Sociedad y comportamiento
La personalidad dogmática y el pensamiento totalizante
por Alberto
Farías Gramegna
“Timeo hominem unius
libri” - (Temo al hombre de un solo libro, Tomás de
Aquino)
“La verdad es lo que es y sigue siendo verdad
aunque se piense al revés” - Antonio Machado
Anselmo: “Es como lo digo y lo tengo por seguro”
Perínclito: “¿Y cómo puedes estar tan seguro de ello?
Anselmo: “Porque no se me ocurre como podría ser de
otra manera”
Manuel Xilo Salinas (“El hombre retirado”)
S
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iempre he creído en la
importancia ética de la advertencia: “Se empieza cediendo en las palabras y se
termina cediendo en los hechos”. Por eso siguiendo mi “naturaleza” analítica
voy a definir brevemente los términos que titulan este artículo.
La personalidad es un
concepto complejo siempre mal usado por el habla cotidiana y sobre el que ni
siquiera los especialistas se han puesto aún totalmente de acuerdo. Se podría
esquematizar intuitiva y vulgarmente diciendo que “es la descripción más o
menos objetiva que hace alguien sobre la manera (medios y fines) en que la otra
persona se comunica en cuerpo y mente, consciente o no y en tiempo real, con su
entorno inmediato”. Claro que aquí para descartar el factor subjetivo del
observador ocasional debemos referirnos a una descripción “tipo”, es decir
cuando muchas personas coinciden sobre las características de otra. Esto a
veces se expresa en los dichos populares: “Fulano es muy divertido”, “Mengano
es un tipo demandante”, etc. Son resúmenes de uno o más rasgos pregnantes de la
personalidad de cada quien.
Ese perfil observado
“desde afuera” es producto de una lenta y dialéctica construcción evolutiva,
cuyos materiales provienen de un triple origen: la biología heredo-congénita,
lo socio-familiar y lo cultural-antropológico. La primera aporta los genes (lo
individual temperamental), la segunda la modalidad de adaptación (las creencias
y los valores) y la tercera las formas gregario-comunitarias (la tipicidad caracterológica
del grupo). De esta mezcla resultarán tendencias de acción en el vínculo con
los otros y con las cosas, y su dinámica se entenderá en contraste con la
situación en la que se despliega.
Por su parte el concepto
de “dogmático” es más sencillo de explicar: proviene de la creencia en que todo
se explica desde un solo lugar de interpretación: el dogma. Este es la manera
general discursiva de intentar acomodar la realidad a mi idea sobre esa
realidad: la “realidad subjetivada” (percibida)
y que se expresa luego de sufrir un proceso de interpretación por el tamiz del
dogma, en “realidad subjetiva”, es decir dogmática.
Pienso, luego soy
La célebre expresión
cartesiana “ego cogito ergo sun”
(pienso, luego soy) tenía por objeto romper la lógica medieval donde
imperaba la certeza del poder de la tradición. Y esto en el marco histórico del
advenimiento de la razón de la mano de la pujante burguesía, necesaria
impulsora de la racionalidad progresista, Descartes proponía una idea
revulsiva: de todo era posible dudar, menos del propio pensamiento que dudaba.
Lo real, lo seguro era ahora el sujeto pensante y racional por oposición al
paradigma de la sociedad medieval, expresión del orden feudal vinculado a la
tierra y al dogma religioso, donde no se concebía al individuo como tal, hombre libre para pensar y pensarse a sí mismo
como centro del Universo. La mirada relativista de Descartes abrió las puertas
al pensamiento moderno, aunque el mismo no pudo trascender a su fe, ya que no
cuestionaba la existencia de la voluntad divina, de la que en todo caso
provenía su capacidad de dudar y pensarse a sí mismo. A su manera retomaba
difusa e implícitamente el mito original del libre albedrío humano sujeto a la
mirada trascendente del Creador. Pero no era entonces una señal para reafirmar
el dogma del poder religioso terrenal, sino para reemplazarlo por un método que
abrió el camino para la lógica racional moderna, lógica con las que suelen
entrar en colisión las personalidades dogmáticas.
