Por
Alberto Farías Gramegna
“Me echó de su cuarto gritándome ´No
tienes profesión” (Sui Generis)
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No seré feliz pero tengo trabajo (*). Coincido con el lector que pueda estar
pensando acerca de la pobreza creativa del autor de esta nota que apela
parcialmente al viejo truco de titularla parangonando la sintaxis de una
popular comedia teatral (**) Me justifico diciendo que la ironía de la frase
original cobra una curiosa e
impresionante exactitud socio existencial cuando se la aplica a la vida laboral
y aparece su implicancia derivada: la necesidad tiene cara de hereje. Corolario
obligado donde la felicidad cede su posibilidad de existencia canjeada por la
“seguridad” de un estado civil o de un empleo.
En
este caso se resignaría esta “felicidad aplicada” (bienestar por la
autorrealización profesional) a cambio de al menos tener asegurada una
identidad de pertenencia corporativa, que además me garantice ganarme el pan de
cada día.
La felicidad, se sabe, es una entidad ideal que perseguimos como el logro de una vivencia de plenitud y gozo, relativamente estable o para mejor decir en un estado emocional de equilibrio inestable.En
este sentido, trabajar consolida una parte importante de la identidad personal
y al reforzar fortalezas, autoconfianza, capacidades, sentimientos de
adecuación y percepción de reconocimiento social, generación de productividad y
oportunidades de creatividad, aumenta la vivencia de bienestar y la autoestima.
La vitalidad resultante –siempre que las otras esferas de la vida estén en
orden- se identifica con la idea de autosatisfacción por autorrealización. Y
estar satisfecho con uno mismo en todas las esferas de la vida (familiar,
social, laboral, etc) es bastante parecido a estar feliz, lo que muda en la expresión ser feliz.
Los unos y los otros
La
mayoría de nosotros despliegan su trabajo socio-productivo a través de un empleo. Muchos no eligen un rol laboral
a partir de un estudio vocacional específico, sino que el rol les es impuesto a
partir de la mera necesidad de trabajar y hay una dimensión de enajenación en
el hacer algo que no se elige a partir de identificar algo de la propia personalidad
con ese hacer, ni se comprende el porque aunque se sepa instrumentalmente el
como se hace.
Otras
personas a pesar de contar con una capacitación profesional académica, una
especialidad técnica, etc. y haber elegido la actividad y el lugar de trabajo,
no logran, sin embargo, encontrar las condiciones adecuadas que les haga sentir
comodidad y felicidad por estar satisfechos con lo que hacen, como y donde lo
hacen. Finalmente otros más, que ahora mismo trabajan en la generación de
productos y servicios en plena temporada estival, tienen vivencias
contradictorias ya que también desearían estar de vacaciones como muchos de sus
clientes. (El tema del trabajador de temporada merecerá otra nota)
Así
la antinomia felicidad-trabajo pareciera dominar la existencia social del
hombre. Se busca el trabajo, del que se quiere huir cuando finalmente se lo
encuentra (sobre todo en el marco del empleo). Esta paradoja la resume el
poeta: “Me matan si no trabajo y si trabajo me matan”
El
trabajo socio-productivo, (reglado contractualmente por la transacción salario
por fuerza de trabajo) y aún el autorregulado en el caso de los autonómicos, es
por fuerza en gran parte ahijado de las rutinas y estas parecen agobiar al que
trabaja.
“¡Hay
que laburar…no queda otra!” -dice el hombre de la calle.
“Por
suerte todavía tengo trabajo”–responde su interlocutor ocasional.
Así
el trabajo aparece en el habla cotidiana como un “mal necesario”. Nada más
incierto y banal: Ser feliz con el
trabajo no es lo mismo que buscar estar
feliz en el empleo.
Somos
felices con el trabajo porque consolida nuestra identidad social y fomenta
nuestra creatividad.
Nos
satisface el esfuerzo productivo junto a los otros de la corporación, cuando no
enajena nuestra voluntad ni ataca nuestra dignidad. Cuando esto último ocurre
sistemáticamente es cuando aparece el malestar por no estar feliz en el empleo.
Lo
que hace del trabajo una amenaza al confort psicofísico del trabajador son las
condiciones y el medio ambiente en el que este se lleva a cabo, cuando son
discapacitantes y no el trabajo mismo en su naturaleza proactiva. Es verdad que
el vocablo trabajo deriva de alguna voz latina, con
idea de sujeción y de penalidad. Digamos de paso que para algunos
investigadores de la lengua proviene de trabs (viga, traba), porque el
trabajo es la traba o sujeción del hombre, en tanto que para otros el origen es
del latín tripalium, aparato para sujetar las caballerías, voz formada
de tripalis (artefacto sostenido por tres palos) y donde por extensión
se asocia a yugo de castigo medieval para los condenados.
Esta vinculación negativa no es difícil de entender toda vez que a
lo largo de la historia el trabajo aparece articulado a modos de producción
donde ora la esclavitud, ora el sometimiento feudal o en general la explotación
del hombre regían las relaciones sociolaborales. Y obviamente la dignidad y la
salud del trabajador no contaban. Otra vez son las condiciones y el medio socio
laboral lo que condiciona la percepción de la actividad laboral: el dilema
relacional hombre-tarea es sin duda la ubicación del protagonista como sujeto u
objeto de la actividad laboral. Las investigaciones pioneras de la psicología
social y laboral en los EEUU en la década del 20 y posteriormente el
advenimiento del paradigma del capital humano en la segunda mitad del siglo XX,
marcan un cambio radical ético y cognitivo en los modelos de los recursos y las
relaciones humanas.
Sobre gustos…
El trabajo es ante todo una forma social de existencia y va más
allá de la remuneración obtenida. A la gente en plenitud de su salud
psicofísica le gusta trabajar –si estimado lector, leyó bien- aunque muchos
despotriquen contra el empleo que tienen. Y esto porque trabajar, como dijimos,
le da sentido a su vida, sostiene un proyecto, perfila su identidad de rol
sociolaboral y organiza la subjetividad temporal. Todo esto si el trabajo se
realiza en un “gran lugar para trabajar”.
Es decir, si existen las condiciones de calidad total en las relaciones laborales (CTRL) en el contexto de
la organización que enmarca mi empleo y que me permitirían estar (sentirme)
bien (feliz).
Este concepto CTRL involucra un equilibrio de los cuatro factores
relacionales clásicos: 1) relación con los pares 2) relación con los jefes 3)
relación con la tarea 4) relación con la propia imagen. Agregaré un quinto
factor que incluye a los anteriores pero dialécticamente los trasciende: la
relación con la organización como imagen corporativa, es decir la vivencia de
“pertenecer a”.
En las cinco dimensiones mencionadas podemos explorar en ese orden
las siguientes variables respectivas: camaradería, confianza, orgullo, autorrealización
e identidad grupal.
Finalmente si todas ellas se integran satisfactoriamente podríamos
decir que están dadas las condiciones para sentirse feliz...también en el
trabajo.
(*) Titulo del seminario que dictará el autor en Universidad de Verano
(UNMDP)
(**) “No seré feliz pero tengo marido”
© Af
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