miércoles, 27 de mayo de 2020

EL DÍA QUE ALBERDI LLORÓ...

El día que Alberdi lloró…
por Alberto Farías Gramegna

“ (…) Constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad (…)”- Preámbulo de la Constitución de la Nación Argentina

“El Gobierno es una necesidad de civilización, porque es instituido para dar a cada gobernado la seguridad de su vida y de su propiedad. Esta seguridad se llama y es la libertad.”- JB Alberdi

“Nos encontramos tantas veces en complicados cruces que nos llevan a otros cruces, siempre a laberintos más fantásticos. De alguna manera tenemos que escoger un camino.”-  Luis Buñuel

En su alucinante film de culto “Le fantôme de la liberté Buñuel plantea una hermenéutica de la libertad partiendo “del azar que todo lo gobierna; la necesidad, que lejos está de tener la misma pureza, sólo viene más tarde”. Es decir que la cuestión es que hacemos por acción u omisión con la libertad a la que “estamos condenados”.

El genial catalán nos presenta un mundo fantástico y onírico del revés, con pequeñas historias subrepticiamente enlazadas por una lógica críptica (una de las cuales  trascurre en Argenton, -valga el topónimo- una comuna francesa sobre el río Creuce) que al jugar con el absurdo de invertir los valores del sentido hacen que la libertad nos espante como un fantasma que no controlamos y altera nuestra molicie mental. El corolario del mensaje surrealista está muy lejos de ser anodino y mucho atañe al aparente comportamiento irracional de la sociedad argentina: si dejamos de pensar la cotidiana realidad de males como el mero discurrir azaroso de hechos anecdóticos inconexos, sin causalidad -y ante los que el lugar común “es lo que hay” expresa un resignado sometimiento psicológico-, para entender que la libertad es la capacidad que tenemos de ordenar las prioridades de nuestras necesidades, se descubre que la primera es la libertad misma para decidir aquel orden.
Ante los laberintos cotidianos -nos dice Buñuel- “de alguna manera tenemos que elegir un camino”, y aquí aparece una cuestión relevante: la que alude a la manera de elegir el camino que nos aleje primero de los laberintos mentales para encontrar luego la salida de los físicos.

Las imaginarias ropas del rey

Cuando en una sociedad todo parece ser y no ser a la vez la diferencia entre realidad y fantasía se borra paulatinamente y los significados de silencios y palabras mutan como envueltos en un inquietante sueño a la manera de “Alicia en el país de los espejos”, donde nada resulta lo que parece ser. Como cínicamente quería Humpty Dumpty, las palabras dicen lo que los intereses de quien manda en cada momento quiere que digan. Ante el desafío de los laberintos mencionados por Buñuel, la alternativa innoble e ingenua de editar la realidad para que coincida fugazmente con nuestras necesidades inmediatas, lleva al cabo de un tiempo a la indeseada angustia por la vivencia paradojal de una inquietante irrealidad material de las cosas y los hechos, un “como si”  propio  del despertar confuso de una duermevela. Tal como en la caída catastrófica de la ilusión que mostró la real desnudez del emperador del cuento, pretendidamente vestido con un traje mágico de ricas telas que solo podía ser visto por los iluminados y elegidos. Es que el encantamiento y la fascinación se sostienen en la negación de lo percibido y cuando se deshace da lugar a la vergüenza y al miedo difuso porque el sujeto se queda sin palabras para explicar lo inesperado: se pasa de lo maravilloso a lo siniestro. Los psicólogos llaman a esto vivencia “traumática”  y  los filósofos existencialistas, reacción de pánico por el desamparo del “ser-en-el-mundo-con-los-otros”, ya que produce una injuria narcisista a la autoestima y una confusión de la identidad propia. Más que nunca en los tiempos que corren, de incertidumbre pandémica y confinamiento controvertido, el “hombre de la calle”, ora potencial ciudadano comicial, ora frecuente cliente subsidiado incluido en la ambigua y polisémica categoría de “pueblo”, expresa -generalizo por fuerza- una cultura sesgada transversalmente por un conjunto de miedos colectivos imprecisos  y camuflados en los giros de la lengua coloquial del café, del mercadito o de la fugaz charla con barbijo en la cola del banco: nos habla de mitos persistentes, oquedades ideológicas perimidas, mentiras conniventes toleradas, oscuros crímenes sospechados, felonías burdamente festejadas, necios silencios complacientes y últimamente escepticismo ciudadano extremo encarnado en la delicada vivencia de “no creer en nada ni a nadie”.  Finalmente victimario y víctima de su actitud contemplativa y simuladora, responsable por acción u omisión, nuestro hombre es heredero de una inercia mental trans-generacional resumida diría Aguinis- en el necio y atroz encanto del “yo argentino”, que subsumió la libertad en una cosmovisión determinista naturalizando lo abyecto en una dinámica social  signada por la noria del algo que cambiaba para que nada cambie. Preferencia facilista por delegar su responsabilidad cívica siempre en un cesarismo pragmático, expresión al fin de cuentas de un oportunismo moral en los principios que diferencian lo bueno de lo malo y lo malo de lo feo, otra forma de decir lo justo de lo injusto. Como bien observa Alberto Moravia: “Curiosamente, los votantes no se sienten responsables de los fracasos del gobierno que han votado”. Pero de eso no se habla y de lo que no se habla se enferma.
El día que Alberdi lloró
Y finalmente  Alberdi lloró porque  Argentina es hoy un país con sus instituciones  republicanas gravemente deterioradas  y una democracia formal de muy baja calidad. El pleno funcionamiento de aquellas es clave para que una democracia no se parezca a la tiranía de mayorías circunstanciales, preservando en el marco de un Estado de Derecho, la libertad de expresión, de opción y de acción real del ciudadano, diferenciándose así del mero habitante de un territorio. Es frecuente que nuestro “hombre de la calle”  no pondere la diferencia entre democracia “a secas” y “democracia republicana”, asimilando genéricamente la una a la otra, sin entender que solo la última garantiza la efectiva división de poderes y en este caso puntual, el sistema de administración federal que consagra la Constitución. Los populismos tercermundistas surgidos en las últimas cinco décadas, en cambio, enfatizan solo la legítima representatividad popular de origen, pero desestiman y rechazan las formas, los límites y los controles republicanos, deslizándose con frecuencia por acción u omisión a estilos autoritarios y demagógicos de gobierno que abren la puerta a la discrecionalidad, la desmesura y la corrupción. El desafío de la política en pos de recuperar su credibilidad será no obturar la incertidumbre social solo con promesas electorales de maravillosos cambios mágicos, sino plantear contextos autocríticos de elaboración de lo perdido para mudarlos en proyectos colectivos vitales y realistas de esfuerzos consensuados, que contengan el pasado común pero sublimado en futuro y sin la neurótica queja de un puro presente. Para que la libertad no sea un fantasma.
© by AFG (2015) actualizado 2020.                                     
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