La
caja de Pandora ©
(con
la esperanza no alcanza)
Alberto Farías Gramegna
“Abrir una ´caja de
Pandora´, significa en la actualidad una acción que pudiera parecer trivial o
ilusionada, pero que puede traer para quien lo intente, consecuencias
catastróficas por mucho tiempo.”- Ataulfo Relmú
C
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uenta la leyenda en una de las versiones de la
maravillosa y compleja mitología de la antiguedad griega, que Pandora era el
nombre de la primera mujer, creada por Hefesto por orden
de Zeus. Éste, -buscando vengarse de Prometeo, porque se había burlado de los Dioses, robándoles
el
fuego que Zeus les negaba, para dárselos nuevamente a los humanos-,
presentó a Epimeteo, hermano de
Prometeo, una bella mujer, Pandora, con quien
finalmente casó. Como presente de boda,
Zeus le regaló una suerte de vasija cerrada, -que luego con el correr de los
siglos fue llamada “caja”-, con la extraña e inquietante consigna, a modo de
advertencia, de no abrirla jamás.
Pero la mujer, impulsada por su ávida e irresponsable curiosidad (cualidad recibida de los propios Dioses), decidió ignorar aquella advertencia divina y abrir el recipiente para ver qué contenía. Al hacerlo, sorprendida, vio como de su interior salían y se esparcían por el mundo todos los males. Entonces aterrorizada y lamentando su fatal error cerró rápidamente la tapa de la vasija, pero sólo quedaba en su interior “el Espíritu de la Esperanza”, el único “bien”, que Zeus había puesto junto a todos los peores males del mundo. Hoy decimos metafóricamente “La esperanza es lo último que se pierde” o “No hay que perder la esperanza”, aludiendo al mito de la tragedia de Pandora. Pero sucede que quizás…con la esperanza no alcanza para conjurar los males que ya no es posible volver a poner en la vasija, una vez liberados.
Pero la mujer, impulsada por su ávida e irresponsable curiosidad (cualidad recibida de los propios Dioses), decidió ignorar aquella advertencia divina y abrir el recipiente para ver qué contenía. Al hacerlo, sorprendida, vio como de su interior salían y se esparcían por el mundo todos los males. Entonces aterrorizada y lamentando su fatal error cerró rápidamente la tapa de la vasija, pero sólo quedaba en su interior “el Espíritu de la Esperanza”, el único “bien”, que Zeus había puesto junto a todos los peores males del mundo. Hoy decimos metafóricamente “La esperanza es lo último que se pierde” o “No hay que perder la esperanza”, aludiendo al mito de la tragedia de Pandora. Pero sucede que quizás…con la esperanza no alcanza para conjurar los males que ya no es posible volver a poner en la vasija, una vez liberados.
De aquellos
barros…
En “Los Trabajos y los días”,
el poeta Hesíodo comenta que la Humanidad antes de la tragedia de Pandora,
vivía en una suerte de Paraíso en la Tierra, libres de desgracias y otras
amenazas, hasta que la curiosidad transgresora y la soberbia de los mortales,
trajo todos los males que hoy nos aquejan. Sin embargo, el hombre no ha perdido
la esperanza de retornar a la utópica situación de equilibrio y bienestar
anteriores al fatídico momento en que se perdieron.
El texto poético escrito hacia el 700 AC aborda centralmente una verdad
irrenunciable: el trabajo, las labores productivas, como “destino universal del
hombre” y hace hincapié en la motivación, la disposición a trabajar, como forma
de dignidad. Se afirma la importancia de vivir del trabajo honesto y se critica
el ocio y la desidia malsana, la usura y la injusticia de “los jueces
injustos”, insistiendo en la cultura del trabajo como “origen de todo bien”.
Podríamos aplicar esta milenaria mirada filosófica, moral y ética fuertemente
asertiva, a los “trabajos y los días” que corren en nuestra cotidiana realidad argentina,
caótica, plagada de clamores amañados y facilismos populistas, alentados por
ilusorias ingenuidades que añoran aquel mítico momento en que Zeus daba y
quitaba según le pareciera. Así, los mortales de nuestros días prefieren el
éxtasis de abrir “la caja”, con el riesgo que ello conlleva para la vida y la
libertad, antes que escuchar el consejo
de Hesíodo sobre el camino a la dignidad y el crecimiento genuino, por sobre la
dádiva del Olimpo.
