Mi
vida con barbijo
(Psicología
de la cuarentena)
por Alberto Farías Gramegna
“La sensación de no poder controlar un
evento genera frecuentemente un estado de paralización que inhabilita a las personas para
alcanzar las metas propuestas.”-
Jonathan García-Allen
E
|
l lector notará que en este artículo no he de mencionar
el nombre del agente microscópico responsable de la detestable pandemia que
sufre el mundo. Es una suerte de ninguneo, venganza personal y resentida -permítaseme
la humorada respetuosa- para no colaborar con su tristemente célebre
popularidad agobiante.
El innombrable invisible es el responsable de un crimen de lesa humanidad, por los miles de muertos; el colapso de los sistemas sanitarios; la debacle económica ; la crisis psicosocial generalizada ; la “infodemia” que refuerza el miedo y la histeria colectiva en el marco siniestro del conteo mundial de víctimas fatales; el masivo confinamiento global (mal llamada “cuarentena” porque su duración es incierta) con los consabidos “daños colaterales”, sobre todo en el plano psicológico; el resurgimiento en el mundo de propuestas autoritarias, xenófobas y populistas, que derivan en ocasiones en la no observancia de la institucionalidad vigente, con el argumento de las urgencias normativas; la exacerbación consiguiente del cibercontrol social; va de suyo, por defecto la suspensión de la libertad de circulación, para garantizar el aislamiento físico-social (ya que no el virtual, por suerte y gracias a las redes y las apps); la activación de las sectas delirantes que buscan en cada noticia la confirmación de tal o cual presagio o profecía bíblica; los ignorantes y místicos variopintos que atribuyen la pandemia a una “venganza del planeta” o un “castigo de Dios”, en una remake de Sodoma y Gomorra; los que ven una conspiración perversa de agencias de espionaje, laboratorios oscuros y siniestros o la intención de destruir la economía de Occidente para adueñarse del mercado mundial, etc.
La explicaciones
son múltiples , y en la época de la “fake
news”, paradojalmente la explicación más sencilla del origen mutante del
innombrable, parece no convencer a algunos sectores del llamado “hombre de la
calle” (ahora “hombre de la casa”). Y a todo esto, sobre llovido mojado, la discrecionalidad
de funcionarios amorales y corruptos, ya que “a río revuelto” ganancia de oportunistas.
Como en las guerras convencionales, los
mercaderes de la estafa y el delito, nunca escapan a sus naturalezas
psicopáticas. Algunas de estas consecuencias son un “mal necesario”, es decir
en verdad un bien incómodo pero saludable y sensato a corto plazo: el
confinamiento, el distanciamiento físico interpersonal, el lavado de manos y la
desinfección de personas, ambientes y objetos, el uso de la mascarilla, la
alerta temprana ante el surgimiento de síntomas patognomónicos propios de la
noxa infecciosa, etc. Otras son males concomitantes “innecesarios”: la
discriminación; la búsqueda del “chivo expiatorio”; la opción por la demagogia
y el rédito político ideológico; el
pánico injustificado; la violencia; la mentira; la transgresión a la Ley; el
delito simple y llano, etc.
La
dramaturgia cotidiana y las “instituciones totales”
El sociólogo Erving
Goffman, hace muchos años, desarrolló un concepto-teoría del comportamiento en
sociedad público-particular vinculado a los roles sociales y a los personajes
que todos jugamos ante los demás en el espacio público, que llamo “Dramaturgia”,
que básicamente sostiene que la vida es un similar a una obra teatral continua, en la que todos somos actores.
La diferencia con el
teatro de ficción, es que la identidad asumida en nuestros roles
socio-familiares, (públicos y particulares) forma parte de nuestra identidad
general. Si trabajo como médico y tengo hijos, “soy” médico y “soy” padre. Si
además en mi tiempo libre hago teatro vocacional e interpreto a Hamlet, “no soy
Hamlet”, pues al terminar la obra, sigo siendo el médico con hijos que regresa
a su casa y mañana a su trabajo en el hospital.
