lunes, 9 de marzo de 2020

LOS BENEFICIOS DE LA LIBERTAD ..Y SUS FANTASMAS

Filosofía  Política: psicología  y  sociedad


Los beneficios de la libertad…
(y sus fantasmas en tiempos del COVID-19)
por Alberto Farías Gramegna

 “(…) “promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad (…)”- Preámbulo de la Constitución liberal de la Nación Argentina (1816)

“La libertad, cuando se le teme, muda en fantasma” - Albert Relmu 

“Nos encontramos tantas veces en complicados cruces que nos llevan a otros cruces, siempre a laberintos más fantásticos. De alguna manera tenemos que escoger un camino.”-  Luis Buñuel


Hoy un fantasma nuevamente recorre Europa y no es el comunismo, como querían Marx y Engels en el "Manifiesto...”. El COVID-19, el virus que encarna el “Cisne Negro” del momento, acapara todos los titulares y los miedos, amenazando la salud y la economía planetaria. Pero otro fantasma, el de la libertad, siempre en conflicto entre el deseo y la restricción interna o externa, inevitablemente está presente en la existencia humana en sociedad, por acción u omisión. Libertad para ejercerla o para perderla; para luchar por la racionalidad o para alentar la sinrazón; para generar pandemias o para preservar un entorno eutópico. Lo cierto es que la libertad es nuestra condición de ser-en-el-mundo. Por eso en este artículo hablaré de ella, aunque parezca un ingenuo ejercicio extemporáneo, en tiempos del coronavirus.
En “El Fantasma de Canterville”, Oscar Wilde, nos muestra cómo la manera de neutralizar e incluso ridiculizar  a un fantasma es dejar de temerle. Años después Luis Buñuel en  “Le
fantôme de la liberté”, plantea una hermenéutica de la libertad partiendo “del azar que todo lo gobierna; la necesidad, que lejos está de tener la misma pureza, sólo viene más tarde”. 

La cuestión es, qué hacemos -por acción u omisión- con la libertad a la que “estamos condenados”, diría Jean Paul Sartre. Si dejamos de pensar la cotidiana realidad de males como el mero discurrir azaroso de hechos anecdóticos inconexos y sin causalidad (el determinismo del “es lo que hay”), para entender que la libertad es la capacidad que tenemos de ordenar las prioridades de nuestras necesidades, descubriremos que la primera es la libertad misma para decidir aquel orden. Ante los recurrentes laberintos que nos ofrece nuestra cotidiana realidad nacional, “de alguna manera tenemos que elegir un camino”, y aquí aparece una cuestión relevante: la que alude a la manera de elegir el camino que nos aleje primero de los laberintos mentales para encontrar luego la salida de los físicos.

El miedo a la libertad

En “El miedo a la libertad” (1941), Erich Fromm nos recuerda que “el hombre, cuanto más gana en libertad, -en el sentido de su emergencia de la primitiva unidad indistinta con los demás (la tribu) y la naturaleza- para transformarse en individuo,(ciudadano)  tanto más se ve en la disyuntiva de unirse al mundo en la espontaneidad del amor y del trabajo creador, o bien de buscar alguna forma de seguridad que acuda a vínculos tales que destruirán su libertad y la integridad de su yo individual” y agrega que “la libertad positiva implica también el principio de que no existe poder superior  al del yo individual; que el hombre representa el centro y fin de la vida, que el desarrollo y la realización de la individualidad constituyen un fin que no puede ser nunca subordinado a propósitos a los que se atribuye una supuesta finalidad mayor."
En su “Historia de la civilización en Europa” (1928), François Guizot  pregunta: “¿La sociedad está hecha para servir al individuo, o el individuo para servir a la sociedad?” Enseguida afirma que “de la respuesta a esta pregunta depende inevitablemente la de saber si el destino del hombre es puramente social, si la sociedad agota y absorbe al hombre entero", o  -agregamos nosotros- si el hombre y su derecho a la libertad y la felicidad está por encima de esa generalidad inasible que llamamos “sociedad”, (Pueblo) representada jurídica e institucionalmente por el Estado. En su “Filosofía del derecho” (1831), Eugéne Lerminier  parece responderle al afirmar que "la libertad social concierne a la vez al hombre y al ciudadano, a la individualidad y a la asociación: debe ser a la vez individual y general, no concentrarse ni en el egoísmo de las garantías particulares, ni en el poder absoluto de la voluntad colectiva.”  En 1859 John Stuart Mill publica “On Liberty” diciendo que “la única libertad que merece ese nombre es la de buscar nuestro propio bien a nuestra propia manera, en tanto que no intentemos privar de sus bienes a otros, o frenar sus esfuerzos para obtenerla. (…) La especie humana -enfatiza- ganará más en dejar a cada uno que viva como le guste más, que en obligarle a vivir como guste al resto de sus semejantes.” Los autoritarios de todo color -va de suyo-  nunca compartieron esa opinión.

Los laberintos del hombre subsidiado

En “El jardín de los senderos que se bifurcan”, Jorge Luis Borges, atribuye a un antepasado de uno de los personajes, el creer  “en infinitas series de tiempos, una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas la posibilidades…” Por tanto todas las historias pueden contener finales diferentes, a la manera de aquellos libros de cuentos infantiles en que se podía elegir  el camino a la propia aventura. La cuestión -siguiendo con la ficción borgeana- radica en si esos caminos nos son impuestos por mezquinos intereses sectoriales, o por ideologías extraviadas y desquiciadas o contrariamente, emergen de la sumatoria de las libertades individuales para sopesar racionalmente valores cívicos esenciales que hacen a la búsqueda de la propia felicidad en un marco cultural plural y culturalmente diverso de una sociedad abierta.
Tenemos que elegir un camino, nos dice Buñuel, ante los enigmáticos laberintos que nos desafían, y los de una parte significativa de nuestra sociedad son mayormente psicosocioculturales: sin saber salir -y acaso sin quererlo-, sus actores caminan en círculo en un jardín absurdo de insistentes dilemas tributarios de ideologías autoritarias y populistas, fracasadas y opacas, que el tiempo se llevó, y que la historia contemporánea condenó por sus efectos desastrosos y corruptos en todos los planos, desde la ética humanística y el respeto a los derechos humanos hasta la economía, la cultura y la libertad de decidir la propia vida.
La plena y genuina recuperación económica e institucional de un país moderno, presupone esencialmente el cambio cultural del “hombre subsidiado”, educación para que la sociedad productiva pierda el miedo a la libertad, planteando contextos sostenidos en la ética del trabajo emprendedor y la competencia honesta, capaces de impulsar proyectos colectivos realistas, respetando tradiciones, pero sublimados en futuro de progreso y sin la neurótica queja de un puro presente. Para que la libertad deje de ser un temido fantasma.



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