Dura lex, sed lex
por Alberto Farías Gramegna
“Dura lex, sed lex” (La ley
es dura, pero es la ley)
- Proverbio
latino
“Los daños que resultan de la violencia
individual (…) son insignificantes en relación con las orgías de destrucción
resultantes de la adhesión y el abandono a las ideologías colectivas que
trascienden al individuo”- A. Kloester
Nuestra idea de la democracia (la del argentino medio) es muy
curiosa: la asociamos al comportamiento individualista y anárquico que busca
ganar siempre, llevando toda el agua al propio molino y donde el que no está en
nuestro “club” político o grupo de interés,
siempre debe ser neutralizado discrecionalmente. La descalificación y el insulto
es moneda corriente en nuestra cultura política. En esa visión tramposa del sistema, se buscan siempre las
maneras de acomodar los tantos para que cierren de manera excluyente a nuestro
favor, y así vemos como se “corre el arco” y se cambian las reglas del
juego cada vez que la pelota amenaza mi
visión absoluta de
lo que es verdad y lo que no, de lo que tiene mi camiseta o la camiseta del
otro. Lo vemos, por ejemplo en el hincha fanático necio del fútbol que dice
apasionarse por ese deporte, pero odia y ningunea al equipo adversario con el
que tiene que jugar, y por tanto se llega al absurdo de amar al fútbol pero no
querer disputar el partido.
Otra curiosidad vernácula en relación a
los sistemas institucionales, es la que remite a identificar Democracia y República como una misma cosa, indiferenciada
y confusa, cuando son dos dimensiones complementarias pero diferentes: la
primera expresa que una parte sustancial del poder reside en la voluntad
popular de mayorías
y minorías -esto último se suele olvidar también, al creer que la mayoría puede
gobernar despóticamente- , a través de los mecanismos
electorales y/o de consulta directa vinculante; La segunda, la institución de la República, alude
justamente a la forma de distribuir ese poder
y a los resortes de control institucional, donde cada poder está
limitado por el otro, en el marco de lo
que prescribe y lo que prohíben las leyes, conforme los bordes filosóficos
constitucionales. Por eso no respetar las formas en democracia es menoscabar su
eficacia real y desvirtuar los mandatos de mayorías y minorías. Y una de esas formas es la separación
y la independencia relativa de los tres poderes formales republicanos:
ejecutivo, legislativo y judicial, cuya función y misión es inseparable del
destino de una sociedad civilizada a través del Estado de derecho. Cuando un
gobierno populista ha intentado controlar los tres poderes, vimos que el
resultado es el camino paulatino al totalitarismo del que por decisión de una
parte de la sociedad felizmente evitamos. La prensa plural e independiente al
mismo tiempo, es connatural al sistema democrático y tal lo dice la
Constitución cuando habla de “publicar las ideas sin censura previa”.
Hecha la ley…
Con
frecuencia -a causa de la tradición populista y demagógica que se instaló en la
cultura nacional desde los años 30 y 40 en adelante- se
piensa que el voto de una mayoría habilita a cualquier acción arbitraria, que
por ser legítima en su origen no debiera preocuparse demasiado en los límites y
las cuestiones procedimentales. Tampoco el hombre medio entiende la relación
entre normatividad y derechos: A poco de la recuperación de la democracia
reproché a un conductor una trasgresión a la luz del semáforo y me respondió “Y qué…ahora estamos en
democracia”; En una asociación académica
en la que participaba
era
común decir “El que gana gobierna, el que pierde impugna”, para embarrar la
cancha, con lo cual se mostraba la poca disposición de acatar la ley de la
alternancia y la colaboración racional que debe acatar toda oposición
responsable. Otro ejemplo: El comportamiento caótico de los automovilistas en
una rotonda, nos muestra la ignorancia o el desprecio por la prioridad de paso
del que circula dentro de aquella.
Dura lex, sed lex
Tal como enseñaba Alberdi, cuando dice que la
democracia es la libertad constituida en gobierno,
ni más ni menos que la libertad organizada, el respeto a la leyes como
ciudadanos nos hará finalmente libres como hombres, no en un absoluto vacío
sino en un responsable conviviente.
Así, por aparente paradoja, la libertad
nos plantea la necesidad indudable de ser esclavos de la Ley y el respeto a las
formas que son el fondo institucional. El
discrecionalismo político, por lo contario -como ocurrió en el país en la
última nefasta década de demagogia, desvarío y corrupción populista- atenta no
solo contra el espíritu de las leyes sino que subvierte perversamente el poder autónomo
que el ciudadano ejerce al momento de manifestar su voluntad a través del voto.
La ley y el orden, entonces, son
inherentes a la presencia y acción del Estado de Derecho en las sociedades
abiertas de espíritu liberal, en el sentido más estrictamente filosófico.
Cuando éste se ausenta, se presenta débil o errático, crea las condiciones para
la disolución de la eficacia institucional y facilita la emergencia del caos y
su contracara, el autoritarismo reaccionario encarnado en la acción directa
como forma de protesta extrema de las llamadas “minorías intensas” antisistema,
como es frecuente observar aquí y en otras partes del planeta. Según cuenta su
confidente, Artemio Gramajo, el general Julio A. Roca, amargado por las confrontaciones
políticas de su tiempo, sentado en su despacho y abstraído en sus pensamientos,
de pronto exclama: “¡Qué país difícil es éste!”. Hoy, más de cien años después
podríamos decir lo mismo, pero agregando que vale la pena insistir en educar al
ciudadano en el respeto a la Ley y en la
valoración de vivir alejados de la tentación populista, en libertad de
expresión y emprendimiento. Así provisto, será justicia.
* * *
No hay comentarios:
Publicar un comentario