Freud tiene la culpa…
Por Alberto Farías
Gramegna (*)
“Curiosamente, alimentamos la dinámica de la
pelea. Nos sentimos más cómodos en la diferencia que en el consenso”- Sergio Berenzstein. Del libro “¿Somos todos peronistas?
Del idealismo al pragmatismo”.
“Porque no hago el bien que quiero; mas el mal que no quiero,
éste hago” - Romanos
7:19-25
“Errare humanum est, sed perseverare diabolicum” - Aserto atribuido a Séneca, aunque está opinado.
“Aquí yace un famoso
cardenal que hizo mucho bien y mucho mal; pero el bien lo hizo siempre
mal y el mal lo hizo siempre bien” – Epitafio en la
tumba del cardenal Armand-Jean du Plessis, duque de Richelieu
S
|
egún la Psicología, “neurosis” es la disfunción en el
comportamiento generada por un trastorno emocional evolutivo que le impide al
sujeto adaptarse creativamente a su entorno cotidiano con estabilidad afectiva,
madurez en la toma de decisiones y racionalidad cognitiva. Para Sigmund Freud
la salud mental era sinónimo de poder amar y trabajar con un mínimo de
conflicto emocional.
A modo de prólogo
En rigor todos los neuróticos fracasan al triunfar, ya que no soportan desamarrarse de los hilos trágicos que los mantienen fijados a la pelea infantil para conseguirse una identidad adulta.Por su parte, hace años, un político argentino, que no era experto en psicología, pero que de sociología política sabía mucho, exclamó “Los argentinos estamos condenados al éxito”. Con intuición freudiana mencionó sin querer una cuestión nodal: nuestra “neurosis social”. Permítaseme semejante atrevido concepto y el paralelismo ocurrente que sigue, que podría calificar de ridículo, amañado, reduccionista, irritante y temerario, lo reconozco…aunque también inquietante si fuera verosímil.
Es que una sociedad que no fuese neurótica no podría sentir que
el éxito la condena.
En un artículo de mayo de 2017 , el portal de La Gaceta de Tucumán (1) a propósito de un informe internacional de psicología política, se preguntaba: “¿Tienen los países personalidades? ¿O se trata sólo de estereotipos? Estudios globales de largo alcance han mostrado que hay algunos rasgos de personalidad que son prevalentes dentro de marcos nacionales (…) Pero, ¿realmente existen personalidades diferentes para cada país?” .Y comentaba que en dicho estudio, Argentina aparece como uno de los países “más neuróticos”: “Los resultados asombraron (…) Y se detectó que en los países más neuróticos, los ciudadanos suelen ser más vulnerables física y mentalmente.”.
En un artículo de mayo de 2017 , el portal de La Gaceta de Tucumán (1) a propósito de un informe internacional de psicología política, se preguntaba: “¿Tienen los países personalidades? ¿O se trata sólo de estereotipos? Estudios globales de largo alcance han mostrado que hay algunos rasgos de personalidad que son prevalentes dentro de marcos nacionales (…) Pero, ¿realmente existen personalidades diferentes para cada país?” .Y comentaba que en dicho estudio, Argentina aparece como uno de los países “más neuróticos”: “Los resultados asombraron (…) Y se detectó que en los países más neuróticos, los ciudadanos suelen ser más vulnerables física y mentalmente.”.
Hace ya muchas décadas que los sociólogos y
psicólogos sociales manejan conceptos tales como "personalidad
básica" y "carácter nacional" (Abraham Kardiner, Ralph Linton;
Mikel Dufrenne y otros representantes de la llamada escuela de "Cultura y
Personalidad"). A propósito del "carácter nacional" y la
"personalidad básica", Kardiner, quizá el principal impulsor de estos
conceptos, apunta en "El individuo y su sociedad" (1939) que se
trata de configuraciones normales de adaptación que una sociedad extiende a sus
miembros. Linton (“Las fronteras psicológicas de
la sociedad”; “Los antecedentes culturales de la personalidad”; “Cultura
y personalidad”; 1945) dice que el tipo de "personalidad
básica para cualquier sociedad, es la configuración de personalidad compartida
por la mayoría de sus miembros como resultado de las primeras experiencias que
tuvieron en común". Y agrega para no confundir niveles grupales
con individuales que esto "no corresponde a la personalidad total
del individuo, sino más bien a los sistemas proyectivos; en otras palabras, al
sistema de valores y actitudes que son básicos para la configuración de la
personalidad del individuo. Así, el mismo tipo de personalidad básica puede
reflejarse en diferentes formas de conducta y puede participar en muchas
configuraciones diferentes de personalidad total". En el mismo sentido
Mikel Dufrenne (“La Personalidad básica, un concepto sociológico”; 1953) apunta
que la personalidad básica es "una configuración psicológica
particular, propia de los miembros de una sociedad dada y que se manifiesta en
un cierto estilo de vida sobre el cual los individuos bordan sus variantes
singulares: el conjunto de los rasgos que componen esa configuración".
