Sociedad, cultura y psicología política.
Eufemismos, circunloquios y paráfrasis en el país del absurdo.
Eufemismos, circunloquios y paráfrasis en el país del absurdo.
Esperando
a Godot
(de la
incertidumbre y la profecía autocumplida
al
eterno retorno y el mito de Sísifo)
Por
Alberto Farías Gramegna
“-Vladimir:¿Qué..Nos
vamos?
-Estragón: ¡Sí nos vamos!.. (pero ambos se
quedan inmóviles y cae el telón) – Escena final de “Esperando a
Godot” de Samuel Beckett
“La Historia se
repite dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa” - Karl
Marx
(en
el “18 Brumario de Luis Bonaparte”)
“Se repite
aquello que se ha reprimido o aquello que se ha olvidado y no mediante una
expresión verbal sino mediante una acción. Se repite para superar la amnesia,
por lo que la compulsión a repetir, sustituye al impulso de recordar”
- Sigmund Freud en “Recordar, repetir y
reelaborar”
“Es insano
hacer siempre las mismas cosas y esperar diferentes resultados”- Albert
Einstein
“El hombre es
el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra” -
Proverbio popular
"Errar es
humano; perseverar en el error es diabólico" - Aurelio
Agustín de Hipona (San Agustín)
D
|
esde
una definición llana y cuasi tautológica, “incertidumbre” es “la ausencia de
certidumbre”. Esta última remite a la evidencia o la certeza de algo, de una
cosa o un suceso. De lo que se sigue que cuando una persona o una sociedad atraviesan
un momento de incertidumbre, no disponen de certezas, definiciones o
conocimiento acerca de un suceso, de lo que acontece realmente o acontecerá en
un futuro inmediato o mediato. La incertidumbre tiene efectos complejos sobre
la conducta porque predispone a actuar erróneamente o a la parálisis; a la
espera ansiosa en unos, a la postergación de la acción en otros y aún a la
simple negación de los hechos, en algunos más.
Al
tiempo que genera ansiedad, y con arreglo, a la personalidad de cada quien,
incluso produce angustia ante el no saber. La incertidumbre, además, incide
sobre la dinámica y el desarrollo de los proyectos personales y por tanto
ralentiza o paraliza el crecimiento en dirección a una meta, situación que
multiplicada resulta finalmente -y fatalmente- una frustración colectiva.
Pero
¿qué sucede en una sociedad, grupo o individuo, cuando la incertidumbre inicial,
por efecto de la intuición o del entorno fáctico, muda en su contrario: esto
es, la creencia acerca de una mayor probabilidad de que un suceso acontezca
sobre otro presuntamente menos probable, sea deseado o no deseado? (Esto último
es indiferente ya que no incide para nuestro análisis). Pues que se configura
lo que se conoce como efecto de “profecía autocumplida o autorrealizada”; un
concepto muy conocido en la sociología del comportamiento de los grupos.
La profecía
autocumplida
La
“profecía autocumplida” es un concepto heurístico acuñado por el sociólogo
Robert K. Merton y refiere a una predicción que una vez formulada es en sí
misma la causa única de su probable efectiva realización. Parafraseando a aquel
autor, la “profecía” a la que nos referimos es en principio formalmente
“falsa”, ya que no hay veracidad demostrada acerca de su efectivo
acontecimiento; es sólo un deseo o una suposición, pero su sola formulación
instala un escenario especulativo compartido y una situación imaginaria que
despierta un “nuevo comportamiento” individual y social, haciendo que la falsa
concepción original del presunto hecho o situación, se torne “verdadera” y
finalmente acontezca en la realidad. No por efecto de “magia” alguna, sino por
sumatoria del comportamiento colectivo, que responderá a la convicción previa. La
conducta humana responde al principio piagetiano del “a priori al final”, es
decir construye sus propias causalidades al final de una direccionalidad
motivacional.
