domingo, 12 de abril de 2020

MI VIDA CON BARBIJO

 Sociedad en épocas de pandemia 

Mi vida con barbijo
(Psicología de la cuarentena)
por Alberto Farías Gramegna
“La sensación de no poder controlar un evento genera frecuentemente un estado de paralización que inhabilita a las personas para alcanzar las metas propuestas.”- Jonathan García-Allen

E
l lector notará que en este artículo no he de mencionar el nombre del agente microscópico responsable de la detestable pandemia que sufre el mundo. Es una suerte de ninguneo, venganza personal y resentida -permítaseme la humorada respetuosa- para no colaborar con su tristemente célebre popularidad agobiante.


El innombrable invisible es el  responsable de un crimen de lesa humanidad, por los miles de muertos; el colapso de los sistemas sanitarios; la debacle económica ; la crisis psicosocial generalizada ; la “infodemia” que refuerza el miedo y la histeria colectiva en el marco siniestro del conteo mundial de víctimas fatales; el masivo confinamiento global (mal llamada “cuarentena” porque su duración es incierta) con los consabidos “daños colaterales”, sobre todo en el plano psicológico; el resurgimiento en el mundo de propuestas autoritarias, xenófobas y populistas, que derivan en ocasiones en la no observancia de la institucionalidad vigente, con el argumento de las urgencias normativas; la exacerbación consiguiente del cibercontrol social; va de suyo, por defecto la suspensión de la libertad de circulación, para garantizar el aislamiento físico-social  (ya que no el virtual, por suerte y gracias a las redes y las apps); la activación de las sectas delirantes que buscan en cada noticia la confirmación de tal o cual presagio o profecía bíblica; los ignorantes y místicos variopintos  que atribuyen la pandemia a una “venganza del planeta” o un “castigo de Dios”, en una remake de Sodoma y Gomorra; los que ven una conspiración perversa de agencias de espionaje, laboratorios oscuros y siniestros o la intención de destruir la economía de Occidente para adueñarse del mercado mundial, etc. 

La explicaciones son múltiples , y en la época de la “fake news”, paradojalmente la explicación más sencilla del origen mutante del innombrable, parece no convencer a algunos sectores del llamado “hombre de la calle” (ahora “hombre de la casa”). Y a todo esto, sobre llovido mojado, la discrecionalidad de funcionarios amorales y corruptos, ya que “a río revuelto” ganancia de oportunistas.  Como en las guerras convencionales, los mercaderes de la estafa y el delito, nunca escapan a sus naturalezas psicopáticas. Algunas de estas consecuencias son un “mal necesario”, es decir en verdad un bien incómodo pero saludable y sensato a corto plazo: el confinamiento, el distanciamiento físico interpersonal, el lavado de manos y la desinfección de personas, ambientes y objetos, el uso de la mascarilla, la alerta temprana ante el surgimiento de síntomas patognomónicos propios de la noxa infecciosa, etc. Otras son males concomitantes “innecesarios”: la discriminación; la búsqueda del “chivo expiatorio”; la opción por la demagogia y el rédito político ideológico;  el pánico injustificado; la violencia; la mentira; la transgresión a la Ley; el delito simple y llano, etc.

La dramaturgia cotidiana y las “instituciones totales”

El sociólogo Erving Goffman, hace muchos años, desarrolló un concepto-teoría del comportamiento en sociedad público-particular vinculado a los roles sociales y a los personajes que todos jugamos ante los demás en el espacio público, que llamo “Dramaturgia”, que básicamente sostiene que la vida es un similar a una obra teatral continua,  en la que todos somos actores.
La diferencia con el teatro de ficción, es que la identidad asumida en nuestros roles socio-familiares, (públicos y particulares) forma parte de nuestra identidad general. Si trabajo como médico y tengo hijos, “soy” médico y “soy” padre. Si además en mi tiempo libre hago teatro vocacional e interpreto a Hamlet, “no soy Hamlet”, pues al terminar la obra, sigo siendo el médico con hijos que regresa a su casa y mañana a su trabajo en el hospital. 