Y refuerza este concepto de “Personalidad Básica” porque cree
que es sumamente adecuado, "no porque constituya exactamente una
personalidad, sino porque constituye la base de la personalidad para los
miembros del grupo, la matriz dentro de la cual se desarrollan los rasgos del
carácter”. Entonces tenemos aquí que efectivamente hay una manera de ser
propia de una comunidad nacional, una forma de interactuar culturalmente que
define una cierta "personalidad" o estilo de pensar y actuar
característico de un grupo social dado y determinado por instituciones, mitos y
tradiciones.
De padre somos
Los neuróticos suelen tener una visión conflictiva, ingenua y
maniquea de los progenitores. Y eso ocurre también con nuestros “padres
fundadores”: ¿A quién quieres más...Rosas o Urquiza, Sarmiento o Chacho
Peñaloza, “el manco” Paz o Facundo Quiroga?
El neurótico teme crecer porque tienen reminiscencias de traumas
infantiles. Nosotros le tememos a los desafíos, al crecimiento y reprobamos a
los patronos exitosos, porque suponemos que persiguen solo el interés económico
antes que el amor. Vivimos de recuerdos de épocas en que la dorada infancia del
país en verdad no era tan dorada. Los neuróticos remedan a los otros que
perciben diferentes por hacer cosas que ellos no se animan y en el intento
sufren y renuncian, porque es más cómodo quejarse que salir del encierro que
alimenta su pesada letanía. Nosotros vivimos copiando solapadamente a los
países que luego criticaremos por ser “pragmáticos”, “fríos, desalmados”
y menos “espirituales”.
Los neuróticos hablan recurrentemente de los mismos temas que
nunca resuelven...“compulsión a la repetición”, Freud dixit.
La "grieta” como dilema…
Un dilema, a diferencia de un problema, no tiene solución si no
se opta por uno de los términos confrontados. Es una disyunción de dos entidades
separadas por la letra “o”. El problema, en cambio, implica una solución
intermedia, una síntesis de los términos en conflicto, ya que se relacionan por
sus semejanzas y no por sus diferencias y por tanto los términos implicados se
vinculan por una conjunción expresada por la letra “y”. No es lo mismo “los
unos o los otros” que “los unos y los otros”. En el primer caso el resultado de
un conflicto es excluyente, en el segundo es incluyente.
La “grieta” seudo-ideológica que separa a “kirchneristas” y sus
aliados populistas variopintos, de “macristas” y sus aliados republicanistas,
(así planteada en términos de sectores militantes en un colectivo político),
refiere más a una confrontación tribal de identidades endogámicas dilemáticas,
que a un conflicto ideológico explícito, en sentido estricto, que desde luego
también legítimamente existe, con sus implicancias axiológicas, actitudinales, morales
y éticas.
Ahora bien, lo cierto es que por debajo de este ruidoso dilema de
superficie, transita, -no siempre explícito y consciente para los actores-,
otro dilema irreductible y esencial: los modelos de sociedad que se proponen
explícita o implícitamente: populismo autoritario versus republicanismo
pluralista. Y en cada uno el concepto de “democracia” cobra diferente
significación. De hecho históricamente algunos regímenes totalitarios se
autodefinian como “democracias populares” (sic).
Pero hay también otra dimensión subyacente a este dilema, que
atraviesa trasversalmente a la sociedad argentina: la resistencia al
cambio y el consecuente miedo a salir de la “zona de confort”, aunque
sea esta una “zona sufriente”, condensada en la frase “Es lo que hay”.
Aparece aquí la idea conservadora y dramática expresada en la
frase “Mejor malo conocido que bueno por conocer”. Y aquella actitud
reaccionaria no siempre se alinea sólo con uno de los bandos en conflicto, más
bien es connatural a cierto rasgo de la personalidad básica argentina.
