Los beneficios
de la libertad…
(y sus
fantasmas en tiempos del COVID-19)
por
Alberto Farías Gramegna
“(…) “promover el bienestar general, y asegurar
los beneficios de la libertad (…)”- Preámbulo de la Constitución liberal de la
Nación Argentina (1816)
“La libertad, cuando se le teme, muda en
fantasma” - Albert Relmu
“Nos encontramos tantas veces en complicados
cruces que nos llevan a otros cruces, siempre a laberintos más fantásticos. De
alguna manera tenemos que escoger un camino.”-
Luis Buñuel
Hoy un fantasma
nuevamente recorre Europa y no es el comunismo, como querían Marx y Engels en el "Manifiesto...”. El COVID-19, el virus que encarna el “Cisne Negro” del momento,
acapara todos los titulares y los miedos, amenazando la salud y la economía
planetaria. Pero otro fantasma, el de la libertad, siempre en conflicto entre
el deseo y la restricción interna o externa, inevitablemente está presente en
la existencia humana en sociedad, por acción u omisión. Libertad para ejercerla
o para perderla; para luchar por la racionalidad o para alentar la sinrazón; para generar pandemias o para preservar un entorno eutópico. Lo cierto es que
la libertad es nuestra condición de ser-en-el-mundo. Por eso en este artículo
hablaré de ella, aunque parezca un ingenuo ejercicio extemporáneo, en tiempos
del coronavirus.
En “El Fantasma de Canterville”, Oscar Wilde, nos
muestra cómo la manera de neutralizar e incluso ridiculizar a un fantasma es dejar de temerle. Años después Luis Buñuel en “Le
fantôme de la liberté”, plantea una hermenéutica de la libertad partiendo “del azar que
todo lo gobierna; la necesidad, que lejos está de tener la misma pureza, sólo
viene más tarde”.
La cuestión es, qué hacemos -por acción u
omisión- con la libertad a la que “estamos condenados”, diría Jean Paul Sartre.
Si dejamos de pensar la cotidiana realidad de males como el mero discurrir
azaroso de hechos anecdóticos inconexos y sin causalidad (el determinismo del
“es lo que hay”), para entender que la libertad es la capacidad que tenemos de
ordenar las prioridades de nuestras necesidades, descubriremos que la primera
es la libertad misma para decidir aquel orden. Ante los recurrentes laberintos
que nos ofrece nuestra cotidiana realidad nacional, “de alguna manera tenemos
que elegir un camino”, y aquí aparece una cuestión relevante: la que alude a la
manera de elegir el camino que nos aleje primero de los laberintos mentales
para encontrar luego la salida de los físicos.
El miedo a la libertad
En “El miedo
a la libertad” (1941), Erich Fromm nos recuerda que “el
hombre, cuanto más gana en libertad, -en el sentido de su emergencia de la
primitiva unidad indistinta con los demás (la tribu) y la naturaleza- para
transformarse en individuo,(ciudadano) tanto más se ve en la disyuntiva de unirse al
mundo en la espontaneidad del amor y del trabajo creador, o bien de buscar
alguna forma de seguridad que acuda a vínculos tales que destruirán su libertad
y la integridad de su yo individual” y agrega que “la libertad positiva implica
también el principio de que no existe poder superior al del yo individual; que el hombre representa
el centro y fin de la vida, que el desarrollo y la realización de la
individualidad constituyen un fin que no puede ser nunca subordinado a
propósitos a los que se atribuye una supuesta finalidad mayor."
En
su “Historia de la civilización en Europa” (1928), François Guizot pregunta: “¿La sociedad está hecha para servir al
individuo, o el individuo para servir a la sociedad?” Enseguida afirma que “de
la respuesta a esta pregunta depende inevitablemente la de saber si el destino
del hombre es puramente social, si la sociedad agota y absorbe al hombre
entero", o -agregamos nosotros- si
el hombre y su derecho a la libertad y la felicidad está por encima de esa generalidad
inasible que llamamos “sociedad”, (Pueblo) representada jurídica e
institucionalmente por el Estado. En
su “Filosofía del derecho” (1831), Eugéne Lerminier parece responderle al afirmar que "la
libertad social concierne a la vez al hombre y al ciudadano, a la
individualidad y a la asociación: debe ser a la vez individual y general, no
concentrarse ni en el egoísmo de las garantías particulares, ni en el poder absoluto
de la voluntad colectiva.” En 1859 John
Stuart Mill publica “On Liberty” diciendo que “la única libertad que
merece ese nombre es la de buscar nuestro propio bien a nuestra propia manera,
en tanto que no intentemos privar de sus bienes a otros, o frenar sus esfuerzos
para obtenerla. (…) La especie humana -enfatiza- ganará más en dejar a cada uno
que viva como le guste más, que en obligarle a vivir como guste al resto de sus
semejantes.” Los autoritarios de todo color -va de suyo- nunca compartieron esa opinión.
Los
laberintos del hombre subsidiado
En “El jardín de los senderos que se bifurcan”,
Jorge Luis Borges, atribuye a un antepasado de uno de los personajes, el creer “en infinitas series de
tiempos, una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y
paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que
secularmente se ignoran, abarca todas la posibilidades…” Por tanto todas las
historias pueden contener finales diferentes, a la manera de aquellos libros de
cuentos infantiles en que se podía elegir el camino a la propia aventura. La cuestión -siguiendo
con la ficción borgeana- radica en si esos caminos nos son impuestos por
mezquinos intereses sectoriales, o por ideologías extraviadas y desquiciadas o contrariamente,
emergen de la sumatoria de las libertades individuales para sopesar
racionalmente valores cívicos esenciales que hacen a la búsqueda de la propia
felicidad en un marco cultural plural y culturalmente diverso de una sociedad
abierta.
Tenemos
que elegir un camino, nos dice Buñuel, ante los enigmáticos laberintos que nos
desafían, y los de una parte significativa de nuestra sociedad son mayormente
psicosocioculturales: sin saber salir -y acaso sin quererlo-, sus actores
caminan en círculo en un jardín absurdo de
insistentes dilemas tributarios de ideologías autoritarias y populistas, fracasadas
y opacas, que el tiempo se llevó, y que la historia contemporánea condenó por
sus efectos desastrosos y corruptos en todos los planos, desde la ética
humanística y el respeto a los derechos humanos hasta la economía, la cultura y
la libertad de decidir la propia vida.
La plena y genuina recuperación económica e
institucional de un país moderno, presupone esencialmente el cambio cultural del
“hombre subsidiado”, educación para que la sociedad productiva pierda el miedo
a la libertad, planteando contextos sostenidos en la ética del trabajo
emprendedor y la competencia honesta, capaces de impulsar proyectos colectivos realistas,
respetando tradiciones, pero sublimados en futuro de progreso y sin la neurótica
queja de un puro presente. Para que la libertad deje de ser un temido fantasma.
……….
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