A propósito y para resumir leemos en “Identidad y Realidad”, (website https://www.sparknotes.com/sociology/identity-and-reality/section2/ (12-4-20) “(…) Goffman creía que cuando nacemos, nos empujan a un escenario llamado vida cotidiana, y que nuestra socialización consiste en aprender a desempeñar nuestros roles asignados de otras personas. Representamos nuestros roles en compañía de otros, quienes a su vez representan sus roles en interacción con nosotros. Él creía que cualquier cosa que hagamos, estamos desempeñando un papel en el escenario de la vida”.

Así, casi siempre estamos actuando los personajes sociales, salvo cuando en la intimidad de nuestras casas, (y no siempre es posible) nos quitamos el ropaje y aparece la cara que no queremos que se vea en el escenario público: nuestra intimidad. Debajo del escenario, podemos reencontrarnos con el Yo verdadero, el imperfecto, el del niño que llevamos dentro, con luces y sombras que conviven y pelean, para mantener la distancia de lo que consideramos bueno o malo. Goffman ”distinguió entre etapas delanteras y etapas traseras. Durante nuestra vida cotidiana, pasamos la mayor parte de nuestras vidas en el escenario principal, donde podemos entregar nuestras líneas y actuar. Una boda es un escenario principal. Un atril de aula es un escenario frontal. Una mesa para cenar puede ser un escenario principal. Casi cualquier lugar donde actuamos frente a otros es un escenario principal. A veces se nos permite retroceder a las etapas posteriores de la vida. En estas áreas privadas, no tenemos que actuar. Podemos ser nuestro verdadero yo. También podemos practicar y prepararnos para nuestro regreso al escenario delantero.”(Idem cita anterior)

Goffman, por otro lado, además definió un tipo particular de ámbito de vida cotidiana, que llamó “Institución total”: “Lugar de residencia o trabajo, donde un gran número de individuos en igual situación, aislados de la sociedad por un periodo apreciable de tiempo, comparten en su encierro una rutina diaria, administrada formalmente” (Goffman, 1961). Se refería fundamentalmente a las organizaciones de confinamiento obligado o voluntario: cárceles, conventos, buques de pesca en alta mar, bases polares, etc. por ejemplo. Como se ve, las IT son artificios sociales que se diferencian de una rutina normal de vida, donde el habitante de a pie, alterna varias horas fuera de su casa, asumiendo roles laborales, otras de recreación en lugares diferentes  y otras de descanso y restauración en el hogar, donde aquellos roles ya no cuentan. En alguna medida, sin ánimo de forzar el concepto, podemos decir que un confinamiento de cuarentena comparte algunas características de la IT, por lo que podríamos pensarla con una dinámica vivencial imbuída de algunos sesgos característicos de aquellas organizaciones.

Territorialidad versus nomadismo: persona y personaje

Cuando hablamos de “cuarentena”, “confinamiento” o “restricción de movilidad” para mantener un distanciamiento social preventivo, estamos hablando de territorios físicos, de lugares permitidos y lugares prohibidos o restringidos. La “territorialidad” es la constante comportamental de los animales superiores, que genera acciones diferentes dentro o fuera de un espacio determinado que protege y enmarca un ámbito conocido de exclusividad. El perro ladrará alerta si otro congénere se acerca o intenta ingresar a “su territorio”, sin importar en principio las intenciones del intruso. Luego determinará si es “amigo o enemigo”.
Ser “local” (“locus”: lugar) implica moverse en el propio territorio. La casa-hogar (dónde el homo primate se reunía al lado del fuego) es el territorio primal de la privacidad y la intimidad (allí se protege  de los peligros del afuera,  se alimenta, se copula, se descansa  y se reúne junto a los demás de la tribu). Pero en el origen del hombre está precisamente la necesidad de explorar el afuera, el exoterritorio. El nomadismo, el “homo movens” es la marca de agua de la Humanidad porque allí está el alimento, (la caza y la pesca)  el otro diferente y el enigma del mundo. En el más allá del hogar estaba la exogamia y la esencia del mono erguido capaz de mirar lontananza e imaginar tribus diferentes. Lo sedentario, vino después, con la agricultura y la ganadería. Pero la esencia nómade insiste y siempre está en tensión con la inercia estática del lugareño. Postergando por un momento otras dimensiones de análisis puntual de las tensiones que aparecen en el ámbito contingente de un confinamiento obligado en el hogar, diremos que esta tensión territorial antagónica y dilemática afuera-adentro  (la casa versus la calle), reemplaza bruscamente a la ecuación inclusiva “la casa y la calle”, es decir la alternancia, que en la mayoría de los casos de la modernidad urbana, la población económicamente activa pasa más de la mitad del tiempo diario fuera de su casa, en el trabajo, el viaje de ida y vuelta  y otras actividades extralaborales. Esa alternancia hace que se asuman diferentes roles, a predomino de la fase de actuación de personaje en el “escenario principal”, en términos de Goffman.

