jueves, 26 de septiembre de 2019

IGUALES PERO DISTINTOS...

Sociedad , cultura y psicología...

Iguales pero distintos 
(el tipo conservador y el tipo innovador)



Por Alberto Farías Gramegna (*)

“De nuevo estoy de vuelta, después de larga ausencia” - Luna Cautiva
“No somos más que nuestras propias decisiones”-  Jean Paul Sartre


A
ndré Malraux pensaba que no hay “naturaleza humana” sino “condición humana”. Así, el hombre no está sobredeterminado, sino arrojado al mundo para intentar elegir cambiarlo o dejarlo como está. Ni condicionamiento fatal, ni libérrimo albedrío. Tomaré otro camino, sin negar mis simpatías por estas perspectivas existencialistas. 
Voy a refugiar mi pensamiento -si es que acaso pensar demanda refugio- en las almenas taciturnas de Diego Ramón Robirosa Melo. Sociólogo él, sostuvo enfáticamente la doctrina de los “psicotipos” y los “caracterotipos”, es decir configuraciones tipológicas de las personas que delineaban rasgos fuertes en la personalidad, el estilo de pensar el mundo y  desde luego una base del carácter que sostiene a esas actitudes. 

En su obra más conocida, “El espíritu del carácter conservador”, publicado en México durante los años de la Guerra Civil española, Robirosa Melo -defensor de los ideales de la República- sostiene que el caracterotipo conservador “ve al mundo como una roca idéntica a sí misma, que debe ser defendida en su pureza esencial protegiéndola de todo cambio que pudiera acontecer, ya que los cambios degradan la integridad natural de la materia que Dios pergeñó de una vez y para siempre”. Semejante concepción explicaría el pertinaz  sesgo reaccionario del “espíritu conservador”.

Sin embargo creo que es importante aclarar que este “conservadurismo” no debe confundirse con ninguna ideología político-social o filiación partidaria en especial. Antes bien las podría incluir a todas, ya que es una actitud frente a la vida misma. Se puede tener un carácter conservador que derive en un psicotipo reactivo a los cambios, teniendo un ideario filosófico de derechas o de izquierdas, lo mismo da.

El conservador

El “hombre conservador” lo será defendiendo sus fundamentos ideológicos doctrinales que siempre estarán relacionados al “status quo”, sea cual fuere el discurso ideológico al que se adhiera.
La nota significativa del carácter conservador es su sistema de pensamiento sostenido en la “doxa” (la creencia de opinión y el dualismo gnóstico) antes que en la “episteme” (el conocer demostrativo).Podemos entonces descifrar la amalgama de la identidad de nuestro hombre con las cosas que lo rodean y con el ambiente en donde despliega su idea fija: “resistir-se a todo cambio”. 

Es que el “hombre de carácter conservador” se constituye en una relación unívoca y rígida con los objetos y las ideas. Se refugia en la rutina de los trabajos y los días, y allí cree ver un mundo edificado sobre un orden natural: arriba, abajo, tiempo y ritmo, ciclo y forma. Lo dado expresa la moral posible. El buen pensar la ética tolerable. Las relaciones estáticas, la lógica formal asequible y aún se puede hablar de la dialéctica sin ser dialéctico. Precisamente el carácter conservador, es por estructura más “forma” que “contenido”. 
En todo caso el contenido estará al servicio de las formas que expresan un universo jerárquico inamovible. Conservar, aquí no es cuidar para conocer y conocer para transformar, sino perpetuar lo aprendido para re-conocer y re-conocer para mantener. El hombre conservador no suele accionar, sino re-accionar, porque vive a la defensiva. No es tanto pro-activo como reactivo. Ante las propuestas de cambio, piensa enseguida “¿Qué voy a perder?” , en lugar de “¿Qué puedo ganar?”

Fundamentalista del pasado idealizado, los cambios amenazan su identidad estática, ya que tiene enormes dificultades para adaptarse con plasticidad a nuevas condiciones. Quizá más que el resto de los mortales que también padecen un habitual apego normal a cierto confort psíquico que da lo familiar. Si -como dicen los psicólogos cognitivos- la inteligencia puede ser definida como la capacidad de adaptación activa a las situaciones nuevas, entonces el hombre de carácter conservador es metafóricamente “un poco menos inteligente”, porque en la necedad de negar el devenir y temer morbosamente lo nuevo, no logra adaptarse creativamente y así renacer en el proceso de aprender (y aprehender) la novedad. En su obcecada negación de la muerte de las cosas, termina muriendo su espíritu antes de lo necesario.

El innovador

Por el contrario su anti-caracterotipo, el “hombre innovador”, piensa (aunque no se lo plantee de forma explícita en su conciencia) que la mejor forma de conservar la experiencia y los valores positivos es a través del cambio.  El sujeto que cambia, lo hace para conservarse, adaptándose críticamente. Cambia la piel para crecer. El hombre innovador no juega toda su identidad en una sola acción o un solo lugar. No se mimetiza en las rutinas de su trabajo día tras día, sino que siempre está imaginando un escenario en movimiento. Prueba cosas diferentes. Juega con las posibilidades. No teme el desamparo de lo desconocido, sino que ve el estrés de la novedad como una oportunidad para aprender un misterio aun no revelado.

El hombre innovador es más inclinado a la tolerancia que al prejuicio, porque sabe que en la variedad está el gusto. Supone, ciertamente, que no hay una sola moral y un solo universo ideológico. Y aunque reconoce la unicidad fundamental de la ética (por ejemplo que dañar o ayudar, no se confunden en ninguna cultura ni lugar del orbe), sin embargo sabe que la valoración de la ética misma, podría verse afectada por las contingencias extremas a que un sujeto puede ser sometido por la sociedad o la naturaleza. El innovador se encuentra más con él mismo en sus escenarios internos que en sus tablados exteriores. No desprecia lo material, ni las tradiciones, ni la estabilidad de una labor productiva,  pero no las pretende excluyentes, ni queda esclavo del pasado.

El conservador y el innovador son dos caras de una misma moneda, iguales pero distintos, acuñada sobre la básica condición humana, que, sin embargo, quizá sea pura “naturaleza”: la desesperante sospecha de que existir no tiene un sentido inmanente, sino dependiendo de lo que nosotros mismos elegimos y sus consecuencias. Con lo que retomamos la perspectiva existencialista sartreana del inicio de la nota: “La libertad es lo que haces con lo que se te ha hecho a tí”.

(*) http://afcrrhh.blogspot.com/ 


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