A propósito y para resumir leemos
en “Identidad y Realidad”, (website
https://www.sparknotes.com/sociology/identity-and-reality/section2/ (12-4-20) “(…) Goffman creía que cuando nacemos, nos empujan
a un escenario llamado vida cotidiana, y que nuestra socialización consiste en
aprender a desempeñar nuestros roles asignados de otras personas. Representamos
nuestros roles en compañía de otros, quienes a su vez representan sus roles en
interacción con nosotros. Él creía que cualquier cosa que hagamos, estamos
desempeñando un papel en el escenario de la vida”.
Así, casi siempre estamos actuando los
personajes sociales, salvo cuando en la intimidad de nuestras casas, (y no
siempre es posible) nos quitamos el ropaje y aparece la cara que no queremos
que se vea en el escenario público: nuestra intimidad. Debajo del escenario,
podemos reencontrarnos con el Yo verdadero, el imperfecto, el del niño que
llevamos dentro, con luces y sombras que conviven y pelean, para mantener la
distancia de lo que consideramos bueno o malo. Goffman ”distinguió entre etapas delanteras y etapas
traseras. Durante nuestra vida cotidiana, pasamos la mayor parte de
nuestras vidas en el escenario principal,
donde podemos entregar nuestras líneas y actuar. Una boda es un escenario
principal. Un atril de aula es un escenario frontal. Una mesa para cenar puede
ser un escenario principal. Casi cualquier lugar donde actuamos frente a otros
es un escenario principal. A veces se nos permite retroceder a las etapas
posteriores de la vida. En estas áreas
privadas, no tenemos que actuar. Podemos ser nuestro verdadero yo. También
podemos practicar y prepararnos para nuestro regreso al escenario delantero.”(Idem cita anterior)
Goffman,
por otro lado, además definió un tipo particular de ámbito de vida cotidiana,
que llamó “Institución total”: “Lugar de residencia o trabajo, donde un gran
número de individuos en igual situación, aislados de la sociedad por un periodo
apreciable de tiempo, comparten en su encierro una rutina diaria, administrada
formalmente” (Goffman,
1961). Se refería fundamentalmente a las organizaciones de confinamiento
obligado o voluntario: cárceles, conventos, buques de pesca en alta mar, bases
polares, etc. por ejemplo. Como se ve, las IT son artificios sociales que se
diferencian de una rutina normal de vida, donde el habitante de a pie, alterna
varias horas fuera de su casa, asumiendo roles laborales, otras de recreación
en lugares diferentes y otras de descanso
y restauración en el hogar, donde aquellos roles ya no cuentan. En alguna medida, sin ánimo de forzar el concepto, podemos decir que un confinamiento de cuarentena comparte algunas características de la IT, por lo que podríamos pensarla con una dinámica vivencial imbuída de algunos sesgos característicos de aquellas organizaciones.
Territorialidad
versus nomadismo: persona y personaje
Cuando
hablamos de “cuarentena”, “confinamiento” o “restricción de movilidad” para
mantener un distanciamiento social preventivo, estamos hablando de territorios
físicos, de lugares permitidos y lugares prohibidos o restringidos. La
“territorialidad” es la constante comportamental de los animales superiores,
que genera acciones diferentes dentro o fuera de un espacio determinado que
protege y enmarca un ámbito conocido de exclusividad. El perro ladrará alerta
si otro congénere se acerca o intenta ingresar a “su territorio”, sin importar
en principio las intenciones del intruso. Luego determinará si es “amigo o
enemigo”.