Finalmente, y para complejizar aún más el cuadro político
socio-cultural de la sociedad, la psicología social nos muestra que una de las
características de un colectivo “adolescente”, reside en la omnipotencia y el
pensamiento mágico, que lleva a desconocer en un nivel de la
consciencia lo que se conoce en otro.. Este mecanismo “defensivo” se
conoce como “desmentida”. Así un adolescente sabe que yendo en moto sin casco,
haciendo “wheelie” delante de una hilera de coches en movimiento, es muy
peligroso ante una caída, y sin embargo “cree” que no le puede pasar nada, ya
que desmiente el peligro por su omnipotencia negadora de la muerte. Por eso se
puede saber y no saber al mismo tiempo la calidad moral de una persona a la que
se vota, para no sentir culpa moral ante una decisión dada. Otro mecanismo
asociado a esta conducta para “justificar” una convicción que no se tiene
realmente es el que el psicólogo León Festinger denomino “disonancia
cognitiva”: cuándo algo entre interés y conocimiento no coincide y fuerza a una
“incomodidad” moral o intelectiva, el sujeto para disminuir esa tensión acude a
“mentirse” a sí mismo, justificando o racionalizando su pensamiento o acción.
Se ha enfatizado que los resultados electorales se ven fuertemente influidos
por la situación económica. Esto es parcialmente cierto, aunque otros factores,
algunos fuertemente emocionales y otros claramente racionales, inciden en las
decisiones, en función del grado de responsabilidad social y educación cívica
del sujeto que vota. En ese sentido hay colectivos que no ponderan la prioridad
de la conducta moral o simplemente comparten otra moral diferente, a la hora de
elegir. Un ejemplo de esto sería la pragmática y amoral frase “Roban, pero
hacen”, en referencia a determinado sector político.
Ayer como hoy, la cultura de la noria y el dilema
Como sociedad, la argentina se muestra hoy como ayer, incapaz de
abordar seriamente un tema y resolverlo en profundidad para seguir adelante con
otros... La noria es el paradigma nacional, una y otra vez los mismos dilemas
irresueltos que disfrazados en opiniones individualistas pasan por ser
problemas ideológicos. Un dejá-vú tóxico que agobia. Se apela
a fórmulas perimidas, un más de lo mismo, desoyendo aquella máxima atribuida a
Albert Einstein: “Es estúpido esperar resultados diferentes, haciendo siempre
lo mismo”.
Cada año se discuten los mismos temas que compulsivamente
transformamos en dilemas nominales: educación laica o libre, estatal o privada,
campo o industria, zapatillas o libros, "yo o el caos", oligarquía o
populismo, latifundios o reforma agraria, monopolio de los cielos o competencia
de cielos abiertos, libre cambio o cepo cambiario, estatismo o privatismo,
pensamiento único o pluralismo, indigenismo o centralidad étnica, fronteras
permeables o xenofobia, gratuidad o gravosidad, si se me permite el neologismo,
machismo u homofobia, libertad de género o feminismo militante, antiabortistas
o aborto legal, corrección gramatical de la lengua o “lenguaje inclusivo”, etc.
siempre disyuntivas antinómicas.
Desde la psicología se descubre que a los sujetos neuróticos les
cuesta consensuar porque no conocen grises (salvo el de sus complicadas
vidas). Se ven forzados a monologar con sus fantasmas interiores, tal como
-mutatis mutandis- la sociedad argentina comunitariamente, cada día: personas,
grupos, entidades, clubes, asociaciones, partidos, gobiernos, todos monologando
como si vivieran en fantásticos mundos paralelos, desconociendo al semejante.
Los neuróticos conflictivos -como las “sociedades adolescentes”,
permítaseme el concepto - no pueden ponerse en el lugar del otro diferente,
porque son inmaduramente narcisistas y su propia inermidad, por paradoja, los
vuelve omnipotentes en sus ideas: como los adolescentes creen que sus miradas
pueden cambiar mágicamente el mundo. Un mundo que excede la subjetividad,
y por suerte eso mismo permite un “dia-logos”. Pero el monólogo seudoideológico
es lo que predomina entre la mayoría de los argentinos. "Soy-en-tanto-descalifico-al-otro",
atribuyéndole una esencia abominable que pretende disimular y por tanto al denunciarlo
mi afirmo en mi identidad excluyente. Somos el bien y los otros el mal. Se ve
claramente esta lógica en la pretensión del “relato peronista” de ser no una
parcialidad partidaria sino el todo representante excluyente del “pueblo”
versus el “antipueblo”.
¿El peronismo -de él es necesario hablar por su brutal
gravitación histórica y actual en la cultura política del país- y sus mil caras
variopintas que pasan de derechas a izquierdas y viceversa, es o parece ser?
