sábado, 27 de junio de 2020

LA PERSONALIDAD DOGMATICA Y EL PENSAMIENTO TOTALIZANTE

Sociedad y comportamiento

La personalidad dogmática y el pensamiento totalizante
por Alberto Farías Gramegna




 “Timeo hominem unius libri” - (Temo al hombre de un solo libro, Tomás de Aquino)

La verdad es lo que es y sigue siendo verdad aunque se piense al revés” - Antonio Machado

Anselmo: “Es como lo digo y lo tengo por seguro”
Perínclito: “¿Y cómo puedes estar tan seguro de ello?
Anselmo: “Porque no se me ocurre como podría ser de otra manera”
Manuel  Xilo Salinas (“El hombre retirado”)

S
iempre he creído en la importancia ética de la advertencia: “Se empieza cediendo en las palabras y se termina cediendo en los hechos”. Por eso siguiendo mi “naturaleza” analítica voy a definir brevemente los términos que titulan este artículo.
La personalidad es un concepto complejo siempre mal usado por el habla cotidiana y sobre el que ni siquiera los especialistas se han puesto aún totalmente de acuerdo. Se podría esquematizar intuitiva y vulgarmente diciendo que “es la descripción más o menos objetiva que hace alguien sobre la manera (medios y fines) en que la otra persona se comunica en cuerpo y mente, consciente o no y en tiempo real, con su entorno inmediato”. Claro que aquí para descartar el factor subjetivo del observador ocasional debemos referirnos a una descripción “tipo”, es decir cuando muchas personas coinciden sobre las características de otra. Esto a veces se expresa en los dichos populares: “Fulano es muy divertido”, “Mengano es un tipo demandante”, etc. Son resúmenes de uno o más rasgos pregnantes de la personalidad de cada quien.

Ese perfil observado “desde afuera” es producto de una lenta y dialéctica construcción evolutiva, cuyos materiales provienen de un triple origen: la biología heredo-congénita, lo socio-familiar y lo cultural-antropológico. La primera aporta los genes (lo individual temperamental), la segunda la modalidad de adaptación (las creencias y los valores) y la tercera las formas gregario-comunitarias (la tipicidad caracterológica del grupo). De esta mezcla resultarán tendencias de acción en el vínculo con los otros y con las cosas, y su dinámica se entenderá en contraste con la situación en la que se despliega.
Por su parte el concepto de “dogmático” es más sencillo de explicar: proviene de la creencia en que todo se explica desde un solo lugar de interpretación: el dogma. Este es la manera general discursiva de intentar acomodar la realidad a mi idea sobre esa realidad: la “realidad subjetivada”  (percibida) y que se expresa luego de sufrir un proceso de interpretación por el tamiz del dogma, en “realidad subjetiva”, es decir dogmática.

Pienso, luego soy

La célebre expresión cartesiana “ego cogito ergo sun”  (pienso, luego soy) tenía por objeto romper la lógica medieval donde imperaba la certeza del poder de la tradición. Y esto en el marco histórico del advenimiento de la razón de la mano de la pujante burguesía, necesaria impulsora de la racionalidad progresista, Descartes proponía una idea revulsiva: de todo era posible dudar, menos del propio pensamiento que dudaba. Lo real, lo seguro era ahora el sujeto pensante y racional por oposición al paradigma de la sociedad medieval, expresión del orden feudal vinculado a la tierra y al dogma religioso, donde no se concebía al individuo como tal,  hombre libre para pensar y pensarse a sí mismo como centro del Universo. La mirada relativista de Descartes abrió las puertas al pensamiento moderno, aunque el mismo no pudo trascender a su fe, ya que no cuestionaba la existencia de la voluntad divina, de la que en todo caso provenía su capacidad de dudar y pensarse a sí mismo. A su manera retomaba difusa e implícitamente el mito original del libre albedrío humano sujeto a la mirada trascendente del Creador. Pero no era entonces una señal para reafirmar el dogma del poder religioso terrenal, sino para reemplazarlo por un método que abrió el camino para la lógica racional moderna, lógica con las que suelen entrar en colisión las personalidades dogmáticas.

