Por Alberto Farías Gramegna
“El ejecutor de una empresa atroz debe imaginar que ya la ha cumplido, debe imponerse un porvenir que sea irrevocable como el pasado.” - “El jardín de los senderos que se bifurcan” - Jorge Luis Borges
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Solo
muchos años más tarde, siendo adolescente, al leer a Jorge Luis Borges, pude
desentrañar la clave que escondía aquella sentencia: las semejanzas solo son posibles
en las diferencias.
Crecer
es aceptarse siendo diferente por contraste con lo que mantenemos semejante. No
otra cosa es la identidad.
Algo
no debe cambiar para que saber que algo ha cambiado. Por lo contrario, si nada
cambia no sabré quien soy hoy, buscándome siempre en el que supongo que fui
ayer.
Y en
esa búsqueda errática, neurótica y sin destino (en el sentido de una meta a
alcanzar), construiré relatos fantasmagóricos en un escenario de palabras
vacías, sostén de mitos heroicos que -por falaces- resultarán finalmente
trocados en cobardías atroces, como quería el personaje en primera persona del citado
cuento de Borges.
Así
como el hombre en la intimidad de su vida se abraza a sus fantasmagorías unívocas
asidas al deseo, muchas organizaciones y sociedades suelen abrazar mitos
atroces cruzados por dilemas antinómicos enunciados como discursos
autocomplacientes; senderos lingüísticos que tienen un mismo comienzo pero
terminan llevando a territorios semejantes aunque paradojalmente antagónicos. Esas
sociedades, como nuestro hombre en la soledad de su existencia bifurcada, todo lo piensan en blanco o negro y en el
automatismo acción y reacción, por lo que exhiben una aversión a la moderación
de las tonalidades grises y a los senderos convergentes. Y con muy pocas
excepciones cotidianas e históricas, los hechos observables y sus dinámicas
invisibles suelen moverse en una mixtura de claroscuros, alejadas de las
ideologías recalcitrantes.
Una bifurcación es un punto a partir del cual se puede tomar dos caminos que en su inicio distan entre sí mínimamente y cuyas direcciones se alejan en general conforme a una figura en “V”.
De
tal suerte ni bien iniciamos un recorrido estaremos aún muy cerca de la otra
rama del camino, pero al cabo de un tiempo de andar la distancia aumenta con
arreglo a una ecuación uno de cuyos
términos dependerá del ángulo de aquella “V”, es decir de los grados en
que se dibuja esa divergencia que constituye la bifurcación. Esta figura a la
vez geométrica y metafórica nos muestra como funciona en otro orden las
organizaciones divergentes, en las que a partir de un punto de referencia se
inician procesos diferentes que luego de un tiempo ya no se pueden desandar.
Una
organización bifurcada es aquella en la que
-por efecto de una divergencia entre los intereses individuales de las
personas que allí trabajan y los
requerimientos de los personajes de rol que deben responder a la organización-
se hace lo que no se dice y se dice lo que no se hace, y donde las decisiones
se toman bajo influencia y en función de los beneficios indirectos no explícitos
en las tareas productivas, que la psicología social suele llamar “beneficios
secundarios” o derivados.
Pero
cuando la divergencia entre los discursos y las prácticas son grandes, los
beneficios secundarios se establecen como primarios, es decir que en algunas
organizaciones se convierten en el fin en sí mismo, por ejemplo la conservación
y acrecentamiento del poder, que pasa de ser un instrumento para la impulsar y
ordenar las tareas a ser un atributo de manipulación de las personas y sometimiento
de los objetivos institucionales a los intereses de quien más lo detente.
Por
lo general esta distorsión de medios a fines, se expresa y potencia lo que se
conoce como acciones discrecionales y decisiones arbitrarias o de expresión ambigua.
El ser y el parecer.
En otras palabras, las opciones se eligen más pensando en las repercusiones indirectas que en las metas directas, en las repercusiones públicas que en los resultados deseables. Así cada decisión del sujeto de poder irá en una dirección aparente, pero en otra distinta real, alejando al actor cada vez más de las metas que presuntamente persigue y sometiendo a otras personas en objeto discrecional de su poder. Y esto porque una vez tomada una senda cuya justificación aparece sesgada al sentido común y práctico, -tal como evitar complicaciones derivadas de una decisión estructural- la decisión siguiente deberá derivarse necesariamente de la anterior, es decir que cada acción real en una dirección tendrá un efecto acumulativo en esa misma dirección y un efecto desagregador que lo aleja sin retorno de la dirección alternativa.
La lógica del dilema: de aquellas divergencias estas antinomias
Una
organización que sostenga una cultura divergente en sus contradicciones entre
prácticas de intereses comunes explícitos e intereses personales implícitos,
resulta finalmente en una cultura sesgada por antinomias en el terreno discursivo.
Las
discusiones no se desarrollan en el análisis de las soluciones a los diferentes
(aunque semejantes) problemas de la articulación de intereses sino en la
confrontación nominal de posiciones dilemáticas. Es la lógica del no ante el sí
o el sí frente al no.
El
paso siguiente es sumar acólitos a estas
posiciones. La pregunta al otro no es qué piensa acerca del planteo y la
solución del problema, sino “de qué lado está”. Según su respuesta o actitud,
lo sumo o lo resto a o de mi círculo de confianza. El dilema es del estilo
lógico excluyente: “¿A quien quieres más..?. La cultura de la antinomia es una
cultura especular, donde cada uno ubicado en un extremo de la “V” de la
bifurcación ideológica-cultural, responde en función de “otro yo” que ve en la
imagen opuesta. Pero lo que ve refleja su propia lógica transformada en
anti-lógica: su derecha es la izquierda de la imagen y su izquierda copia la
derecha del alter-ego transformado de adversario semejante en enemigo
diferente. Una peligrosa alquimia moral que lleva tarde o temprano a la
destrucción propia en el intento de destruir la imagen que me refleja…Un porvenir
irrevocable, tal como dice Borges.
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