Históricamente se atribuye a esta parcialidad político-cultural
seudo-ideológica (ya que el peronismo no reúne las condiciones sociológicas
para ser un sistema ideológico neto) la implantación del dilema “pueblo” (“compañeros”)
versus “antipueblo" ("gorilas") (sic), dilema basado en mitos
corporativos que reemplazan el sistema de valores republicanos centrado en la
división de poderes institucionales y en el juego de ideas de partidos
políticos por el esquema autoritario del movimiento corporativo que desvaloriza
ese sistema reemplazándolo por la llamada “Comunidad Organizada” basada en el
poder de las corporaciones de intereses de los sectores de roles sociolaborales
(trabajadores, profesionales, militares, empresarios, religiosos, etc.). Un
esquema “light” con innegables componentes conceptuales derivados del fascismo
histórico.
El discurso de la llamada corriente del “revisionismo
histórico”, en ese sentido, ha instaurado la demonización del discurso que
llama “liberal” (y más modernamente otro neologismo improcedente: “neo-liberal”)
y que se opondría al “pensamiento nacional y popular”. Por ejemplo, se ha
criticado el presunto dilema planteado por la frase sarmientina de
“civilización” que se dice se opone a “barbarie”. En verdad el texto habla de
dos realidades socioculturales del siglo XIX en un país que salía de una larga
guerra civil y dice “civilización y barbarie”, es decir que ambas realidades
cohabitan en un momento en que un sector ilustrado pretendía construir un
sistema político propio de un país capitalista urbano y moderno, basado en la
revolución occidental de la burguesía industrial que luchaba contra la
resistencia de una cultura feudal centrada en la tradición hispanista y
religiosa del caudillismo rural.
Así pues, detenidos en la historia, los argentinos
(generalizamos por fuerza) -al igual que los neuróticos, insisto- sienten
culpa de sus propias impotencias y de sus miedos no resueltos. Entonces acuden
a la negación, la omnipotencia y el pensamiento mágico: sí quiero algo con la
intensidad suficiente se producirá. Y surge el “como si fuese real”, la
apariencia, el disfraz, el parecer algo sin serlo realmente. Se actúa como si
el país fuese una potencia cuando no lo es; como si fuese una democracia
madura, cuando no lo es; como si fuese una república en fondo y forma, cuando
no lo es. Se habla mucho pero se hace muy poco. Importan más las formas
aparentes que el fondo concreto. Si se dijo, ya está. Así, la mayor parte de
las veces, los maestros no enseñan, los médicos no curan, los jueces no juzgan,
los policías no protegen, los empresarios no emprenden, los trabajadores no
producen, los legisladores no legislan, los políticos no gestionan, los gobernantes
no gobiernan.
Epílogo
Es muy probable que los tiempos que vienen repitan más de lo
mismo y de manera recargada, porque hay un sector dirigente que tiene mucho que
perder y además se apoya en sectores intoxicados de ideologías mesiánicas
autoritarias y vindicativas, envueltas en relatos solidarios con igualitarios
mundos ideales, hilvanados en las tertulias de cafés de madrugadas insomnes y
con mucho de bravata épica tributaria de omnipotencia adolescente.
Pero, más allá de esta agobiante y patética realidad, que cansa
hasta el hartazgo, la sociedad argentina
promedio tiene una deuda existencial dramática, que implica a varias
generaciones por venir, y que es debatir en profundidad el único dilema esencial
que vale la pena resolver: Salir de una buena vez de un duelo melancólico
perverso y tóxico para asumir saldada la deuda con héroes y villanos, que
convivieron otrora amando y odiando, soñando grandezas o elucubrando
mezquindades, y que seguramente no hubieran elegido ser convidados de
piedra en ésta, la neurosis de una nación o seguir en el camino de la
patológica noria; de más de lo mismo, donde -como dijo José Ingenieros-
abunda el hombre mediocre, el de la gris simulación en la lucha por la vida .
Porque los argentinos de a pie, los unos, que votan , hacen y
sostienen día a día la cultura del trabajo privado y la dinámica expansiva del
mercado (aproximadamente ocho millones), y los otros, que también votan y viven
sostenidos por el Estado, ya sea trabajando como estatales o beneficiados por
algún plan o subsidio eterno (aproximadamente dieciocho millones), deben
entender que, al igual que la mujer del César, pero paradójicamente por la
recíproca, no sólo se trata de parecer sino que además realmente hay que ser…y sobre
todo hacer. Ah...y dejar de echar la culpa de todo lo malo que les pasa, al
“neoliberalismo” (sic), al “FMI” (sic), a “la oligarquía” (sic), al
“capitalismo” (sic), al “imperialismo” (sic), a los “comunistas”, a “los
yankees” (sic)...y sobre todo a Freud.
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( 1) La gaceta de Tucumán: Alerta: estudios
aseguran que Argentina es uno de los países más neuróticos del mundo. Investigadores
han establecido modos de medir la “personalidad de los países”
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