El huevo y la gallina

¿El pensamiento dogmático surge en una determinada personalidad o esta “lo adopta” porque le es funcional a su manera de interactuar con el mundo? No debemos aquí buscar la disyunción propia de las dicotomías. Más bien es la conjunción la que parece adecuada. La personalidad no está dada desde el inicio de la vida. Es una lenta construcción dialéctica entre biología, ambiente y cultura, como se ha dicho. Por lo tanto serán las “formas” y los “modos”, fuertemente influidos por la emocionalidad (factor a que -en mi opinión- no se le presta aún la importancia que tiene), las que consolidan las “creencias” que luego habrán de expresarse dogmáticamente.
El discurso dogmático elaborado (ideologías religiosas, políticas, sociales, místicas, etc.) es una etapa posterior, en la que el sujeto adecua funcionalmente su personalidad a un “justificativo” existencial: “soy, pienso y actúo así, porque profeso la fe en tal o cual doctrina que me conforta certificando la verdad en la que creo sin necesidad de verificación alguna”.
Las personalidades dogmáticas tienen poca o ninguna capacidad para adaptarse plásticamente a los cambios: son  “reaccionarias” por naturaleza, prejuiciosas y rígidas en sus asertos.
A la manera del mítico Procusto pretenden recortar los comportamientos para hacerlos entrar en sus lechos doctrinales. A la larga el dogmático suele ser susceptible a la tentación de sumarse a colectivos imaginarios que predican fundamentos irreductibles de sesgo mesiánico sobre “cómo deben ser las cosas”, más allá de los deseos y las necesidades humanas. Es una pelea necia contra la espontaneidad natural del hombre, al que ve como “imperfecto” y busca la manera de recrearlo como un “hombre nuevo”. Así, luego ceden a propuestas insensatas, en nombre de supuestos ideales altruistas que ocultan convenientemente sus propias inseguridades psicológicas y necesidades compulsivas de control. Fruto de insomnios fantasmales mudados al amanecer en desmesuradas vigilias autoritarias, aquellas propuestas, -como la Historia lo confirma- suelen terminar en siniestras noches de lamentables pesadillas sociales. Una y otra vez…y otra más.

El pensamiento “totalizante”

A partir de las ideas fundadoras de George H.Mead, sus sucesores Ellsworth Faris, Herbert Blumer, Mandford Kuhn y Erwin Goffman fueron los desarrolladores históricos de lo que en Psicología Social se conoce como Interaccionismo Simbólico, que en su núcleo conceptual duro afirma que las personas no responden mecánicamente al estímulo, sino a la interpretación simbólica que se hace de ese estímulo objetivo: así el reto de un tutor podría ser tomado por un alumno como una falta de consideración y por otro como un gesto de interés por su educación. Con diversos aportes no siempre coincidentes, estos investigadores convinieron en la importancia de los roles sociales, la subjetividad  interpretativa de la realidad y el condicionamiento social de la conducta humana desplegada en los escenarios cotidianos.
Kuhn, por su parte, enfatizo la idea de que la personalidad es simplemente la combinación de todos los papeles interiorizados por el individuo durante el curso de la socialización. (Hay que agregar hoy la importancia de los factores bio-heredables que interactuarán con el medio ambiente)
Entonces la interacción está en función tanto del individuo como de la situación, la que se interpretará singularmente con arreglo a lo que este autor llama el “sí mismo” de cada uno.
En los últimos diez años de trabajo en el ámbito de las organizaciones y los RRHH, influido por estas ideas, he sostenido la importancia de tener en cuenta la transacción entre las necesidades de la persona y los requerimientos del personaje sociolaboral, articulados por el estilo de personalidad y condicionada por la situación contingente. También que las representaciones que tenemos de las cosas y los procesos se asientan sobre creencias, pacientemente construidas a  lo largo de la socialización individual.