Algo muy diferente ocurre en un confinamiento forzado (la “cuarentena”) donde durante las 24 horas se vive en un mismo ámbito de escenario secundario (la etapa”trasera”, deja de ser etapa para permanecer como la única) y por tanto no hay cambio de roles. Todo se limita al territorio endogámico particular, donde no se requiere el personaje social (el actor deja de actuar), por lo que la identidad se confunde. Al respecto, debemos decir que la “identidad general” de una persona, se integra con tres sesgos identitarios  provenientes de sendos ámbitos y soportes socio-bio-psicológicos (Farías Gramegna ; 2015). Desde nuestro modelo de socialización SBP, en referencia a las iniciales de aquellos soportes, hemos identificado una identidad de base o histórica, otra de género (que puede o no coincidir con la identidad de sexo biológico) y finalmente, una identidad de rol sociolaboral. Con el ejemplo anterior del médico: “Provengo de una familia europea, religiosamente creyente, que arribó al país después de la Segunda  Guerra; viví una infancia muy humilde y el mayor sueño de mis padres era que fuera un profesional universitario, etc. A mis 15 años, mis padres se separaron…etc.” Hasta aquí la identidad histórica. “Soy varón y mis costumbres de género son bastante conservadoras; creo que es importante mantener ciertas costumbres propias de mujeres y varones y no mezclarlas,  etc.” Eso es parte de la identidad de género. “Soy médico, y mi mirada de la gente y de la sociedad está atravesada por mi profesión, etc.” Identidad de rol laboral.

Pero el Fulano de Tal de nuestro ejemplo al salir a la calle es uno solo, con los tres soportes que actúan al unísono articulados con su estructura y estilo de personalidad. Punto que no cabe desarrollar en este artículo, por su complejidad y extensión. Pero qué sucede cuando, toda la actividad se desarrolla en la intimidad de la casa: “En estas áreas privadas, no tenemos que actuar. Podemos ser nuestro verdadero yo”, nos dice Goffman, pero precisamente  porque no tenemos que actuar, es que “extrañamos actuar”, y el Yo se des-enajena al perder la función de personaje, se conmueve porque no sabe cómo ser-sin-ropa, se “despersoanaliza”. Matizo la palabra “verdadero”, porque el Yo de la triple identidad con la que se actúa no es falso, es verdadero, en tanto el hombre es un ser en y con el otro. El Yo, en principio, es producto de las identificaciones sociales primarias. Lo que sucede es que al dejar de actuar y perder la noción de la alternancia temporal, es decir de la rutina de roles (“todos los días son iguales”, suelen decir los confinados), nos encontramos con un “Yo introspectivo”, que genera ansiedad y en muchos casos angustia depresiva. Es como mirarse al espejo estando sólo, fijamente sin moverse ni hablar, por un rato largo sin pensar en otra cosa: hay un extrañamiento de sí mismo. Si no lo creen pruébenlo. Ese es el “efecto cuarentena”, durante un primer lapso. Luego el Yo intenta construir una identidad en el encierro, basada en una representación imaginaria en el afuera. Por eso es que se recomienda construir un “como sí”, representativo del escenario público: bañarse, quitarse los pijamas, vestirse, ordenar un espacio de trabajo, etc. una manera de “controlar” la ansiedad de la pérdida del rol actoral. Ahora bien, lo que “me pasa”, al ser producto de una situación que no he buscado, ¿puedo revertirla para someterla a mis decisiones dentro de las limitaciones de la situación?, en el sentido del dicho popular de que “una crisis también pude ser una oportunidad, si se la sabe manejar”. Esta pregunta nos envía al último apartado de este trabajo: el del “locus de control”.

