por Alberto Farías Gramegna
A Marga...a mis hijos y a mí mismo
“La casa queda lejos de
aquí, pero usted no se perderá si toma ese camino a la izquierda y en cada
encrucijada del camino dobla a la izquierda”- Jorge Luis Borges: “El Jardín de los senderos
que se bifurcan”
La
palabra proyecto deriva del latín "pro-iectus" y significa
“lanzado hacia adelante, que avanza”. La psicología evolutiva (sub
especialidad que se ocupa de la maduración y el desarrollo del hombre), la
antropología cultural y en general las ciencias “humanísticas” y el arte, han dado
una especial importancia al tema del proyecto en la búsqueda del sentido
de la vida humana.
Más recientemente, después de la Segunda Guerra Mundial, la Psicopatología y la Psiquiatría, han enfatizado la importancia del proyecto de vida y el papel que el manejo y la planificación del tiempo propio, tienen en la salud mental y el confort emocional de las personas. En estas breves líneas me quiero detener en analizar la relevancia del proyecto de vida en la estabilidad emocional de cualquier persona. Un proyecto implica la necesidad de planificar hechos y situaciones que aún no son reales, que existen solo en nuestras cabezas, por lo que implica un ejercicio vital propio del ser humano: la imaginación. Imaginamos como seremos en un lapso corto, mediano o largo. Anticipamos en imágenes (raíz de la actividad imaginativa) lo que haremos, donde estaremos, como se verá nuestra forma de ser y hacer en un espacio tiempo virtual, que solo es prerrogativa humana: la idea de futuro.
Más recientemente, después de la Segunda Guerra Mundial, la Psicopatología y la Psiquiatría, han enfatizado la importancia del proyecto de vida y el papel que el manejo y la planificación del tiempo propio, tienen en la salud mental y el confort emocional de las personas. En estas breves líneas me quiero detener en analizar la relevancia del proyecto de vida en la estabilidad emocional de cualquier persona. Un proyecto implica la necesidad de planificar hechos y situaciones que aún no son reales, que existen solo en nuestras cabezas, por lo que implica un ejercicio vital propio del ser humano: la imaginación. Imaginamos como seremos en un lapso corto, mediano o largo. Anticipamos en imágenes (raíz de la actividad imaginativa) lo que haremos, donde estaremos, como se verá nuestra forma de ser y hacer en un espacio tiempo virtual, que solo es prerrogativa humana: la idea de futuro.
Tiempo y existencia
Suponemos que el resto de las especies animales vive
en una suerte de “presente continuo” existencial. (Esto no niega desde
luego, que ciertos animales superiores no solo aprendan a anticipar sino que
asocien rutinas que les otorga una suerte de “expectativa del devenir temporal”:
el perro espera la llegada del amo, pero difícilmente “piense” en su
futuro como perro-abuelo, ni se preocupe por la suerte de los cachorros de
sus descendientes en segunda y tercera generación. Semejante aventura del
pensamiento que genera entusiasmo, energía o ansiedad y estrés, es el
precio de ser seres de cultura, organismos capaces de construir una
realidad social de la que no podemos escapar (y por suerte no queremos) sino
en la excepción de la finitud de la existencia o la locura.
Un proyecto de vida
El proyecto humano por antonomasia es un
proyecto de vida. Sin él somos un barco navegando al garete en medio
de una tormenta sin nombre. Y en sentido amplio, (tal vez también en sentido
estricto) un proyecto de vida se liga fuertemente con un proyecto de
trabajo, es decir, del ser como hacer productivo. Nos modificamos y
delineamos gran parte de nuestra identidad por nuestro hacer cotidiano.
Somos finalmente lo que hacemos. Y el hacer laboral (de lo que nos
ocupamos en gran parte de nuestras vidas para interactuar productivamente
con la sociedad en que vivimos) nos define ante la mirada de los otros
y ante nuestra misma mirada: decimos “soy pintor”, “soy fotógrafo”, “soy
comerciante”, “soy deportista”, etc. Nos definimos en nuestra identidad esencial
por nuestra identidad profesional-laboral. Al fin y al cabo, a tal punto
un proyecto de vida se liga con lo laboral, que se dice de alguien que “Se gana
la vida” trabajando de esto o aquello. ¿Es factible entonces pensar que
sin proyecto laboral más o menos articulado funcionalmente con un proyecto
de vida general, (cualquiera sea este en los valores y estilos que
proponga), en lugar de ganar perdemos en calidad y cantidad de
oportunidades?