La motivación “construye la causalidad”, que resulta a la vez efecto y causa de sí misma. Una vez acontecido el hecho “profético”, tiene la potencia de “confirmar” retrospectivamente la convicción inicial, y darte valor de verdad esencial preexistente: se piensa que “el hecho ocurrió porque estaba allí desde siempre, predestinado a ocurrir determinísticamente”. Una derivación de la profecía autocumplida es el “efecto Pigmalión” (descripto por R. Rosenthal), acerca de cómo las expectativas de una persona sobre otra puede tener efectos en el cambio de comportamiento de ésta última, ya que todo lo que haga será interpretado por ambos, según el filtro perceptivo del que ejerza una motivación ascendente sobre el otro, por ejemplo un profesor con su alumno.
La motivación “construye la causalidad”, que resulta a la vez efecto y causa de sí misma. Una vez acontecido el hecho “profético”, tiene la potencia de “confirmar” retrospectivamente la convicción inicial, y darte valor de verdad esencial preexistente: se piensa que “el hecho ocurrió porque estaba allí desde siempre, predestinado a ocurrir determinísticamente”. Una derivación de la profecía autocumplida es el “efecto Pigmalión” (descripto por R. Rosenthal), acerca de cómo las expectativas de una persona sobre otra puede tener efectos en el cambio de comportamiento de ésta última, ya que todo lo que haga será interpretado por ambos, según el filtro perceptivo del que ejerza una motivación ascendente sobre el otro, por ejemplo un profesor con su alumno.
La
idea de Destino es connatural al pensamiento mítico y religioso desde los
orígenes de la Humanidad. Es hijo de las supersticiones, el conformismo y la
profusa y supina ignorancia original del hombre.
El
“Destino” es el otro nombre imaginario de la “Condena”, sea al fracaso o al
éxito, tal como pretendía adjudicarle a la sociedad argentina un tradicional
político del populismo vernáculo. Y una vez aceptado el determinismo, la
sociedad reitera sus creencias en lo que paradójicamente piensa como “condena
inmerecida”, pero que es al mismo tiempo ilusión de redención merecida. Insiste
en el camino porque cree en él, aunque nunca llegue donde dice querer ir. Y es
que alguna vez, sus ancestros aparcaron en la posada imaginaria en busca de un
lecho de rosas que les ofreció Procusto (quizá era Godot disfrazado de
posadero) y a cambio les cortó las piernas, para que cupieran en un Nuevo Orden
demagógico, que ahora persiste en padecer de reminiscencias. Sus descendientes
siguen esperando el reino de la gratuidad colectiva, sin darse cuenta que ya no
tienen piernas.
El “pueblo” encarnado en el ser populista que anida en la cultura colectiva, sigue esperando. Otra vez: Espera a partir de una ilusión paradojal, porque es ilusión de un pasado en gran parte mítico que al reiterarse no apunta a esperar algo de un futuro sino de repetir un pasado que no es, en otras palabras, espera alucinando. En palabras de Freud: “Es el retorno de lo reprimido. Repite para no recordar lo que lo angustia” Es un eterno retorno a lo mismo. Así el círculo se cierra, como la espantosa condena de Sísifo.
El “pueblo” encarnado en el ser populista que anida en la cultura colectiva, sigue esperando. Otra vez: Espera a partir de una ilusión paradojal, porque es ilusión de un pasado en gran parte mítico que al reiterarse no apunta a esperar algo de un futuro sino de repetir un pasado que no es, en otras palabras, espera alucinando. En palabras de Freud: “Es el retorno de lo reprimido. Repite para no recordar lo que lo angustia” Es un eterno retorno a lo mismo. Así el círculo se cierra, como la espantosa condena de Sísifo.