El huevo y la gallina
¿El pensamiento
dogmático surge en una determinada personalidad o esta “lo adopta” porque le es
funcional a su manera de interactuar con el mundo? No debemos aquí buscar la
disyunción propia de las dicotomías. Más bien es la conjunción la que parece
adecuada. La personalidad no está dada desde el inicio de la vida. Es una lenta
construcción dialéctica entre biología, ambiente y cultura, como se ha dicho.
Por lo tanto serán las “formas” y los “modos”, fuertemente influidos por la
emocionalidad (factor a que -en mi opinión- no se le presta aún la importancia
que tiene), las que consolidan las “creencias” que luego habrán de expresarse
dogmáticamente.
El discurso dogmático
elaborado (ideologías religiosas, políticas, sociales, místicas, etc.) es una
etapa posterior, en la que el sujeto adecua funcionalmente su personalidad a un
“justificativo” existencial: “soy, pienso
y actúo así, porque profeso la fe en tal o cual doctrina que me conforta
certificando la verdad en la que creo sin necesidad de verificación alguna”.
Las personalidades
dogmáticas tienen poca o ninguna capacidad para adaptarse plásticamente a los
cambios: son “reaccionarias” por
naturaleza, prejuiciosas y rígidas en sus asertos.
A la manera del mítico
Procusto pretenden recortar los comportamientos para hacerlos entrar en sus
lechos doctrinales. A la larga el dogmático suele ser susceptible a la
tentación de sumarse a colectivos imaginarios que predican fundamentos
irreductibles de sesgo mesiánico sobre “cómo deben ser las cosas”, más allá de
los deseos y las necesidades humanas. Es una pelea necia contra la
espontaneidad natural del hombre, al que ve como “imperfecto” y busca la manera
de recrearlo como un “hombre nuevo”. Así, luego ceden a propuestas insensatas, en
nombre de supuestos ideales altruistas que ocultan convenientemente sus propias
inseguridades psicológicas y necesidades compulsivas de control. Fruto de insomnios
fantasmales mudados al amanecer en desmesuradas vigilias autoritarias, aquellas
propuestas, -como la Historia lo confirma- suelen terminar en siniestras noches
de lamentables pesadillas sociales. Una y otra vez…y otra más.
El pensamiento “totalizante”
A partir de las ideas
fundadoras de George H.Mead, sus sucesores Ellsworth Faris, Herbert Blumer,
Mandford Kuhn y Erwin Goffman fueron los desarrolladores históricos de lo que
en Psicología Social se conoce como Interaccionismo Simbólico, que en su núcleo
conceptual duro afirma que las personas no responden mecánicamente al estímulo,
sino a la interpretación simbólica que se hace de ese estímulo objetivo: así el
reto de un tutor podría ser tomado por un alumno como una falta de
consideración y por otro como un gesto de interés por su educación. Con
diversos aportes no siempre coincidentes, estos investigadores convinieron en
la importancia de los roles sociales, la subjetividad interpretativa de la realidad y el
condicionamiento social de la conducta humana desplegada en los escenarios
cotidianos.
Kuhn, por su parte,
enfatizo la idea de que la personalidad
es simplemente la combinación de todos los papeles interiorizados por el
individuo durante el curso de la socialización. (Hay que agregar hoy la
importancia de los factores bio-heredables que interactuarán con el medio
ambiente)
Entonces la interacción está en función tanto
del individuo como de la situación, la que se interpretará singularmente con
arreglo a lo que este autor llama el “sí mismo” de cada uno.
En los últimos diez años de trabajo en el
ámbito de las organizaciones y los RRHH, influido por estas ideas, he sostenido
la importancia de tener en cuenta la transacción entre las necesidades de la
persona y los requerimientos del personaje sociolaboral, articulados por el
estilo de personalidad y condicionada por la situación contingente. También que
las representaciones que tenemos de las cosas y los procesos se asientan sobre
creencias, pacientemente construidas a
lo largo de la socialización individual.
