad del “negacionismo idiota”-, está involucrado el miedo, pero no el miedo contingente racional ante un peligro potencial del que hay que prevenirse y resguardarse con sentido común y sensatez, echando mano a las ya harto conocidas medidas higiénica-sanitarias preventivas, (mascarilla, higiene de manos, distancia social, etc.) sino el miedo irracional con formato de pánico. Al respecto sugiero al lector que googlee la etimología y la historia de la palabra “pánico”, anclada al mito griego del dios pastoril Pan, que asustaba hasta la locura a sus enemigos y caminantes del bosque con sólo tocar su famosa flauta o siringa, nombre que alude a la ninfa que no correspondió a sus desmedidas pretensiones eróticas. Así el terror pánico, puede ser un aliado ideal de los manipuladores de siempre del comportamiento humano que pescan incautos en aguas turbulentas. Ya lo sabía Nicolás Maquiavelo, cuando decía queQuien controla el miedo de la gente se convierte en el amo de sus almas”

De la amígdala al significante

Pero, ¿por qué el miedo tiene tanta importancia a la hora de entender el comportamiento animal y en especial en el animal humano? La amígdala es la zona cerebral que genera la reacción de  miedo,  desempeñando esa función tanto en humanos como en otros animales superiores. Sin embargo en el animal humano, el miedo, al acceder a la conciencia se presenta como un significante amarrado al sustrato reflejo emocional de lo biológico. Ahora bien, al tocar a un caracol y notar que se retrae rápidamente hacia el interior de su concha... ¿podemos decir que ese comportamiento es efecto “del miedo”, tal como lo entendemos en el humano? No parece adecuado ese concepto en un organismo elemental, ya que la noción de reflejo biológico de auto-preservación, cercano al par reactivo de “ataque-fuga” ante el “peligro”, resulta más compatible con el mundo no simbólico, tan diferente a la realidad simbólico-interpretativa del mundo humano.

El miedo en nuestra especie, -si bien como dijimos, no está desligado de su base biológica- responde a una “idea-de-peligro-en-un-mundo-reticular-de-ideas” que reconstruyen los estímulos exteriores ordenándolos en una secuencia de sentidos expresados en significantes. Estos articulados con retrospectivas históricas, se presentan entonces ante la conciencia como “la realidad” y su proyección al futuro posible: “si esto sucede, quizá luego le siga esto otro…” Por ejemplo, “si me contagio de coronavirus, luego quizá me enferme y muera”. La relación de inicio causa-efecto, deriva luego a la dimensión motivacional del comportamiento; es decir, no es tanto el “por qué” (causalidad) sino el inmediato “para”, esto es, “me recluyo”, “me distancio”, “me aíslo para no contagiarme” (motivación). “El hombre es ante todo un ser motivado antes que un ser causado”, Orozco dixit.

Por eso la conducta está en gran parte determinada por la cosmovisión interpretativa de la realidad material externa a su mundo interior. Así el hombre puede restringir más y más su libertad para evitar lo que considera un mal definitivo: el sufrimiento y la muerte. Opta en su lógica por lo que considera el mal menor.

La libertad como pulsión de vida

Pero la libertad es también una pulsión vinculada a los organismos vivientes. La tendencia al movimiento y la expansión en busca del objeto de necesidad o interés que lleva a la exploración del entorno. Entonces, en el animal humano, por ese camino evitativo del peligro supuesto o real, aparece pues un nuevo miedo, el miedo a la libertad.

Erich Fromm en su obra clásica “El miedo a la libertad” nos alerta sobre el peligro de seguir ese camino de renuncia a la dignidad en nombre del miedo. Maximiliano E. Korstanje, en un análisis de la obra (2), enfatiza que “(…) Fromm estudia ´un miedo´ que se torna asfixiante para la libertad del hombre político. El autoritarismo tiene un fundamento en el miedo a ser libre, a ejercer la libertad y la angustia que deriva luego de la indecisión. Con un análisis convincente de los regímenes totalitarios (…) Fromm abre la puerta para una nueva interpretación. El hombre se debate sobre dos tendencias, una al amor a la vida y la otra a la destrucción (necrofilia). Si bien el autor sigue en parte la perspectiva hobbesiana sobre ´la guerra de todos contra todos´ introduce nuevos elementos en el análisis como la angustia ante la (idea) de predestinación… (…)“

Este mismo autor, en otro lugar (3) nos dice acerca del “miedo político” que “ha sido un concepto examinado por casi más de dos milenios que lleva de existencia la filosofía. Desde Aristóteles hasta Hobbes, pasando por las más variadas perspectivas, como la de Montesquieu o la de Tocqueville, todos han visto en el miedo una variable importante de la vida social y política de un Estado o ciudad.”