El eterno
retorno de Sísifo
La
compulsión a repetir es un síntoma propio de los sujetos “neuróticos”. Y
expresa el miedo morboso al cambio. (“Cambio” es una palabra que atemoriza y
amenaza a la mayoría de la sociedad argentina, porque la saca de su “zona de
confort” y afecta intereses malsanos y desvaríos varios) Miedo al cambio decíamos,
porque el problema del neurótico (y de las sociedades de una cultura
neurotizada, permítaseme el término) es su identidad incierta: qué y quién es y
qué y cómo quiere ser. Se prefiere “lo malo conocido que lo bueno por conocer”
(sic). El neurótico se acostumbra al sufrimiento y se enamora de él, como la
víctima del secuestro se enamora del secuestrador, tal como lo vimos en el
“síndrome de Estocolmo”. Salir de la “zona de confort”, -que no significa
bienestar necesariamente sino confortable acostumbramiento a la rutina, aunque
esta sea masoquista- es muy difícil y es el núcleo de la resistencia al cambio.
Vemos como multitudes prefieren vivir en el límite de la precariedad,
recibiendo un subsidio sin trabajo, a crecer humana y económicamente e intentar
construir un futuro basado en la cultura del trabajo y el progreso personal. La
ambición de mejorar a partir del esfuerzo, más allá o más acá de los contextos
complejos y no siempre facilitadores de las crisis socioeconómicas, no entra en
las expectativas culturales de enormes masas de la población subsidiada. Todo
esto es parte de los conflictos del crecimiento y de los modelos
identificatorios retroactivos o proactivos. Más de 80 años de cultura populista
de derechas e izquierdas, han creado generaciones que todo lo esperan del
Estado, una visión del mundo centrado en un modelo estadocéntrico y de la
consecuente “estadolatría”, que hace que una gran mayoría de la población
argentina clame y reclame crónicamente por sus interminables y opinados
derechos sin tener en cuenta sus deberes como ciudadanos. Por eso se trasgrede
y se ignora la Ley cuando se trata del cumplimiento de estos últimos, y se judicializa
cualquier cosa cuando se trata de obtener los primeros.
Hace
décadas que la argentina es una “sociedad anómica”, en términos de Émile
Durkheim, esto es que ignora las normas. Es una cultura de la transgresión
crónica, de saltarse las reglas, de “zafar” y de la coima para llegar “por
izquierda” (sic).
El
aserto contundente de Einstein acerca de la insanía de las expectativas de
hacer lo mismo esperando algo distinto, al estilo “gatopardístico” (en alusión
a la novela “Il gattopardo” de Giuseppe Tomasi di Lampedusa) de que “algo cambie para que nada cambie”, no
aplica en su totalidad a las sociedades de mayorías poblacionales con creencias
deterministas como la nuestra, porque aquel aserto presupone en cierta medida
un libre albedrío en las opciones, es decir una libertad de conciencia
electiva. Sin embargo la sociedad corporativa se ata a un Destino de
reiteración de los mismos problemas y las mismas conductas. Por momentos
pareciera no querer escuchar “los cantos de sirena” y una minoría ciudadana
imita a Ulises asido al palo mayor de su navío (La República), pero luego cede
ante “la necesidad” y el pragmatismo del “ser argentino”, siempre navegando
entre “Escila” y “Caribdis”, es decir entre fundamentalistas del Estado y
fundamentalistas del Mercado. Cada repetición de un mismo hecho parece distinto
pero nunca se resuelve y todo vuelve a empezar, cada vez como un juego
farsesco, una puesta en escena, un “cómo si” vaciado de contenido, y
dilapidando esfuerzos, sabiendo que la meta nunca se concretará, como en el
Destino de Sísifo, el astuto, tramposo y ladino rey de Corinto, que por sus
mentiras y desafíos a Zeus, fue condenado a subir una enorme roca a lo alto de
una montaña y cuando la roca llegaba a la cima, caía nuevamente al llano,
condenándolo a subirla nuevamente y así como su destino terrible por la
eternidad. Es que cuando se cree en un
determinismo cultural asentado en dogmas tribales y relatos populistas que
excluyen la iniciativa personal del ciudadano y la convicción del esfuerzo para
el logro de metas racionales, todo intento de cambiar los medios para alcanzar
otros fines fracasa, sencillamente porque los actores no ven esa necesidad: lo
esperan todo del líder mesiánico, con sesgo divino. En una suerte de necia
conjura autodestructiva, esperan a Godot.
