Psicología y sociedad
(La disolución de la identidad del Yo en un Tu imaginario
o cómo mantener vestido al Emperador)
Por Alberto Farías Gramegna
Alienación: 1-Pérdida o alteración de la razón o
los sentidos / 2- Pérdida de la personalidad o de la identidad de una persona o
de un colectivo. Ejemplo: “Su proyecto de liberar a los hombres de la
dependencia respecto de la naturaleza ha resultado fallido, al hacerlos
depender de una nueva forma de alienación” - Oxford Languages Dicionary
Líder: Del inglés “leader”, el que conduce, el que guía. Del verbo “to lead”: conducir y el sufijo agentivo “er”.
L |
a
relación entre el Yo y el Tu es harto compleja y define muchas de las
vicisitudes de la identidad personal. Ya en 1923 Martín Buber escribe “Ich
und Du” (Yo y Tu), texto emblemático para entender desde una perspectiva
dialógica existencial el vínculo con el semejante como parte responsable de la
percepción del ser-en-el-mundo-con-los-otros. La identidad de una persona, el “quien
soy”, resulta de una mezcla de cómo me autopercibo y cómo creo que me ven
los demás. La mirada del otro me constituye, decía el psicoanalista Jacques
Lacan. Por su parte Sigmund Freud sostiene en “Psicología de las masas y
análisis del Yo” (1921) que lo que une al grupo-masa es un sesgo hipnótico que
se deposita en la figura del hechicero: el líder. Esa hipnosis colectiva que
establece fuertes lazos entre los miembros de la masa, al estilo de la tribu, emerge
de un mecanismo de “identificación proyectiva” (se proyectan valores en la
figura del otro y luego imaginariamente el sujeto se identifica con la figura a
la que invistió positivamente, viendo en ella lo que desea ver).
Específicamente
Freud plantea que la estructura psicológica de la masa se apoya en dos tipos de
lazos afectivos (expresados en el concepto metafórico general de “energía
libidinal”): un vínculo vertical con el líder y otro horizontal entre los
miembros del grupo, que los iguala fraternalmente. En términos específicos
acordes con esta teoría se dirá que la masa poseedora de un líder al cual
referir, constituye una reunión de sujetos anónimos que han reemplazado su Ideal
del yo (deseo de querer “ser como” o emular a una figura o conducta valorada
positivamente) por un mismo objeto común (la figura idealizada
del líder), y por lo tanto se ha establecido entre ellos una general reciprocidad
basada en la identificación del yo de cada cual. Esa identificación de
los iguales es producto del mecanismo antes mencionado de proyectar el Ideal y
luego identificarme con él como proviniendo de la figura sobre la que se lo ha
depositado. Eso explicaría por qué el líder es incuestionable y depositario de
todo lo bueno, a la vez que refractario a toda crítica posible.
Las ropas del Emperador
Alienados
en el líder
Hace ya muchos años el psicólogo social Philip G. Zimbardo y equipo investigó experimentalmente lo que denominó “el poder de la situación”. Las situaciones, los roles sociales y la pertenencia a un grupo condicionan en gran parte tanto el comportamiento como la percepción de un hecho cualquiera, sesgando el estímulo en la dirección de una creencia previa o de la opinión de la mayoría, según las circunstancias en las que se halla el sujeto. En un experimento clásico, ya el psicólogo Solomon Asch demostró como la necesidad de conformidad con el grupo puede distorsionar hasta la percepción de una forma física.
Al
mismo tiempo, el sujeto que percibe una incomodidad entre la realidad del
estímulo y el deseo o una creencia impuesta, -fenómeno que otro psicólogo, León
Festinger denominó “disonancia cognitiva”- reacomoda su percepción para
autoconvencerse y así ajustar la contradicción que incomoda. Justifica lo que
claramente es injustificable. Es el conocido mecanismo de autojustificación de
la creencia, muy común en la política y en la religión: si “creo” en un ser “superior”
a mí (terrenal y concreto o espiritual metafísico), cualquier cosa que ocurra,
haga o diga, debe confirmar su esencia intachable para que pueda seguir
creyendo. En el caso de una figura sagrada trascendental, si ocurre algo
favorable en mi vida se lo atribuiré a su voluntad, al tiempo que, si en cambio
percibo algo indeseable o dudoso, diré que es una prueba que debo sortear para
reafirmar mi fidelidad.
En el ámbito
de los grupos de seguidores sectarios de causas fundamentalistas, sean estas políticas,
sociales o culturales, justificaré cualquier acción de mi líder diciendo que es
una sagaz estrategia para afirmar un objetivo político, etc. o, por lo
contrario, que es una difamación mendaz del “enemigo”, ya que además es propio
del pensamiento sectario creer en intrigas y seudo teorías conspirativas de
todo tipo. Mutatis mutandis lo vemos en el caso de la pandemia del
Covid-19, tanto en el origen de la misma como de los contenidos de las vacunas
posteriores.
Tal
como dijimos al inicio de este artículo la relación del Yo (instancia virtual
de la identidad personal que responde a la pregunta sustancial acerca de
“¿quién soy?”) con el Tu (el otro que me define desde afuera) es harto compleja
y puede deslizarse con cierta facilidad hacia la distorsión perceptiva extrema de
la realidad objetiva. Es lo que se conoce como proceso de subjetivación
disfuncional con sesgo creencial o en otros casos claramente patológica.
Ya la
percepción “normal” misma es una subjetivación de la sensación (lo objetivo),
una reconstrucción “sujetiva” (vb. del sujeto, que incluye “per se” lo
subjetivo). Todo depende de cuanta “creencia” no verificable se agrega a esa
percepción. Una cosa es la carga emocional y axiológica inevitable que toda
percepción conlleva y otra la deformación delirante que el Yo puede hacer de
aquella percepción, como parte de una indiscriminación grupal en la que
sostengo mi frágil identidad individual, a costa de permanecer juntos y
revueltos, alienados en el líder.
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