El locus de control

El concepto de “locus de control”  refiere a la percepción que se tiene sobre las causas de lo que nos sucede en un momento dado. Se diferencia a la vez el locus de control interno del externo. Este último apunta a pensar que determinados eventos ocurren por azar, destino, suerte o determinación de terceros o causas naturales no controlables por el sujeto, en tanto que el locus de control interno refiere a la convicción de que somos nosotros los causantes  -intencionalmente  o no- del acontecer de determinados eventos. En palabras de Julian B. Rotter (1966): “Si la persona percibe que el acontecimiento es contingente con su conducta o sus propias características relativamente permanentes, se ha dicho que es una creencia en el control interno”; Por lo contrario, “cuando un refuerzo es percibido como siguiendo alguna acción personal, pero no siendo enteramente contingente con ella, es típicamente percibido, en nuestra cultura, como el resultado de la suerte, y en este sentido se ha dicho que es una creencia en el control externo”. Para este autor, desde una perspectiva del aprendizaje interactivo en sociedad, el comportamiento es un emergente de variables cognitivas, de acción y ambientales. La función de “locus de control”, es decir la percepción de causalidad que una persona tiene, dependerá en gran parte de su personalidad y su educación, es decir del tipo de creencias que tenga y de cuanto proyecte al exterior de sus propias acciones. También del tipo de pensamiento que tenga, si es más proclive a la racionalidad o al pensamiento mágico emotivo.
Finalmente, cabe mencionar que algunas personas con predominio de “locus de control externo”, es decir que creen que ante circunstancias que no han elegido, no hay más que actuar pasivamente resignándose, sin siquiera tratar de capitalizar los hechos negativos, reordenando las consecuencias para reparar los daños colaterales, etc. se instalan en una actitud crónica que se conoce como “indefensión aprendida”. Esto porque ante el fracaso o la impotencia frente a una situación negativa, renuncian a buscar otros caminos o insistir en encontrar una acción proactiva que alivie las consecuencias no deseadas. Una suerte de “es lo que hay”. Y con frecuencia eso lleva a aumentar la ansiedad o perfilar sentimientos depresivos.

Mucho de lo que observamos en el comportamiento de personas luego de muchos días de confinamiento, está relacionado con estos dos sesgos: predominio del locus de control externo (Esto pasó sin mi determinación y por tanto no puedo hacer nada para manejarlo, ya que no puedo evitarlo) y desarrollo de una actitud que refuerza la indefensión aprendida. Por lo contrario, una persona que resulta activa al sostener un locus de control interno, ante el hecho concreto (que es cierto no buscó) reaccionará buscando manejar la circunstancia extraordinaria, para reordenar las rutinas y darle una dinámica propia que la haga apoderarse de las decisiones posibles, dentro de las limitaciones que la situación impone racionalmente.
De tal suerte se “reinventará” desde su personaje-en-situación, es decir rescatará parte de la identidad de rol perdida por efecto del escenario, reposicionándose en un nuevo escenario virtual que reproduce algo de las condiciones del afuera, y de esa manera podrá dar continuidad a su identidad de rol, mientras dure la cuarentena, en este caso, y al llegar el momento de reintegrarse al escenario público, le será mucho menos traumático, ya que el lapso de confinamiento habrá sido un intervalo en que el personaje social, no se diluyó, sólo que fue un tiempo de su vida con barbijo.

(*) Psicólogo socio-laboral. Profesor UNMDP (Argentina) – Profesor invitado UMU (España)

Panorama desde el blog:  http://afcrrhh.blogspot.com/   © by afc 2020

                                                               

                                             * * *

No hay comentarios:

Publicar un comentario