lunes, 27 de abril de 2020

NO SERÉ FELIZ , PERO TENGO TRABAJO


Sociedad y Trabajo 


No seré feliz pero tengo trabajo


Por Alberto Farías Gramegna 
                                                                                                          
“Me echó de su cuarto gritándome ´No tienes profesión” (Sui Generis) 

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No seré feliz pero tengo trabajo (*). Coincido con el lector que pueda estar pensando acerca de la pobreza creativa del autor de esta nota que apela parcialmente al viejo truco de titularla parangonando la sintaxis de una popular comedia teatral (**) Me justifico diciendo que la ironía de la frase original  cobra una curiosa e impresionante exactitud socio existencial cuando se la aplica a la vida laboral y aparece su implicancia derivada: la necesidad tiene cara de hereje. Corolario obligado donde la felicidad cede su posibilidad de existencia canjeada por la “seguridad” de un estado civil o de un empleo.
En este caso se resignaría esta “felicidad aplicada” (bienestar por la autorrealización profesional) a cambio de al menos tener asegurada una identidad de pertenencia corporativa, que además me garantice ganarme el pan de cada día.
La felicidad, se sabe, es una entidad ideal que perseguimos como el logro de una vivencia de plenitud y gozo, relativamente estable o para mejor decir en un estado emocional de equilibrio inestable.En este sentido, trabajar consolida una parte importante de la identidad personal y al reforzar fortalezas, autoconfianza, capacidades, sentimientos de adecuación y percepción de reconocimiento social, generación de productividad y oportunidades de creatividad, aumenta la vivencia de bienestar y la autoestima. La vitalidad resultante –siempre que las otras esferas de la vida estén en orden- se identifica con la idea de autosatisfacción por autorrealización. Y estar satisfecho con uno mismo en todas las esferas de la vida (familiar, social, laboral, etc) es bastante parecido a estar feliz, lo que muda en la expresión ser feliz.

 Los unos y los otros

La mayoría de nosotros despliegan su trabajo socio-productivo a través de un empleo. Muchos no eligen un rol laboral a partir de un estudio vocacional específico, sino que el rol les es impuesto a partir de la mera necesidad de trabajar y hay una dimensión de enajenación en el hacer algo que no se elige a partir de identificar algo de la propia personalidad con ese hacer, ni se comprende el porque aunque se sepa instrumentalmente el como se hace.
Otras personas a pesar de contar con una capacitación profesional académica, una especialidad técnica, etc. y haber elegido la actividad y el lugar de trabajo, no logran, sin embargo, encontrar las condiciones adecuadas que les haga sentir comodidad y felicidad por estar satisfechos con lo que hacen, como y donde lo hacen. Finalmente otros más, que ahora mismo trabajan en la generación de productos y servicios en plena temporada estival, tienen vivencias contradictorias ya que también desearían estar de vacaciones como muchos de sus clientes. (El tema del trabajador de temporada merecerá otra nota)
Así la antinomia felicidad-trabajo pareciera dominar la existencia social del hombre. Se busca el trabajo, del que se quiere huir cuando finalmente se lo encuentra (sobre todo en el marco del empleo). Esta paradoja la resume el poeta: “Me matan si no trabajo y si trabajo me matan”
El trabajo socio-productivo, (reglado contractualmente por la transacción salario por fuerza de trabajo) y aún el autorregulado en el caso de los autonómicos, es por fuerza en gran parte ahijado de las rutinas y estas parecen agobiar al que trabaja.
“¡Hay que laburar…no queda otra!” -dice el hombre de la calle.
“Por suerte todavía tengo trabajo”–responde su interlocutor ocasional.
Así el trabajo aparece en el habla cotidiana como un “mal necesario”. Nada más incierto y banal: Ser feliz con el trabajo no es lo mismo que buscar estar feliz en el empleo.
Somos felices con el trabajo porque consolida nuestra identidad social y fomenta nuestra creatividad.
Nos satisface el esfuerzo productivo junto a los otros de la corporación, cuando no enajena nuestra voluntad ni ataca nuestra dignidad. Cuando esto último ocurre sistemáticamente es cuando aparece el malestar por no estar feliz en el empleo.
Lo que hace del trabajo una amenaza al confort psicofísico del trabajador son las condiciones y el medio ambiente en el que este se lleva a cabo, cuando son discapacitantes y no el trabajo mismo en su naturaleza proactiva. Es verdad que el vocablo trabajo deriva de alguna voz latina, con idea de sujeción y de penalidad. Digamos de paso que para algunos investigadores de la lengua proviene de trabs (viga, traba), porque el trabajo es la traba o sujeción del hombre, en tanto que para otros el origen es del latín tripalium, aparato para sujetar las caballerías, voz formada de tripalis (artefacto sostenido por tres palos) y donde por extensión se asocia a yugo de castigo medieval para los condenados.
Esta vinculación negativa no es difícil de entender toda vez que a lo largo de la historia el trabajo aparece articulado a modos de producción donde ora la esclavitud, ora el sometimiento feudal o en general la explotación del hombre regían las relaciones sociolaborales. Y obviamente la dignidad y la salud del trabajador no contaban. Otra vez son las condiciones y el medio socio laboral lo que condiciona la percepción de la actividad laboral: el dilema relacional hombre-tarea es sin duda la ubicación del protagonista como sujeto u objeto de la actividad laboral. Las investigaciones pioneras de la psicología social y laboral en los EEUU en la década del 20 y posteriormente el advenimiento del paradigma del capital humano en la segunda mitad del siglo XX, marcan un cambio radical ético y cognitivo en los modelos de los recursos y las relaciones humanas.

Sobre gustos…

El trabajo es ante todo una forma social de existencia y va más allá de la remuneración obtenida. A la gente en plenitud de su salud psicofísica le gusta trabajar –si estimado lector, leyó bien- aunque muchos despotriquen contra el empleo que tienen. Y esto porque trabajar, como dijimos, le da sentido a su vida, sostiene un proyecto, perfila su identidad de rol sociolaboral y organiza la subjetividad temporal. Todo esto si el trabajo se realiza en un “gran lugar para trabajar”.
Es decir, si existen las condiciones de calidad total en las relaciones laborales (CTRL) en el contexto de la organización que enmarca mi empleo y que me permitirían estar (sentirme) bien (feliz).
Este concepto CTRL involucra un equilibrio de los cuatro factores relacionales clásicos: 1) relación con los pares 2) relación con los jefes 3) relación con la tarea 4) relación con la propia imagen. Agregaré un quinto factor que incluye a los anteriores pero dialécticamente los trasciende: la relación con la organización como imagen corporativa, es decir la vivencia de “pertenecer a”.
En las cinco dimensiones mencionadas podemos explorar en ese orden las siguientes variables respectivas: camaradería, confianza, orgullo, autorrealización e identidad grupal.
Finalmente si todas ellas se integran satisfactoriamente podríamos decir que están dadas las condiciones para sentirse feliz...también en el trabajo.

(*) Titulo del seminario que dictará el autor en Universidad de Verano (UNMDP)
(**) “No seré feliz pero tengo marido”

© Af


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