Proyecto y motivación
El hombre es un ser de tiempo percibido. El tiempo lo
atraviesa y lo ubica en una escena siempre por venir. Trabajamos no para
lo que somos sino para lo que seremos, siempre persiguiendo un cambio,
un “porvenir”. Es la zanahoria de la vida. Lo que le da sentido al
sinsentido del Cosmos. No es tanto lo que estoy haciendo sino adónde
llegaré con lo que hago. La ausencia de proyecto de vida (y los
tiempos posmodernos ayudan a difundir la dudosa filosofía del “vive solo
el momento”, donde la objeción por mi parte radica en el “solo”) implica
la vivencia difusa de un “aquí y ahora perpetuo”, un presente inmóvil
y reiterado que no posibilita direccionar nuestras energías. Surge así una
suerte de derroche de gestos cotidianos sin acopio de logros, sin
crecimiento acumulativo, ya que cualquier norte da lo mismo. Proyecto
-como ya se dijo-es lanzarse, estar en movimiento hacia un objetivo (la
“estrategia” del proyecto) que tiene escalones o hitos en el camino,
estaciones de llegada y partida (metas). El camino del proyecto puede ser
más o menos complicado, por eso los pasos de cada etapa pueden ser pensadas
como las “tácticas” que utilizamos en un todo de acuerdo con la
estrategia.
La motivación o el presente contínuo
La ausencia de proyecto es la detención del movimiento
y por eso mismo la falta de motivación. Esta palabra deriva del latín
“movere”, movimiento. Estar motivado es estar en movimiento hacia un
objetivo, cumpliendo metas. Así necesariamente tener un “proyecto de vida”
es estar motivado. Los proyectos de vida tienen, de suyo, varias etapas:
corto, mediano y largo plazo. De atrás para adelante: obtener un título o
radicarse en tal lugar para ejercer tal o cual actividad es el largo plazo. No
se hace de la noche a la mañana. Poder aprobar materias de una carrera o
iniciar un viaje de exploración para evaluar posibilidades laborales o
relacionarse, es el mediano plazo. Inscribirse en una beca, un curso
preparatorio, o juntar dinero y hacer trámites para realizar aquel viaje,
es el corto plazo. Por eso un proyecto de vida implica ordenar prioridades.
Ningún esfuerzo rinde si no se diferencia lo urgente de lo importante y no se
sabe aún adonde se quiere llegar. Pero al mismo tiempo un proyecto
puede mudar en contenido a lo largo de su desarrollo: alguien puede darse
cuenta que no era eso lo que buscaba, que hay algo recién llegado que impacta
en su deseo de ser, que activa lo que parece ser su íntima “vocación”
(esta palabra vulgarmente tan mal usada, deriva de “vocare”, y quiere
decir “llamada”), o bien lo que se inició como algo rutinario y poco interesante,
por mera necesidad, después puede transformarse en una actividad que
despierta en nosotros una creatividad dormida, un interés insospechado,
una nueva identidad profesional-laboral. Entonces el proyecto no es algo
necesariamente inmutable y “para toda la vida”. Lo que importa es tener siempre
uno a mano para echarlo a andar.
Proyecto de vida e identidad personal
Es una tendencia general que las personas busquen los
mejores resultados con el mínimo posible de gasto energético, de ahí que
el acto de postergar una satisfacción cuando el momento no es oportuno para
su seguridad, fortalece la voluntad de logro real del sujeto. Y es la
imaginación anticipatoria (un sueño posible) la que instala la
internalización del “tiempo subjetivo”, es decir el manejo interno del tiempo.
Un proyecto personal se despliega en una doble vía, a través del tiempo
objetivo y del tiempo subjetivo y se sostiene desde una identidad que se
fortalece con ese mismo proyecto. Así, la identidad personal es motor y
receptor de un proyecto de vida en general y de un proyecto laboral en
particular. Pero la identidad (saber quien soy como persona y que quiero llegar
a ser como personaje social) es una dimensión compleja y agónica,con idas
y vueltas que se construye muy lentamente desde el principio de la vida y
a lo largo de muchos años posteriores. Además son muchas las variables que
intervienen en su configuración, siendo las crisis madurativo-evolutivas, la
influencia familiar y las modas sociales, las tres principales. Por su parte la
mayoría de los adolescentes y jóvenes normales viven inevitablemente una
paradoja: sus sueños idealistas los proyectan a un futuro atemporal, sin
límites, “todo es posible más adelante”, pero al mismo tiempo su
natural omnipotencia etárea los hace ser intensamente “presentistas”,donde
el presente por momentos aparece como la totalidad del tiempo universal,
todo el tiempo es el presente hasta que llegue el futuro de la Utopía.