Ser
“local” (“locus”: lugar) implica moverse en el propio territorio. La casa-hogar
(dónde el homo primate se reunía al lado del fuego) es el territorio primal de
la privacidad y la intimidad (allí se protege
de los peligros del afuera, se alimenta,
se copula, se descansa y se reúne junto
a los demás de la tribu). Pero en el origen del hombre está precisamente la
necesidad de explorar el afuera, el exoterritorio. El nomadismo, el “homo movens” es la marca de agua de la
Humanidad porque allí está el alimento, (la caza y la pesca) el otro diferente y el enigma del mundo. En el
más allá del hogar estaba la exogamia y la esencia del mono erguido capaz de
mirar lontananza e imaginar tribus diferentes. Lo sedentario, vino después, con
la agricultura y la ganadería. Pero la esencia nómade insiste y siempre está en
tensión con la inercia estática del lugareño. Postergando por un momento otras
dimensiones de análisis puntual de las tensiones que aparecen en el ámbito
contingente de un confinamiento obligado en el hogar, diremos que esta tensión
territorial antagónica y dilemática afuera-adentro (la casa versus la calle), reemplaza
bruscamente a la ecuación inclusiva “la casa y la calle”, es decir la
alternancia, que en la mayoría de los casos de la modernidad urbana, la
población económicamente activa pasa más de la mitad del tiempo diario fuera de
su casa, en el trabajo, el viaje de ida y vuelta y otras actividades extralaborales. Esa
alternancia hace que se asuman diferentes roles, a predomino de la fase de
actuación de personaje en el “escenario principal”, en términos de Goffman.
Algo
muy diferente ocurre en un confinamiento forzado (la “cuarentena”) donde
durante las 24 horas se vive en un mismo ámbito de escenario secundario (la etapa”trasera”,
deja de ser etapa para permanecer como la única) y por tanto no hay cambio de
roles. Todo se limita al territorio endogámico particular, donde no se requiere
el personaje social (el actor deja de actuar), por lo que la identidad se
confunde. Al respecto, debemos decir que la “identidad general” de una persona,
se integra con tres sesgos identitarios
provenientes de sendos ámbitos y soportes socio-bio-psicológicos (Farías
Gramegna ; 2015). Desde nuestro modelo de socialización SBP, en referencia a
las iniciales de aquellos soportes, hemos identificado una identidad de base o
histórica, otra de género (que puede o no coincidir con la identidad de sexo
biológico) y finalmente, una identidad de rol sociolaboral. Con el ejemplo
anterior del médico: “Provengo de una familia europea, religiosamente creyente,
que arribó al país después de la Segunda
Guerra; viví una infancia muy humilde y el mayor sueño de mis padres era
que fuera un profesional universitario, etc. A mis 15 años, mis padres se
separaron…etc.” Hasta aquí la identidad histórica. “Soy varón y mis costumbres
de género son bastante conservadoras; creo que es importante mantener ciertas
costumbres propias de mujeres y varones y no mezclarlas, etc.” Eso es parte de la identidad de género.
“Soy médico, y mi mirada de la gente y de la sociedad está atravesada por mi
profesión, etc.” Identidad de rol laboral.
Pero
el Fulano de Tal de nuestro ejemplo al salir a la calle es uno solo, con los
tres soportes que actúan al unísono articulados con su estructura y estilo de
personalidad. Punto que no cabe desarrollar en este artículo, por su
complejidad y extensión. Pero qué sucede cuando, toda la actividad se
desarrolla en la intimidad de la casa: “En
estas áreas privadas, no tenemos que actuar. Podemos ser nuestro verdadero yo”,
nos dice Goffman, pero precisamente
porque no tenemos que actuar, es que “extrañamos actuar”, y el Yo se des-enajena
al perder la función de personaje, se conmueve porque no sabe cómo
ser-sin-ropa, se “despersoanaliza”. Matizo la palabra “verdadero”, porque el Yo
de la triple identidad con la que se actúa no es falso, es verdadero, en tanto
el hombre es un ser en y con el otro. El Yo, en principio, es producto de las
identificaciones sociales primarias. Lo que sucede es que al dejar de actuar y
perder la noción de la alternancia temporal, es decir de la rutina de roles
(“todos los días son iguales”, suelen decir los confinados), nos encontramos
con un “Yo introspectivo”, que genera ansiedad y en muchos casos angustia
depresiva. Es como mirarse al espejo estando sólo, fijamente sin moverse ni
hablar, por un rato largo sin pensar en otra cosa: hay un extrañamiento de sí
mismo. Si no lo creen pruébenlo. Ese es el “efecto cuarentena”, durante un
primer lapso. Luego el Yo intenta construir una identidad en el encierro,
basada en una representación imaginaria en el afuera. Por eso es que se
recomienda construir un “como sí”, representativo del escenario público:
bañarse, quitarse los pijamas, vestirse, ordenar un espacio de trabajo, etc. una
manera de “controlar” la ansiedad de la pérdida del rol actoral. Ahora bien, lo
que “me pasa”, al ser producto de una situación que no he buscado, ¿puedo
revertirla para someterla a mis decisiones dentro de las limitaciones de la
situación?, en el sentido del dicho popular de que “una crisis también pude ser
una oportunidad, si se la sabe manejar”. Esta pregunta nos envía al último
apartado de este trabajo: el del “locus de control”.