Un
mundo sin ventanas
En ese mismo dialéctico transcurso de
socialización, las personas penamos y disfrutamos construyendo nuestra
identidad a partir de aceptar y oponernos a la percepción y el discurso del
otro. Una condición para lograr un equilibrio saludable en la percepción y el
juicio sobre la realidad es la aceptación de un fenómeno psicológico clave en
el proceso del razonamiento por sobre la emoción: la duda. La duda (cuando es
moderada y no el emergente obsesivo de una neurosis) nos aleja del
comportamiento egocéntrico (centrado en sí mismo) y paranoide (persecutorio de
seudo amenazas imaginarias).
Por el contrario, las ideologías
fundamentalistas suelen alentar estos últimos comportamientos impactando en
personalidades de sujetos predispuestos a buscar su identidad en certezas
omnipresentes. Estas personas no soportan la duda y la ansiedad de la
incertidumbre al que todo juicio humano de valor está sujeto. La representación
de relatividad de las ideas y la presunta evidencia de que las verdades se
co-instituyen a partir de la mirada valorativa del que intenta establecerlas, resulta
intolerable para el creyente de un discurso total y único.
Si la “realidad” no es sinónimo de verdad
única -lo que no implica la pretensión idealista de negar la objetividad del
hecho material como tal, sino su interpretación unívoca, como señala Machado- entonces se sigue que no hay relato que
legitime un discurso “más verdadero y universal que otro”.
Sin embargo existe un tipo de pensamiento que
genera un discurso que propongo llamar “totalizante” o “totalizador”.
Goffman, precisamente trabajó con el concepto
de “Institución Total” (IT), definiéndolo como aquellos lugares (reales o
virtuales) en los que un sujeto “internado” permanentemente realizaba todas sus
tareas vitales sin salir de ellas nunca, padeciendo así una distorsión del
espacio-tiempo por efecto de la continuidad perceptual sin variantes ni
diversidad de escenarios. Se ha demostrado que las IT fuerzan la alienación del
sujeto internado.
Creo,
luego afirmo, después actúo.
Al sujeto que sostiene un discurso producto de un pensar totalizante no
le agrada la diversidad, lo inquietan las diferencias y por eso siempre tiende
a pensar uniformidades. Desearía unanimidad total (y totalitaria) de sus
creencias. El “totalizador” es ante todo un discurso ideológico en sentido
estricto, de núcleo duro, que no admite las dispersiones y pretende abarcar
todos los aspectos de la vida. Está “internado” en su propio relato.
Por eso nada escapa a su
crítica y control. La vida privada -último refugio que resiste la persecución
doctrinal de los totalitarismos- se
transforma en una amenaza para el pensamiento totalizador. Creer (sin dudar en
el dogma), Obedecer (a quienes encarnan la palabra del dogma) y Combatir (a los
descarriados que al pensar diferente se convierten en enemigos): Este ha sido
históricamente el tríptico doctrinal de los fascismos (una manera de pensar al
sujeto como objeto fusionado corporativamente a la sociedad y ésta diluída en
el Estado) de cualquier signo ideológico. Dos películas extraordinarias entre
tantos ejemplos del cine histórico, nos lo muestra con claridad didáctica: “La
vida de los otros” (el escenario de la ex-Alemania comunista) y “Los chicos swing” (los primeros años de la
Alemania nazi).
Al ser total, este tipo
de pensamiento lo contamina todo: el amor, la política, las compras, la
amistad, la tecnología, la familia, etc. todo será atravesado por lo que es
“políticamente correcto” asimilado al dogma totalizador. El mundo de las
ideologías es para esta lógica el único posible, nada escapa a estas y la
propia, claro está, es la “correcta”. En otras oportunidades hemos dicho que el
“ideologismo” es la creencia que no hay nada fuera de la ideología. No es
difícil demostrar en la vida cotidiana la debilidad de este aserto.
Sin embargo al
pensamiento totalizante no se le ocurre como las cosas podrían ser de otra
manera.
Quizá el pez no imagine
(si tal cosa pudiera hacer) que existe un mundo más allá del agua, salvo cuando
es pescado, pero en ese caso -parafraseando libremente el final del célebre
poema “Y por mi vinieron…” de Martín Niemöller- ya resultaría demasiado tarde
para poder disfrutarlo.
© by AFG (2014) http://afcrrhh.blogspot.com/
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