Esperando a
Godot
Una
y otra vez, pero esa repetición es un eterno retorno de lo mismo y lo diferente
a la vez. El mito del “eterno retorno” y el tiempo que vuelve a empezar, tal
como lo ve Nietzsche en el capítulo de Zaratustra, es una visión de
circularidad diferente a la linealidad del progreso, porque supone que la
repetición de lo mismo, al repetirse no sería exactamente lo mismo, porque cada
instante es único.
Aquí veo una conexión, tal vez antojadiza, del aserto de Marx desde una mirada muy diferente de la flecha del tiempo, cuando dice que la Historia se repite dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa. Es que lo farsesco reside en el discurso social que no se apunta a la acción transformadora real, sino en el “acting out”, dirían los psicoanalistas, en el gesto impulsivo sin el análisis, el absurdo con forma de piquete que espera presionar en la calle una respuesta del Estado, destinada al fracaso, porque no resolverá la esencia del problema: la “estadodependencia” de más de la mitad de la población argentina, que espera y espera que la solución venga de afuera de su propia iniciativa. Inermes, inmóviles en sus mezquinos intereses sectoriales, unos pocos corruptos viven del esfuerzo de la parte de la población que produce riqueza y otros muchos improductivos de los subsidios del Estado, que se concentra en la exacción y coerción impositiva desmesurada, para paliar el déficit fiscal que no cesa porque cada vez los más piden más y más. Y mientras tanto todos esperan y esperan, cada uno a su manera, en la gritería callejera de la masa enardecida o solitario, como el hombre de Roberto Arlt. Esperan a quien no vendrá.
Aquí veo una conexión, tal vez antojadiza, del aserto de Marx desde una mirada muy diferente de la flecha del tiempo, cuando dice que la Historia se repite dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa. Es que lo farsesco reside en el discurso social que no se apunta a la acción transformadora real, sino en el “acting out”, dirían los psicoanalistas, en el gesto impulsivo sin el análisis, el absurdo con forma de piquete que espera presionar en la calle una respuesta del Estado, destinada al fracaso, porque no resolverá la esencia del problema: la “estadodependencia” de más de la mitad de la población argentina, que espera y espera que la solución venga de afuera de su propia iniciativa. Inermes, inmóviles en sus mezquinos intereses sectoriales, unos pocos corruptos viven del esfuerzo de la parte de la población que produce riqueza y otros muchos improductivos de los subsidios del Estado, que se concentra en la exacción y coerción impositiva desmesurada, para paliar el déficit fiscal que no cesa porque cada vez los más piden más y más. Y mientras tanto todos esperan y esperan, cada uno a su manera, en la gritería callejera de la masa enardecida o solitario, como el hombre de Roberto Arlt. Esperan a quien no vendrá.
Son
nómades erráticos de una ideología desquiciada, como los personajes del teatro
del absurdo de Beckett, que incapaces de un proyecto autónomo de vida, dependen
de la llegada de un fantasma, que nadie dice qué traerá, ni para qué vendrá. Godot,
cuyo inicio del nombre remeda a Dios en la lengua inglesa, es una ilusión
tóxica, que paraliza a los personajes. Al igual que en el teatro del absurdo,
en una nueva versión farsesca de su drama histórico, Argentina (al menos una
gran parte de su población filopopulista) espera presuponiendo la nueva llegada
de una pareja mesiánica “salvadora” de la propia responsabilidad, al estilo de
los grupos que el psiquiatra inglés Wilfred Bion llama “grupo en pre-tarea”, en
la fase de dependencia, que no le permite crecer y desarrollar un proyecto
sinérgico autónomo y adulto, aprovechando “los
beneficios de la libertad”, como reza una frase de la Constitución
Nacional, que en sus preclaros y olvidados textos nada dice de un tal Godot.
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