El locus de
control
El
concepto de “locus de control” refiere a la percepción que se tiene sobre las
causas de lo que nos sucede en un momento dado. Se diferencia a la vez el locus
de control interno del externo. Este último apunta a pensar que determinados
eventos ocurren por azar, destino, suerte o determinación de terceros o causas
naturales no controlables por el sujeto, en tanto que el locus de control
interno refiere a la convicción de que somos nosotros los causantes -intencionalmente o no- del acontecer de determinados eventos.
En palabras de Julian B. Rotter (1966): “Si la persona percibe que el
acontecimiento es contingente con su conducta o sus propias características
relativamente permanentes, se ha dicho que es una creencia en el control
interno”; Por lo contrario, “cuando un refuerzo es percibido como
siguiendo alguna acción personal, pero no siendo enteramente contingente con
ella, es típicamente percibido, en nuestra cultura, como el resultado de la
suerte, y en este sentido se ha dicho que es una creencia en el control
externo”. Para este autor, desde una perspectiva del aprendizaje
interactivo en sociedad, el comportamiento es un emergente de variables
cognitivas, de acción y ambientales. La función de “locus de control”, es decir
la percepción de causalidad que una persona tiene, dependerá en gran parte de
su personalidad y su educación, es decir del tipo de creencias que tenga y de
cuanto proyecte al exterior de sus propias acciones. También del tipo de
pensamiento que tenga, si es más proclive a la racionalidad o al pensamiento
mágico emotivo.
Finalmente, cabe mencionar que algunas
personas con predominio de “locus de control externo”, es decir que creen que
ante circunstancias que no han elegido, no hay más que actuar pasivamente
resignándose, sin siquiera tratar de capitalizar los hechos negativos,
reordenando las consecuencias para reparar los daños colaterales, etc. se
instalan en una actitud crónica que se conoce como “indefensión aprendida”.
Esto porque ante el fracaso o la impotencia frente a una situación negativa,
renuncian a buscar otros caminos o insistir en encontrar una acción proactiva
que alivie las consecuencias no deseadas. Una suerte de “es lo que hay”. Y con
frecuencia eso lleva a aumentar la ansiedad o perfilar sentimientos depresivos.
Mucho de lo que observamos en el comportamiento
de personas luego de muchos días de confinamiento, está relacionado con estos
dos sesgos: predominio del locus de control externo (Esto pasó sin mi determinación
y por tanto no puedo hacer nada para manejarlo, ya que no puedo evitarlo) y desarrollo
de una actitud que refuerza la indefensión aprendida. Por lo contrario, una
persona que resulta activa al sostener un locus de control interno, ante el
hecho concreto (que es cierto no buscó) reaccionará buscando manejar la
circunstancia extraordinaria, para reordenar las rutinas y darle una dinámica
propia que la haga apoderarse de las decisiones posibles, dentro de las
limitaciones que la situación impone racionalmente.
De tal suerte se “reinventará” desde su
personaje-en-situación, es decir rescatará parte de la identidad de rol perdida
por efecto del escenario, reposicionándose en un nuevo escenario virtual que
reproduce algo de las condiciones del afuera, y de esa manera podrá dar
continuidad a su identidad de rol, mientras dure la cuarentena, en este caso, y
al llegar el momento de reintegrarse al escenario público, le será mucho menos
traumático, ya que el lapso de confinamiento habrá sido un intervalo en que el
personaje social, no se diluyó, sólo que fue un tiempo de su vida con barbijo.
(*) Psicólogo socio-laboral. Profesor
UNMDP (Argentina) – Profesor invitado UMU (España)
Panorama
desde el blog: http://afcrrhh.blogspot.com/
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