Iguales pero distintos
(el tipo conservador y el tipo innovador)
Por Alberto Farías Gramegna (*)
“De
nuevo estoy de vuelta, después de larga ausencia” - Luna Cautiva
“No somos más que nuestras propias decisiones”- Jean Paul Sartre
A
|
ndré Malraux pensaba que no hay
“naturaleza humana” sino “condición humana”. Así, el hombre no está
sobredeterminado, sino arrojado al mundo para intentar elegir cambiarlo o
dejarlo como está. Ni condicionamiento fatal, ni libérrimo albedrío. Tomaré
otro camino, sin negar mis simpatías por estas perspectivas existencialistas.
Voy a refugiar mi pensamiento -si es que acaso pensar demanda refugio- en las
almenas taciturnas de Diego Ramón Robirosa Melo. Sociólogo él, sostuvo
enfáticamente la doctrina de los “psicotipos” y los “caracterotipos”, es decir configuraciones tipológicas de las
personas que delineaban rasgos fuertes en la personalidad, el estilo de pensar
el mundo y desde luego una base del
carácter que sostiene a esas actitudes.
En su obra más conocida, “El espíritu
del carácter conservador”, publicado en México durante los años de la Guerra
Civil española, Robirosa Melo -defensor de los ideales de la República-
sostiene que el caracterotipo conservador “ve al mundo como una roca idéntica a
sí misma, que debe ser defendida en su pureza esencial protegiéndola de todo
cambio que pudiera acontecer, ya que los cambios degradan la integridad natural
de la materia que Dios pergeñó de una vez y para siempre”. Semejante concepción
explicaría el pertinaz sesgo
reaccionario del “espíritu conservador”.
Sin embargo creo que es
importante aclarar que este “conservadurismo” no debe confundirse con ninguna
ideología político-social o filiación partidaria en especial. Antes bien las
podría incluir a todas, ya que es una actitud frente a la vida misma. Se puede
tener un carácter conservador que derive en un psicotipo reactivo a los cambios,
teniendo un ideario filosófico de derechas o de izquierdas, lo mismo da.
El conservador
El “hombre conservador” lo será
defendiendo sus fundamentos ideológicos doctrinales que siempre estarán
relacionados al “status quo”, sea cual fuere el discurso ideológico al que se
adhiera.
La nota significativa del
carácter conservador es su sistema de pensamiento sostenido en la “doxa” (la
creencia de opinión y el dualismo gnóstico) antes que en la “episteme” (el
conocer demostrativo).Podemos entonces descifrar la
amalgama de la identidad de nuestro hombre con las cosas que lo rodean y con el
ambiente en donde despliega su idea fija: “resistir-se a todo cambio”.
Es que
el “hombre de carácter conservador” se constituye en una relación unívoca y
rígida con los objetos y las ideas. Se refugia en la rutina de los trabajos y
los días, y allí cree ver un mundo edificado sobre un orden natural: arriba,
abajo, tiempo y ritmo, ciclo y forma. Lo dado expresa la moral posible. El buen
pensar la ética tolerable. Las relaciones estáticas, la lógica formal asequible
y aún se puede hablar de la dialéctica sin ser dialéctico. Precisamente el carácter
conservador, es por estructura más “forma” que “contenido”.
En todo caso el
contenido estará al servicio de las formas que expresan un universo jerárquico
inamovible. Conservar, aquí no es cuidar para conocer y conocer para
transformar, sino perpetuar lo aprendido para re-conocer y re-conocer para
mantener. El hombre conservador no suele accionar, sino re-accionar, porque
vive a la defensiva. No es tanto pro-activo como reactivo. Ante las propuestas
de cambio, piensa enseguida “¿Qué voy a perder?” , en lugar de “¿Qué puedo
ganar?”
Fundamentalista del pasado
idealizado, los cambios amenazan su identidad estática, ya que tiene enormes
dificultades para adaptarse con plasticidad a nuevas condiciones. Quizá más que
el resto de los mortales que también padecen un habitual apego normal a cierto
confort psíquico que da lo familiar. Si -como dicen los psicólogos cognitivos-
la inteligencia puede ser definida como la capacidad de adaptación activa a las
situaciones nuevas, entonces el hombre de carácter conservador es
metafóricamente “un poco menos inteligente”, porque en la necedad de negar el
devenir y temer morbosamente lo nuevo, no logra adaptarse creativamente y así
renacer en el proceso de aprender (y aprehender) la novedad. En su obcecada
negación de la muerte de las cosas, termina muriendo su espíritu antes de lo
necesario.
El innovador
Por el contrario su
anti-caracterotipo, el “hombre
innovador”, piensa (aunque no se lo plantee de forma explícita en su
conciencia) que la mejor forma de conservar la experiencia y los valores
positivos es a través del cambio. El
sujeto que cambia, lo hace para conservarse, adaptándose críticamente. Cambia
la piel para crecer. El hombre innovador no juega toda su identidad en una sola
acción o un solo lugar. No se mimetiza en las rutinas de su trabajo día tras
día, sino que siempre está imaginando un escenario en movimiento. Prueba cosas
diferentes. Juega con las posibilidades. No teme el desamparo de lo
desconocido, sino que ve el estrés de la novedad como una oportunidad para
aprender un misterio aun no revelado.
El hombre innovador es más
inclinado a la tolerancia que al prejuicio, porque sabe que en la variedad está
el gusto. Supone, ciertamente, que no hay una sola moral y un solo universo
ideológico. Y aunque reconoce la unicidad fundamental de la ética (por ejemplo
que dañar o ayudar, no se confunden en ninguna cultura ni lugar del orbe), sin embargo
sabe que la valoración de la ética misma, podría verse afectada por las
contingencias extremas a que un sujeto puede ser sometido por la sociedad o la
naturaleza. El innovador se encuentra más con él mismo en sus escenarios
internos que en sus tablados exteriores. No desprecia lo material, ni las
tradiciones, ni la estabilidad de una labor productiva, pero no las pretende excluyentes, ni queda
esclavo del pasado.
El conservador y el innovador
son dos caras de una misma moneda, iguales pero distintos, acuñada sobre la
básica condición humana, que, sin embargo, quizá sea pura “naturaleza”: la
desesperante sospecha de que existir no tiene un sentido inmanente, sino
dependiendo de lo que nosotros mismos elegimos y sus consecuencias. Con lo que retomamos
la perspectiva existencialista sartreana del inicio de la nota: “La libertad es
lo que haces con lo que se te ha hecho a tí”.
(*) http://afcrrhh.blogspot.com/
* * *
No hay comentarios:
Publicar un comentario