Volviendo a la libertad frente al miedo, -tal como tematiza poéticamente Buñuel en su film surrealista “El fantasma de la libertad”-, Alberto Relmú, en palabras que remiten al análisis del aquel film afirma que “la libertad, cuando se le teme, muda en fantasma”, y por tanto, al igual que la flauta de Pan, asusta antes que empoderar de dignidad a quien le teme. La relación entre el poder absoluto y aquellos que lo padecen está siempre mediada por el miedo, aún en aquellos que lo aprueban desde una actitud de vasallaje o fanatismo. Desde la noche de los tiempos el perverso Calígula afirmaba: “No importa que me odien, lo importante es que me teman”.

Poder y discrecionalidad: la anomia tan temida

Ya se sabe, tal como afirmó Lord Acton, que “el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”.

Y una de las derivaciones del poder corrupto es la discrecionalidad institucional. Es decir lo que el poder formal puede hacer en los márgenes de la ley sin transgredirla jurídicamente, pero con arreglo al saber y entender del actor público; lo que frecuentemente coincide con sus valores e intereses generales a la hora de decidir.

Así, la discrecionalidad no responde necesariamente a la norma escrita, sino que surge de decisiones opinables dentro de un marco de arbitrariedad, que por su formato administrativo, se autojustifica en el marco decisorio de un orden jurídico dado. La contraparte de un exceso de discrecionalidad del poder dirigente es la paulatina instalación de un estado de anomia fáctica por parte de los dirigidos. Y esto porque ante determinadas decisiones atribuidas a “la opinión personal de tal o cual funcionario”, el ciudadano afectado por aquellas decisiones opondrá su propio pensamiento, actuando “ad hoc” también discrecionalmente. La realimentación de lo uno y de lo otro irá instalando en el tejido social un paulatina “cultura anómica”.

El concepto de “anomia”  (específicamente la anomia social, aunque la noción así expresada impresiona redundante), ha sido desarrollado y enfatizado por  Émile Durkheim para caracterizar el momento en el que “los vínculos sociales se debilitan y la sociedad pierde su fuerza para integrar y regular adecuadamente a los individuos”  (López Fernández) (4). Y es lo que -como adelantamos- se observa en muchos lugares del planeta, en los que, al compás y de la mano de la pandemia, gobiernos poco afectos a la prolijidad constitucional -por ineptitud, oportunismo político o ideología- se han deslizado hacia la discrecionalidad en la administración racional de las medidas sanitarias en medio de las consabidas mal llamadas “cuarentenas” o confinamientos, que en algún caso se dilatan absurda y dañinamente por meses, generando un agotamiento psicológico en la población con efectos deletéreos en sus conductas, afectadas ya por el formidable deterioro del factor económico-laboral-educativo-sanitario. Este proceso insidioso, entre restricciones a la movilidad, limitaciones de derechos ciudadanos y confinamientos de idas y vueltas, por acción u omisión, a medida que pasa el tiempo, potencia conflictos sociales ya existentes y crea otros nuevos, que realimentan en las administraciones de los gobiernos tentaciones autoritarias a la hora de confrontarlos y controlarlos. Así pues, cuando se juntan el pánico, la discrecionalidad y el autoritarismo en el limbo de una crisis sanitaria, se tiene la tormenta perfecta…Un clima anómico muy poco recomendable para preservar precisamente la salud pública.

 

Citas

(1) https://es.wikipedia.org/wiki/Pan_(mitolog%C3%ADa)

(2) https://www.redalyc.org/pdf/181/18112178025.pdf

(3) http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0185-24502010000200013

(4) https://www.redalyc.org/pdf/2110/211014822005.pdf

Imágenes

a) https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/d/da/Rolling-thunder-cloud.jpg

b) Rostro de Miedo

 https://encrypted-tbn0.gstatic.com/images?q=tbn%3AANd9GcRwzoAxinzb- MXLGcWLE_MRF  Usbc9Aehujs2Q&usqp=CAU

c) Escultura hallada en Pompeya, Italia: Pan enseña a Dafnis a tocar la siringa.ca. 100 A.C.

d) Mosaico romano con el rostro del dios Pan.


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