lunes, 11 de noviembre de 2019

DURA LEX, SED LEX...

Estado y Sociedad

Dura lex, sed lex
por Alberto Farías Gramegna

Dura lex, sed lex” (La ley es dura, pero es la ley) - Proverbio latino

“Los daños que resultan de la violencia individual (…) son insignificantes en relación con las orgías de destrucción resultantes de la adhesión y el abandono a las ideologías colectivas que trascienden al individuo”- A. Kloester


Nuestra idea de la democracia (la del argentino medio) es muy curiosa: la asociamos al comportamiento individualista y anárquico que busca ganar siempre, llevando toda el agua al propio molino y donde el que no está en nuestro club político o grupo de interés, siempre debe ser neutralizado discrecionalmente. La descalificación y el insulto es moneda corriente en nuestra cultura política. En esa visión  tramposa del sistema, se buscan siempre las maneras de acomodar los tantos para que cierren de manera excluyente a nuestro favor, y así vemos como se “corre el arco” y se cambian las reglas del juego  cada vez que la pelota amenaza mi visión absoluta de lo que es verdad y lo que no, de lo que tiene mi camiseta o la camiseta del otro. Lo vemos, por ejemplo en el hincha fanático necio del fútbol que dice apasionarse por ese deporte, pero odia y ningunea al equipo adversario con el que tiene que jugar, y por tanto se llega al absurdo de amar al fútbol pero no querer disputar el partido.

Otra curiosidad vernácula en relación a los sistemas institucionales, es la que remite a identificar Democracia y  República como una misma cosa, indiferenciada y confusa, cuando son dos dimensiones complementarias pero diferentes: la primera expresa que una parte sustancial del poder reside en la voluntad popular de mayorías y minorías -esto último se suele olvidar también, al creer que la mayoría puede gobernar despóticamente- , a través de los mecanismos electorales y/o de consulta directa vinculante; La segunda, la institución de la República, alude justamente a la forma de distribuir ese poder  y a los resortes de control institucional, donde cada poder está limitado por el otro, en el marco  de lo que prescribe y lo que prohíben las leyes, conforme los bordes filosóficos constitucionales. Por eso no respetar las formas en democracia es menoscabar su eficacia real y desvirtuar los mandatos de mayorías y minorías. Y una de esas formas es la separación y la independencia relativa de los tres poderes formales republicanos: ejecutivo, legislativo y judicial, cuya función y misión es inseparable del destino de una sociedad civilizada a través del Estado de derecho. Cuando un gobierno populista ha intentado controlar los tres poderes, vimos que el resultado es el camino paulatino al totalitarismo del que por decisión de una parte de la sociedad felizmente evitamos. La prensa plural e independiente al mismo tiempo, es connatural al sistema democrático y tal lo dice la Constitución cuando habla de “publicar las ideas sin censura previa”.

Hecha la ley…

Con frecuencia -a causa de la tradición populista y demagógica que se instaló en la cultura nacional desde los años 30 y 40 en adelante- se piensa que el voto de una mayoría habilita a cualquier acción arbitraria, que por ser legítima en su origen no debiera preocuparse demasiado en los límites y las cuestiones procedimentales. Tampoco el hombre medio entiende la relación entre normatividad y derechos: A poco de la recuperación de la democracia reproché a un conductor una trasgresión a la luz del semáforo y me respondió “Y qué…ahora estamos en democracia”;  En una asociación académica en la que participaba era común decir “El que gana gobierna, el que pierde impugna”, para embarrar la cancha, con lo cual se mostraba la poca disposición de acatar la ley de la alternancia y la colaboración racional que debe acatar toda oposición responsable. Otro ejemplo: El comportamiento caótico de los automovilistas en una rotonda, nos muestra la ignorancia o el desprecio por la prioridad de paso del que circula dentro de aquella.

Dura lex, sed lex

Tal como enseñaba Alberdi, cuando dice que la democracia es la libertad constituida en gobierno,
ni más ni menos que la libertad organizada, el respeto a la leyes como ciudadanos nos hará finalmente libres como hombres, no en un absoluto vacío sino en un responsable conviviente.
Así, por aparente paradoja, la libertad nos plantea la necesidad indudable de ser esclavos de la Ley y el respeto a las formas que son el fondo institucional. El discrecionalismo político, por lo contario -como ocurrió en el país en la última nefasta década de demagogia, desvarío y corrupción populista- atenta no solo contra el espíritu de las leyes sino que subvierte perversamente el poder autónomo que el ciudadano ejerce al momento de manifestar su voluntad a través del voto.
La ley y el orden, entonces, son inherentes a la presencia y acción del Estado de Derecho en las sociedades abiertas de espíritu liberal, en el sentido más estrictamente filosófico. Cuando éste se ausenta, se presenta débil o errático, crea las condiciones para la disolución de la eficacia institucional y facilita la emergencia del caos y su contracara, el autoritarismo reaccionario encarnado en la acción directa como forma de protesta extrema de las llamadas “minorías intensas” antisistema, como es frecuente observar aquí y en otras partes del planeta. Según cuenta su confidente, Artemio Gramajo, el general Julio A. Roca, amargado por las confrontaciones políticas de su tiempo, sentado en su despacho y abstraído en sus pensamientos, de pronto exclama: “¡Qué país difícil es éste!”. Hoy, más de cien años después podríamos decir lo mismo, pero agregando que vale la pena insistir en educar al ciudadano en el respeto a la Ley  y en la valoración de vivir alejados de la tentación populista, en libertad de expresión y emprendimiento. Así provisto, será justicia.


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