Lenguaje,
cultura política y sociedad
Los unos y los otros en tiempos
del coronavirus
(fenomenología de las antinomias vernáculas)
por Alberto Farías Gramegna
El polemista -al contrario que el dialogante- no escucha el fundamento del
otro porque ya lo ha descalificado de antemano, solo quiere neutralizarlo desde
un argumento excéntrico a lo que se pretende discutir.
Literalmente “antinomia” significa nombres opuestos o contrarios. Es el
significante nominal y no aún el significado asociado y denotado por aquel lo
que aparece como oposición: blanco-negro, blando-duro, derecha-izquierda,
progresista-reaccionario, salud-enfermedad, etc. Una palabra cualquiera denota
(refiere formalmente a algo compartido que puede ser descripto claramente y
entendido por todos los que comparten una lengua) y a la vez connota (ubica ese
significado en un escenario particular vinculado con otros significados y
teñido de afectividad singular). Es decir, la connotación de un término se
aloja en última instancia en cada persona a partir de una representación social
compartida por el grupo restringido al que esa persona pertenece. Si digo
“mesa” pensamos formalmente en lo que los semiólogos llaman “prototipo”: una
tabla horizontal sostenida por una base en general de tres o cuatro patas, etc.
Pero si recordamos la mesa del hogar infantil la asociaremos a emociones placenteras
o displacenteras, según el caso. De tal modo que las palabras no son cosas en
sí, pero están cargadas de aquellas cosas que las sostienen emergiendo de
nuestra historia de vida. Además, están atravesadas por pre-juicios, modas,
mitos e ideologías. Las buenas para unos y malas para otros. Cuando finalizó la
última dictadura argentina, la palabra “proceso” estaba cargada de valoración
negativa por su inevitable asociación política y su sola mención generaba malestar,
por lo que se evitaba su uso aún en otros contextos muy diferentes. En los años
por venir no dudo que pasará lo mismo con las palabras “grieta”, “relato” y
“modelo”. Y en los días que corren y los que vendrán, las palabras que nos
determinan a cada instante hasta el hartazgo, son “pandemia”, “cuarentena”,
“coronavirus” y “COVID-19”.
Los unos y
los otros: de la antinomia al antagonismo
Así en el Cielo como en la Tierra; así con la economía en cuarentena como
con el COVID-19 siempre a punto de “levantar la curva”, cuando una antinomia
produce en interlocutores adherentes a términos opuestos un efecto de
connotación muy diferente y fuertemente contrapuesto en la valoración, la moral
y la ética implicadas, surge el “antagonismo”, que literalmente significa
“ángulos opuestos”. Esta mirada sobre una misma cosa precisamente desde ángulos
opuestos es lo que, a la hora de evaluar un hecho objetivo (al menos en su
existente realidad) pueda ser “leído” y vivenciado de una manera tan diferente:
lo que para uno es un gesto digno de ser festejado y aplaudido, para otro es
una muestra de indignidad y mediocre necedad. En este punto sería fácil cerrar
esta curiosa situación diciendo que “todo depende del cristal con que se mire”
y por tanto podría deducirse que ambas miradas son válidas y verdaderas. Pero
en primer lugar validez no es lo mismo que verdad. Puede una costumbre
ancestral ser válida, en tanto legítima o incluso legal para un grupo o una
colectividad, sin ser por eso verdadera en los enunciados que sostiene. El
mundo humano está lleno de ritos y creencias que nada tienen que ver con la
verdad objetiva y material, no ideal, sino científica, de cómo suceden las
cosas. El antagonismo es tributario de una concepción dual e ingenua del mundo,
que construye “ismos”, nichos de identidad gregaria. Una mirada excluyente y
dicotómica, asentada en la lógica binaria del dilema: o una cosa o la otra. Es
propio del niño pequeño, del adulto inculto y poco educado y de los
ideologismos fundamentalistas percibir el mundo en blanco y negro. “Dios y el
Demonio”, “Bellos y Feos”, “Explotados y Explotadores”, etc. Las personas
ahogadas en prejuicios ideológicos de sesgo dilemático creen que todo se reduce
a una lucha épica entre el Bien y el Mal. Y claro, el Bien somos siempre
nosotros mismos. Los antagonismos sin base real suelen discutir cualquier cosa,
sosteniéndose en palabras antitéticas. Además, la veracidad de una afirmación
no depende de su efectiva demostración, sino de quien la dice, si es uno de los
“nuestros” o uno de “ellos”. Los unos y los otros, ubicados de cada lado de una
grieta vivencial, es decir que separa emocionalmente creencias y razones.
Del relato a
la polémica para todos, (y todas…es decir todes)
Más allá de los exabruptos y dislates del “lenguaje inclusivo”, la
preeminencia de la lógica del “dilema” y la prescindencia del planteo de una
cuestión como “problema” -propia del camino al consenso- lleva a una nueva
etapa del antagonismo: la polémica (del griego polemos: lucha), antitética del
diálogo (dia-logos: conocer a través de una con-versación).
Los interlocutores, ahora mudados a polemistas se hunden así en un enrarecido
clima donde reina una nueva antinomia: la de amigo-enemigo del “no sé de qué se
trata, pero me opongo”. El fin de esa polémica será someter al otro, negarlo
para que solo quede un pensamiento, el verdadero, el mío. En los últimos días
hemos visto y oído esta modalidad aplicada a diferentes temas: excarcelación de
delincuentes; sobreprecios en las compras del estado; negociación de la deuda
externa; repatriación de ciudadanos varados en el extranjero; contratación de
médicos cubanos; desescalada de la cuarentena; supuesto dilema salud-economía;
etc.
El polemista -al contrario que el dialogante- no escucha el fundamento del
otro porque ya lo ha descalificado de antemano, solo quiere neutralizarlo desde
un argumento excéntrico a lo que se pretende discutir: digas lo que digas, lo
tuyo no tiene valor porque yo he decidido que tus valores no son buenos, porque
no son los míos. Por eso es que resultará frecuente que el polemista recurra a
descalificaciones morales, críticas personales o etiquetas caricaturescas
sociales, de género o políticas, que nada tienen que ver con el contenido que
se discute. En primer lugar, si presuntamente sus intereses difieren de los
míos, no tiene derecho a hablar y en segundo lugar el polemista no ve en su
interlocutor a una persona sino a uno de “los otros”, porque él mismo forma una
parte indiscriminada de un colectivo ideológico, que alienta el “pensamiento
único”. Como en las absurdas y patéticas polémicas del circo mediático o en el café
sobre un partido de fútbol, el “ustedes” y el “nosotros” definen
corporativamente a quienes discuten presuntamente sobre algo que en realidad no
está fuera de ellos mismos, de algo sobre lo que paradójicamente es lo único en
que acuerdan todos y que finalmente es…nada.
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