Aquí el proyecto puede lentificarse o ponerse a reposar porque total “tengo toda
una vida por delante” para cumplirlo.
Aprendiendo a vivir se va la vida
Un proyecto de vida se despliega viviendo, pero
viviendo con un pie en la tierra y el otro en el escalón siguiente de la
escalera que me lleva a mi objetivo. La dimensión de la escalera no la conozco
con exactitud. Incluso puedo descender tácticamente un escalón para luego
ascender dos. Lo que importa es que esté en movimiento subiéndola. Esto
nada tiene que ver con la idea marquetinera de “éxito” social, sino más
bien con alcanzar el logro de lo que cada uno vive como “autorealización”, es
decir estar bien con uno mismo y con la imagen propia que he construido y
colocado en algún lugar de mi proyecto personal. Este punto ético y
filosófico es tributario de una idea muy importante que se relaciona con las
actitudes que tenemos para con nosotros y las cosas: la idea de
autoeficacia. El camino de nuestro proyecto de vida no está hecho de
antemano, su transitabilidad no está definida ni para bien ni para mal, lo
vamos conformando nosotros al transitarlo. Y las características de
esa senda, su diseño también depende de nuestras propias ambiciones y
autoexigencias.
Causas y efectos
Nuestra mirada e imaginación de cómo será nuestras
acciones condicionaran los resultados. La autoeficacia nos dice que no es
tan importante lo que creemos tener al partir sino más bien como lo usamos. También en este sentido debe advertirse lo
negativo de ciertos determinismos retrospectivos que buscan las causas de
las dificultades en el pasado, o en los errores ya cometidos, como si
fueran determinantes inmodificables de lo que va a suceder. Nada de eso es
condicionante si nosotros no lo permitimos. El maestro del existencialismo
moderno Jean Paul Sartre, edificó su sistema filosófico sobre el lema
“Siempre podrás elegir algo nuevo sobre lo que ya otros han elegido antes por
vos”. ¿Hasta dónde queremos llegar hoy?, Bill Gates, dixit. En resumen, el
proyecto de vida es el motor y la gasolina para nuestra motivación vital,
el gran dador de sentido y organizador social y emocional de las personas.
Sin proyecto el tiempo se detiene y el fluir de la vida se degrada en una
temida constante: la huida de la ilusión.
Tiempo de decisión
Pero a esta altura del escrito, se me puede preguntar:
Si uno aun no tiene claro un proyecto de vida conformado por una vocación
neta… ¿Qué conviene hacer? ¿Esperar a que se aclare solo? No, claro
que no. Una metáfora puede ser útil: Un campamentista desorientado en las
serranías nevadas y sin estar muy seguro de cuál es el sendero más
convincente que lo devuelva al poblado, sabe que no puede quedarse inmóvil
porque se congelará. Después de descartar aquellas opciones menos accesibles y
temerarias, tomará el camino que más se acerque a su intuición y sentido
común, avanzando por ensayo y error, hasta que se acerque al territorio
que finalmente le resultará familiar y confortable.
No se trata de hacer planes de larguísimo alcance sino
se tienen todos los datos asegurados, sino de optar por el corto plazo en
función de una dirección inicial que se habrá elegido por descarte de las
demás, y ver una vez caminando como se van acomodando las demandas y las
ofertas que la interacción entre mi voluntad predispuesta y las
condiciones disponibles del entorno (junto con una pizca de azar), lo que
me llevará a la siguiente meta redefinida en el mediano plazo. Y
reitero no olvidemos el efecto notable de la autoeficacia. Finalmente
querido lector, si llegaste con tu paciencia hasta aquí, te sugiero que vuelvas
a leer este texto, ya que leer sobre lo leído nos da una segunda
comprensión que amplía nuestro pensar. Pero antes habré de premiarte con
unas líneas del gran poeta republicano español Antonio Machado: “Caminante
no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace camino, y al
volver la vista atrás se ha de ver la senda que nunca se ha de volver a
pisar. Caminante no hay camino, solo estelas en la mar”.
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