jueves, 14 de noviembre de 2019

ELLOS Y NOSOTROS ...

Sectarismo, identidad e imaginario social


Ellos y nosotros
por Alberto Farías Gramegna

“Nosotros somos los otros para ellos y por eso la política es la antítesis del sectarismo”- Alberto Relmu

L
a película se repite una y otra vez de generación en generación en la vacua pantalla de la vida cotidiana y desde luego es estúpido pensar en otro final porque ya la hemos visto hasta el hartazgo, como en los malos programas de la TV “retro” que repiten los mismos capítulos de aquellas ingenuas series de buenos y malos.
Pero, claro, lo incómodo es que sentado al lado nuestro hay cándidos espectadores bisoños que recién llegan y creen estar viendo un “estreno” imaginando finales que no ocurrirán porque es estúpido esperar resultados diferentes usando métodos reiterados: en este caso la fracasada interpretación simplista de una serie clase “B” tan alejada de una gran obra de arte con su complejidad y su grandeza simbólica. Además nuestros circunstanciales novatos buscadores de una identidad social heroica y romántica a la que pertenecer, poco saben de los nombres de los protagonistas originales de aquellas series y lo más importante de las condiciones y los contextos históricos que alimentaron a los personajes que encarnaron. Pero la historia y las películas se reiteran patéticamente, primero como se muestran como dramas y luego como comedias, según afirmaba uno de aquellos lejanos y míticos personajes.

La identidad y la pertenencia

La identidad de una persona puede ser definida como lo que permanece idéntico a lo largo de sus años de crecimiento. Es decir lo que subsiste luego de atravesar los cambios. Estos presuponen conservar un “nicho” básico de representaciones de uno mismo y del lugar que ocupamos en el mundo, un punto de referencia que precisamente permite reconocer (re-conocer es al mismo tiempo re-conocer-se) que uno es quien es siendo sin embargo distinto al que era. Estamos diciendo que mantener una identidad normal es cambiar. El adulto normal conserva algo de su adolescencia para reconocerse crecido. No hay cambio sin conservación. Es una ley de la dialéctica. Al decir de Einstein “es de sabio cambiar de opinión cuando las cosas cambian a nuestro alrededor”. Pero ese cambio es de diagnóstico no necesariamente de principios éticos o morales.
La identidad reside en el “Yo” (conciencia de uno mismo) que a su vez existe fenomenológicamente como talen tanto se confronte con los otros “yoes”. Su origen evolutivo es una mezcla de lo que traigo y lo incorporo: su marca es la sociabilidad. Siempre hay algo de los otros en mi individualidad. Freud decía que en sentido amplio toda psicología era social. El belga-argentino Pichón Riviere lo enmendó: “El sentido estricto toda psicología es social”. Es la parte de la identidad de pertenencia: algo de nuestra identidad se construyen torno a la familia, al barrio, al trabajo, a nuestra profesión, a nuestra nacionalidad, etc. Pero nada en particular nos define totalmente. La pertenencia es solo una parte de nuestra mirada. El hombre normal no se percibe exclusivamente en función de un rol o de una preferencia. Es muchas cosas al mismo tiempo y ante todo tiene libertad para pensar diferencialmente evaluando semejanzas y diferencias con el pensamiento del otro. Por tanto la pertenencia no lo aliena. Pero hay otras personas que por complejas razones evolutivas de su historia van más allá y necesitan de la pertenencia exclusiva a una entidad trascendente que los contenga y en la cual alienarse: son aquellas de identidad sectaria, cuya expresión social es el fenómeno del pensamiento único corporativo. No soy la totalidad de mí, soy un elemento ejecutor, un brazo de un cuerpo trascendente al que acepto someterme y subsumirme.  

La identidad sectaria

La identidad sectaria surge cuando la identidad del sujeto no solo se identifica con algunos aspectos de los otros, sino que se “disuelve” en el grupo cerrado (de los idénticos y no solo semejantes). Soy en tanto pertenezco a un colectivo de unidad y completud  imaginaria que me define como “uno de nosotros”, donde mi pensamiento resulta clonado. Cualquier desvío será percibido como traición al grupo y por tanto mi identidad estará en riesgo. La secta (una parte del todo que se vende sin embargo como el todo mismo) es un “club” que se apropia de todo mi ser. Nada soy sin el cuerpo sectario. Le pertenezco difusamente. Pienso con arreglo al “manual” de estilo del dogma. La realidad es la que previamente ha definido el corpus de creencias de la secta. Los enamorados y los fanáticos sectarios (enamorados de los fundamentos de un relato cosmogónico) comparten ese mismo fenómeno de indiscriminación, solo que por suerte el enamoramiento del sujeto normal, al igual que la adolescencia, pasa con solo esperar un tiempo prudencial y queda lo mejor del vínculo: la mesurada afectividad. Cabe aclarar que cuando decimos “normal” aludimos a la “norma”, una medida estadística que solo indirectamente puede ser valorada positiva o negativamente según sus efectos en la salud o patología de una población. No ocurre lo mismo con las personas que por inmadurez de sus personalidades la “droga” de la secta. Y uso esta palabra porque el sectario es psicológicamente un adicto (sin palabra propia), adicto ala “Idea” suprema, la imagen, el culto al ícono, a la adoración totémica, a con-fundirse con el Dogma que justifica y es razón necesaria y suficiente de existencia.

Psicología del sectario

El sectario no pertenece a una corriente de opinión, “es” la corriente misma. Por eso se define a partir de una exterioridad que lo co-instituye: el “ismo”. Así mudará en “….ista”, precedida su presentación por la expresión “Soy (tal cosa)...ista”
Esa presentación es una autopreservación, un reaseguro que “es” alguien por ser parte de algo más grande que el. Esa es parte de la explicación ante el curioso comportamiento de la obediencia automática acrítica. Los cuerpos fanatizados en la historia de la Humanidad enfatizaban siempre el término “obedecer” emparentado a la idea de “lucha”. Esto porque la visión sectaria se alimenta de dos presupuestos básicos: la pertenencia incondicional al grupo y una temática excluyente que “explica” el mundo. El sectario ve todo desde un solo tema omniabarcativo, un reduccionismo discursivo, un pandeterminismo: puede ser seudo-político, económico, clasista, racista, religioso, moral, místico, sexual, etc. Pero siempre será sesgada la explicación de porque suceden las cosas con las que la secta debe enfrentarse. Por tanto la idea sectaria se inscribe en un versus -antagónico por defecto- de o de las contra-ideas. El pensamiento sectario amenaza la certeza de la identidad corporativa y por tanto surgirá la idea de luchar siempre para desenmascarar o destruir a las “otras” explicaciones. Siempre los sectarios están “luchando contra…” (sic). Esa lucha no es amigable sino inscripta en una lógica amigo sectario-enemigo, al que hay que imponer la realidad de la secta. Por tanto la identidad sectaria es por efecto de esa lógica una identidad autoritaria, que en determinadas condiciones históricas socio-políticas-culturales muda en totalitaria. Los “ismos” así devenidos son expresión de la identidad sectaria, es decir la antítesis de la política, que es expresión de la multiplicidad de ideas diversas en la sociedad abierta de la “polis”, donde la pertenencia no anula la libertad de ser uno mismo, siendo parte al mismo tiempo del ellos y del nosotros.

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