Un mundo sin ventanas

En ese mismo dialéctico transcurso de socialización, las personas penamos y disfrutamos construyendo nuestra identidad a partir de aceptar y oponernos a la percepción y el discurso del otro. Una condición para lograr un equilibrio saludable en la percepción y el juicio sobre la realidad es la aceptación de un fenómeno psicológico clave en el proceso del razonamiento por sobre la emoción: la duda. La duda (cuando es moderada y no el emergente obsesivo de una neurosis) nos aleja del comportamiento egocéntrico (centrado en sí mismo) y paranoide (persecutorio de seudo amenazas imaginarias).
Por el contrario, las ideologías fundamentalistas suelen alentar estos últimos comportamientos impactando en personalidades de sujetos predispuestos a buscar su identidad en certezas omnipresentes. Estas personas no soportan la duda y la ansiedad de la incertidumbre al que todo juicio humano de valor está sujeto. La representación de relatividad de las ideas y la presunta evidencia de que las verdades se co-instituyen a partir de la mirada valorativa del que intenta establecerlas, resulta intolerable para el creyente de un discurso total y único.
Si la “realidad” no es sinónimo de verdad única -lo que no implica la pretensión idealista de negar la objetividad del hecho material como tal, sino su interpretación unívoca, como señala Machado-  entonces se sigue que no hay relato que legitime un discurso “más verdadero y universal que otro”.
Sin embargo existe un tipo de pensamiento que genera un discurso que propongo llamar “totalizante” o “totalizador”.
Goffman, precisamente trabajó con el concepto de “Institución Total” (IT), definiéndolo como aquellos lugares (reales o virtuales) en los que un sujeto “internado” permanentemente realizaba todas sus tareas vitales sin salir de ellas nunca, padeciendo así una distorsión del espacio-tiempo por efecto de la continuidad perceptual sin variantes ni diversidad de escenarios. Se ha demostrado que las IT fuerzan la alienación del sujeto internado.

Creo, luego afirmo, después actúo.

Al sujeto que sostiene un discurso producto de un pensar totalizante no le agrada la diversidad, lo inquietan las diferencias y por eso siempre tiende a pensar uniformidades. Desearía unanimidad total (y totalitaria) de sus creencias. El “totalizador” es ante todo un discurso ideológico en sentido estricto, de núcleo duro, que no admite las dispersiones y pretende abarcar todos los aspectos de la vida. Está “internado” en su propio relato.
Por eso nada escapa a su crítica y control. La vida privada -último refugio que resiste la persecución doctrinal de los totalitarismos-  se transforma en una amenaza para el pensamiento totalizador. Creer (sin dudar en el dogma), Obedecer (a quienes encarnan la palabra del dogma) y Combatir (a los descarriados que al pensar diferente se convierten en enemigos): Este ha sido históricamente el tríptico doctrinal de los fascismos (una manera de pensar al sujeto como objeto fusionado corporativamente a la sociedad y ésta diluída en el Estado) de cualquier signo ideológico. Dos películas extraordinarias entre tantos ejemplos del cine histórico, nos lo muestra con claridad didáctica: “La vida de los otros” (el escenario de la ex-Alemania comunista)  y “Los chicos swing” (los primeros años de la Alemania nazi).
Al ser total, este tipo de pensamiento lo contamina todo: el amor, la política, las compras, la amistad, la tecnología, la familia, etc. todo será atravesado por lo que es “políticamente correcto” asimilado al dogma totalizador. El mundo de las ideologías es para esta lógica el único posible, nada escapa a estas y la propia, claro está, es la “correcta”. En otras oportunidades hemos dicho que el “ideologismo” es la creencia que no hay nada fuera de la ideología. No es difícil demostrar en la vida cotidiana la debilidad de este aserto.
Sin embargo al pensamiento totalizante no se le ocurre como las cosas podrían ser de otra manera.
Quizá el pez no imagine (si tal cosa pudiera hacer) que existe un mundo más allá del agua, salvo cuando es pescado, pero en ese caso -parafraseando libremente el final del célebre poema “Y por mi vinieron…” de Martín Niemöller- ya resultaría demasiado tarde para poder disfrutarlo.

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