El retorno de
los brujos
Las cosas no siempre son lo parecen. Hay vida más allá de los supuestos y
los lugares comunes. Por ejemplo, se suele decir y repetir la expresión “¡Es la economía, estúpido!”, popularizada
en 1992 durante la campaña electoral del Presidente Clinton, para explicar el
comportamiento comicial favorable o desfavorable para un candidato. La
Economía, como la Psicología, la Sociología y otras disciplinas de las llamadas
ciencias sociales, son condición necesaria a la hora de analizar, comprender y
explicar el comportamiento de los hombres-en-sociedad, pero no son suficientes,
es decir no agotan el espectro interpretativo. Para detallar más el punto:
comprender una conducta, no es lo mismo que explicarla, y ambas admiten luego
un ensayo interpretativo posterior en clave de valores e ideologías, es decir
si lo que comprendemos o explicamos lo consideramos “bueno o malo”, “positivo o
negativo”. La comprensión apunta al
futuro y se basa en una
identificación con el otro, un “ponerse en el lugar de” y apunta más a lo
motivacional (movimiento hacia) de una conducta, al “para qué”. Para qué voto
como voto. Por ejemplo puedo perseguir un modelo de sociedad ideal o buscar un
cambio institucional, etc. Comprender implica incluir un factor de
idealización. La explicación de una
conducta refiere al pasado, porque se relaciona más con la búsqueda de un
factor externo al sujeto que ha sucedido y ante el que el sujeto reacciona, se
explica una acción determinada acaecida, por un “porqué”, una causalidad tipo
acción-rección, causa-efecto: voto a Mengano porque Sutano no me dio lo que
esperaba o porque ahora no me alcanza el sueldo, o porque apoya una medida que
me perjudica, etc. Por lo que, aquel aserto “¡Es la economía…!” sólo refiere a
una explicación que limita la acción humana a la idea del “homo aeconómicus” y por tanto no alcanza a comprender el componente
motivacional del “homo fidelis”, el
hombre creyente o ideológico, que vota por convicción en un sistema, idea o
prejuicio cualquiera, buscando un “para qué” y por efecto de un “por qué”.
En su famoso y polémico libro de 1960 “El retorno de los brujos” (original en
francés “Le Matin des Magiciens”) subtitulado “Una introducción al realismo
fantástico”, Louis Pauwels y Jacques Bergier. Entre otros muchos temas
(parapsicología, masonería, alquimia, esoterismo, “culturas
alienígenas”, etc.) presentados como ejemplos, interpretados, opinados según
dónde uno se pare, si desde la metafísica o desde la ciencia positiva, afirman,
no sin razón, que en el caso del nazismo como fenómeno que trascendió a la
militancia del núcleo duro nazi, no podía explicarse por una tesis económica
reduccionista: En la Alemania nazi “se
empieza a profesar una física aria. En el país de Humboldt y de Haeckel,
se empieza a hablar de razas. Nosotros pensamos que tales fenómenos no se explican por
la inflación económica ” Señalan
especialmente la relación de los jerarcas
nacionalsocialistas con los cultos esotéricos, y sus aficiones por las
creencias alucinadas en mitologías y cosmogonías aberrantes, que luego a partir
de acceder al Poder mudan en ciencia oficial. La propuesta (creativa y útil,
pero sin duda opinable y con frecuentes deslizamientos metafísicos y poco
rigurosos en términos del método científico) de “El retorno de los brujos”
finalmente es que la realidad tiene componentes “fantásticos” (muchas veces
producto de la interacción humana que la reconstruye con la proyección de sus
fantasías) y no entra toda en una fórmula matemática bonita para una tesis
doctoral; es más compleja y multidimensional, que la explicación que pretende
mostrar el “sentido común” o las fórmulas simplistas. Lo cuantitativo siempre
es acompañado por lo cualitativo, al momento de desplegarse en el espacio y el
tiempo humano. Quizá el factor motivacional plagado en más de una ocasión por
la irracionalidad humana, sea una de las claves para complementar las
interpretaciones racionales de los fenómenos como -por ejemplo- por qué y el para
qué, un sector de la población es capaz de elegir con su voto a sujetos
convictos y algunos hasta confesos de actos delictivos. En un sentido similar
Berger y Luckmann aluden a la “construcción social de la realidad”, para
explicar que la percepción sesgada de un hecho con arreglo a las creencias y
los intereses particulares a través de los mecanismos de interpretación y
proyección de cada sujeto terminan modelando inconscientemente la realidad
percibida.
Con la esperanza no alcanza
Antes dijimos que abrir una caja de Pandora es correr un serio riesgo, ya
que no sabemos con qué nos podemos encontrar y cuantos males pueden escapar de
ella. Podríamos decir, sin embargo, que mientras no escape “la esperanza”, aún
queda la ilusión de no ser afectados por aquellos males. Pero sucede que hay
veces que “con la esperanza no alcanza”. A veces “el pueblo” se comporta como
el Dr. Frankenstein, creando un monstruo que no puede controlar y del que
resultará su víctima. Ese monstruo se llama “Populismo”. Una vez creado, los
sujetos colapsan y ceden ante sus “cantos de sirena” que repiten el relato
demagógico endulzando los oídos populares, que ilusos ilusionan una mejora en
sus vidas a partir de soluciones mágicas, promesas facilistas de crecer sin ajustes,
ni cambios radicales en la cultura y los prejuicios sociales, la producción,
las inversiones, el desarrollo, la reducción del déficit fiscal, la
racionalización de los subsidios, la reducción de los impuestos distorsivos que
hacen inviable la productividad de la agroindustria, el aumento del producto
bruto interno, y el control consecuente de la inflación sin crecimiento, etc.
Una vez abierta la caja, será tarde para volver a cerrarla preservando la salud
de la República y el fantasma de la noche autoritaria y decadente se abatirá
inexorable sobre los que, como Pandora, creyeron que es posible asomarse
irresponsablemente al abismo, sin sufrir las consecuencias, de perder también
lo último que se pierde..es decir la esperanza.
© by AFG
2019
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