en tiempos del COVID-19
por Alberto
Farías Gramegna
“Nos encontramos tantas veces en complicados cruces que nos llevan a otros cruces, siempre a laberintos más fantásticos. De alguna manera tenemos que escoger un camino.”- Luis Buñuel
H
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oy un fantasma nuevamente recorre el mundo y no es el
comunismo, como querían Marx y Engels en
el “Manifiesto…”. El COVID-19, el virus que encarna el “Cisne Negro” del
momento, acapara todos los titulares y los miedos, amenazando la salud y la
economía planetaria. Pero otro fantasma, el de la libertad, siempre en
conflicto entre el deseo y la restricción interna o externa, inevitablemente
está presente en la existencia humana en sociedad, por acción u omisión.
Libertad para ejercerla o para perderla; para luchar por la racionalidad o para
alentar la sinrazón; para generar pandemias o para preservar un entorno
eutópico. Lo cierto es que la libertad es nuestra condición de ser-en-el-mundo.
Por eso en este artículo hablaré especialmente de ella, aunque parezca un ingenuo
ejercicio extemporáneo en tiempos del coronavirus.
La cuestión es, qué hacemos -por acción u omisión- con la libertad a la
que “estamos condenados”, diría Jean Paul Sartre. Si dejamos de pensar la cotidiana
realidad de males como el mero discurrir azaroso de hechos anecdóticos
inconexos y sin causalidad (el determinismo del “es lo que hay”), para entender
que la libertad es la capacidad que tenemos de ordenar las prioridades de
nuestras necesidades, descubriremos que la primera es la libertad misma para
decidir aquel orden. Y aquí aparece una cuestión relevante: la que alude a la
manera de elegir un camino que nos aleje primero de los laberintos mentales
para encontrar luego la salida de los físicos.
Los laberintos del
hombre subsidiado…
Un país de fantasmas y
dilemas perpetuos
Es propio de la cultura vernácula plantear lo inclusivo como disyuntivo.
Los problemas como dilemas; las posibles convergencias como antagonismos
naturales. La cultura de la secta y la tribu impera por sobre el diálogo y la
pluralidad creativa. La cultura de la grieta (que no la inventó el
kirchnerismo pero la utilizó para sus perversos intereses), viene de la época
de las guerras fraticidas. El “O” define la actitud del ciudadano promedio por
sobre el “Y”.
La Argentina a la que llegó el COVID-19 es hoy una sociedad escéptica,
construida sobre un conjunto de miedos colectivos, mitos persistentes,
oquedades ideológicas generadoras de grietas sociales, mentiras naturalizadas,
crímenes oscuros y silencios complacientes, antes que de fortalezas
institucionales, esperanzas racionales y
proyectos democráticos sustentables. Una vez terminada la crisis de la pandemia
que dilata la cuarentena, -y a partir de un panorama socioeconómico y político que
sin duda será muy difícil y complicado, nacional y mundialmente-, una tarea se
plantea como un desafío cultural trascendente: la de de-construir creencias
extemporáneas y mitos fracasados, para re-construir un proyecto de sociedad
moderna sostenida en los valores cívicos republicanos, destruidos por años de
dictaduras y populismos, que modelaron una cultura del facilismo subsidiado y
el pensamiento mágico. ¿Será la sociedad capaz de responder a ese reto? ¿Tendrá
la talla moral y la inteligencia emoción la necesaria? No lo sabemos, porque
arrastra mal más de 80 años de cultura facilista y populista, de existencia
subsidiada y de una estatolatría necia y asfixiante, que la atraviesa
transversalmente. Hay en la sociedad profunda un pensamiento mágico y un infantilismo
dependiente de los paternalismos personalistas que el fascismo “al uso” primero
en los años 30´ y el protopopulismo corporativo peronista desde los 40´,
instaló en la cultura del “ser nacional”. A lo que varias décadas después, para
completar el desvarío ideológico y la decadencia ideativa, se le sumó la visión
“revolucionaria” sesentista del seudoprogresismo, que atribuye todo fracaso a
la maldad el capitalismo, el egoísmo de los liberales (sic) y la cantinela del
“neoliberalismo”. Por ejemplo la llamada “década ganada” kirchnerista, (en
verdad una década robada y desquiciada), plagada de contradicciones y
corrupción delictiva como nunca en la historia democrática,
La plena y genuina recuperación económica e institucional de un país
moderno, presupone esencialmente el cambio cultural del “hombre subsidiado”,
educación para que la sociedad productiva pierda el miedo a la libertad,
planteando contextos sostenidos en la ética del trabajo emprendedor, la
iniciativa ciudadana y la competencia honesta, capaces de impulsar proyectos
colectivos realistas, respetando tradiciones, pero sublimados en futuro de
progreso y sin la neurótica queja de un puro presente sin proyecto de futuro,
habitado por un fantasma que mantiene al
hombre subsidiado en un laberinto asfixiante, impidiéndole salir alguna vez de
una cuarentena mental perpetua.
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