lunes, 4 de mayo de 2020

MIENTRAS DURA LA PANDEMIA...

Sociedad y Psicología

Mientras dura la pandemia…
(hermenéutica del miedo y de otras desventuras)
por Alberto Farías Gramegna


“El que turba su casa, heredará viento…” - Proverbios 11:29
Hermenéutica: Técnica o método de interpretación de textos. La hermenéutica se remonta a la exégesis bíblica y a la explicación de mitos y oráculos de la antigua Grecia - RAE

Se dice que el miedo puede hacernos gritar o dejarnos mudos. Puede enfurecernos para controlarlo y someterlo o angustiarnos hasta la negación de la realidad. El miedo es el argumento de la razón y la prisión del corazón.
La furia, su libertador cuando todo se da por perdido. El miedo es siempre una respuesta a una amenaza real o imaginada (física, psicológica, social, cultural, natural: enfermedad, inseguridad, exclusión, desempleo, anomia cultural, desamparo afectivo, etc.). Es constitutivo de lo humano tanto como la palabra, y por eso mismo ambos pueden ser, según las circunstancias, la mejor o la peor respuesta ante la realidad externa e interna, es decir ante lo objetivo y la subjetividad que su percepción conlleva. 

En el animal humano el decir de la palabra es conjura de soledades y garantía de trascendencia. El miedo, en cambio, siempre es individual y resulta en un complejo de mixtura socio-bio-psicológica, expresión de la condición de criaturas culturales, incompletas, falibles y vulnerables, pero también de nuestra necesidad saludable de ser reconocidos y aceptados socialmente. Por eso mismo la locura y la delincuencia son finalmente efectos tardíos de ese miedo primal a la exclusión,  mutado en  repudio anómalo del sujeto a una adaptación activa y armónica a los patrones sociales consensuados. En ninguno de los dos casos la palabra trasciende a un tercero: el loco comunica deformando la realidad con arreglo a su delirio; el delincuente actuando contra esa realidad para someterla a sus necesidades sin el consenso social. Ambos comunican pero sin palabras de significación compartida. En cambio el coloquio es naturalmente la antítesis del miedo, que aunque sea colectivo es siempre individual. El contexto causal de estos repudios, las condiciones socioculturales de vida, los valores ético-morales del endogrupo de origen y otras posibles variables, son condición necesaria aunque no suficiente para explicar aquella inadaptación social.


Lo peor de la parroquia: miedos, escraches, xenofobias y otras normalidades

El “hombre normal” es expresión de la norma estadística.  Si acaso esa norma social -que tiene siempre implícitos efectos normativos: “donde fueres haz lo que vieres”-  muda en sus valores morales, por ley la mayoría de los sujetos de esa sociedad tenderán a adaptarse acrítica y dramáticamente a esa nueva escala axiológica para no quedar afuera del rebaño. Los sociólogos lo llaman “temor al desvío de la media sociogrupal”. Ese corrimiento a la mayoría es silente, es decir de eso no se habla, pues es más fácil ir con la corriente que contra ella, como nos muestra el clásico teatral “Un enemigo del pueblo” de Ibsen, aunque con tiempo suficiente siempre se constate  aquel irónico apotegma de Machado: “La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero”. Así las cosas, el miedo como negación de la palabra es en principio miedo a hablar del miedo y por tanto se instala en el sujeto como un socio del silencio, posible efector potente de alienación social que puede llegar a la deshumanización y la parálisis personal.  Phillips Zimbardo  nos recuerda que en nombre del miedo se pueden obedecer órdenes indignas, se puede vender el alma y se puede denigrar o torturar a un semejante sin siquiera conocerlo, como en el impactante experimento de obediencia a la autoridad de Milgram, o en nombre del discurso dominante de una ideología fanática, a la que se puede adherir también por miedo al vacío existencial que da el agnosticismo secular de la postmodernidad anómica, porque a veces la razón provoca más miedo que la irracional ilusión.
Es que nacemos desnudos y libres, pero también carentes, física y psicológicamente dependientes, y luego al socializarnos la misma libertad nos da miedo, tal como demostró Fromm en su  “El miedo a la libertad”, un clásico sobre la lucha del hombre por ser él mismo, con su identidad libérrima por sobre los temores adocenados, las mediocridades de la sociedad “políticamente correcta”,  las identidades corporativas, los fanatismos y las ideologías de dominio sobre la vida de los otros, las ideas delirantes sobre las ingenierías sociales al estilo de la “Naranja Mecánica” , porque libertad, razón  y crecimiento son solidarios y enemigos del dogma.

Los unos y los otros, todos confinados

Recientemente, un equipo de investigadores del CONICET, realizó  una encuesta comparativa en dos etapas a personas en situación de confinamiento obligado, y encontró que el motivo de preocupación predominante se modificaba a medida que el tiempo transcurría: de temor al contagio primero, luego los conflictos de convivencia y la desorientación ante la ruptura brusca de las rutinas y finalmente, lo que permanece hoy: la supervivencia económica por el colapso de los ingresos.
La Argentina a la que llegó la pandemia es hoy una sociedad construida sobre un conjunto de miedos colectivos, mitos persistentes, oquedades ideológicas, mentiras, crímenes oscuros y silencios complacientes, (antes que de fortalezas institucionales, esperanzas  racionales y proyectos sustentables) a la que, una vez terminada la crisis del COVID-19, habrá que empezar a de-construir para re-construir luego en sus valores cívicos republicanos, que han sido destruidos por años de dictaduras y populismos, modelando una cultura del facilismo subsidiado y el pensamiento mágico, que naturaliza lo contingente. Y esa misma lógica lleva a pensar en la imposibilidad de cambiar, de reinventarse culturalmente, porque esta creencia resulta funcional a lo no dicho: resistencia al cambio y temor a la incomodidad de salir de la “zona de confort masoquista”, -por el beneficio secundario que se obtiene, pero también por el desgaste que supone mantenerse allí-  aunque esta inercia mental implique un innegable oportunismo moral que una y otra vez  hace  que algo cambie para que nada cambie. Por décadas inmadura, mayoritariamente la sociedad ha elegido fascinarse con mitos edificados sobre estilos autoritarios de interacción social que resultaron luego seudo-liderazgos demagógicos. Quizá esta crisis global extraordinaria, de terribles efectos sanitarios y económicos, sea para esta sociedad criolla, -si es que tiene la talla- una oportunidad para “barajar y dar de nuevo”, es decir para corregir un rumbo de colisión reiterado por décadas, y evitar que las nuevas generaciones sólo hereden el viento.

URL de las imagenes;

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